Contra cualquier forma de colonización: Frantz Fanon y Aime Cesaire.

Frantz Fanon: de la descolonización al pensamiento crítico.

Por Raúl Zibechi.

…no debe ponerse del lado de los oprimidos en cualquier circunstancia, incluso cuando están equivocados, sin perder de vista, no obstante, que están hechos del mismo barro que sus opresores. (Emil Cioran).

Frantz Fanon fue un ser extraordinario. Vivió su breve vida entre cuatro países: en su Martinica natal, en Francia y en Argelia-Túnez, donde se comprometió con la lucha por la independencia integrándose como militante al Frente de Liberación Nacional (fln). La coherencia entre su vida y su obra es un faro que nos debe guiar en estos momentos de incertidumbre, cuando afloran riesgos notables que ponen en peligro la existencia misma de la humanidad de abajo.

Intervino en una de las guerras más crueles de la historia moderna. El fln estimó que fueron asesinados un millón 500 mil de argelinos entre el comienzo de la guerra en 1954 y la proclamación de la independencia en 1962, lo que representa el quince por ciento de una población que no llegaba a los 10 millones. Historiadores franceses reducen esa cifra a un tercio, lo que sigue siendo un porcentaje asombroso. Una cantidad similar de argelinos fueron torturados.

Como médico-jefe del hospital psiquiátrico de Blida (nombrado en 1953), Fanon tuvo una experiencia fenomenal: recibió y atendió tanto a franceses torturadores como a argelinos torturados, lo que le permitió acceder a los recovecos más recónditos de la opresión y la humillación coloniales. Uno de los aspectos menos conocidos de su maravillosa vida fue haber convertido el hospicio-prisión en “una nueva comunidad que introdujo el deporte, la música, el trabajo, y donde se tiraba un periódico escrito por enfermos”.

Su profesión como psiquiatra le permitió comprender actitudes de los seres humanos que nunca fueron explicadas adecuadamente por el pensamiento crítico. En esos años se había consolidado el giro hacia el economicismo y el materialismo vulgar, que todo lo apostaban al desarrollo de las fuerzas productivas, camino en el cual las ideas emancipatorias tendieron a mimetizarse con los postulados capitalistas.

La interiorización de la opresión

La generación militante de las décadas de 1960 y 1970 conocimos a Fanon a través de Los condenados de la tierra, su obra póstuma publicada en 1961. Es el libro/manifiesto de un combatiente que afirma la necesidad de la violencia para enfrentar y superar la colonización, porque sabe que “el colonialismo no cede sino con el cuchillo al cuello”.

Los condenados… es un texto luminoso, plagado de ideas que marchan a contrapelo del sentido común revolucionario de la época, como su defensa del campesinado y del lumpen-proletariado como sujetos políticos, ya que observa que en las colonias los proletarios son el sector más “mimado por el régimen colonial”. Critica también la cultura política de las izquierdas, que se dedican a captar a las personas más “avanzadas” –“las élites más conscientes del proletariado de las ciudades”, constata Fanon- sin comprender que en el mundo del colonizado el lugar central, y liberador, lo juegan la comunidad y la familia, no el partido o el sindicato.

Su apasionada defensa de la violencia del oprimido debe ser tamizada. Siempre es necesario recordar, como enfatiza Immanuel Wallerstein, que “sin violencia no podemos lograr nada”. No es un tema menor, porque el grueso de los partidos y movimientos antisistémicos parecen haberlo olvidado en su apuesta por incrustarse en las instituciones estatales.

Pero también es cierto, como reconoce el sociólogo, que la violencia por sí misma no resuelve nada. Fanon va más lejos cuando afirma que “la violencia desintoxica”, porque “libra al colonizado de su complejo de inferioridad”. En esa línea de argumentación, en Los condenados de la tierra concluye: “La violencia eleva al pueblo a la altura del dirigente.” Sabemos que las cosas son más complejas, como lo enseña medio siglo de lucha armada en América Latina.

Pese a la importancia que tuvo en nuestra generación el último libro de Fanon, considero que el primero, Piel negra, máscaras blancas, de 1952, es el que nos brinda mejores pistas sobre un siglo de fracasos de las revoluciones triunfantes. Aporta una mirada desde la subjetividad del oprimido, algo que los marxistas nunca habíamos conseguido desentrañar de forma tan cristalina. Nos dice que el complejo de inferioridad del colonizado tiene dos raíces: la económica y la interiorización o “epidermización” de la inferioridad. El varón negro desea blanquearse la piel y tener novia rubia. La mujer negra se plancha el pelo y sueña con un varón blanco. Deben abordarse ambos aspectos o la liberación será incompleta.

Fanon pone el dedo en la llaga cuando afirma que “el colonizado es un perseguido que sueña permanentemente en convertirse en perseguidor” (Los condenados de la tierra). En consecuencia, el colonizado no sólo quiere recuperar la hacienda del colono, sino que también desea su lugar, porque ese mundo le suscita envidia. Mira de frente el núcleo duro de los problemas legados por las revoluciones y que no podemos seguir eludiendo, en vista de dramas como los que atraviesa Nicaragua. ¿Por qué los revolucionarios se colocan en el lugar, material y simbólico, de los opresores y los capitalistas, y en ocasiones de los tiranos contra los que lucharon? Nos deja con la pregunta, ofreciendo apenas pistas sobre los caminos posibles para salir de este terrible círculo vicioso que reproduce la opresión y el colonialismo interno en nombre de la revolución. Fanon recorre los vericuetos de la psiquis del oprimido, con el mismo rigor y valor con que cuestiona a los revolucionarios que, cegados por la rabia, cometen abusos en el cuerpo de los colonizadores.

Las similitudes entre oprimidos y opresores sólo pueden desbordarse desde una lógica distinta a la del poder, y sólo pueden desarmarse si somos capaces de reconocerlas. Los dirigentes sandinistas comenzaron ocupando las residencias de Somoza y usando sus coches por razones de “seguridad”, hasta que el clan gobernante terminó actuando como el dictador.

La zona del no-ser

Fanon comprendió en carne propia que existe una zona de nuestras sociedades donde la humanidad es vulnerada sistemáticamente por la violencia del opresor. Se trata de un lugar estructural, que no depende de las cualidades de las personas. Estima que es justamente en esa zona, que denomina “zona del no-ser”, donde puede nacer la revolución por la que está dando su vida, y advierte que el mundo colonial tiene compartimentos cuyas fronteras están señalizadas por cuarteles y estaciones de policía. Esos dos mundos tienen vida propia, reglas particulares y se relacionan jerárquicamente. Sostengo que el período actual de acumulación por despojo/cuarta guerra mundial, implica la actualización de las relaciones coloniales. Es probable que la potente actualidad de Fanon venga de la mano de la creciente polarización entre el uno por ciento más rico y la mitad más pobre y humillada de la humanidad, rasgos propios del período colonial.

En todo su trabajo, el autor se empeñó en mostrar que lo que vale para una zona, no necesariamente puede trasladarse a la otra. Que los modos de hacer política en la metrópoli no pueden ser los mismos que en la colonia. Que las formas de organización legales y abiertas de las zonas donde rigen los derechos humanos de los ciudadanos, no pueden ser copiadas por quienes viven en territorios arrasados como las favelas, los palenques, las comunidades de los pueblos originarios y las barriadas de las periferias urbanas.

Para Fanon, los pueblos oprimidos no deben caminar detrás de los partidos europeos de izquierda, cuestión que en el mismo período denunció su maestro Aimé Césaire en la Carta a Maurice Thorez*, donde enuncia el “paternalismo colonialista” del Partido Comunista Francés, que consideraba la lucha de los pueblos contra el racismo como “una parte de un conjunto más importante”, cuyo “todo” es la lucha obrera contra el capitalismo.

*

En América Latina existen varios movimientos que muestran cómo los oprimidos y las oprimidas van resolviendo a su manera los dos asuntos que he abordado. Los textos “Economía Política i y ii” del subcomandante insurgente Moisés del ezln, las memorias del dirigente nasa-misak
del Cauca colombiano, Lorenzo Muelas, así como las reflexiones y análisis de autoridades mapuche, entre muchas otras que no puedo citar, son buenos ejemplos de pensamiento critico en la zona del no-ser.

En el mismo sentido, las voces de las mujeres de abajo pueblan el grueso volumen recopilado por Francesca Gargallo, Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América. A esa multiplicidad de voces habría que sumar otras formas no occidentales de expresar cosmovisiones, desde el tejido y la danza hasta el cuidado de los animales, las plantas y la salud.

En segundo lugar, descubren que para despojarse de la imagen del opresor no alcanza con recuperar los medios de producción. Es un paso necesario sobre el que debe crearse algo nuevo, pero sobre todo diferente al mundo viejo, tejido de relaciones sociales no jerárquicas ni opresivas. La historia de las revoluciones nos enseña que este es el aspecto más complejo y la piedra con la que hemos tropezado una y otra vez.

Fanon advirtió los riesgos de que la acción rebelde termine reproduciendo la lógica colonial, en una luminosa y premonitoria referencia a Nietzsche: al final de Piel negra, máscaras blancas advierte que siempre hay resentimiento en la reacción. Sólo la creación de lo nuevo nos permite superar las opresiones, ya que la inercia reactiva tiende a invertirlas.

Medio siglo después podemos celebrar que muchos movimientos están empeñados, aquí y ahora, en vivir con dignidad en la zona del no-ser, esquivando las jerarquías estadocéntricas y patriarcales. Imaginemos que en esas creaciones late el corazón generoso de Fanon, desbordante de compromiso y creatividad.

Fuente: http://semanal.jornada.com.mx/2018/08/12/frantz-fanon-de-la-descolonizacion-al-pensamiento-critico-6809.html


**Carta a Maurice Thorez.

A Maurice Thorez

Secretario General del Partido Comunista Frances Maurice Thorez,

Me seria fácil articular una larga lista de quejas o de desacuerdos tanto respecto al Partido Comunista Francés como respecto al comunismo internacional patrocinado por la Unión Soviética.

La cosecha ha sido particularmente abundante en estos últimos tiempos y las revelaciones de Kruchev sobre Stalin son tales que han sumergido, o por lo menos así lo espero, a todos aquellos que han participado de algún modo en la acción comunista en un abismo de estupor, dolor y vergüenza.

Si, nada prevalecerá contra estos muertos, contra estos torturados, contra estas víctimas de suplicios; ni las rehabilitaciones póstumas, ni los funerales nacionales, ni los discursos oficiales. Ellos no son de esos cuyo espectro se conjura mediante alguna frase mecánica.

De ahora en adelante, su rostro aparecerá en filigrana en la pasta misma del sistema como la obsesión de nuestra derrota y de nuestra humillación.

Y por supuesto, no sera la actitud del Partido Comunista Francés mostrada en su XIV Congreso, actitud que parece haber sido dictada ante todo por la irrisoria preocupación de sus dirigentes por no perder su prestigio, la que permitirá disipar el malestar y logrará que una herida deje de ulcerarse y sangrar en lo mas profundo de nuestras conciencias.

Los hechos estan ahi, rotundos.

Cito en desorden: las precisiones dadas por Kruchev sobre los métodos de Stalin; la verdadera naturaleza de las relaciones entre el poder del Estado y la clase obrera en demasiadas democracias populares, que nos hacen creer en la existencia de un verdadero capitalismo de Estado en estos países, que explota a la clase obrera de manera no muy distinta a la que se estila en los países capitalistas; la concepción generalmente aceptada en los partidos comunistas de tipo estalinista de las relaciones entre los Estados y los partidos hermanos, y para muestra de ella la carretada de injurias volcadas durante cinco anos sobre Yugoslavia, culpable de haber afirmado su voluntad de independencia; la falta de signos positivos que muestren la voluntad del Partido Comunista Ruso y del Estado soviético de conceder su independencia a los demás partidos comunistas y a los demás Estados socialistas; o bien, la falta de prisa de los partidos no rusos, y particularmente del Partido Comunista Francés, para apropiarse de esta oferta y afirmar su independencia respecto a Rusia; todo esto nos autoriza a decir que -excepto en Yugoslavia- en numerosos países de Europa, y en nombre del socialismo, burocracias separadas del pueblo, burocracias usurpadoras de las cuales se ha probado actualmente que no hay nada que esperar, han logrado el lamentable prodigio de transformar en pesadilla lo que durante largo tiempo la humanidad acaricio como un sueno: el socialismo.

Respecto al Partido Comunista Francés, como no estar impactados por su repugnancia a comprometerse en las vías de la desestalinizacion; por su mala voluntad a la hora de condenar a Stalin y los métodos que lo han llevado al crimen; por su inalterable satisfacción de si mismo; por su rechazo a renunciar por su parte a los métodos antidemocráticos caros a Stalin; en fin, por todo aquello que nos autoriza para hablar de un estalinismo francés que tiene mayor perduración que Stalin mismo y que, se puede conjeturar, habría producido en Francia los mismo efectos catastróficos que en Rusia, si el azar hubiese permitido que en Francia se instalase en el poder.

¿Cómo callar aquí nuestra decepción?

Es muy cierto que al dia siguiente del informe Kruchev nos resquebrajamos de esperanza.

Esperabamos del Partido Comunista Francés una autocrítica honesta; una falta de solidaridad con el crimen que lo disculpara; no una renegación, sino un nuevo y solemne punto de partida; algo así como el Partido Comunista fundado una segunda vez. . . Por el contrario, en El Havre solo hemos visto terquedad en el error, perseverancia en la mentira, absurda pretensión de no haberse equivocado nunca; en resumen, una incapacidad senil en pontífices mas pontificadores que nunca, para desprenderse de si mismos y así elevarse al nivel del acontecimiento, y todas las argucias pueriles de un orgullo sacerdotal acorralado.

¡Pero vamos! Todos los partidos comunistas cambian. Italia. Polonia. Hungría. China. Y el partido francés, en medio del torbellino general, se contempla a si mismo y se declara satisfecho. Nunca tuve tanta conciencia de un tal retardo histórico afligiendo a un gran pueblo…

Pero por mas grave que sea esta queja -suficiente en si misma como fracaso de un ideal y como ilustración patética de la derrota de toda una generación- quiero añadir un numero de consideraciones relacionadas con mi característica de hombre de color.

Digámoslo en una sola palabra: a la luz de los acontecimientos (y tras reflexionar sobre las prácticas vergonzosas del antisemitismo que han tenido lugar y continúan, parece, teniendo todavía lugar en países que se reclaman del socialismo), he adquirido la convicción de que nuestros caminos y aquellos del comunismo, tal como ha sido puesto en práctica, pura y simplemente no coinciden; pura y simplemente no pueden coincidir.

Un hecho capital a mis ojos es el siguiente: que nosotros, hombres de color, en este preciso momento de la evolución histórica, hemos tornado posesión, en nuestra conciencia, de todo el campo de nuestra singularidad y estamos listos para asumir en todos los planos y en todos los dominios las responsabilidades que se derivan de esta toma de conciencia.

Singularidad de nuestra «situación en el mundo» que no se confunde con ninguna otra. Singularidad de nuestros problemas que no se reducen a ningún otro problema. Singularidad de nuestra historia jalonada por avatares terribles que solo le pertenecen a ella. Singularidad de nuestra cultura que deseamos vivir de manera cada vez mas real.

¿Qué resulta de ello, entonces, sino constatar que nuestros caminos hacia el porvenir, digo, todos nuestros caminos, tanto el camino político como el camino cultural, no están trazados de antemano, que están por descubrir y que los afanes de este descubrimiento solo nos conciernen a nosotros?

Basta decir que estamos convencidos de que nuestras cuestiones, o si se quiere, la cuestión colonial, no puede ser tratada como una parte de un conjunto mas importante, una parte sobre la cual otros podrán transigir o dejar pasar tal compromiso que les parecerá justo dejar pasar, considerando una situación general que solo ellos podrán apreciar.

(Es obvio que aquí hago alusión al voto del Partido Comunista Francés sobre Argelia, voto por el cual el partido concedía plenos poderes al gobierno de Guy Mollet Lacoste para que aplicase su política en África del Norte, eventualidad respecto a la cual no tenemos ninguna garantía de que no pueda volver a repetirse.)

En todo caso, es incuestionable que nuestra lucha, la lucha de los pueblos colonizados contra el colonialismo, la lucha de los pueblos de color contra el racismo, es mucho mas compleja, es, a mi juicio, de una naturaleza muy distinta a la lucha del obrero francés contra el capitalismo francés y de ningún modo podría ser considerada como una parte, como un fragmento de esta lucha.

A menudo me he formulado la pregunta de saber si en sociedades como las nuestras, rurales como son, sociedades del campesinado, donde la clase obrera es ínfima y donde, por el contrario, las clases medias tienen una importancia política desmesurada en relación con su importancia numérica real, si en el contexto actual las condiciones políticas y sociales permitían una acción eficaz de organizaciones comunistas actuando de forma aislada (y con mayor razón organizaciones comunistas federadas o adheridas al partido comunista de la metrópoli), y si en lugar de rechazar a priori y en nombre de una ideología exclusiva de hombres honestos pese a todo y fundamental- mente anticolonialistas, no existiría, por el contrario, la posibilidad de encontrar una forma de organización lo mas amplia y flexible posible, una forma de organización susceptible de impulsar al mayor número de personas mas que de enrolar a un pequeño número de ellas en una organización autoritaria. Una forma de organización en la que los marxistas ya no estarían sofocados, sino que desempeñarían, por el contrario, su papel de levadura, de inspiradores, de orientadores, y no el papel que desempeñan en este momento, objetivamente, de divisores de las fuerzas populares.

El atolladero en el que estamos hoy en las Antillas, pese a nuestros triunfos electorales, me parece que zanja la cuestión: opto por lo mas amplio contra lo mas estrecho; por el movimiento que nos coloca codo a codo con los otros y contra aquel que nos encierra; por aquel que reúne las energías contra aquel que las divide en capillas, en sectas, en iglesias; por aquel que libera la energía creadora de las masas, contra aquel que las canaliza y finalmente las esteriliza.

En Europa, la unidad de las fuerzas de izquierda esta a la orden del día; los fragmentos del movimiento progresista tienden nuevamente a soldarse, y sin ninguna duda, este movimiento de unidad se volvería irresistible si por el lado de los partidos comunistas estalinistas estos se decidieran a deshacerse, por sobre todas las cosas, del impedimento de sus prejuicios, de sus costumbres y de sus métodos heredados de Stalin. No hay ninguna duda de que en este caso se privaría de toda razón, o mejor aún, de todo pretexto para oponerse a la unidad a aquellos que en los demás partidos de izquierda no quieren ésta, y as! sus adversarios se encontrarían aislados y reducidos a la impotencia.

Y entonces, como en nuestro país, donde muy a menudo la división es artificial, proveniente del exterior, vinculada a divisiones europeas abusivamente transplantadas en nuestras políticas locales, cómo no habríamos de estar dispuestos a sacrificar todo, todo lo secundario para volver a encontrar lo esencial; esta unidad con hermanos, con camaradas, que es la muralla de nuestra fuerza y la garantía de nuestra confianza en el porvenir.

Por lo demás, aquí, la vida misma zanja la cuestión. ¡Mirad entonces el gran soplo de unidad que pasa sobre todos los países negros! ¡Mirad como aquí y allá se remienda el tejido roto! Es porque la experiencia, una experiencia duramente adquirida, nos ha enseñado que solo existe un arma a nuestra disposición, una sola eficaz, una sola no mellada: el arma de la unidad, el arma del agrupamiento anticolonialista de todas las voluntades, y que el tiempo de nuestra dispersión, a merced de las discrepancias de los partidos metropolitanos, es también el tiempo de nuestra debilidad y de nuestras derrotas.

Por mi parte, creo que los pueblos negros están dotados de energía, de pasión; que no les falta vigor, ni imaginación; pero que estas fuerzas se marchitarían en organizaciones que no les sean propias; hechas para ellos; hechas por ellos y adaptadas a objetivos que solo ellos pueden determinar.

Esto no es voluntad de luchar solo ni desdén de toda alianza. Es voluntad de no confundir alianza y subordinación. Solidaridad y renuncia. Ahora bien, es precisamente ahí donde nos amenazan algunos de los defectos muy visibles que constatamos en los miembros del Partido Comunista Francés: su asimilacionismo inveterado; su chovinismo inconsciente; su convicción apenas primaria -que comparten con los burgueses europeos- de la superioridad unilateral de Occidente; su creencia en que la evolución tal como se ha desarrollado en Europa es la única posible; la única deseable; aquella por la cual el mundo entero deberá pasar; para decirlo todo, su creencia, raramente confesada pero real, en la Civilización con mayúscula; en el Progreso con mayúscula (como muestra su hostilidad frente a lo que llaman con desdén el «relativismo cultural*, defectos todos ellos que, por supuesto, llegan hasta la comunidad literaria que dogmatiza en nombre del partido a propósito de todo y de nada). Debe decirse, de paso, que los comunistas franceses tuvieron una buena escuela. La de Stalin. Y Stalin es, indiscutiblemente, aquel que reintrodujo en el pensamiento socialista la noción de pueblos «avanzados» y de pueblos «atrasados».

Y si el habla del deber que tiene el pueblo avanzado (en este caso los gran rusos) de ayudar a los pueblos atrasados a colmar su retardo, que yo sepa, el paternalismo colonialista proclama también esta pretensión.

En el caso de Stalin y de sus sectarios seguidores, tal vez no se trate de paternalismo. Pero se trata seguramente de algo que se le parece hasta el punto que se confunde con él. Inventemos la palabra: se trata del «fraternalismo». Porque indiscutiblemente se trata de un hermano, de un hermano mayor que, imbuido de su superioridad y seguro de su experiencia, os toma de la mano (¡por desgracia una mano a veces ruda!) para conduciros al camino en el cual él sabe que se encuentran la razón y el progreso.

Ahora bien, es exactamente lo que no queremos. Lo que no queremos mas.

Queremos que nuestras sociedades alcancen un grado superior de desarrollo por ellas mismas, por crecimiento interno, por necesidad interior, por progreso orgánico, sin que nada externo venga a entorpecer este crecimiento, a alterarlo o a comprometerlo.

En estas situaciones se comprende que no podamos otorgarle a nadie la delegación para pensar por nosotros; delegación para buscar por nosotros; que de ahora en adelante no podamos aceptar que nadie, sea quien sea, así fuese el mejor de nuestros amigos, sea fiador por nosotros. Si la meta de toda política progresista es devolver algún día su libertad a los pueblos colonizados, se precisa, al menos, que la acción cotidiana de los partidos progresistas no entre en contradicción con el objetivo buscado y no destruya todos los de las las bases mismas, tanto las bases organizacionales como las bases psicológicas, de esta futura libertad, que pueden reducirse a un solo postulado: el derecho a la iniciativa.

Creo haber dicho lo bastante para que se comprenda que no es ni del marxismo ni del comunismo de lo que reniego, que lo que repruebo es el uso que algunos han hecho del marxismo y del comunismo. Que quiero que marxismo y comunismo estén puestos al servicio de los pueblos negros y no los pueblos negros al servicio del marxismo y del comunismo. Que la doctrina y el movimiento estén hechos para los seres humanos, y no los seres humanos para la doctrina o para el movimiento. Y por supuesto, esto no es únicamente válido para los comunistas. Y si yo fuera cris- tiano o musulmán, diría la misma cosa. Que ninguna doctrina es válida sino repensada por nosotros, repensada para nosotros, convertida a nosotros. Esto parece caerse por su peso. Y, sin embargo, en la práctica no se cae por su peso. Y aquí es necesario imponer una verdadera revolución copernicana: tan enraizada esta en Europa, y en todos los partidos, y en todos los dominios, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, la costumbre de hacer por nosotros, la costumbre de disponer por nosotros, la costumbre de pensar por nosotros, en resumen, la costumbre de cuestionarnos este derecho a la iniciativa del que hablaba hace un momento y que es, en definitiva, el derecho a la personalidad.

Ahí esta sin duda lo esencial del asunto.

Existe un comunismo chino. Sin conocerlo muy bien, tengo, en relación con él, un prejuicio muy favorable. Y espero de él que no caiga en las monstruosas equivocaciones que han desfigurado el comunismo europeo. Pero también me interesaría, y todavía mas, ver florecer y expandirse la variedad africana del comunismo. Sin duda este nos propondría variantes útiles, insólitas, originales, y estoy seguro, nuestras viejas sabidurías matizarían o perfeccionarían muchos de los puntos de la doctrina.

Pero digo que no habrá jamás variante africana, o malgache, o antillana del comunismo, porque el comunismo francés encuentra mas cómodo imponernos la suya. Que no habrá jamás comunismo africano, malgache o antillano, porque el Partido Comunista Francés concibe sus deberes frente a los pueblos coloniales en términos de magisterio que debe ejercer, y que el anticolonialismo mismo de los comunistas franceses porta todavía los estigmas de este colonialismo que combate. O lo que es casi lo mismo, que no habrá comunismo propio de cada uno de los países coloniales que dependen de Francia, mientras las oficinas de la calle Saint Geor- ges, las oficinas de la sección colonial del Partido Comunista Francés, esta replica perfecta del Ministerio de la calle Oudinot, persistan en pensar nuestros países como tierras de misión o como países bajo mandato.

Para volver a nuestro propósito, la época que vivimos esta bajo el signo de una doble derrota: una evidente desde hace mucho tiempo, la del capitalismo. Pero también la otra, aquella, sobrecogedora, de lo que consideramos socialismo duran- te mucho tiempo y que no era mas que estalinismo.

El resultado es que actualmente el mundo esta en un atolladero.

Esto solo puede significar una cosa: no que no haya un camino para salir del mismo, sino que llegó la hora de abandonar todos los viejos caminos. Aquellos que llevaron a la impostura, a la tiranía, al crimen.

Basta decir por nuestra parte que ya no queremos contentarnos con asistir a la política de los demás. Al pisoteo de los demás. A los tejemanejes de los demás. A las chapucerías de conciencia o a la casuística de los otros.

Nuestra hora ha llegado.

Y lo que acabo de decir de los negros no solo es válido para los negros.

Si, todo puede ser todavía salvado, todo, incluso el pseudosocialismo instalado aquí y alia en Europa por Stalin, a condición de que la iniciativa le sea devuelta a los pueblos que hasta el momento no han hecho sino padecerla; a condición de que el poder descienda y se arraigue en el pueblo, y no escondo que la efervescencia que se produce actualmente en Polonia, por ejemplo, me llena de alegría y esperanza.

Que se me permita aquí pensar mas particularmente en mi infortunado país: Martinica.

Pienso en él para constatar que el Partido Comunista Francés padece la incapacidad absoluta de ofrecerle una perspectiva que no sea utópica; que el Partido Comunista Francés nunca se ha preocupado por ofrecérsela; que nunca ha pensado en nosotros sino en función de una estrategia mundial, por lo demás desorientadora.

Pienso en Martinica para constatar que el comunismo ha logrado pasarle el nudo corredizo de la asimilación alrededor del cuello; que el comunismo ha logrado aislarla en la cuenca caribe; que ha logrado sumergirla en una especie de gueto insular; que ha logrado aislarla de los demás países antillanos cuya experiencia podría serle a la vez instructiva y fructífera (porque tienen los mismos problemas que nosotros y porque su evolución democrática es impetuosa): que el comunismo, en fin, ha logrado incomunicarnos del África negra, cuya evolución se perfila de ahora en adelante a contrapelo de la nuestra. Y sin embargo, es de este África negra, la madre de nuestra cultura y nuestra civilización antillana, de la que espero la regeneración de las Antillas; no de Europa, que solo puede perfeccionar nuestra alienación, sino de África, que es la única que puede revitalizar, repersonalizar las Antillas.

Lo se.

Se nos ofrece a cambio la solidaridad con el pueblo francés; con el proletariado francés y, a través del comunismo, con los proletariados mundiales. No niego estas solidaridades. Pero no quiero erigir estas solidaridades en metafísica. No existen aliados por derecho divino, existen aliados impuestos por el lugar, el momento y la naturaleza de las cosas. Y si la alianza con el proletariado francés es exclusiva, si esta tiende a hacernos olvidar o a contrariar otras alianzas necesarias y naturales, legítimas y fecundantes, si el comunismo saquea nuestras amistades mas vivificantes, aquella que nos une con las demás Antillas, aquella que nos une con África, entonces digo que el comunismo nos causo perjuicio haciéndonos trocar la fraternidad viva por lo que corre el riesgo de aparecer como la mas fría de las frías abstracciones.

Anticipo una objeción.

¿Provincianismo? En absoluto. No me entierro en un particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo «universal».

Mi concepcion de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares.

¿Entonces? Entonces necesitaremos paciencia para retomar el trabajo; fuerza para rehacer lo que ha sido deshecho; fuerza para inventar en lugar de seguir, fuerza para «inventar» nuestra ruta y para despejarla de las formas estereotipadas, de las formas petrificadas que la obstruyen.

En resumen, de ahora en adelante, consideramos como nuestro deber conjugar nuestros esfuerzos con los de todos los hombres prendados de la justicia y la verdad para construir organizaciones capaces de ayudar a los pueblos negros en su lucha presente y futura de manera proba y eficaz: lucha por la justicia; lucha por la cultura; lucha por la dignidad y la libertad; organizaciones capaces de prepararlos, en una palabra, en todos los ámbitos para asumir de manera autónoma las pesadas responsabilidades que en este mismo momento la historia hace pesar tan fatigosa- mente sobre sus hombros.

En estas condiciones, le ruego que acepte mi dimisión como miembro del Partido Comunista Francés.

Aime Cesaire París, 24 de octubre de 1956.

Fuente: https://4edu.info/index.php?title=Aim%C3%A9_C%C3%A9saire:_Carta_a_Maurice_Thorez

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