En memoria de Rosa Luxemburgo, el «águila» roja del socialismo [Video].

Conmemoración de los asesinatos de Rosa Luemburgo y Karl Liebknecht en Berlín en enero de 1919.

«Rosa Luxemburg», de Margarethe von Trotta

por Miguel Casado/Bandera Roja.

La rosa de nadie

Casi al principio de Rosa Luxemburg, la película de Margarethe von Trotta, los líderes del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) se reúnen para celebrar el año nuevo de 1900. La protagonista se niega a bailar con Bernstein, uno de los padres fundadores, por sus recientes discrepancias ideológicas: no acepta separar lo personal y lo político, y ese principio, ser consecuente, lo llevará cada vez más a fondo. Otro de los fundadores, Bebel, será el que avise: “Ya la ahorcaremos”, aunque ella no titubee: “Veremos quién ahorca a quién”. En escasos planos, en concisas palabras, se condensa el drama de la evolución política de Rosa Luxemburg, que lleva a una íntima escisión personal y a la ruptura –la institucionalización en el sistema frente a la voluntad revolucionaria– con los maestros y los amigos de muchos años. El personaje que traza Von Trotta nunca vacila en esa encrucijada, pese a padecer en silencio una progresiva soledad. El choque final, por las posiciones ante la guerra de 1914, era forzoso: la contundencia y el valor de su postura antibelicista resuenan elocuentes en ese espacio vacío. La película se compone en tonos grises, con el hostil blanco de la nieve.

Algo que extraña en ella es la ausencia de esas masas de las que tanto se habla. Los trabajadores van a los mítines de Luxemburg, durante sus estancias en la cárcel se ve a otras presas; pero se vuelve siempre al marco de la cúpula socialdemócrata, sus discusiones, lo áspero de un pensamiento independiente. Sin embargo, durante la guerra y, sobre todo, con el estallido revolucionario que sigue a la derrota alemana a comienzos de noviembre de 1918, esas multitudes postergadas asumieron su protagonismo como nunca antes. Por su procedencia poco esperable, la carta en la que Rilke relata conmovido una asamblea popular en Munich, la toma de la palabra por los desposeídos, es muy expresiva para intuir la dimensión de un fenómeno que pudo cambiar la historia de Europa. Y que, seguramente, sigue aún por pensar.

En los últimos años fue apareciendo en castellano la serie narrativa que Alfred Döblin dedicó a Noviembre de 1918, en la magnífica traducción de Carlos Fortea, formada por cuatro extensos volúmenes: Burgueses y soldados, El pueblo traicionado, El regreso de las tropas, y el final, Karl y Rosa. El extraordinario narrador que es Döblin militó en la revolución entonces, pero no se decidió a afrontarlo en la escritura hasta los años 40, al final de su exilio. Su poder lingüístico, la exigente flexibilidad técnica, la rica variedad de sus recursos no sorprenden si se piensa que el crucial debate entre realismo y vanguardia tuvo quizá su núcleo más lúcido en Alemania, y ahí están, por ejemplo, los escritos teóricos de Brecht, que muestran la vanguardia como la vía más eficaz para explorar la realidad del mundo.

Döblin dibuja las tres posiciones en liza: la defensa del orden y del sistema por el nuevo gobierno republicano del SPD, el pragmatismo de los militares que amagan con su golpismo monárquico para proteger intereses de clase, y el entusiasmo de las multitudes revolucionarias –que derribaron la monarquía, establecieron el gobierno de los Consejos de obreros y soldados y, por último, fueron sangrientamente reprimidas por la alianza de los otros dos campos. A diferencia de la película de Von Trotta, la novela no entrega un relato con héroe, sino un mosaico social, un proteico personaje colectivo, sin jerarquías; Döblin recupera así la confusión de aquellos días, tratando de ver a través de ella, sin una perspectiva privilegiada, sin ningún alto observatorio que permita una visión de conjunto. Recoge la movilidad de los hechos, los vaivenes del ánimo, los engaños y verdades, el entusiasmo y el oportunismo, la abnegación y el medro. Y como, aun en la multitud, busca los primeros planos, no pierde de vista la raíz personal de los comportamientos, el cruce de lo ideológico y lo íntimo, en una atmósfera compartida de desesperación existencial. “Lo personal es político”, sí, como enunciará el viejo dicho feminista, que aquí cobra vida en su gama de claroscuros.

Y es la densidad de los hechos –y la sensación de deuda con ellos– la que invita a releer el revelador trabajo, fuera de eslóganes y esquemas, de Sebastian Haffner, La revolución alemana de 1918-1919. Tramar su hilo con la dispersión fragmentaria del monumental texto de Döblin es un ejercicio apasionante. Hasta llegar a su término: el 15 de enero de 1919, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, líderes del recién creado Partido Comunista, fueron asesinados por uno de los nuevos cuerpos de élite, fruto del pacto secreto entre el Estado Mayor y el SPD. La película de Von Trotta –a la que vuelvo con gusto y emoción, pese a las dudas de enfoque que me plantea– salta de la salida de la cárcel de Rosa, a mediados de noviembre, a la escena final, limitándose a sugerir disensiones en su grupo y obviando el papel de los socialdemócratas, aunque la cita inicial de Bebel ya anunciara cuál sería. No hay análisis ni apenas atención para la democracia que ejerce la multitud; de algunas cosas tal vez todavía no resulte fácil hablar, un siglo después. Un violento culatazo y un tiro callan la clarividencia de Luxemburg, su temple de polemista: “La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”. La película se cierra con un plano sostenido de las aguas del canal, de noche, mudo.

Como en el poema de Celan, donde late el origen judío de ella junto a la mención del Hotel Edén, cuartel general de los nuevos Fusileros de la Guardia:

“Llega la mesa con los dones, / dobla la esquina de un Edén– / El hombre, hecho un colador, la mujer / ¡a nadar!, la marrana, / por ella, por nadie, por todos– / El canal de la Landwehr no hará ruido. / Nada / se estanca”.

20-09-2016.

Fuente: http://banderaroja.blogspot.com/2016/09/rosa-luxemburg-de-margarethe-von-trotta.html
Película:
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El asesinato de Rosa Luxemburgo, águila de la revolución.

Rosa_LuxemburgEl 15 de enero se cumplen 98 [100, nota del Editor CT] años del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en manos de tropas alemanas, bajo un gobierno socialdemócrata. La flor más brillante del movimiento socialista internacional.

La vida intensa y plena de Rosa Luxemburgo podría llenar varios capítulos de la historia de una heroína de ficción; no alcanzan las páginas para relatar la cantidad de acontecimientos históricos, experiencias revolucionarias y momentos dramáticos que llenan su biografía.

Nacida en 1871 en la pequeña localidad de Zamosc, en Polonia, murió asesinada a los 47 años durante la insurrección alemana en 1919. Tenía una personalidad revolucionaria deslumbrante: teórica marxista, agitadora de masas y aguda polemista. Poseía al mismo tiempo una gran sensibilidad por los animales y la naturaleza, por toda la vida que la rodeaba, algo que se puede descubrir en la nutrida correspondencia que dirigió durante años a amigos desde diferentes prisiones y lugares donde residió.

Su figura siempre fue polémica, en vida concentró el odio de los poderosos y de los reformistas en las filas del SPD. Tras su muerte, su legado fue atacado por socialdemócratas y estalinistas, porque representaba un espíritu indomable.

Como mujer, rompió todos los esquemas de la época: se recibió de Doctora en Ciencias Políticas, nunca se casó -en realidad se casó formalmente una vez solo para poder obtener la ciudadanía alemana-, tuvo numerosos amantes, se convirtió en dirigente del movimiento socialista internacional y no se doblegó ante nada.

Con tan solo 15 años inicia su militancia revolucionaria en Polonia, durante su etapa escolar. Después de dos años de agitar ente los estudiantes consignas revolucionarias, el nombre de la pequeña Rozalia ya es frecuente entre los informantes policiales, por lo que escapa de forma clandestina a Zúrich, donde se concentra gran parte del exilio ruso y polaco. Allí conocerá a los popes del socialismo internacional, como Plejanov, y comienza su intensa relación personal y política con Leo Jogiches, joven socialista lituano con grandes capacidades de organizador entre los obreros.

Karl Liebknecht
Karl Liebknecht, marxista y antimilitarista, arrestado y asesinado al mismo tiempo que Rosa Luxemburgo.

Convertida ya en una referente del socialismo polaco, a fin de siglo emprende el viaje a Berlín para integrarse al Partido Socialdemócrata de Alemania, que era entonces el corazón de la Segunda Internacional. Allí despliega sus dotes de polemista y teórica contra el revisionismo reformista de Eduard Bernstein, quien intentaba formular la vía de un socialismo moderado y pacífico, sin revolución ni lucha de clases, mediante la ampliación gradual de la democracia parlamentaria. Rosa responde en su folleto “Reforma o revolución”, que aún hoy mantiene una actualidad sorprendente.

En 1905 el aire fresco de la revolución rusa conmueve profundamente a Rosa. “Todo cuanto había hecho hasta ese momento: sus investigaciones científicas, sus luchas intelectuales, la formación y la organización de los cuadros revolucionarios, su lucha contra los poderes estatales para llevar un poco de claridad a los trabajadores, había estado imbuido del pensamiento constante en la revolución. Ahora era una realidad”. (Paul Frölich) Logra ingresar con nombre falso a Varsovia, donde es detenida, y poco después escribe un folleto sobre la huelga política de masas, para “traducir al alemán” las lecciones de la revolución rusa.

Otro momento destacado de su biografía son los años que siguen al estallido de la guerra, dedicados a agitar entre los trabajadores la necesidad de movilizarse contra la barbarie imperialista de la Primera Guerra Mundial. Rosa emprende, junto a un puñado de sus camaradas como Mehring, Clara Zetkin y Liebknecht, un combate internacionalista contra la traición de la socialdemocracia alemana que aprueba los créditos para la guerra el 4 de agosto de 1914.

“La revolución es magnífica… Todo lo demás es un disparate”

La frase pertenece a una carta de Rosa dirigida a Emmanuel y Matilde Wurm, en 1906. En 1917, la revolución rusa encontró nuevamente en ella una firme defensora que intentó transmitir a la clase trabajadora alemana toda esa experiencia. Para Rosa, a pesar de las diferencias expresadas en algunos trabajos, los bolcheviques tenían el mérito histórico de haberse atrevido a mostrar un camino para el socialismo internacional.

Su profunda amistad con Clara Zetkin, organizadora del movimiento de mujeres socialistas, la acompañó toda su vida. Aunque nunca aceptó la propuesta de la dirección del SPD de dedicarse exclusivamente a la cuestión femenina, escribió sobre las mujeres trabajadoras y apoyó firmemente el trabajo feminista socialista de Clara. Su rebelión contra los mandatos patriarcales se mostró tanto en su vida personal como en su actividad política, en un mundo donde los hombres reinaban también dentro de los partidos socialistas.

Rosa Luxemburgo, en su casa en Berlín en 1907.

A mediados de 1918, en medio de la revolución de los consejos obreros en Alemania, Rosa es liberada de prisión después de una larga temporada. Se lanza a una actividad política febril. Según su biógrafo P. Nettl, en esos meses Rosa y Karl viven “varias vidas” en un mismo día, escribiendo, reuniéndose, agitando, organizando, como líderes de la Liga Espartaco, núcleo del naciente Partido Comunista alemán.

La caída del Kaiser y la proclamación de la República deja el gobierno en manos de los socialistas más moderados, el SPD, del que se habían escindido los socialistas independientes, el USPD. Ebert y Noske, líderes socialdemócratas, llegan a un acuerdo con el Estado mayor alemán y los Freikorps (bandas paramilitares de soldados que habían sido desmovilizados del ejército del Kaiser), para aplastar la insurrección de los consejos obreros.

El 15 de enero, por la noche, Rosa y Karl son arrestados y trasladados a una de las sedes de los Freikorps. Según una testigo presencial, Rosa es golpeada brutalmente. Cuando la obligan a salir por la puerta, un soldado le parte el cráneo con el culatazo de su rifle. Un tiro remata el crimen, como ya habían hecho con Leibknecht. El cadáver de Rosa es lanzado al río, donde permanece durante meses, en la más profunda oscuridad. Poco después es asesinado Jogiches.

En una carta a Sophie Liebknecht, un año antes, Rosa describía desde la cárcel su profunda pasión por la vida: “Y le sonrío a la vida, como si supiera algún secreto mágico que pudiera desmentir todo lo malo y lo triste, y lo convirtiera en mucha luz y felicidad. Y busco la razón para tener tanta alegría. No encuentro nada y tengo que reírme otra vez de mí misma. Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma, la profunda penumbra de la noche que es tan bella y suave como el terciopelo, si una sabe mirarla.”

La responsabilidad política de la socialdemocracia reformista en el crimen de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht está fuera de toda duda. Los líderes de la revolución alemana cayeron asesinados, pero su nombre vive por siempre en la historia del movimiento obrero internacional. Lenin escribió sobre ella que era una verdadera “águila” de la revolución.

15-01-2017

Fuente: https://diario16.com/el-asesinato-de-rosa-luxemburgo-aguila-de-la-revolucion/

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