Gustavo Gutiérrez, una voz peruana original para repensar la teología.

Gustavo Gutiérrez Merino (Lima, 8 de junio de 1928) es un filósofo y teólogo peruano, ordenado sacerdote en 1959 y dominico desde 2001, uno de los principales representantes de la corriente teológica denominada teología latinoamericana de la liberación, una de las más influyentes del siglo XX. Es, asimismo, fundador del Instituto Bartolomé de las Casas, con sede en Lima y el Cuzco (Fuente: wikipedia).

La teología de la liberación salió del Perú y fue por América Latina y el mundo, con suficiente fuerza y aliento para que centenares de sacerdotes y católicos renueven sus esperanzas y sus ganas de cambiar el mundo.

por Rodrigo Montoya Rojas (*)

El padre Gustavo Gutiérrez acaba de cumplir 90 años en plena lucidez con buena reserva de fuerzas para recibir y devolver centenares de abrazos de admiración y cariño de sus amigas y amigos que anoche fuimos a felicitarlo en la Iglesia de Santo Domingo de Lima.

Por su vida, su vocación y su solidaridad con los pobres, centró sus esfuerzos en la teología para tratar de entender y contribuir a aliviar el dolor de quienes sienten que la bondad atribuida a Dios no les llega, que ellas y ellos se sienten responsables de no merecer esa bondad o, peor aún, que podría ser la propia voluntad de Dios la que los excluye de ese privilegio; si así fuera, no habría lugar para la esperanza. La promesa de llegar al paraíso celestial aceptando y resignándose al sufrimiento en el mundo, y el consuelo de imaginar que en la otra vida los ricos se convertirían en pobres, podrían ser, en última instancia, un inútil juego de palabras.

Su propuesta de una teología de la liberación entendida de modo preciso como una opción preferencial por los pobres, sirvió para que muchos sacerdotes y católicos se acerquen a los pobres, con respeto y cariño, los acompañen y aprendan a compartir sus alegrías, penas y esperanzas, cuestionen y se alejen de la opción preferencial por los ricos, que es la otra cara de la medalla en el qué hacer de la iglesia. Por ese camino fue inevitable que la teología de la liberación y el marxismo tuviesen algo en común y por eso se acusase de comunistas a Gustavo y sus compañeros y compañeras en la búsqueda de una teología nueva que acerque a la iglesia con los pueblos. Los terrenos no eran los mismos: la fe de unos y la militancia política de los otros fueron irreductibles.

La opción preferencial por los ricos compromete a la iglesia en América desde 1494, cuando el papa Alejandro VI en nombre de la voluntad de Dios regaló el mundo a los reyes de España y Portugal a través de sus cuatro bulas alejandrinas. Sintiéndose dueños del nuevo mundo, de la tierra y todos sus habitantes, los reyes enviaron soldados a buscar el oro anunciado por Cristóbal Colón en 1492, e imponer la cruz ahí donde los llamados “indios” tenían sus lugares sagrados. Me parece que el pasado y presente de riqueza para la propia iglesia en abierta contradicción con el voto de pobreza de los encargados de llevar su evangelio para conquistar todas las almas del mundo, forma parte de esa otra opción preferencial por los ricos.

La teología de la liberación salió del Perú y fue por América Latina y el mundo, con suficiente fuerza y aliento para que centenares de sacerdotes y católicos renueven sus esperanzas y sus ganas de cambiar el mundo. En el territorio zapatista de Chiapas y en todo el Estado mexicano de Chiapas, la teología de la liberación fue sentida y presentada como una “teología india”; en Brasil Leonardo Boff fue por el mismo camino y sus propias reflexiones. Con su particular olfato, la jerarquía de la Iglesia sintió el peligro que corría y desplegó su milenaria capacidad para reprimir y apagar las llamas de un incendio por venir. El peligro de una nueva división de la iglesia, luego de las promovidas por Lutero y Calvino, fue atribuido a Gustavo pero lo cierto es que él nunca quiso dividir la Iglesia. Mi fuente es él mismo cuando conversamos sobre ese punto. Los espacios de la fe y la política volvieron al orden de su separación.

Después del libro Teología de la liberación y varios de sus otros libros, alrededor de la opción preferencial por los pobres, Gustavo centró parte de su interés en la suerte de los indígenas de América después de la conquista. Su breve libro Dios o el oro de las indias no habría sido escrito sin tomar plena y dolorosa conciencia de lo que contaron los llamados indios al ver a los cristianos: “el dios de los españoles es el oro”. Luego, su encuentro con la vida y obra de Bartolomé de las Casas fue decisivo para buscar en el siglo XVI el comienzo de una visión desde los pobres y su relación con la perspectiva de Cristo.

Su libro En busca de los pobres de Jesucristo. Pensamiento de Bartolomé de las Casas (CBC, Centro Bartolomé de las Casas, Lima, 2002) muestra su aprecio y acuerdo con las ideas más importantes de ese dominico que se convirtió en un defensor de los llamados indios. Una sorpresa extraordinaria de este libro es que entre muchas de sus páginas aparece Huamán Poma de Ayala con su carta el Rey Nueva Crónica y Buen Gobierno y su visión de la sociedad inca a partir de su condición del viajero pobre que recorrió gran parte del Perú para conocerlo, contar su historia y aconsejar al rey para que convierta en cristianos a los españoles porque no son cristianos, que vivan entre ellos y ellas, que los llamados indios vivan igualmente entre ellos y ellas y concluyan los encuentros forzados porque de las violaciones de españoles brotan mesticillos y mesticillas cuya multiplicación llevaría a la sociedad indígena a su desaparición, cerrando sus frases con aquel estribillo trágico ”Y no hay remedio”. Huamán Poma fue más lejos, diciéndole al rey que los “verdaderos cristianos” eran los indios por su generosidad y solidaridad. Gustavo afirma que Huamán Poma leyó textos de Bartolomé de Las Casas y, aunque no lo cita, muestra el parentesco existente en sus ideas.

Por la proximidad de su fe, pensamiento y sentimientos, Gustavo tomó la decisión de convertirse en dominico, pues Bartolomé de Las casas perteneció a esa orden. Su tardía conversión le dio más libertad para defender sus ideas en medio del dominio de la jerarquía de la iglesia, tan hostil a él.

La identificación entre las condiciones de pobres e indígenas propuesta por Gustavo ha dejado pendientes algunas cuestiones, entre ellas una que me parece importante: los pueblos indígenas del mundo tienen una espiritualidad propia a partir de su convicción profunda de ser parte de la naturaleza. En el caso andino, sentirse hijos de la madre tierra y de los cerros de donde nacen las cuencas del agua-vida, nada tiene que ver con los diablos, imaginados por la iglesia clásica para disminuir a “los otros”, a los diferentes, y afirmar y consolidar su poder. Tal vez sea posible que más temprano que tarde se reúnan las condiciones para que desde la iglesia católica sea posible cuestionar el concepto de evangelización, asumir el derecho que tenemos los seres humanos de poseer espiritualidades distintas, y dejar en el olvido la pretensión de quienes quieren conquistar sus almas, vaciarlas, y llenarlas luego con la ilusión de que todos los diferentes se parezcan al “nosotros” del europeo centrismo, propio de la colonialidad del poder, propuesta por Aníbal Quijano, amigo de Gustavo, que calló su voz hace pocos días.

Celebro con un hondo abrazo sus 90 juveniles años y espero sus nuevos textos que brotan del pozo de su saber y están ya en el horno.

(Lima, 8 de junio de 2018)

Fuente: https://rodrigomontoya.lamula.pe/2018/06/10/gustavo-gutierrez-una-voz-peruana-original-para-repensar-la-teologia/rodrigomontoyar/

 

(*) Rodrigo Montoya Rojas: Nacido en Puquio, en los andes ayacuchanos, en 1943, es antropólogo y escritor. Profesor Emérito de la Universidad de San Marcos, de Lima, por la que se doctoró en 1970. También obtuvo un doctorado en Sociología en la Universidad de París, y es profesor visitante en varias universidades de Europa y América. Entre sus libros más recientes están Multiculturalidad y política. Derechos indígenas, ciudadanos y humanos (SUR, Lima, 1998) y su primera novela, El tiempo del descanso (SUR, Lima, 1997).

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