Wallmapu: “Han detenido a los Lonkos, pero no al Movimiento Mapuche” [+Video].

Activista de vuelta e intelectual en ascenso, Fernando Pairican Padilla (35) sigue obsesionado por la vida política del Pueblo Mapuche, que ha estudiado desde el siglo XIX hasta hoy, para entender cómo, a pesar de las adversidades y rupturas, ha logrado mantener espacios de autonomía. Aquí revisa la historia de la Coordinadora Arauco-Malleco y analiza los casos Catrileo, Catrillanca, Lemün y Luchsinger-Mackay, pero no para llegar “a salidas religiosas sobre lo bueno y lo malo”, sino para ponerlos en perspectiva “y comprender cómo llegamos a estos niveles de mutua odiosidad”, en La Araucanía.

Los dos libros publicados a la fecha por Pairican, en la Colección de Pensamiento Mapuche Contemporáneo (Pehuen Editores), han tenido un impacto significativo. El primero, Malon. La rebelión del Movimiento Mapuche (2015), narra la historia del movimiento desde el regreso a la democracia hasta la desarticulación de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) en 2013 y de cómo esta organización cambiaría el futuro de la historia de su pueblo.  Si “Malon” va en la tercera edición y ha recibido halagos de celebridades como Boric, Francisco Vidal y Jean Beauséjour, su segundo libro, La Biografía de Matías Catrileo (2017), que narra la vida y muerte de un militante emblemático de la CAM, ha tenido menos lectores, pero algunos muy atentos, como Héctor Llaitul, fundador y actual líder de la organización, quién lo considera una tergiversación de la “verdadera dimensión de este mártir de la causa mapuche”.

La Biografía de Matías Catrileo comienza narrando las circunstancias de su muerte en Vilcún, en la operación de recuperación de tierras donde Fuerzas Especiales los estaba esperando, y pones: “El aullido de los perros anunciaba una tragedia. Sin embargo, en la concepción de weichafe de la CAM no existía espacio para el retorno.” Desarrollemos el concepto de weichafe.

La concepción del weichafe, de este militante político que entrega su vida por la liberación nacional del pueblo mapuche, plantea que a la hora de hacer una acción política, sea una quema o escribir, es sin retorno: se tomó la decisión y se hace, porque lo que tú estás moviendo es la realidad de dominación sobre el pueblo mapuche.

En el caso de militantes como Matías llega a un punto trágico.

Es la entrega por la lucha mapuche. Cada hombre y mujer, en cada rincón del Wallmapu, está “ayudando a crear esperanza”, como dice un peñi que entrevisté para Malon. Hay una decisión en un momento determinante en que todos están contribuyendo para transformar la situación, la opresión y el racismo que sufren los mapuche, sobre todo en zonas como Cautín. Es trágica, pero la historia se genera de la transformación, y esa transformación requiere de convicción. Y lo que tú ves en la biografía de Matías es un peñi con una alta convicción.

¿El weichafe es una figura ‘sacrificial’? O no es esa la palabra…

Lo es. El año 97 hay un tema de pobreza económica general en Chile que coincide con una crisis energética que va a llevar al proceso de racionalización de la energía y a la represa Ralco. En zonas como Arauco esto se enlaza con el cierre de minas de carbón, que pone fin a una matriz de explotación que viene de fines del siglo XIX. Muchos son mapuches y mineros a la vez, y esas personas van retornando a las reducciones que están en pobreza y sobreexplotadas y cercadas por plantaciones forestales. Y está también la consciencia de las consecuencias de la plantación forestal y de que están al frente de grandes empresarios, Angelini y Matte, con muchas redes en la política. Entonces la mirada del Movimiento Mapuche (MM) es que están en un punto determinante de la historia, y el weichafe adquiere la dimensión del sacrificio necesario para revertir toda esa dominación. Y por lo tanto para modificar el escenario político, la entrega debe ser total. La subjetividad del weichafe es sentirse el personaje del momento histórico.

Cuando Matías empieza su militancia, la CAM estaba en un período de clandestinidad. 

Entre 2003 y 2005, hay un proceso de persecución política, la Ley antiterrorista se aplica de manera constante y está la Operación Paciencia, una decisión política del Estado chileno de desarticular a la CAM. Todo eso era nuevo. En el tiempo que se acerca Matías a la CAM no era tan fácil decir “yo soy de la CAM”, se disfrazaba, no era políticamente buena onda ser militante, porque era meterse en un contexto en que la prisión era probable y un asesinato como el de Matías era plausible. Hoy día aparece mucho en las RRSS gente dando catedra de ser guerrero, es como una moda. Antes, en la forma de hacer política primaba el silencio.

Matías fue a ver a los presos políticos…

Llaitul cuenta en su libro que lo fue a ver con Felipe Quispe en 2007, que viaja desde el Collasuyo [sur del Tahuantinsuyo] para hacer un apoyo político a los prisioneros mapuche, Matías fue el encargado de acompañarlo en Temuco. Sin duda, fue un militante que fue ascendiendo y tomando espacios de consideración en la organización.

En esos contactos entre los jóvenes, futuros weichafe, y los dirigentes presos, ¿se da un nuevo tipo de vínculo? 

En parte sí. Hay un debate político y teórico en la CAM que va recuperando y modificando conceptos mapuche hasta legar al weichafe. Pero en los primeros documentos de la organización se habla de cona, que es la figura del siglo XIX para referirse a aquel que sirve, el que acompaña, el que ayuda y que está una posición de entrega. A lo mejor esa es la mirada para ver la militancia, en vez de este guerrero espartano que el Estado chileno ha inculcado a todos sobre la resistencia mapuche.

Hay una frase en un cuaderno de Matías que citas: “Vengo de la tierra. Pertenezco a ella y siempre la amaré. Aunque esté domado y oprimido, yo entregaré mi sangre y la liberaré.” Ese lado de Matías fue ensalzado. ¿Tu biografía no entró en una pugna con ese discurso?

No, para nada, porque entendía la perspectiva política que Matías estaba planteando con esa frase. Él era un tipo muy humanista, y desde su niñez le gustó mucho y le interesó la ecología, y tiene además una cercanía a la tierra por sus estudios de agronomía. Él ve de forma muy crítica cómo el calentamiento global está transformando la naturaleza, y ahí entra en todo el discurso del MM por un mayor bienestar para la misma tierra.

Tú y Matías nacieron el mismo año, y son los dos mapuche santiaguinos de clase media. ¿Fue difícil tomar distancia? 

Sí. Y quedai con un signo de tristeza. Es la muerte de un hermano que muere en la lucha, muere joven y uno no puede no equiparase en su historia. Él fue al mall plaza Vespucio, que es el mismo mall que yo recorrí a su edad, escuchábamos grupos de música parecidos, sus dibujos animados favoritos eran los Súper-campeones, y yo también los vi, y a la misma hora porque era por la TV abierta. Yo se lo planteé varias veces a Don Mario, el papá de Matías, que tal vez no era el más indicado porque había mucha cercanía, no había lo que los historiadores dicen de la separación entre el objeto de estudio y el tiempo. Pero dijo que no. Aun así, lo considero un libro de historia.

Ya que mencionaste a Llaitul, ¿qué te pareció su libro Chem ka Rakiduam (CAM, 2019)?

Me parece que es una buena compilación de archivos y entrevistas, y que políticamente es un manifiesto con una visión clara sobre la formación y sentido de la CAM. Es un paso adelante en poder acercarnos a la historia de la CAM desde sus protagonistas.

¿Y su selección de fotos?

Hay una cuestión media controvertida ahí, porque por un lado la CAM plantea todo un discurso de la autonomía y de las relaciones políticas y, por otro, aparece mostrando su armamento. Y luego, ¿cuánto es el poder de fuego de ese armamento?, ¿alcanza para poder plantear una lucha radical? Hay una señal y una manera de mostrar que me parece compleja, y sobre todo, ¿cómo planteas eso a futuro?

El Control territorial.

¿Cómo te fuiste involucrando en el Movimiento Mapuche y particularmente en las redes de apoyo de la CAM? 

Fue por 2003 o 2004, entrando a la universidad me acerqué a la Agrupación Lonko Kilapang, que para mí fue una escuela política y humana. Algunos venían del Consejo de Todas las Tierras (CTT), de la Coordinadora Metropolitana Mapuche de Santiago, del Ad-Mapu de los 80, y crearon un nuevo referente para que organizara una red de apoyo a las organizaciones del sur. No tenía tan claro qué era la Coordinadora por entonces. Lo que sí puedo señalar es que en el camino conocí a activistas y miembros de la CAM que fueron muy importantes en mi formación política, si no los hubiera conocido a ellos nunca habría entendido la política mapuche como tal vez se va a plasmar en Malón.

¿Cuál es esa visión?

Es tratar de comprender la historia del MM desde la larga duración, es decir desde 1860, con la Ocupación de la Araucanía, y cómo desde el Movimiento se genera un relato sobre eso. Como por ejemplo la Agrupación Kilapang, que lleva el nombre del último toqui de la resistencia, el que dirige el levantamiento de 1881. Cuando lo escribí, en 2013, estaba focalizado en brindar un poco de voz a las organizaciones más rupturistas, y en hacer entender que el “control territorial” era una propuesta autonómica, que era muy importante dentro del debate en Latinoamérica, y una forma de llevar a la práctica la autodeterminación negada por el Estado. En ese tiempo había académicos e intelectuales no mapuches que señalaban que la CAM no tenía ninguna propuesta política, y me parecía errado, porque esa propuesta política era el control territorial, y que para llevarlo adelante habían hermanas y hermanos que se estaban jugando el pellejo, la clandestinidad era real, en ese tiempo va a transcurrir el asesinato de Matías Catrileo, los prisioneros políticos, los allanamientos a las casas de personas que son humildes en lo económico, pero muy sabias en lo político.

Al menos entre 1997 y 2003 la CAM puso en aprietos al Estado chileno. En Malon afirmas que fueron años de angustia para el ministerio del Interior. 

Fueron la CAM y el MM. Pero sí, la Coordinadora es una expresión política muy importante, como dice Jaime Huenún en el prólogo, porque traen la palabra, el lenguaje de la radicalización de una historia reciente, que comienza con el Admapu y el CTT y la lucha de las comunidades de manera autónoma y que marca un punto de ruptura, porque la forma de hacer política de la CAM va a poner en debate los principios políticos del MM. Los críticos de la Coordinadora dicen que sus ideas no eran novedosas. A mí me parece que todavía lo son. La autonomía se estaba debatiendo desde los 80, pero el accionar político de la CAM logró instaurar la autodeterminación como un tema de corto plazo, concreto, con el control territorial, un concepto político emanado de la intelectualidad popular del campo, de personas mapuche con su propia historia de vida que dicen “lo que nosotros entendemos por autonomía es esto”, y no de la intelectualidad mexicana o afroamericana. Eso a mí me parece un aporte político súper importante para el MM, e incluso para lo que entendemos por ‘transición a la democracia’.

¿En qué sentido?

Es otra forma de ver la democracia. Es asumir que el sustento del bienestar comunitario está basado en la agricultura, con alimentos bien regados, con aguas puras, o menos contaminadas que las que recibimos, y que para empezar a modificar el extractivismo que está generando la sequedad de las napas subterráneas hay que hacer una siembra productiva. Ahora, en Bolivia a eso le llaman el Buen Vivir, pero las comuneras y comuneros mapuches lo empezaron a idear políticamente en el momento de la expansión del mundo forestal. Ese aporte de la CAM y del MM es súper interesante para debatir sobre otra configuración de realidad para la sociedad en su conjunto.

¿Ese discurso es del MM y lo agarra la CAM?

No, hay que verlo como una perspectiva compartida, el CTT también está señalando esto, y los pehuenches con Ralco también. Lo que tú estás viendo es que, como dirían los autores de ¡Escucha Winka! (2006): en identidades territoriales alejadas y distintas se están produciendo fenómenos parecidos que en algún momento coinciden y ven como un tema de la nación mapuche: lo que sucede en Alto Biobío está pasando con los hermanos lafkenches, los wenteches y el mapurbe. Esas realidades tienen un origen compartido que se explica por el modelo y por la Ocupación de la Araucanía. “Ud. peñi si está en Santiago, es consecuencia de la Ocupación”, y de la Ocupación al momento de su migración a Santiago solo han pasado 40 años.

Hay una idea de los comuneros y comuneras que se reitera en tus dos libros: “Nos impiden ser mapuche porque la tierra ya no da para vivir como mapuche.” La CAM nace en un momento de colapso ecológico, al menos para las comunidades de Arauco y Malleco.

Es la crisis de 97 y 98. Las generaciones que están creciendo ahí ven que llegaron a un punto en que no hay más esperanza, no hay futuro, y una visión un poco fatalista de parte de un sector mapuche señala que, sin un levantamiento, las posibilidades de sobrevivir como pueblo disminuyen, y eso los lleva a reventar políticamente, como ocurre con la quema de camiones en Lumaco. Para el movimiento mapuche era: o nos levantamos y cambiamos la historia, o gana el winka y nos aplasta para siempre. Y creo que tenían razón.

Dices que uno de los logros de la CAM fue haber generado una convergencia entre los mapuches urbanos y los mapuches de las comunidades.

Diría que eso es un logro del MM. La fuerza del Ad-Mapu metropolitano fue vincularse al mundo rural, porque Wallmapu y Mapurbekistán, como dice Alvarado Lincopi, están en una relación de conflicto y aprendizaje, conversando, se nutren. La ciudad ayuda a darle un pasar económico menos difícil al campo, pero en tiempos de crisis, como la que hubo del 81 al 83, el campo le dio alimentos a la mapuchada de la urbanidad. A diferencia tal vez del sector popular chileno, que no tiene lugar donde vacacionar, el pueblo mapuche tiene un espacio para poder volver. Las personas viajan al campo, les sale caro, pero está siempre la posibilidad de retornar a un lugar de origen donde tienes pasto, vacas, ríos, lagos, y eso te mantiene un tejido social entre el campo y la ciudad. El error del pensamiento chileno es creer que por venirte a Santiago dejaste de ser mapuche.

Es un diálogo permanente.

Hay algo que con el tiempo he ido entendiendo más, y es que las comunidades igual tienen un espacio de autonomía, y de alguna manera las organizaciones pasan –el PC, el MIR, el PS Rural, la DC, el CTT, la CAM, la ITL, el partido Wallmapuwen y Aucan Wixan Mapu, que es la última organización política más visible–, pero las comunidades quedan. Esa relación es muy interesante, de ver que en la política mapuche hay un juego permanente entre el apoyo mutuo y quién mantiene la soberanía y el poder, ¿quién lo dicta?, ¿es la organización o la comunidad, desde abajo, la que conduce? Y lo que tú ves pasar a la larga es que […] sigue siendo sustentada desde […] más abajo de lo que el Estado chileno o la fuerza policial creen que pueden observar. Reprimen al dirigente, pero el poder político mapuche nunca ha estado en el sujeto público.

Pero han metido presos a lonkos.

Pero no han detenido el Movimiento. Y en ninguno de los casos de condenas a los lonkos, como Pascual Pichún o Aniceto Anorín, ni ahora con los hermanoas Tralkal, queda claro el tema de las pruebas. Alguna vez en The Clinic escribí una columna tratando de comprender por qué en la Araucanía la justicia funciona de forma distinta a cualquier otro lugar que no sea la Araucanía.

¿Y a qué llegaste?

Es lo que dice Fausto Reinaga sobre las dos Bolivias. Aquí hay dos Araucanías. Y la Araucanía mapuche ha quedado reducida a lo que el Diario Austral de Temuco llamó el “cordón de la miseria”, es decir lugares apartados de los poblados donde les permiten venir a vender la madera o la producción del campo a un lugar racializado, en la Feria Pinto; pero si la papay [anciana] osa cruzar a Ripley a vender sus productos la policía la reprime, porque el lugar de indios es el que está en la asignado allá, ojalá lo más cerca posible de la estación para que se vayan temprano. Ahí me parece que hay una construcción colonial, como decía Frantz Fanon, abiertamente racial en Temuco. Y creo que la justicia en la Araucanía hay que comprenderla en una perspectiva Fanon.

¿Cómo así?

La concentración del poder está en los colonos que han ido llegando al territorio mapuche post-Ocupación, ellos tienen el poder político, a través de los alcaldes, diputados o senadores, y eso conecta con la justicia. Y no son solo los Becker o los Kast, sino Tarud, Chaín, muchos otros que no son derecha. Aquí los jueces que están decidiendo en los tribunales son personas de la Araucanía que al momento de decidir entre el bien y el mal cometen la injusticia contra los mapuche. Y no es así en Biobío y otros lugares de Wallmapu. Eso hace que ciertos hechos terminen siendo maximizados al punto de cadenas perpetuas, ¿cachai? A mí me parece que el caso Luchsinger-Mackay es un crimen, pero de ahí hacer un juicio sin pruebas sustentables para mantener detenidos a los peñis… Y terminan dando un veredicto tan radical que responde a una construcción colonial, porque no tienes la misma respuesta para el caso Catrillanca, Catrileo o Lemun.

La ley antiterrorista corre solo para mapuches. 

Y además los actos mapuche no son terroristas. Sin duda son cuestionables desde la legalidad, pero incluso el caso Luchsinger-Mackay, no es un acto terrorista, tú no puedes señalar que hay una decisión política del Movimiento por exterminar a los agricultores de la Araucanía. Lo que tienes es una excepción en esta historia, y una excepción terrible para su familia y sus nietos. Yo no quiero plantear que haya impunidad, sino que la historia del MM se ha basado en una ética política muy clara, y que afecta a la propiedad capitalista, como un camión o una plantación forestal, pero jamás los cuerpos o la vida humana. Yo sé que hay gente que no comparte la violencia política, pero hay que entender también las condiciones de opresión en que vive el pueblo mapuche y la ausencia de espacios democráticos para que el MM pueda ejercer su soberanía política: no hay reconocimiento constitucional, no se aplica el convenio de la OIT como debería ser y no se habla de la declaración de los derechos de la ONU del 2007, y por tanto el pueblo mapuche no tiene otros derechos que los que la república chilena condiciona, y eso se llama colonialismo.

Una vez dijiste que el caso Luchsinger-Mackay es un caso no policial sino político, y que el MM tiene responsabilidad sobre ese crimen. ¿Puedes explicar eso?

En ese punto, lo que la crisis pone en tensión es el tema de las identidades. Y lo que sentía que estaba ausente en este debate político e histórico era ¿por qué se llegó a esto?, ¿por qué no nos cuestionamos esto cuando muchos mapuches fueron quemados en sus rucas? Autores como Mariano Latorre van dando cuenta de lo que hicieron los colonos en la frontera. Y en algún momento aparecen tipos más víctimas que otros, ¿no? Y ahí la historia en vez de justificar a unos o a otros debe poner esto en perspectiva, y entender por qué llegamos a estos niveles de mutua odiosidad.

¿La responsabilidad del MM sería dar esa reflexión?

Yo creo que la han dado, yo nunca he visto a un peñi o una lamngen, ni en público ni en privado, diciendo que está bien que hayan muerto. Pero no puedo decir lo mismo sobre la muerte de los mapuche, yo he escuchado a personas de la Araucanía que no les da pena la muerte de Catrillanca, Catrileo o Alex Lemun. La pregunta que ellos hacen es “¿y dónde estaban sus papás?” Ningún cuestionamiento al actuar de la policía ni menos una pregunta de por qué estamos llegando a esto. Y eso me hace creer que algunos sectores de la Araucanía toman el caso Luchsinger-Mackay como algo más terrible que los otros para ocultar la violencia que se ha cometido sistemáticamente en contra del pueblo mapuche. En cambio, a la larga, el MM ha sido cuidadoso a la hora de practicar la violencia política.

Y sin embargo, genera cuestionamientos…

Aquí estamos hablando desde las ciencias sociales, buscamos comprender e interpretar lo que está sucediendo como un fenómeno social y político para dar una explicación más profunda que una salida religiosa sobre lo bueno y lo malo. Y creo que no ha habido una reflexión crítica de los agricultores sobre su propia historia, de preguntarse “bueno, ¿y por qué los mapuches llegaron a esto?” ¿Qué sucedió?, Y ¿qué hicieron ustedes?, ¿cómo llegaron aquí?, ¿cómo construyeron este territorio? Ahí la poesía de Teillier, desde Lautaro, está hablando de eso. Hay registros para sustentar la historia de cómo se constituyó Cautín, y eso explica las diferencias étnicas y las relaciones que existen hoy en La Araucanía.

Criticas duramente al Diario Austral en tus libros por reproducir los estereotipos que tienen los agricultores sobre los mapuches. Pero escribiste una columna ahí.

Escribí dos. Los diarios pasan por etapas. Hubo una etapa del Diario Austral con portadas muy críticas al MM, pero también hay una etapa de mayor apertura. Debo decir que cuando empecé a revisarlo para mi libro, vi que publicaba mucho sobre el mundo mapuche, y no solamente del conflicto, entrevistaban a la gente del campo, o para el día de la fundación de Temuco entrevistan a la persona que vende verduras. El Diario Austral es más que sus portadas sobre terrorismo. Hubo una excelente periodista que me hizo una entrevista y que creo que ahora es directora. Ella entiende muy bien la política de la novena región y las redes de poder, es muy inteligente. Me entrevistó y fue una muy buena entrevista, me gustó harto.

Fernando Pairican, Isabel Aninat, y Diego Milos participarán del encuentro
“20 Años de política mapuche. Raíces históricas y perspectivas inmediatas”
Centro de Estudios Públicos – Miércoles 25 de septiembre – 19:00 horas – Entrada liberada.

Fuente: https://www.theclinic.cl/2019/09/23/fernando-pairican-historiador-han-detenido-a-los-lonkos-pero-no-al-movimiento-mapuche/

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