Chile Letras: La poesía no es una carrera tras un premio, es una opción ética para cambiar el mundo.

Foto: Lienzo desplegado en el frontis de la Biblioteca Nacional en plena Revuelta Popular. Noviembre 2019.

Este año el Premio Nacional de Literatura recaerá sobre algún o alguna poeta. Entre los nominados se encuentran: Claudio Bertoni, Thomas Harris, Elicura Chihuailaf, Hernán Miranda y Omar Lara, destacan tres autoras: Carmen Berenguer, Elvira Hernández y Rosabetty Muñoz. Las nominaciones, en las redes sociales, aparecen como una competencia de méritos, se despliegan argumentos para apoyar la postulación de tal o cual candidato o candidata. También, están esos comentarios sobre aquellos poetas inolvidables que nunca recibieron el tan bullado premio: Enrique Lihn, Jorge Teillier , Floridor Pérez y Stella Diaz Varin, entre otros. Probablemente, muchos de estos/as poetas no tenían interés alguno en dicho premio, porque eran poetas marginales y radicales, vivían la poesía no como un acto estético sino como un modo de vida, tal como lo expresara Jorge Teillier: «…ser poeta en serio es una responsabilidad. La gente no debe escribir poesía, deben ser poetas. La poesía no es una carrera, eso queda para la hípica. La poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño. La poesía no me interesa sólo como acto estético, sino ético. Una manera de cambiar el mundo es empezando a cambiarse a sí mismo. No importa ser bueno o mal poeta, sino transformarse en poeta, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, de nada vale escribir poemas si somos personajes antipoéticos».

Compartimos con uds., un breve texto crítico, punzante y necesario sobre el Premio Nacional de poesía 2020 de la poeta chilena Nadia Prado y luego, un extracto de la presentación al texto Dominios Perdidos de Jorge Teillier, escrito por Eduardo Llanos (2007), en el que se destaca la poesía del poeta de Lautaro como «una alternativa ética y estética en un área cada vez más asediada por el mercantilismo, el dogmatismo instrumentalizador, cuando no el mero oportunismo». Todo lo anterior, aparece como relevante, toda vez, que el movimiento social – popular que se ha levantado y sostenido por cientos de actos subversivos y rebeldes desde octubre del año recién pasado, también debe impregnar las artes, son ellas un motor fundamental en los procesos de transformación urgentes para toda la sociedad y por ello, se hace necesario un acto, un gesto ético, un gesto de rechazo absoluto frente a aquellos que han asesinado, encarcelado y torturado al pueblo y que mejor momento éste, cuando los premios pretenden reconocer la palabra desconociendo lo que han gritado las paredes de la revuelta: «la poesía está en la kalle».  (Nota Editora Natalia Pravda)

Esto es lo que pienso sobre el Premio Nacional 2020 para la poesía.

Por Nadia Prado.

NADIA PRADO – Tinta Invisible

Estamos viviendo una dictadura, ni siquiera encubierta. Ningún gobierno, desde que recuperamos la democracia, por más rabia que nos provocara la Concertación, se podía comparar con el régimen criminal de Pinochet. Este, el de Sebastián Piñera sí. Ha asesinado, desaparecido, violadx, mutiladx, reprime diariamente los territorios más pobres y resistentes y las cárceles están llenas de presxs políticos. Es más, es un gobierno que estamos tratando de derrocar.

Lxs juradxs –premiada, rectores, autores y académicx– se van a tener que sentar a dirimir en la misma mesa con una ministra que apoya al presidente y que nada ha dicho sobre las graves violaciones a los derechos humanos, sin olvidar que, tanto ellxs como el o la premiada, tendrán que ser parte de una ceremonia gubernamental, en este contexto, con Sebastián Piñera a la cabeza.

Ya me dirán que el premiado puede no ir, que el premio «está institucionalizado en una ley», que el o la premiada están amparadxs en esa ley, que no pierden sus «convicciones e independencia». No estoy de acuerdo, especialmente si se es poeta mujer o poeta mapuche. Más allá de que para la escritura los premios son, casi siempre, un alimento inconveniente, este año, no tengo dudas, habría que boicotearlo, negarlo, objetarlo, porque lo entrega un gobierno criminal, que nos reprime como en dictadura desde el 18 de octubre, que ha militarizado el Wallmapu fingiendo y manteniéndolo en zona de guerra, por lxs presos políticos mapuche que hoy cumplen 83 días en huelga de hambre, por el machi Celestino Córdova en riesgo de muerte, producto de esa huelga, por el montaje que hicieron para justificar el asesinato de Camilo Catrillanca, y por un sinfín de crímenes –solo dignos de la dictadura– que podría seguir enumerando.

Lo serio, más que tanto lobby, difusión y publicidad, este año hubiese sido decir, «lxs poetas en 2020 nos se presentarán al Premio Nacional en repudio y rechazo al gobierno criminal de Sebastián Piñera». Aceptar el premio este año sería, como dice Thomas Bernhard, dejarnos defecar sobre la cabeza y sobre nuestrxs muertxs.

25 de Julio, 2020

Fuente: https://www.facebook.com/taller.nadiaprado/posts/3254028994679663


Jorge Tellier, poeta fronterizo (Extracto).

Por Eduardo Llanos Melussa

Durante los años sesenta se dio en Chile una indiscutible expansión no sólo de la escritura, sino también de la crítica (en muchos casos ejercida por los escritores mismos), de cuyo maridaje son expresión inequívoca las varias revistas amigas -no competitivas-, los encuentros intergeneracionales y los congresos. Y aunque hubo también escenas de desencuentros y rivalidades, estos poetas contaban -y cuentan todavía- con lectores comunes, atentos más al valor intrínseco de las obras que a las manifestaciones extraliterarias. Así, pues, junto a Enrique Lihn (1929-1988) y Jorge Teillier (1935-1996), el espacio poético contaba con la presencia activa y enriquecedora de otros poetas de evidente oficio y no poco admirados: Miguel Arteche (1926), Alberto Rubio (1928), Efraín Barquero (1931) y Armando Uribe (1933). La lista podría ampliarse con Carlos de Rokha (1920-1962), Alfonso Alcalde (1921-1992), Fernando González Urízar (1922), Jorge Cáceres (1923-1949), Eliana Navarro (1923-2006), Cecilia Casanova (1926), Raúl Rivera (1926), David Rosenmann Taub (1926), Luis Vulliamy (19291989), Sergio Hernández (1931), Pedro Lastra (1931) y Rolando Cárdenas (1933-1990). Más allá de lo discutible de una mención tan enumerativa, está el hecho concreto de una actividad poética diversa, cultivada en un ambiente de relativa tolerancia mutua y en que casi todos tenían conciencia de pertenecer a un mundo que estaba haciéndose (no deshaciéndose), el cual recibía sus publicaciones de manera silenciosa y acaso no muy entusiasta, pero seguramente con más profundidad y sinceridad que las apreciables hoy en esas audiencias acríticas, que confunden la poesía con el estrellato publicitario. 
Jorge Teillier-foto de Jorge Aravena Llanca

 

[…] El principal motivo por el cual releo y valoro la poesía de Teillier es precisamente la certeza de reencontrar allí el eslabón perdido de esa larga cadena de esfuerzos por ofrecer una alternativa ética y estética en un área cada vez más asediada por el mercantilismo, el dogmatismo instrumentalizador, cuando no el mero oportunismo. Véase, por ejemplo, este fragmento de «El poeta de este mundo», en que Teillier dialoga con el poeta francés René-Guy Cadou -citándolo-, pero al mismo tiempo hilvana una suerte de declaración de principios: 

[. . .] Tú sabías que la poesía debe ser usual como el 

cielo que nos desborda,

que no significa nada si no permite a los hombres 

acercarse y conocerse. 

La poesía debe ser una moneda cotidiana

 y debe estar sobre todas las mesas 

como el canto de la jarra de vino que ilumina los 

caminos del domingo. 

Sabías que las ciudades son accidentes que no 

prevalecerán frente a los árboles, 

que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a 

vender a los mercados [. . .]

[…] El poeta no se rendirá jamás. Y es precisamente la autenticidad del esfuerzo por superar la escisión poesía/vida, cada vez más dolorosa e inevitable, lo que permite comparar a Teillier con Lihn. Más allá de sus obvias diferencias, ambos representan los últimos y más denodados agonismos poético-existenciales de nuestro país. La lealtad hacia sí mismo no es en ellos mera tozudez u orgullo narcisista; es una vigilia que en medio del tráfago del progreso postmodemo puede, paradójicamente, parecer ensueño o somnolencia, pero que en realidad constituye el cumplimiento de una misión irrenunciable. De ahí ese giro metapoético que frecuentemente aparece en su obra (gesto propio, según Heidegger, de quien oficia como poeta en tiempos de penuria). El mismo Teillier lo expresa con toda claridad: «Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos o malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos [ … ]». 1

En verdad, cualquier tiempo es propicio para leer a un poeta genuino, pero una ocasión como ésta, en que se tiene ante la vista una retrospectiva panorámica, es mejor que otras. Así, siguiendo su evolución de los primeros poemas a los últimos, quisiera finalmente ponderar la precoz madurez poética de Teillier, hasta ahora inigualada. En efecto, cuántos poetas -coetáneos o posteriores- han llegado a los veintiocho años manteniendo en cuatro libros ese nivel de calidad y consistencia? ¿y cuántos han sostenido hasta el fin de sus días una coherencia equivalente? De hecho, es significativo que el poema «Despedida», con que termina su tercer libro, haya sido retomado como cierre también en varios otros libros posteriores. Y es que se puede leer ese poema en tanto resumen condensado del ethos del autor y también como muestra representativa de toda su obra; un indicio, en fin, de que en Teillier juventud y madurez son un estado casi intemporal del espíritu antes que fases de su desarrollo personal: 

{ . .] Me despido de una muchacha 

que sin preguntarme si la amaba o no la amaba

 caminó conmigo y se acostó conmigo 

cualquiera tarde de esas en que las calles se llenan 

de humaredas de hojas quemándose en las acequias. 

Me despido de una muchacha 

cuyo rostro suelo ver en sueños 

iluminado por la triste mirada 

de trenes que parten bajo la lluvia. 

Me despido de la memoria 

y me despido de la nostalgia 

-la sal y el agua 

de mis días sin objeto- 

y me despido de estos poemas:

 palabras, palabras -un poco de aire 

movido por los labios- palabras 

para ocultar quizás lo único verdadero: 

que respiramos y dejamos de respirar. 

Compartamos, pues, esa actitud, y dejemos que el lector se oxigene a su vez con esta noble poesía, que «es un respirar en paz /para que los demás respiren. 

Santiago, junio 1991, junio 2007 

[1] Ver «Sobre el mundo donde verdaderamente habito», texto fundamental que figura como prólogo en Muertes y maravillas (Editorial Universitaria, Santiago, 1971, pp. 10-19). En su primera versión, escrita en Valdivia y Santiago en octubre de 1968 -un año clave en la historia del siglo XX-, apareció en la revista Trilce (Valdivia, 1968) y fue incluido también por Alfonso Calderón entre los apéndices de su ejemplar Antología de la poesía chilena contemporánea (Editorial Universitaria, Santiago, 1971, pp. 351-359). Se incluye como epílogo de esta edición. 

Fuente: Los dominios perdidos, Jorge Teillier. FCE: Santiago, 2010. 

 

 

 

 

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