Chile electoral: El voto, la reforma y la radicalidad como opción política feminista.

por Paula Santana Nazarit y Nadia Poblete Hernández.

Los planteamientos críticos feministas en torno a la violencia contra las mujeres, la educación sexista, la prohibición del aborto y la imposibilidad de decidir sobre nuestra “capacidad” reproductiva, y los diversos mecanismos que sustentan el orden heteropatriarcal colonial, han ganado tribuna. Masivas manifestaciones en contra la violencia hacia las mujeres; autoproclamaciones de figuras mediáticas como feministas; otros movimientos sociales asumiendo el feminismo como parte de sus consignas y postulados; orgánicas partidistas que han integrado en sus discursos la lucha antipatriarcal o han creado “fracciones –frentes” feministas, son parte del actual escenario político social.

En este contexto, parece urgente preguntarnos sobre las implicancias de nuestras apuestas políticas feministas y las estrategias que construimos o a las que adherimos, en pos de luchar contra los sistemas opresivos. Para ello, un ejercicio necesario e insoslayable es analizar la coyuntura eleccionaria que culminará el próximo domingo 19 de noviembre,  sobre la cual creemos necesario mirar más allá y con ello, permitirnos pensar el trasfondo y horizonte de nuestras decisiones políticas.

Es claro como la abstención en las últimas elecciones ha ido en un constante crecimiento (casi el 60% en las últimas elecciones presidenciales y el 65% en las últimas elecciones municipales), lo que sin lugar a dudas se mantendrá como una tendencia en los resultados del próximo domingo. Lo anterior, genera reacciones diversas, las más son agresivas, fieles al sectarismo y dogmatismo que siempre ha caracterizado a “importantes” sectores de la izquierda chilena, otras son alarmantes con ribetes apocalípticos. Por desgracia, la reflexión no logra ir más allá que volver a la misma fórmula pero “mejorada”, con tintes de rogativa ante el “peligro” que supone la crisis de legitimidad de este proceso de participación y el posible triunfo de la derecha chilena: ahora sí sería fundamental que “participemos” con todas nuestras ganas, sino seremos responsables que nuevamente el país se vea inmerso en lógicas neoliberales extremas.

Así, mientras avanzaban las campañas electorales, muchas feministas que presentan una visión crítica de la realidad actual y que por tanto, proclaman la necesidad de transformaciones profundas, aparecieron apoyando candidaturas o siendo ellas mismas candidatas al parlamento o a los CORE, estableciéndose candidaturas que se autodefinen feministas como una novedad en estas elecciones. Incluso la candidata presidencial del pacto Frente Amplio calificó su posible gobierno como un gobierno feminista, sin -por supuesto- profundizar en las implicancias de aquello y no considerando las tensiones que supone pensar una política feminista en una institución que desde su origen es patriarcal.  Toda esta apuesta electoral, se sitúa en una creencia ciega en que los cambios necesarios se pueden realizar desde las instituciones, en que acceder a ciertos cargos de poder permitirá hacer modificaciones que por muy pequeñas que sean mejorarían la vida de las mujeres. Por otro lado, esta apuesta política supone que se puede avanzar por distintos frentes a la vez, lo que estas alturas nos parece irresponsable y un autoengaño pues tenemos innumerables lecciones que aprender de la cooptación y despolitización de las propuestas feministas cuando son entregadas al Estado y sus instituciones. No da lo mismo donde y con quienes compartimos nuestras energías creativas y rebeldes.

¿Cuándo la democracia actual se consolidó como un ideal de sistema político y una apuesta sensata para lograr la sociedad que deseamos? Si miramos las características de la democracia representativa, ésta más bien ha presentado lógicas de exclusión y de selectividad siempre en defensa de intereses de las clases hegemónicas y cuando esto se pone en riesgo, el uso de la fuerza y del sabotaje se despliega sin escrúpulos. Entonces, ¿por qué seguimos apostando a este sistema como única opción? Se nos olvida que el sistema republicano nace de la necesidad de romper con la monarquía para quedar en manos de la burguesía; se nos olvida que no incluía como ciudadanas/os a analfabetas/os, mujeres, negras/os, indígenas y también se nos olvida que mientras muchas/os estaban resistiendo y conspirando clandestinamente en Chile, una élite política –la que hoy continua en el poder- estaba negociando la salida de la dictadura llamando a votar y, en ello, se fue la vida y la libertad de muchas/os compañeras/os.

Hoy esta democracia, ya nos incluye a todas/os. Ahí radica su capacidad reinventiva, pues sigue y seguirá siendo un sistema que defiende los intereses de un grupo privilegiado pero con el acuerdo de mayorías creyentes de espejismos y buenas intenciones. Una vez que los movimientos sociales se han hecho fuertes, que representan alguna amenaza al sistema, los hace parte y cómplice y con ello, los desmoviliza y silencia. Basta pensar en las décadas siguientes a la dictadura, en el movimiento estudiantil, y por supuesto, el movimiento feminista y de mujeres.

Las estrategias de inclusión que ofrece este sistema democrático y “participativo”, son un despliegue de lógicas mercantilistas; las candidaturas son un ofertón de beneficios, siendo inexistente los discursos con una mirada de la sociedad que se quiere construir, con una visión ético política sobre lo humano y sus proyecciones, más bien es la oferta que decodifica y recodifica las demandas sociales para integrarlas a un largo listado de regalías. Esa es la democracia y la participación mercantilizada. Además, en la lógica electoral lo que prima es el imaginario político liberal, aquel que sustenta que la participación es individual, que depende de la conciencia republicana de un ciudadano y que ese acto conciente es la base de la construcción de una nación. ¿Esa es nuestra apuesta política? ¿Una democracia mercantil y donde el único ejercicio apela al individuo? La creencia en esta democracia proviene también de un paternalismo incrustado que desconfía profundamente de las capacidades autónomas de la colectividad y de los pueblos.

En el caso de las mujeres es más dramático el asunto. Hoy (como ayer) un sector del feminismo regaña a quienes no votamos y llama fervientemente a copar los espacios de “la política”, apelando a la memoria de las feministas sufragistas: “si hoy puedes votar, agradécele a una feminista”. ¿El voto tiene hoy el mismo significado que el que tuvo en la primera mitad del silo XX? Vale la pena recordar que la lucha por el voto se hizo en un momento histórico en el que aún estaba en duda nuestra condición de personas plenas. Es decir, el voto significaba nada más ni nada menos que se nos valorara como humanas y sujetas con iguales capacidades que los hombres, al menos para gobernar. Hoy luego de más de medio siglo de participación de las mujeres en diversos procesos eleccionarios, ¿podemos sustentar que los cambios que han favorecido nuestras condiciones de vida fueron vehiculizados por los estados democráticos?, o más bien, ¿han sido fruto de una constante lucha de un movimiento que no ha renunciado a su autonomía política y a su capacidad crítica?

Hoy cuando la violencia contra nosotras no disminuye sino que acentúa su brutalidad, cuando el capitalismo salvaje produce un colapso medioambiental y destruye en ello a los pueblos indígenas, hoy cuando las lógicas de impunidad y de corrupción son parte de las dinámicas que sustentan al Estado, ¿pensamos que participando en elecciones avanzaremos en pos de las mujeres y de la sociedad toda?

La gravedad de la situación que vivimos debiera llevarnos a plantear una crítica sustantiva a todo el sistema opresor, develando la complicidad del Estado en la reproducción de las violencias, comprendiendo en su complejidad la articulación letal que supone para el cuerpo de las mujeres la alianza patriarcado y neoliberalismo. No podemos seguir avalando políticas y prácticas que se visten de feminismo pero que siguen siendo profundamente patriarcales, capitalistas y coloniales. El feminismo del siglo XXI, no puede quedarse en la consigna y en el enunciado de la transformación. Antes, el feminismo luchaba por cuestiones que portaban una utopía, en una época donde el derecho a organizarse en mutuales y mancomunales, el derecho por el acceso a la educación o por una vivienda, eran radicales porque nos situaba como sujetas históricas; hoy en muchas de nuestros planteamientos prevalece un tinte victimizador que refuerza el lugar en el que nos ha colocado el Patriarcado.

Entonces, ¿qué significa para nosotras, feministas, participar en los procesos eleccionarios, apoyar a candidatas/os que simpaticen con nuestra causa y eventualmente ocupar algún cargo de representación política?

Es necesario mirar críticamente lo que el feminismo ha conseguido por esta vía. Así, por ejemplo, tenemos leyes sobre violencia contra las mujeres, parceladas, absolutamente insuficientes, aún en lo que se supone que hace bien el sistema, castigar y controlar. Ni siquiera nos ha servido para protegernos. En el caso del aborto, la batalla legal se convierte en un juego eterno de medición de fuerzas manejado desde el Estado y desde sectores ultraconservadores. Las medidas que favorecen la incorporación y permanencia de las mujeres en el trabajo asalariado no mueven en un ápice la feminización de las labores de cuidados y domésticas, tampoco inciden significativamente en la incrustada precarización de las vidas. ¿Sigue siendo una opción este tipo de estrategia cuando sabemos que el Estado-por definición patriarcal-seguirá cercenando nuestras propuestas? ¿Seguiremos agotando nuestras energías en pequeñas “ganancias” de un juego político perverso?

La urgencia supone radicalidad, y eso implica poner nuestras energías, nuestros esfuerzos en superar la dificultad permanente de mirar más allá de lo establecido, hay que perfilar hoy las formas de una nueva vida, una nueva sociedad. Debemos apostar por pensar y generar propuestas que consideren nuestras capacidades colectivas, debemos nosotras hacer frente a la multiplicidad de problemas vitales que nos impone el neoliberalismo. Lo urgente hoy es avanzar en la construcción de una propuesta radical y no de políticas liberales y reformistas. Es un riesgo que hay que asumir, esa es la radicalidad que necesitamos. Toda nuestra energía creativa, de reflexión, de autogestión debemos dejar de gastarla en alternativas que a la luz de las décadas muestran su fracaso. La construcción de contrapoder y  junto con ello, la construcción de apuestas colectivas con otros sectores del movimiento social nacional y latinoamericano; en definitiva, apostar por un movimiento político social radical, no reformista, sino profundamente revolucionario que ponga en el centro el valor de la vida.

13 de noviembre de 2017.

 

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