Uruguay Memoria: Un 20 de mayo para no olvidar.

Colectivo de Mujeres Minervas- Uruguay

El primer 20 de mayo.

Por  Edgardo Rubianes.

El 20 de mayo de 1976 aparecieron en Buenos Aires los cuerpos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, legisladores uruguayos exiliados en Argentina, junto a los también exiliados y asesinados William Whitelaw y Rosario Barredo. Todos habían sido secuestrados un par de días antes, al igual que el médico Manuel Liberoff, que permanece desaparecido.

Cuando se iban a cumplir los 20 años de esos asesinatos fue tomando cuerpo una propuesta, lanzada inicialmente por el grupo político Nuevo Espacio, que no integraba en esos momentos el Frente Amplio. Consistía en recordar activamente la fecha con una marcha por 18 de Julio, con flores y el pabellón nacional como únicos distintivos, para reclamar a la vez el esclarecimiento de asesinatos y desapariciones ocurridas bajo la dictadura.

La iniciativa surgía en un contexto regional y nacional cambiante. En Argentina los jefes militares hacían su mea culpa por los actos aberrantes cometidos durante la dictadura, mientras en Uruguay Julio María Sanguinetti había iniciado el año anterior su segundo mandato presidencial tras el interregno del presidente blanco Luis Lacalle Herrera. Una pregunta emergía: ¿sería posible en este nuevo contexto avanzar en el punto 4 de la ley de caducidad, aprobada precisamente durante el primer gobierno de Sanguinetti? Dicho artículo establece “que el Poder Ejecutivo dispondrá de inmediato las investigaciones destinadas al esclarecimiento” de los hechos que involucran a los detenidos desaparecidos.

En los primeros días de mayo se avanzó en la propuesta y trascendió que varias organizaciones políticas y sociales se habían reunido para discutir la realización de la manifestación. Participaron dirigentes del Nuevo Espacio, del Encuentro Progresista (conformado en ese momento por el Frente Amplio, el Partido Demócrata Cristino y la lista 78, escindida del Partido Nacional), del PIT-CNT, de la ASCEEP-FEUU y de otras organizaciones sociales que acordaron marchar el 20 de mayo bajo la consigna “Verdad, memoria y nunca más”. Obviamente, Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos tuvo participación activa en la organización, así como diversos organismos de derechos humanos. Días después, se conoció el apoyo institucional de la Universidad de la República, de la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Montevideo, del Sindicato Médico del Uruguay, de la Iglesia Evangélica Metodista y de la Asociación Cultural Israelita Zhitlovsky, entre otros.

Invitado a participar en la convocatoria, el Partido Colorado la rechazó el miércoles 15 por 14 votos a uno y emitió una declaración en la que sostenía “que el bien principal que debe preservarse es la paz”. El voto disconforme fue del representante del sector de Víctor Vaillant, que ya en 1986 se había opuesto a la ley de caducidad y tiempo después abandonaría el lema colorado. El Partido Nacional no consideró la invitación por aspectos formales, pero su directorio decidió hacerle un homenaje a Héctor Gutiérrez Ruiz. La viuda de este, Matilde Rodríguez Larreta, y su grupo político, por el contrario, anunciaron su adhesión y participación en la marcha.

La asistencia a la primera Marcha del Silencio, como se la comenzó a considerar, fue muy importante. La prensa la cuantificó en decenas de miles de personas compactadas en varias cuadras, que recorrieron en silencio el trayecto desde el Monumento al Detenido Desaparecido en América Latina, ubicado en Rivera y Arenal Grande, hasta la plaza Libertad. Pero, más allá de la importante convocatoria lograda, la marcha se transformó en un acontecimiento político cualitativamente muy importante, que no pudo ser obviado.

Al día siguiente de la marcha, el presidente Sanguinetti se reunió con el ex presidente Lacalle Herrera. Este luego declaró que “hay procedimientos jurídicos” para esclarecer la suerte de los desaparecidos. Pero desde la Presidencia se adelantó el rechazo a cualquier forma de revisionismo y el semanario Búsqueda titulaba el jueves 23: “El gobierno está firme en su determinación de no remover las discusiones que hayan quedado pendientes del régimen militar”. Sanguinetti descartaba que los militares uruguayos siguieran el camino de los argentinos e hicieran un mea culpa sobre su propio accionar pasado: “Es un debate cerrado desde el punto de vista institucional. En el terreno individual o personal cada uno puede seguir sintiendo o diciendo lo que siente”, pero “las denuncias sobre desapariciones de detenidos ya fueron investigadas entre 1985 y 1987, sin que se obtuviera ningún resultado”.

Por su parte, el senador colorado Luis Hierro López, futuro vicepresidente entre 2000 y 2005, bajo la presidencia de Jorge Batlle, fue también extremadamente crítico. Calificó de “anacrónico” revisar la acción de las Fuerzas Armadas, rebatió el argumento de que sólo con verdad se logra la reconciliación y señaló que los países se reconcilian aunque no se tenga toda la verdad.

El éxito de la marcha tuvo impacto también sobre los sectores políticos de izquierda, así como sobre las principales organizaciones sociales: es posible observar a partir de entonces una rejerarquización del tema de los derechos humanos bajo la dictadura, y en particular del de los desaparecidos. Luego de la derrota, en 1989, del voto verde en el plebiscito contra la ley de caducidad, esos temas habían quedado subsumidos dentro de la reivindicaciones globales, al grado que Jorge Batlle se preguntó el miércoles 22: “¿Por qué se pide ahora [el revisionismo] y no en los últimos cinco años?”. De ahí en más, el reclamo de verdad y justicia tuvo permanente centralidad política. Pocos días después, diversas organizaciones, entre ellas Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos y el Servicio Paz y Justicia, solicitaron una entrevista al presidente, esperando un gesto de apertura. Este nunca lo tuvo y durante todo su mandato la imagen de los familiares reclamándolo en cada acto oficial se transformó en icónica.

En 1997, la convocatoria a la Marcha del Silencio fue reiterada, ahora ampliada en sus convocantes y siempre encabezada por Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, con su enorme pasacalle y las fotos de sus seres queridos.

De ahí en más, y permaneciendo impunes múltiples asesinatos y desapariciones, la fecha fue creciendo en su valor simbólico hasta nuestros días. Cada 20 de mayo, año tras año y desde hace 24, una multitud persistente y, a la vez, inevitablemente renovada generacionalmente acude a la convocatoria. Llegados a la plaza Libertad, por los parlantes se escuchan los nombres, uno a uno, de los casi 200 desaparecidos –y en los últimos años se proyectan también sus fotos– y la multitud va respondiendo a viva voz con un fuerte “¡Presente!”.

Desde aquel primer 20 de mayo hasta hoy, muchas cosas han pasado. El ex presidente Batlle se animó a dar un primer tímido paso al crear la Comisión para la Paz. Luego, bajo los gobiernos frenteamplistas hubo avances manifiestos: fueron recuperados los restos de algunos desaparecidos y varios de los responsables directos e intelectuales fueron procesados una vez que la Justicia pudo retomar su independencia. Pero la tarea sigue largamente inconclusa. Quebrar el muro de la impunidad y el manto de silencio cómplice que la sostiene no es tarea fácil. Los 20 de mayo han sido y son una fuente de energía trascendental para persistir en el esfuerzo. Por eso no hubo inclemencia climática o cambio en el contexto político que modificara ese ritual multitudinario, silencioso y a la vez tremendamente clamoroso, a lo largo de dos decenios y medio.

La presente emergencia sanitaria hace que la 25ª edición de la marcha no pueda tener las características de años anteriores, pero eso no quiere decir que la reivindicación de los desaparecidos no siga estando. Fotos, abrazos, videos, perfiles, pañuelos, tapabocas, afiches, balconeras y un largo etcétera componen los diversos modos que en este 20 de mayo ellos serán recordados y reclamados. Pues ante la cínica pregunta de hasta cuándo, la unánime respuesta de centenares de miles de uruguayos seguirá siendo: hasta que nos digan dónde están, los encontremos, sepamos la verdad y se haga justicia.

Fuente: https://ladiaria.com.uy/articulo/2020/5/el-primer-20-de-mayo/


Cosechando margaritas.

Por Lucía Correa, Mariana García y María Noel Sosa.

Este 20 de mayo no nos encuentra en la calle marchando, nos encuentra desplegando creatividad contra la impunidad. Somos hijas y nietas de las presas políticas, de las desaparecidas, de las que no se han cansado de buscar. Somos hermanas, tías, sobrinas y desde ese linaje de mujeres en lucha por vida digna decimos una vez más que son memoria y son presente, nos preguntamos ¿Dónde están? abrazando la memoria de lucha mientras seguimos cambiando la vida.

El 8 de marzo de 1985, a pocos días de la nueva democracia, tras más de una década de dictadura cívico- militar las mujeres se movilizaron en la Plaza del Entrevero en Montevideo. Lo hicieron bajo la consigna Las mujeres no solo queremos dar vida, queremos cambiarla”. También habían ido a la jefatura de policía donde estaban  las presas políticas trasladadas desde el Penal de Libertad a días de ser liberadas. El proceso de organización del movimiento de mujeres y feminista germinaba desde hacía varios años en los grupos de mujeres que se reunían tanto en diversos barrios de Montevideo como en distintas ciudades del país. No todas eran madres, pero buena parte de ellas sí. Las unía la experiencia de resistencia al terrorismo estatal, su vida cotidiana como amas de casas, los cacerolazos, los hilos de su experiencia como presas políticas, como exiliadas, como militantes. Esa consigna fue una de las formas de decir juntas en medio de una gran diversidad y de decir con belleza y habilidad una de las certezas que las habitaban: ser mujeres, ser madres, ser trabajadoras (con o sin salario) y desde ese mismo lugar, querer cambiar la vida.

Ellas -y otres/os- resistieron a la dictadura cívico-militar, se organizaron en diversos espacios y lucharon. Y, a la par, se atrevieron a tensar la supuesta condición de igualdad entre mujeres y hombres, desde un encuentro con su cuerpo y su ser femenino. Fueron también capaces, desde este punto de partida, de imaginar una democracia más radical, que incluyera la casa y la cama.  Sobre todo imaginaron modos de luchar por vida digna para todes. El movimiento de mujeres y feminista de los años 80 fue una parte fuerte del entramado del referéndum por el voto verde, en medio de varias tensiones internas. Colgaron moños en los árboles, juntaron firmas, hicieron conciertos, actos.

Han habitado en nosotras, que en muchos casos nacimos en esos años de dictadura o en los primeros años de democracia todas estas mujeres y sus luchas. Habitan en nosotras las abuelas que día a día dijeron esto tiene que saberse, esto hay que contarlo. Habitan en nosotras las madres que fueron construyendo y sosteniendo la memoria en uno y otro gesto cotidiano, en una y mil movilizaciones colectivas. Juntas estamos haciendo nuestros esfuerzos por despatriarcalizar la memoria. En la lucha feminista hace años que venimos cantando «Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”. La expresión pública de esa inscripción es una forma muy potente de hacer visible que hay un linaje que existe y nos da fuerza, que en ese gesto hay una reconexión que desanda la orfandad política que se nos impone y sus limitaciones. Algunas compañeras feministas empezaron a decir que además de abuelas, teníamos madres. Y es cierto.

La calle nos ha encontrado de maneras diversas. El 8 de marzo de 2019 se expresó en un abrazo entre las ex-presas y mujeres más jóvenes del renovado movimiento feminista. En 2020 la Huelga feminista nos encontró en las calles gritando juntas Nunca Más a quienes mostraron sus tanques para darnos miedo. En el abrazo de 2019 sonaba el canto de somos las nietas, y en los días siguientes circuló el video de esos abrazos hondos con etiquetas del tipo: “Somos las hijas de las presas políticas que no lograste desaparecer”. Somos esas hijas. Claro que somos. Somos también las hijas de las desaparecidas que aún nos faltan. Somos hermanas, tías, sobrinas. Somos aquí y ahora la continuación del linaje de mujeres en lucha por vida digna. Heredamos la fuerza y el coraje de todas aquellas que se rebelaron antes, de todas aquellas que tuvieron prácticas de libertad, que desandaron el patriarcado en sus mil aristas.

En estos tiempos de confinamiento, donde nuestra presencia en la calle se encuentra en jaque, donde la consigna del distanciamiento social nos atraviesa y trata de enclaustrarnos, depende de nosotras-es tomar estas banderas y resignificar nuestras historias.

Si bien este 20 de mayo no nos encuentra en la calle marchando, no nos encuentra calladas. El silencio en 18 de julio solo marca la ausencia física de aquellas-es a quienes aún buscamos, pero nuestra creatividad se desplegó en cientos, miles de margaritas que pululan por las calles.

Reinventamos las expresiones de lucha y nos organizamos en los colectivos, en los barrios, en las calles y en las plazas. Las familias y lxs amigxs, las cooperativas y los clubes. Con ternura nos abrazamos en esta lucha que nos conmueve las entrañas, mientras seguimos tejiendo las tramas que nos sostienen. La invitación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos nos convoca, nos da a todas-es un lugar de acción, la posibilidad de instalar la lucha en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Nos permite reconocernos y acercarnos. Nos acerca con el vecino que cuelga la bandera, con la señora del almacén que dibuja margaritas en la vereda, nos espejamos en los tapabocas que no nos callan, sino que dicen presente. Les niñes pintan preguntas mientras ensayamos respuestas, manteniendo así, vivo, ese deseo permanente de seguir cambiando el mundo.

Resuenan tambores, y en cada golpe, palpita el contraolvido. Las casas, ya no mudas, se convierten en espacios donde hablan las puertas, las ventanas y los balcones, los muros con las imágenes de nuestros desaparecidas-es. La ciudad explota de memoria, grita que no se calla, grita que seguimos buscando y que este distanciamiento es físico, no afectivo ni social.

En este sur, como en el resto del continente, se arremolinan fuerzas conservadoras que en cada acción, directa o sutil, intentan avanzar sobre las libertades que hemos ido conquistando a fuerza de rebeldía y de luchas compartidas. Sabemos que avanzan pero eso no nos paraliza. En estos años densificamos un entramado que nos nutre y nos alienta. Fuimos y somos una fuerza que late, hace apenas dos meses desbordamos las calles del país y del mundo entero. Una fuerza muy lúcida que entiende el re-emerger de la derecha rancia como la reacción a nuestra potencia, a nuestros deseos de cambiarlo todo.

Nos tocó estrenar gobierno en el marco de una crisis sanitaria que sirve de excusa para aumentar el control estatal sobre nuestras vidas, procesar un ajuste que socialice las pérdidas y reforzar aún más la presencia policíaca y militar. Nosotras alzamos nuestra voz para decir que nuestra vida y su cuidado está primero, nos negamos a ser el sostén del ajuste para que otros engorden sus ganancias. Organizamos un cacerolazo feminista para que resuene nuestro grito por las mujeres asesinadas por la violencia machista en cuarentena, efecto colateral dirá nuestro presidente. Hicimos tronar ollas y cucharones contra el ajuste de tarifas y la falta de respuestas ante las miserias que el capitalismo echó a luz con la pandemia. En cada olla se tejieron hilos de memoria y nos brotó la emoción de sabernos brujas, de conjurar los miedos y organizar la rabia.

De esas ollas surgieron otras que hoy abrigan trama barrial, porque sabemos que la vida se sostiene en colectivo. Sabemos cuáles son nuestras urgencias. Urgente para nosotras es la vida digna, desmercantilizar nuestros espacios vitales y cultivar la libertad. Por eso, junto a otros tantos colectivos dijimos no al envío de la Ley de Urgente Consideración que es la expresión máxima del avance neoliberal, conservador y represivo de este gobierno multicolor y sus aliados de siempre.

Frente a esta avanzada fascista y fundamentalista, más que nunca, abrazamos el grito por verdad y justicia y nos enlazamos en las memorias de lucha. Acompañamos la 25° Marcha del Silencio desde la plaza que habitamos. La misma que nos cobijó en la previa al 8 de marzo y en la que sostenemos cada sábado una merienda popular. Para que en ese espacio íntimo del entramado barrial resuene el nombre de cada desaparecida, de cada desaparecido. No es primavera, pero la ciudad florece memoria, porque la semilla que plantaron nuestras abuelas y regaron nuestras madres germinó, y aquí estamos nosotras cosechando margaritas.

Fuente: https://zur.uy/cosechando-margaritas/

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