Chile trova: Eduardo Peralta y sus 40 años de cantaautor.

“Chile vive en un ejercicio permanente de amnesia”.

Eduardo Peralta es uno de los pocos representantes del Canto Nuevo que con 40 años de trayectoria permanece vigente. Todos los lunes, desde hace veinte años, comparte su canto en el Mesón Nerudiano, y otros escenarios culturales y académicos. Este hecho, bien podría considerarse mítico, dado el escaso reconocimiento y apoyo oficial al legado de esta generación de compositores.

Trovador, payador y traductor, a los 15 años comienza a escribir sonetos y dos años más tarde, a componer sus primeros temas. “El hombre es una flecha”, “Juan González”, “Canción de amor contigo y con todos”, “Navidad”, constituyen un claro ejemplo del valor poético y político de su quehacer creativo, el que con tintes de humor corrosivo y crítico, logró burlar la cruda censura en periodo de dictadura y permanecer durante cuatro décadas en la memoria colectiva del canto nacional.

En 1979 parte a Europa, viaje que marcará profundamente su historia y determinará hasta hoy al artista polisémico y carismático. Quién podría olvidar la risa contagiosa de Peralta y Pedro Yáñez en el programa “La noche de los payadores” de Radio Umbral, y quién desconocer el permanente intento de este artista por relevar la figura de los poetas nacionales relegados al olvido, por enriquecer y preservar el patrimonio literario y musical de Chile.

Reconocida es también la admiración de Peralta por el genial trovador francés Georges Brassens, a quien tradujo y adaptó de manera notable; trabajo que ha sido premiado en Francia con el título Chevalier des Arts et des Lettres, y el Grand Prix de la SACEM (Société des Auteurs, Compositeurs et Éditeurs de Musique).

Algo importante y significativo dijo y sigue diciendo Eduardo Peralta. La siguiente entrevista da cuenta de ello.

Qué significado asignas a la palabra Trovador, considerando que eres uno de ellos. Háblanos un poco de este personaje medieval, de sus orígenes y de su vigencia.

-Bueno, a mí siempre me ha gustado leer, soy un lector asiduo de poesía. Empecé con el Siglo de Oro a los 15 años. Además, mi abuela Rosa que murió a los 102 años, me recitaba sonetos de Lope de Vega, décimas de Núñez de Arce, poemas de Juan de Dios Peza o Amado Nervo que a ella le gustaban mucho. Entonces, me fui por el lado del verso consonante, del verso clásico. Me encantó el Siglo de Oro Español, y me sigue gustando, en particular Quevedo, Góngora, Lope. Pero comencé a buscar más atrás de ese siglo a nivel histórico, a nivel poético y ahí me encontré con estos “personajones” que eran los trovadores del siglo XII, XIII no solamente de España, que obviamente lo hay, y más que en el mundo madrileño en el mundo gallego tan ridiculizados siempre, yo creo que por el centralismo madrileño que se ríe de otras expresiones, siendo paradojalmente los gallegos mucho más civilizados que los madrileños.

Por supuesto también me interesé por los trovadores del Mediodía Francés, del Languedoc y de la Provenza, que tienen unas maravillas de personajes como Bernart de Ventadorn, Bertrán de Born, Marcabru… Me gustaba mucho Pero Da Ponte. A él yo lo grabé en el primer disco  del año ’83, cuando estaba empezando con mis aventuras musicales y poéticas, y creo ser el primer trovador chileno que grabó a un trovador medieval. Personaje encantador que murió muy joven –atravesado por una espada- porque solían los trovadores medievales enamorarse de las mujeres equivocadas, ligadas a las altas alcurnias; casadas  con un rey, un príncipe o un marqués. Obviamente eran bastante escogidas y bonitas, lo que despertaba odios importantes. Entonces, Pero Da Ponte era para mí un gran personaje, por eso grabé una canción que a veces la muestro como ejemplo de canción medieval (recita): “Se eu podesse desamar / a quem me sempre desamou, / e podess’algún mal buscar / a quem me sempre mal buscou!” Y esa es una canción que a mucha gente la ha acompañado, me comentan, gusta y preguntan ¿por qué te interesas en esto? Y yo les digo, porque siento que los trovadores -que pronto van a cumplir un milenio como fenómeno-, desde Guillermo de Aquitania, eran artistas que iban contra la teocracia de la época, pero en forma poética, ¡porque si no los quemaban simplemente!

Por eso hay un paralelo en lo que pasó con las dictaduras latinoamericanas, en los años ‘60  ’70, y lo que fueron los trovadores medievales, porque se vino la noche medieval, y sigue volviendo en Latinoamérica. Esta mezcla de política y religión, en un sentido opresivo, en un sentido de teocracia, que viene claramente en Brasil, con Bolsonaro y compañía. En Chile, Argentina, Uruguay en los años ’70 se vino la noche medieval, y los trovadores tuvieron que trabajar como los del siglo XII y XIII, y hubo que jugar con la metáfora, había que intentar de alguna forma pasar las redes de la censura a través de la poesía. Yo creo que esa fue la aventura más bonita que vivió Latinoamérica, que vio nacer artistas como Caetano, Chico Buarque, Silvio, y un poco más atrás en el tiempo a Yupanqui junto a Violeta que fueron los padres del folclor inteligente, crítico, un folclor que conversaba y dialogaba, y que por lo  tanto opinaba en forma poética, por supuesto. Por eso yo rescato la figura del trovador, lo que llaman el “eterno retorno”, algún filósofo alemán bigotudo hablaba de esto (risas). Yo siento eso, siento la sincronía.

Además, yo tengo algo de sangre francocanadiense por mi abuela Valin, del lado paterno. Los Valin eran unos canadienses que iban de Quebec hacia el oro de California en el siglo XIX, y una mujer que venía embarazada, se le adelantó el parto y tuvo que bajar en Coquimbo, esa fue la razón de que yo esté vivo.

Según lo que señalas, el trovador no sólo está ahí para visibilizar y denunciar, sino para a través de la poesía y el canto trascender estos hechos, sortearlos de una manera inteligente, metafórica, más allá de la mera denuncia.

– Efectivamente, la palabra trovador, proviene del verbo Trobar (con b), que es un verbo occitano, que luego dio origen al verbo trouver, que en francés quiere decir “encontrar”.  Entonces, el trovador es el artista del hallazgo, o trouvaille como dicen los franceses. El Hallazgo del verso, de la melodía, de la metáfora como dices tú, de lo que construye canción original, algo nuevo bajo el sol, como decía Huidobro, y que puede despertar el oído, el corazón, el espíritu de le gente gracias a ese hallazgo inicial proveniente del siglo XII, y presente hasta nuestros días en el oficio de los trovadores.

Retomando lo que mencionaste acerca de tus primeros acercamientos con la poesía, me llamó la atención que un joven de 15 años escribiera sonetos, ahora me queda clara la influencia de tu abuela Rosa. ¿Participabas de concursos? ¿Hubo un medio que se interesara por tus poemas?

-Claro, yo escribía sonetos. Yo escribí poesía antes de cantar. A esa edad yo escribía y mandaba mis escritos a diarios, a revistas como Mampato, que publicaba poemas míos. Unos poemas muy cursi (risas). De hecho Las Últimas Noticias me publicó un poema que hice a los 14 o 15 años por la muerte de Neruda. Lo titularon “Un niño canta a Neruda”, y lo publicaron completo (recita): “Vivías en la humedad y el fío del austro, pero tu gran mensaje ardió y aún arde. Le cantabas al pueblo de tu patria, dándole tu mensaje, y sucedió que tu humedad hirviente un día cruzó límites y mares, desiertos y montañas, arrasándolo todo, y fuiste conocido y reconocido en todo el mundo como insigne vate”.

¡Qué belleza! Para entonces ya estabas imbuido de un espíritu creador, eras la potencia de un este espíritu

-En aquella época no sabía nada de música, era un joven, un niño, y de pronto comencé a escuchar música y a interesarme en la guitarra y el piano, de hecho toco piano hasta ahora…

Y tu colegio, el Notre Dame, ¿de qué manera influyó en tu formación artística?

-El Notre Dame fue fundamental para dos cosas; para el francés, para el mundo francófono. Recuerdo al cura Polain, que era monarquista, un cura muy conservador, belga, pero con una visión de la educación muy revolucionaria, en libertad. Con los profes nos tratábamos de tú, cosa que era rarísima en plena dictadura. No usábamos uniforme, sino ropa de calle. Había una libertad especial. Este cura nos enseñaba a leer a Rimbaud, Baudelaire, Verlaine, que era su preferido; ¡imagina a los poetas malditos leídos por el cura! (risas). Nos enseñaba a recitar. Tuvimos un sustrato de la parte francesa en literatura, y de la parte musical también, porque había un coro muy activo en donde participé y también un grupo de teatro. Montábamos pequeñas obras de teatro y las presentábamos en pueblos chicos del sur de Chile, en giras universitarias de verano. Yo actué con Ricardo Larraín, el gran director de cine -que en paz descanse- quien era uno de los personajes en la obra “Los Ángeles Ladrones” y representaba a Platón, el paco que perseguía a los gatos ladrones. Yo era el músico en las obras, tocaba la guitarra y Germán Aburto, nuestro profe, un gurú que sigue tocando a veces conmigo en El Mesón Nerudiano. Tocábamos música de las canciones geniales de Vittorio Cintolesi (coautor de los Ángeles Ladrones junto a Jorge Díaz). Visitamos pueblos como Roblería, Bustamante, San Carlos, Chillán, toda esa zona campesina. En pueblos chicos, a veces hacíamos un fogón en las plazas y montábamos la obra y cantábamos.

Entonces, el arte lo desarrollé con mucha fuerza en el colegio y yo creo que me marcó para el futuro. Años después –recuerdo- hicimos un lunes con Vittorio en el Mesón Nerudiano, y cantamos algunas canciones de esa obra, ¡imagínate! la sincronía, el encuentro años después con ese personaje adorable de quien fui muy amigo.

A esa edad, terminando el colegio, ¿Ya tenías claro que querías seguir la vía trovera?

P: Me gustaba mucho, pero no tenía tan claro que era mi vocación total. Yo quería ser periodista, pero un modo muy idealizado. Yo adoraba a Mark Twain, y a Vargas Llosa y García Márquez en sus comienzos como periodistas. Es decir, la unión entre literatura y periodismo.

¿Hubo un hito que marcó tu entrada al oficio de trovador o fue un proceso?

– Bueno, primero entré a estudiar Periodismo en la Universidad Católica, y ahí comencé a componer canciones. De hecho en primer año es cuando compongo “Navidad”, “El hombre es una flecha” y “Juan González”, son de por ahí, año ’77, ’78.

El año ’79 vino la crisis, porque ya estaba cantando en festivales universitarios, los Encuentros de Juventud y Canto, la Peña Javiera en donde conocí a mi amiga Isabel Aldunate y otros grandes colegas. Y ahí comenzó la crisis, porque se estaba formando un tipo de periodista robot especialmente en la TV. Como decía MacLuhan “Los medios calientes de comunicación”, que estaban secuestrados, y aún lo están.

No me atraía la idea de ser un periodista amateur que tiene el hobby de tocar los fines de semana o ser un trovador que tiene el hobby de hacer algún artículo. Opté por ser un trovador profesional. Entonces, abandoné la Universidad.

¿En ese momento decidiste partir a Europa?

– Claro, pero primero me mandaron al psiquiatra, porque mi familia no entendía cómo consideraba opción ser músico.

¿Ahí conociste a tu esposa, la “psiquiatra bombón”?

-(risas) No, no, ésa fue otra. Ella vino después. Fue un psiquiatra muy simpático que a la tercera sesión me dijo ¡traiga la guitarra! Tuve la suerte de que este psiquiatra tenía un hijo músico –guitarrista clásico- estudiando en Barcelona. Entonces, llevé la guitarra y comencé a cantar mis canciones. Fue una sesión a las 7 de la tarde. Él escuchó dos o tres canciones y se fue a un bar pequeño que tenía en la consulta, sacó una botella de whisky, sirvió dos vasos (yo tenía 20 años). Nos tomamos el whisky con hielo, y me dijo “sigue cantando, me interesa escuchar”. Canté casi todo lo que había compuesto hasta entonces y en un momento me dijo: “tú tienes que dedicarte a la música”, y me extendió hasta un certificado para que mis padres se quedaron tranquilos (risas).

¿Qué edad tenías cuando partiste a Francia?

-Partí a Francia a los 20 y con permiso notarial, porque recuerda que en ese tiempo la mayoría de edad se alcanzaba a los 21.

¿Alguien te esperaba allá?

-No, nada, yo fui a la aventura con un pasaje de ida y con 250 dólares que me regaló un tío, y me quedé 10 meses en Europa, cantando en los metros, en actos latinoamericanos.

En términos creativos, ¿Qué significó para ti ese viaje?, ¿Qué experiencias marcadores viviste?

-Bueno, en el fondo fue un viaje iniciático. A los 20 años ¡imagínate! Estuve en 5 países. Me quedé 2 meses en Francia, después me iba 1 mes a Holanda y regresaba. Luego a Bélgica otro mes, también a Suiza. El centro de operaciones fue París.

¿Y cómo lograste establecer esos lazos o esas invitaciones a otros países, si nadie te esperaba en Francia?

-Bueno, fue una sorpresa para mí, porque algunas canciones ya eran conocidas a través de grabaciones caseras… Yo no había grabado formalmente todavía. Mi primer disco es del ’83, pero había grabaciones de temas que sonaban en la radio Galaxia, Chilena, y que la gente las mandaba al “exterior”, como se decía en ese tiempo. Entonces, yo llegué a algunos eventos latinoamericanos allá en Francia y conocían varios temas. Fue muy divertido ya que a raíz de eso me invitaron a algunos eventos y pude sobrevivir.

¿Te encontraste con otros artistas chilenos en exilio?

-Claro, allá también conocí a Isabel Parra, a los Quila. Illapu me invitó a un concierto precioso con Mercedes Sosa en el Théâtre de la Ville, justo en la cima del gusto europeo por la música latinoamericana, por lo que aquí estaba pasando.

¿Qué temas nacieron allá?

-“Ay, París”, Obviamente. “Golondrina chilota” la hice poco después de volver de Europa, porque en La Haya vi por la ventana una golondrina que volaba sola –creo que era abril, primavera europea-, en casa de un fotógrafo chileno muy simpático, y recordé que dos años antes había fijado mi atención también en una golondrina volando solitaria en Chiloé. Así nació ese tema que habla de la migración, del exilio.

¿Y te enamoraste durante el viaje? Porque un trovador que no se enamore…

-Un poco, sí, hay cosas confesables e inconfesables (risas). Pero hice muchos amigos y conocí gente muy interesante.

¿Y a uno de tus mentores -Brassens- alcanzaste a conocerlo?

-No, él ya no estaba en París y se encontraba muy enfermo. Murió al año siguiente de mi periplo europeo. Me hubiera encantado conversar con él. Estaba vivo todavía, pero muy delicado de salud, y además para entonces yo no conocía tanto sus canciones.

¡Ah! ese fue un primer acercamiento a Brassens. ¿Hubo alguien que te lo presentó musicalmente?

-Una amiga muy querida de la universidad, una semana antes de partir, en una cena en su casa me hizo escuchar dos canciones de Brassens. Ese fue el único contacto que tuve con él y me encantó. Sin entender todo, porque yo tenía a Baudelaire en la cabeza, pero no el francés cotidiano, no el “argot” que Brassens mezclaba admirablemente con el lenguaje poético.

Al mismo tiempo que descubría a Brassens, nació también la amistad fundamental con Payo Grondona en Alemania y con Chere Arenas, en Francia. Ambos lamentablemente nos dejaron hace pocos años.

Tú ya tenías esta veta irónica. Con este descubrimiento y las amistades que mencionas, ¿se potenció?

-Sí, claro, “Navidad” es un ejemplo, aunque era una ironía agridulce. Con Brassens y estos dos locos geniales (Grondona, Chere) me di cuenta que había –como dicen los franceses- “una otra” nueva canción chilena, que era una alternativa a los himnos, generalmente asociada a grupos de 7 a 8 músicos. Aquí nuevamente aparece la figura del trovador remitida a esa figura medieval solo con su instrumento (laúd, vihuela). Esa trinidad me marcó mucho, fue fundamental. Brassens a punto de morir, y el Payo y el Chere en plena actividad en el exilio. Con ellos forjé una gran amistad y seguí cantando durante muchos años cuando regresaron a Chile.

Qué enorme y escasamente reconocida es la figura del Chere Arenas. Él tuvo una participación fundamental en varios trabajos emblemáticos de la Nueva Canción Chilena, con Patricio Manns y otros…

-Él merece un gran homenaje, claro. Con todos los músicos que lo han cantado, desde los Quila hasta los Ángeles Negros, Cecilia Echenique, Tati Pena, Isabel Aldunate. Es de una diversidad maravillosa en las canciones, y especialmente su humor corrosivo y a veces bilingüe.

El Payo también es un personaje importante y querido para mí. De hecho, en un nuevo ciclo de recitales que comencé en Valparaíso y se extenderá -en principio- hasta febrero de este año, homenajeamos a Payo el 9 de enero, fecha que coincidió con los 5 años de su partida. Fue un encuentro emotivo en donde cantamos varios de sus temas emblemáticos. Aprovecho de agradecer a “La Pará Kultural”, el espacio en el que nos encontramos en estos “Miércoles Peraltianos, en calle Serrano, plena Plaza Sotomayor.

Después de tu periplo por Europa, ¿cómo te insertaste en el medio musical en ese difícil periodo?

-Volví en Octubre del ’80. Ahí comencé a componer mucho, cantar, traducir a Brassens y a viajar dentro de Chile. De hecho lo que más alegría me ha dado es poder viajar mucho. He recorrido 130 ciudades de Chile y 30 países con mi guitarra, y espero seguir ampliando esa bitácora.

El año 81, tuve la posibilidad de grabar con el sello Alerce unas antologías del Canto Nuevo.

El año 1983 surge la posibilidad de grabar a toda orquesta un disco, fue un proyecto de Filmocentro, la unión entre Alerce y el naciente sello La Música. Se invitó a muy buenos músicos (Pancho Aranda, Alejandro Espinoza, Edgardo Riquelme, Pablo Lecaros en bajo, el papá de Carmen Prieto, Mario, dirigiendo las cuerdas en dos o tres temas), y salió este primer disco, en formato vinilo y cassette. Gracias a esta producción varios temas se quedaron en la memoria de la gente, tuve una recepción musical que permitió esa inserción.

Junto a tu veta trovera, existe también la de payador ¿Cómo llegas a este oficio?

Mi oficio de payador comienza poquito después de esa grabación. Yo creo que, en primer lugar, llegué por mis orígenes clásicos de escritura, la décima. Si yo hubiera nacido en el mundo campesino, hubiera escuchado el canto a lo divino, tal vez, pero nunca escuché eso, pero sí los libros y sí mi abuela que recitaba: “Guarneciendo de una ría, la entrada incierta y angosta, sobre un peñón de la costa, que bate el mar noche y día…”, de Núñez de Arce.

Un segundo factor tiene que ver con mi amistad con Pedro Yáñez, creo que el año ’84, ‘85. Nos caímos muy bien. A mí me gustaba ir a ver -por esta misma relación con la décima- a los payadores. Iba a escucharlos en Viña, en Santiago, Y ahí estaba Pedro, el Piojo Salinas –un personaje- Santos Rubio, entre otros. Comenzamos a conversar con Pedro, a reírnos y a forjar una amistad. En ese momento yo me fui de casa y me mudé a la suya en calle Carmen. Ahí comencé a improvisar, primero jugando y de un momento a otro me di cuenta que ya estaba preparado para comenzar a payar en público, y empezamos a hacerlo de a poco, y fue agarrando onda. Además nos divertíamos mucho, porque había un contrapunto natural: yo, el trovador anteojudo de la capital, y él con su voz campesina profunda, de Campanario, pueblo pequeño de la región de Ñuble.

Pedro, además de su notable y particular humor, es uno de los payadores reconocidos por dignificar el oficio del payador.

-Claro, el humor de Pedro es notable, y además tiene esa sabiduría campesina. Es un humor profundo. Eso siempre me apasionó de la paya y de Pedro, quien además es portador de una gran herencia, como tuvo la Violeta, una gran herencia en sus oídos, en su alma, en su cuerpo, en su guitarra, en su guitarrón, que emergía en los encuentros de payadores y en los recitales. De ahí se fue tejiendo esta complicidad.

Recuerdo que llegaron a tener un espacio propio en la recordada y querida Radio Umbral…

-Tuvimos durante dos años los días martes un programa llamado “La noche de los payadores”. Eso creó todo un mundo de gente interesada. Muchos jóvenes que escuchaban y mandaban “pie forzados”. De hecho artistas de hoy eran jovencitos que escuchaban esos programas. Eso fue un orgullo muy grande, porque se creó una irradiación en torno al fenómeno de la improvisación poética, sea en copla, décima, cueca o vals. Es muy interesante improvisar un vals en endecasílabos. Mi amigo Alexis Díaz Pimienta improvisa en sonetos maravillosamente. Ésa es la idea, buscar formas distintas de la improvisación y compartirla con la gente. Eso a mí me dio una experiencia distinta en el escenario. El disfrutar con Pedro, el goce de la creación instantánea, ayudó a mi trabajo propio, como también lo hicieron Brassens, el Payo y el Chere Arenas. El humor en la trova y en la paya ha sido fundamental en mi trabajo, porque si tú no estás contento en el escenario, si estás tenso, se nota y la gente lo percibe.

De hecho hasta hoy mantienes ese lazo con la paya

-Sí, claro, sigo improvisando mucho cuando se puede. A fines del año pasado hicimos un hermoso concierto de payadores en Pichilemu. Hacía años que no cantaba ahí y fue una tremenda experiencia. Asistieron cuatrocientas personas. Payé con Hugo González Hernández, Cecilia Astorga, El Chocho Rubio y Rodrigo Núñez.

A propósito de tu permanente relación con la improvisación, ¿cómo ves a la nueva generación de payadores?

-Muy contento, como te comentaba, de compartir con Hugo que era parte de estos jovencitos que escuchaban nuestro el programa de la Radio Umbral y hoy son notables creadores, improvisadores, guitarroneros, poetas. Hugo en particular es uno de los más talentosos y polisémicos payadores de Chile, porque puede hacer un soneto al estilo Lope de Vega, así como hacer una muy buena décima improvisada o escrita. Es un artista completo. Siempre subirse al escenario con Hugo, es fantástico.  También es grato improvisar con Cecilia Astorga, que ha sido la pionera de las payadoras en Chile y tiene una voz impactante. Muchas veces hacemos con ella personificaciones en coplas y es excelente. Su crecimiento ha sido exponencial en estos últimos años.

Ahora que mencionas sonetos y décimas, es reconocido en tu carrera el interés por musicalizar a poetas chilenos casi olvidados…

-Como te comentaba, he estado en contacto con la poesía desde pequeño. Leo también prosa con humor, como la de Bryce Echenique cuando habla y se ríe de París, pero principalmente he sido un lector, declamador y musicalizador de poetas. De hecho, antes de hacer mi primera canción yo había musicalizado poemas de Pedro Prado, Pezoa Véliz, Neruda. “Mariposa de Otoño” es uno de mis primeros trabajos. Empecé con eso y demoré muchos años en publicar, de hecho sólo en la última década logré grabarlos en dos discos: El primero, llamado “Veintiún poetas chilenos”, que incorporó el trabajo de vates del  XX, y “Encanto de la lluvia”, editado por Mapa Records y disponible para descarga on-line. En este último trabajé con poetas nacidos antes de 1900, es decir, los decimonónicos, poetas casi olvidados como Jorge González Bastías, Pedro Antonio González, Mercedes Marín de Solar, Pedro Prado, Carlos Pezoa Véliz, Manuel Magallanes Moure. En fin, poetas que quiero mucho y considero debieran ser más recordados, pero Chile vive en un ejercicio permanente de amnesia, y con estas musicalizaciones intento traerlos al presente y lograr que nuevas generaciones los escuchen y conozcan. Intento que a través del canto, de mis presentaciones musicales, ellos vuelvan del olvido.

A mí me emocionan y me enamoran ciertos poemas, en particular los breves como los sonetos. Los poemas que son de una página son más fáciles de hacerlos canción. Con los de mayor extensión tendría que hacer una suerte de oratorio (risas) o un motete, ópera, sinfonía, no sé. Yo me enamoro de poemas que son como un golpe de página, hasta por cómo están dispuestas las letras en él. Es el caso de “Un desconocido silba en el bosque” de Jorge Teillier, que es una página con cuatro estrofas. También el poema de Neruda “Dónde estará la Guillermina”. En ambos casos la gente canta conmigo, y eso es muy gratificante, porque significa que el trabajo está bien logrado, logra llegar al público.

Entonces, volviendo al caso de los poetas decimonónicos, que se podrían declarar como olvidados por los medios de comunicación, renacen en un concierto en que la gente los vive. Eso es estimulante. También está el tema nemotécnico, es decir, que una melodía te recuerde un poema. Varios trovadores lo han hecho, como Serrat. Brassens mismo tiene bellísimas musicalizaciones de Verlaine, Víctor Hugo, y otros poetas franceses importantes. Tú puedes recordar el poema entero a través de la melodía. Eso es precioso, es una forma de volver a circular estos poemas, y como la gente lee poco, la canción da una dinámica y una dimensión distinta. Permite que los poemas estén en la gente, en el oído, en el inconsciente colectivo.

Imagino que es un trabajo complejo

-Es muy difícil, porque la idea no es cambiar el espíritu del poema, sino intentar mantenerlo, tratar de jugar con su sonoridad, con sus acentos, con su prosodia. Desarrollarlo más, con más fuerza, y lograr el objetivo más importante que es llegar al corazón de la gente.

Además, como el tema de la memoria ahora es frágil, ya que nos hemos acostumbrado mucho más a las imágenes, el trabajo de musicalizar tiene un sentido de recuperación de ese patrimonio antiguo de dos siglos de poesía.

A propósito de pasado y presente, ¿Cómo observas el desarrollo de la nueva generación de trovadores?

-Muy bien, en Chile en particular. Algo conozco de lo que se está haciendo en Argentina o España en donde encuentras trabajos interesantes, pero en Chile hay un fenómeno de la Novísima Trova se podría decir, que es muy diversa, muy interesante, y en que el protagonismo lo están teniendo las mujeres. Hay muchas y muy buenas creadoras en la canción de texto y no solo en el folclor, no solo en la trova urbana, sino que en la paya también.

En el Rock Carnaza, hace poco, me encontré con Gepe, cantamos en el mismo espectáculo. Él está trabajando con folcloristas de primer nivel, como Miguel Molina de “Los dos maulinos” y Claudia Mena, que es una maravilla. Presentó parte de un disco dedicado a Margot Loyola. Se ve que hay un respeto, una continuidad, como existe también con Brassens a quien los rockeros homenajean con versiones divertidísima de canciones de hace 50 años.

Que exista diversidad en la creación y en la interpretación es muy importante, porque trabajar solo un tipo de canto hoy es complicado. El escenario pide diversidad, ese oleaje de distintas vertientes…

Esa diversidad que mencionas, ¿crees que ha sido un factor relevante en tu permanencia, en tu constante porfía de cada lunes en el Mesón Nerudiano –espacio casi mítico- o en otros escenarios dentro y fuera del país?

-Ochocientos y tantos lunes ya en el Mesón Nerudiano. Espero llegar a los mil. Claro, también tiene que ver con esta diversidad, pero creo que además esta permanencia se relaciona con una pequeña virtud que tengo: ser sociable, estar en la vida. Es decir, un trovador que quiere vivir de su arte, que quiere expresarse en un país tan complicado como éste, para desarrollar el arte precisamente, tiene que estar disponible en el mundo, en la calle, en la vida social, en las embajadas, en grupos, en actividades políticas y en presentaciones, obviamente.

Además, quise tener un espacio ritual permanente, pero no para mi disfrute solamente, ya que he podido estrenar canciones creadas un sábado y dos días después las presento por primera vez para el público que asiste al Mesón, sino para estar a la porteé como dicen los franceses, es decir, al alcance. Que la gente pueda conversar contigo, intercambiar ideas, imaginar nuevos proyectos. Creo que hay que salir a la vida. Eso te hace conocer personas y disfrutar del cariño de los colegas y del público. Así que toda esta aventura loca, lunática -esto de los lunes- depende de la complicidad de los artistas y de la gente que asiste. Los artistas no van ahí porque se harán ricos, no, sino por el amor por el contacto, por pasarlo bien un rato, tomar un vaso de vino y hacer unas canciones a dúo. Ese encuentro fraterno y artístico que se va reeditando cada lunes desde hace veinte años, es una alegría tremenda que tiene que ver mucho con la presencia de esos amigos y amigas que ya suman cerca de 400 en todo este tiempo, muchos de ellos extranjeros.

Uno de los temas emblemáticos de tu repertorio es “El hombre es una flecha”, tema creado en 1978 y que al parecer hoy recobra sentido…

-Esa canción yo creo que la tendré que seguir cantando hasta el final de mis días, porque desgraciadamente tiene mucha vigencia. Es una canción que hice hace 40 años y fue segundo lugar en el festival “Una canción para el hombre” en el teatro Caupolicán. ¡Imagínate 5000 personas!, repleto el Caupolicán el ’78. Fecha difícil, a cinco años del golpe. La gente coreaba y aplaudía esa canción. La cantó Clarita Domínguez con su voz maravillosa, yo a la guitarra y Daniel Ramírez, que vive en París hace varios años, acompañó con flauta traversa. El ‘78 era el año de los Derechos Humanos, por eso se llamó “Una canción para el hombre”. Fue la canción favorita del público y desde entonces la he cantado en 30 países y 130 ciudades de Chile. La gente siempre la pide ya que es una canción universal, de carácter filosófico que intenta rescatar los problemas profundos que tiene el ser humano para avanzar, es decir, las barreras que se le imponen al ser humano.

Al estar vigente 40 años, pareciera que has logrado salvar muchas de esas barreras o lo intentas al menos. ¿Cuáles son los principales obstáculos a los que te has enfrentado?

-Lo intento, sí, pero no todas se pueden salvar. Las comunicacionales son las más difíciles, porque en un país entre comillas normal, yo debiera ser un trovador que está viajando a cada rato, con premios luego de 40 años de trabajo. Imagina que yo he recibido premios en Francia, y en Chile no he tenido grandes reconocimientos. He recibido ciertos aportes a algunos proyectos a través de FONDART o del Fondo del Libro, pero no es un país que haya dicho, “Sr. Peralta, estamos muy contentos de su trabajo”, al contrario, cuando regresé de Europa el año ’80, en el aeropuerto un tipo mal agestado me mira, me pide el nombre y comienza a buscar en un libro para ver si estaba en alguna lista de exclusión. Yo pensaba, ¡pero si estoy llegando a mi país!, y esa sensación de no estar en mí país la he sentido otras veces. Siento que estoy en un país secuestrado en muchos aspectos, especialmente en el comunicacional.

A pesar de eso, me siento contento después de 40 años, de seguir cantando y viajar al norte, al sur o fuera del país, pero creo que a Chile le falta en lo cultural una mirada benevolente hacia sus artistas. Tengo siempre la sensación de que hay que estar dando prueba. Todo este sistema de proyectos en donde debes dar prueba de lo que eres, de lo que has hecho y de lo que puedes hacer. Entonces, no existe un reconocimiento por el trabajo hecho profesional e intensamente. Yo me entretengo en Chile, porque puedo ver, puedo disfrutar y dialogar los lunes en el Mesón con artistas de mi generación y la nueva, pero me molesta que mí país y el país de mis colegas pareciera no serlo,  y en cambio ser país de las grandes compañías que traen a sus artistas, que a veces son buenos y a veces pésimos, y con eso llenan estadios y Movistar Arena, y el arte nuestro, el chileno, queda relegado a una especie de segunda o tercera división.

Esta suerte de desdén no es exclusivo de la dictadura o de una ideología de derecha. Al parecer ha sido bastante transversal…

-Sí, bastante transversal desgraciadamente, pero yo soy un positivo, un optimista. Quejarse por quejarse no tiene sentido. Lo que hay que hacer es actuar, ¡Agir! dicen los franceses. Hay que hacer cosas, proyectos. Teniendo proyectos se mira el futuro de otra forma. Si tú te dejas golpear, molestar por el ambiente cultural no sigues creando, te paralizas.

Y en lo venidero creativamente, ¿hacia dónde se dirige la flecha de Peralta?

-Ahora estoy terminando un libro de canciones infantiles. Seguramente se estrena en Marzo. Ya está casi todo grabado. La portada está siendo diseñada por un pintor maravilloso que se llama Guillermo Greve. Él creará las imágenes de los personajes de estas canciones. El disco tendrá una versión de “Tú eres un monstruo”, tema grabado con orquesta en un disco del año ’83, pero ahora saldrá solo en guitarra, porque es un disco trovero, para niños de hoy, pero trovero. Contendrá canciones infantiles inéditas que he compuesto en los últimos años. Una de ellas, y la que da nombre al disco se llama “La comarca fabulosa. Canciones para niños de cualquier edad”, premiada en el primer concurso Vittorio Cintolesi, que era el autor de las canciones de Pin Pon.

También estoy participando como autor en el libro “Historia de Chile en décimas” (LOM Ediciones), junto a otros payadores. Creo que marcará un hito, ya que será la primera historia de nuestro país, de sus sucesos, personajes populares, pueblos originarios, relatados en décimas. Se lanzará en septiembre del 2019.

Y seguiré con mis lunes, ya no Brassensianos, sino Peraltianos en el Mesón Nerudiano, y los miércoles Peraltianos en Valparaíso. Obviamente viajaré, espero viajar mucho y seguir enamorado del hecho artístico. A mí me encanta el escenario y vivir la maravilla que se produce en él. Por ejemplo, el otro día cantamos con el Pato Liberona una canción bellísima de su autoría (canta): “Alguien debe subir al escenario, con el alma transida de milagros”, una belleza de canción.

Compartir la música ha sido un regalo para mí. Yo me enamoro de mis colegas hombres y mujeres que se suben conmigo al escenario, porque ahí se crea una fuerza, una atracción, un cariño que, en definitiva, es lo que nos permite vivir.

Fuente: https://www.theclinic.cl/2019/02/03/eduardo-peralta-y-sus-40-anos-de-trova-chile-vive-en-un-ejercicio-permanente-de-amnesia/

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