«El colapso de la modernización» de Robert Kurz, 15 años después

Entrevista a Robert Kurz.

por Dieter Heidemann, Anselmo Alfredo, Caio Melo, Carlos Toledo y Vicente Alves

Presentación:

El autor alemán habla sobre el contexto que dio origen a “El colapso de la modernización” y dice que la crisis actual exige una nueva perspectiva, capaz de mirar más allá de la forma-valor.

Robert Kurz era un autor prácticamente desconocido cuando escribió “El colapso de la modernización”. Publicado en Alemania al inicio de la década de 1990, en la prestigiosa colección «La otra biblioteca”, organizada por el poeta y ensayista Hans Magnus Enzensberger, el libro surgió de una larga elaboración teórica y militancia política y nació bajo la influencia directa de la caída del muro de Berlín (1989) – analizada en detalle en “La venganza de Honecker” (ver “La obra de Kurz”). Audaz, “El colapso” es un análisis original de la caída de los países socialistas, que interpreta el fin de trayecto al que habían llegado esas economías en el marco de la crisis del propio capitalismo.

Como dice su presentador brasileño, Roberto Schwarz, el libro analiza las economías llamadas socialistas como “parte del sistema mundial de producción de mercancías, de manera que la quiebra de aquellas explicita [las] tendencias y callejones sin salida de éste”. Según visión de Schwarz, “de ser verdadera la apariencia inviable que tomó el desarrollo de las fuerzas productivas, llevando el capitalismo a un callejón sin salida, confirma el pronóstico central de Marx”. Por otro lado, añade el brasileño, “a diferencia de la epopeya de Marx, que saludaba la apertura de un ciclo, la de Kurz está inspirada por su presunta clausura. Si con Marx asistimos a la profundización de la lucha de clases, donde las sucesivas derrotas del joven proletariado son otros tantos anuncios de su resurgimiento más consciente y colosal, según Kurz, 150 años después, el antagonismo de clase perdió la virtualidad de la solución, y con ella la sustancia heroica. La dinámica y la unidad son dictadas por la mercancía fetichizada – el antihéroe absoluto – cuyo proceso infernal escapa al entendimiento de [la] burguesía y [el] proletariado, que en cuanto tales no se enfrentan a dicho proceso.

Legitimadas en gran parte por el curso de los acontecimientos en el mundo, las ideas originales del autor, conducidas por una prosa poderosa, causaron impacto y conquistaron lectores en diversos países. Sólo en Brasil fue publicado, después del primer libro, “El retorno del Potemkim. Capitalismo de fachada y conflicto distributivo en Alemania” y “Últimos combates”. Ahora, acaba de ser publicado “A todo vapor hacia el colapso”, selección de textos lanzada por Kurz en su más reciente visita al país, cuando participó en la Bienal Internacional del Libro en Fortaleza y en el seminario “La crítica materialista en Brasil”, en São Paulo. Con Roswitha Scholz, que también estuvo en el seminario, Kurz edita hoy la revista ¡EXIT! (www.exit-online.org y http://obeco.planetaclix.pt/), además de escribir para periódicos en Alemania, en Austria y en Suiza y tener columnas regulares en diversos periódicos, entre ellos la Folha de S. Paulo.

En la entrevista que sigue, concedida a integrantes de un grupo de estudios sobre su obra del Laboratorio de Geografía Urbana de la USP, Universidad de São Paulo, y del Instituto de Estudios Brasileños (IEB/USP), Kurz hace un balance teórico de su trayectoria intelectual desde “El colapso de la modernización” y habla sobre la profundización de cuestiones centrales de su obra, como la crítica del valor en la moderna sociedad productora de mercancías, la teoría de la crisis y el concepto de disociación. [Dieter Heidemann y Raquel Imanishi]
La OBRA DE KURZ (hasta 2004)

[Traducidas al portugués:]

– El colapso de la modernización [Paz e Terra, 1992]
– El retorno de Potemkim – capitalismo de fachada y conflicto distributivo en Alemania [Paz e Terra, 1993]
– Últimos combates [Editora Vozes, 1996]
– A todo vapor hacia el colapso [Ed.UFJF/Pazulin, 2004]

[No traducidas al portugués:]

– La venganza de Honecker [1991]
– Libro negro del capitalismo [1999]
– Guerra de ordenamiento mundial [2002]
– La ideología antialemana [2003]
– Razón sangrienta [2004]

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La humanidad no está preparada, pero tampoco tiene otra opción.

Entrevista de Dieter Heidemann, Anselmo Alfredo, Caio Melo, Carlos Toledo y Vicente Alves.

REPORTAGEM – El libro “El colapso de la modernización” salió poco tiempo después de la caída del muro de Berlín (1989), época en que tú formabas parte de un grupo de teoría crítica radical. ¿En qué contexto surge lo que pasáis a llamar “crítica del valor en la moderna sociedad productora de mercancías”?

Robert Kurz – Nuestro punto de partida no fue académico. Éramos todos activistas de movimientos sociales de izquierda. Al inicio de la década de los 80, teníamos la impresión de que las ideas de la llamada “nueva izquierda” habían quedado erosionadas desde 1968. Existía en el grupo un ímpetu de reelaborar críticamente la propia historia. No queríamos participar más en lo que veíamos como una especie de “ciclo maníaco-depresivo” de la militancia política. Creíamos que la teoría no debía ir más a remolque de la práctica política, no debía tener carácter “legitimatorio”, sino ser tomada en serio en su autonomía. Eso significaba un distanciamiento de la izquierda política.

La “nueva izquierda”, a pesar de toda la crítica al estalinismo, no ponía en cuestión el “socialismo” y el “post-capitalismo” de la Unión Soviética. Los pocos teóricos que hablaron de “capitalismo de Estado”, por ejemplo, se guiaban en general por el maoísmo chino y no fueron más allá de una teoría de poco alcance sociológico sobre el “poder de la burocracia”. Un análisis más profundo constataba que el verdadero problema del llamado “socialismo real” era otro: los órdenes sociales que resultaron de la revolución rusa y de los movimientos de liberación anticolonial continuaban siendo “modos de producción basados en el valor” (Marx), no siendo superada la forma social del sistema. Las categorías del capital fueron mantenidas, imponiéndose como necesarios sólo su control y remodelación político-administrativa en la forma de estado-nación, del mismo modo que en Occidente las personas fueron subordinadas al sistema del “trabajo abstracto” (Marx). No se produjo una transformación en el sentido de un “más allá del capitalismo”, sino una mutación en el interior y en la dirección del mismo.

Eso correspondía a la real situación histórica de los países del este y del sur. Esas sociedades no habían llegado al límite del desarrollo capitalista, sino que iban a la zaga de este desarrollo en la periferia del mercado mundial. Por eso las revoluciones locales, a pesar de sus banderas anticapitalista y marxista, fueron en realidad revoluciones burguesas hechas en países históricamente retardados, surgiendo de ellas regímenes de modernización rezagada. Como ya había sido característico de la historia absolutista y burguesa-revolucionaria del capitalismo del siglo XVI al XIX, se repetían en el fondo fenómenos parecidos con otros ropajes ideológicos.

REPORTAGEM – Las décadas finales del siglo XX trajeron sin embargo una crisis cualitativamente nueva que abrió espacio para la crítica de los reformismos tradicionales y neoliberales. Ésta en un primer momento llevó antes que nada a la crítica del trabajo, porque la crisis también expresaba los límites internos a los que llegaba esa categoría central para la reproducción del sistema. Por otro lado, después de la resaca del marxismo estructuralista y del triunfo del pensamiento posmoderno en la universidad, se volvió recurrente la acusación de que los análisis de Marx tenían un sesgo economicista. ¿Cómo situáis vosotros en este aspecto los análisis económicos del pensamiento marxista tradicional, criticados por ti, y en qué punto divergen de vuestra nueva teoría de la crisis?

Kurz – La nueva interpretación de la historia de la modernización en el siglo XX, hecha por el grupo, trajo el problema de cómo era posible llegar a esta conclusión pensando “a contrapelo” del marxismo porque a las innovaciones de la teoría social hay que exigirles siempre que sean capaces de explicarse a sí mismas. Se inicia, con ello, la nueva teoría de la crisis: hasta entonces, la teoría marxista había analizado las crisis como interrupciones pasajeras de la acumulación capitalista, es decir, como crisis coyunturales o rupturas estructurales en la transición hacia un nuevo modelo de acumulación. De esta manera, la teoría de la crisis, así como la idea y la praxis del socialismo político-estatal, quedaron aprisionadas en el horizonte del trabajo abstracto y las formas sociales del sistema productor de mercancías. O no se consideró posible una barrera interna absoluta al proceso de acumulación o, en las pocas excepciones que hubo (como en el caso de Henryk Grossmann), no se relacionó esa posibilidad al “trabajo abstracto” en cuanto “sustancia del capital” (Marx). Nuestra teoría de la crisis, por el contrario, esbozó la tesis de que la “desubstancialización” del capital llevada a cabo por la tercera revolución industrial de la microelectrónica representa una barrera interna absoluta para el proceso de acumulación. Por primera vez en la historia capitalista, se realiza una racionalización que permite prescindir de la fuerza de trabajo de modo más rápido y en mayor volumen que la ampliación de los mercados posibilitada por el abaratamiento de los productos. Se apaga así el mecanismo de compensación de las crisis vigentes hasta entonces. No sólo coyunturalmente, sino también estructuralmente, el capital huye de la acumulación real hacia el “capital ficticio” (Marx) en burbujas financieras que tienen que reventar. En la medida en que se demuestra, en esta crisis cualitativamente nueva, la barrera histórica de acumulación del “modo de producción basado en el valor” (Marx) se vuelve obsoleto el sistema productor de mercancías, el “trabajo abstracto” y, con ellos, la ontología marxista del trabajo.

A partir de la teoría de la crisis fue determinado, así, el propio lugar histórico de la nueva y más fundamental crítica al capitalismo. Pero sólo en “El colapso de la modernización” pudieron ser articuladas, sistemáticamente, esa nueva teoría de la crisis y una crítica conceptual del socialismo que se basara en el trabajo abstracto y en la producción de mercancías. La crisis de las formas fundamentales y comunes del sistema productor de mercancías se volvió manifiesta, primero, entre los [países históticamente] retrasados , avanzando enseguida incluso hasta los centros del capital occidental. El fin de la “modernización rezagada” es el principio del fin de la modernidad y de su trabajo abstracto, o sea, el fin también de la política como forma de regulación y el fin de la nación como espacio relacional del sistema productor de mercancías, como demuestra en la práctica el proceso de la globalización. Todas las interpretaciones que pretendían comprender el declive de la Unión Soviética y el fin del socialismo como victoria del capitalismo occidental se volvieron obsoletas. El siglo XXI tiene la tarea de formular de manera radical una nueva crítica social, o sea, transformar la crítica al “trabajo abstracto”, a la forma-valor, a la producción de mercancías, a la regulación política y a la limitación nacional en una crítica consciente y en una superación de estas relaciones formales de la sociedad moderna.

REPORTAGEM – Así que se trata de una teoría que ya no se refiere exclusivamente a la categoría del trabajo. Al contrario, se evidencia como ante la crisis tanto las formas de pensar como la praxis, sea ésta de índole social, económica o política, se agarran a la ontología moderna sin darse cuenta de la potencia negativa que se expresa en esta crisis. En Brasil, por ejemplo, el libro generó polémica y produjo muchas críticas – entre otras, las de contener “diabluras metafísicas”, y desembocar en el “catastrofismo”. ¿Cómo fue la recepción del libro en la izquierda y qué tipo de impacto tuvieron tus análisis, de modo general, en la llamada “opinión pública”?

Kurz – Los análisis causaron asombro en la medida en que se oponían fuertemente a las opiniones entonces vigentes. Intelectuales lúcidos como Hans Magnus Enzensberger y Roberto Schwarz habían considerado importante presentar la nueva teoría ante un público más amplio. Sin esa evaluación, el libro no hubiera sido editado, ni tampoco traducido. En la izquierda, la recepción estuvo muy dividida. Para unos, era una explicación coherente del colapso oriental y de la crisis occidental, considerados en conjunto. Para muchos intelectuales de Alemania Oriental, que habían caído en la depresión después de la reunificación alemana, la explicación parecía una especie de “luz salvadora al final del túnel”: les ofrecía la posibilidad teórica de concebir el fin de “su” socialismo no como una aceptación incondicional del capitalismo occidental. Para otros, esta nueva teoría e interpretación de la realidad de la sociedad mundial estaba totalmente fuera de lugar: era “esotérica” o más o menos “de locos”. La teoría de la crisis, en especial, fue denunciada sin más como “apocalíptica”.

Me llamó la atención que tanto la recepción positiva como la negativa se habían restringido casi exclusivamente al estadio analítico, mientras que los fundamentos teóricos de la crítica al trabajo abstracto y a la forma-mercancía no fueron reconocidos o fueron vistos como una especie de “OVNI teórico”. Se mostró con una claridad sorprendente con qué profundidad en todos los sectores y posiciones filosófica y político-económicas la conciencia estaba metida en el pozo de la inmanencia de las formas sociales modernas. En este sentido, la recepción negativa, con su denuncia rabiosa del carácter esotérico y apocalíptico de los análisis, fue más lejos en la comprensión de su novedad teórica – ellos, por lo menos vagamente, se habían dado cuenta de que la ontología de la modernidad era radicalmente cuestionada. Esto luego empezó a estar claro también para parte de la izquierda que, de entrada, había aprobado el análisis. Sobre todo la Intelligentsia socializada en la República Democrática Alemana se volvió visiblemente más reservada en cuanto la crítica radical a la ontología marxista del trabajo, de la forma política y de la nación se revelaron como parte integrante de la nueva elaboración teórica. En Alemania, el marxismo tradicional intentó colocarse varias veces en contra del nuevo enfoque de la “crítica del valor” (éste es el término que suele ser utilizado para la nueva teoría crítica), viviéndolo como una destrucción de la propia identidad.

También parte del público burgués que, al principio, había registrado el nuevo enfoque como un “juego de abalorios” intelectual interesante [referencia al libro homónimo del escritor alemán Hermann Hesse], se volvió cada vez más hermética y resistente a medida que la crisis se manifestaba en la práctica y de hecho penetraba también en los centros occidentales. Por otro lado, cada vez en mayor medida, charlatanes y sectarios de todo tipo intentaron colgarse de esta nueva teoría: desde los “reformadores del dinero”, siguiendo la estela de Silvio Gesell, hasta antimodernistas reaccionarios de la derecha nacionalista, que, eso sí (y de manera parecida a la de muchos marxistas tradicionales) se quejaron de la crítica a la nación como si ésta no fuera parte indispensable de la crítica a la ontología moderna.

Hasta hoy una nueva teoría nunca ha llegado a ser socialmente relevante si no era a través del endurecimiento de la conciencia dominante, de la defensa vehemente de posiciones antiguas de la crítica social, ya obsoletas, y a través de recepciones parcialmente eclécticas y oscuras y de crasos malentendidos. En cuanto se rompe el pequeño círculo de especialistas, tales fenómenos son inevitables. Por eso, la resonancia contradictoria del libro sirvió de incentivo para el desarrollo y la concreción de la nueva teoría. Para entonces ya existía un número suficiente de mediadores, traductores y colaboradores intelectuales independientes que hicieron suya la nueva teoría. Se formaron círculos de discusión de la crítica del valor no sólo en Alemania y en Austria, sino también en Brasil, en Italia, en Francia, en España y en Portugal.

REPORTAGEM – En ese período se produjo la incorporación de nuevos contenidos a esta teoría crítica. Se subrayó hasta qué punto la ontología moderna, a pesar de la crisis, seguía influyendo en los más diversos aspectos del pensamiento y de la comprensión. ¿Qué elementos nuevos se integraron en la teoría crítica y cómo fue ampliada la crítica del valor?

Kurz – Inicialmente, la nueva teoría se concentraba en el desarrollo de la crítica de la economía política. La teoría de la crisis y la crítica del sistema productor de mercancías eran asuntos nuevos, pero la manera como esos contenidos eran pensados aún seguía el modo tradicional de pensar la teoría. Ni hubo análisis crítico del carácter abstracto universalista de toda elaboración teórica en el mundo moderno como momento de su ontología ni de la relación moderna de géneros ligada a él. Fiel reflejo de la filosofía de Hegel, el enfoque seguía el procedimiento lógico-deductivo, en el que la relación entre esencia y apariencia se resuelve como una ecuación matemática. Este pensamiento abstracto universalista de toda la teoría moderna, que tiene sus raíces en la filosofía del Iluminismo, se ligaba a un inmovilismo inconsciente que sigue anclado en la metafísica histórica del Iluminismo: habíamos cuestionado el futuro del moderno sistema productor de mercancías, teniendo por base la teoría de la crisis, pero en cuanto al pasado seguíamos concibiendo este sistema como “progreso”, como una trayectoria que había llevado a la superación del supuesto oscurantismo y de la animalidad del mundo agrario premoderno. Siguiendo los pasos de Marx, la teoría de la crítica del valor había tematizado de modo innovador el fetichismo de la modernidad aparentemente racional. Pero, también a ejemplo de Marx, había analizado ese descubrimiento teniendo por base una filosofía de la historia ideológica de esta misma falsa racionalidad.

Esa limitación teórica no fue rota desde dentro, sino desde fuera, gracias a una intervención femenina. No en vano al enfoque teórico abstracto-universalista le correspondía una estructura de asociación de hombres en el núcleo del grupo que elaboraba la crítica del valor, en el que no hubo mujeres. Desde el inicio de la década de 1990, Roswitha Scholz – autora que venía de la teoría feminista – criticaba la comprensión hegeliana y universalista de la crítica del valor, caracterizándola como “androcéntrica”. Con la compleja “teoría de la disociación”, trataba de romper esa hermética lógica deductiva, aparentemente encerrada en sí misma.

REPORTAGEM – El ensayo de Roswitha Scholz, “El valor es el hombre”, fundamental para la elaboración de la teoría de la disociación y que, recomendado por Roberto Schwarz, fue publicado en la revista “Novos Estudos CEBRAP” en 1996, pasó prácticamente desapercibido. Nos gustaría que hablases sobre el concepto de disociación: ¿Cuál es su estatus teórico en relación con la crítica de la forma-mercancía así como para la crítica del sujeto y del valor?

Kurz – En el enfoque de Scholz, disociación significa que la estructura del valor de la forma-mercancía, en cuanto forma fundamental del proceso de valorización del capital, pretende abarcar la totalidad del proceso de reproducción social, pero en realidad deja de lado (con las formas del valor y del trabajo abstracto) gran parte de esa reproducción. Eso, tanto en la perspectiva material (el “trabajo doméstico”, la educación de los hijos, etc.) como en la perspectiva socio-psicológica y cultural-simbólica (“amor”, sentimientos, afectos, etc.). Esos momentos fueron “disociados” de la sociabilidad oficial y asignados histórica y socialmente a las mujeres. Para usar un término del debate feminista, éstas son “doblemente socializadas”: de un lado, pertenecen (vía actividad profesional, forma dinero, etc.) a la sociabilidad formal oficial, y, de otro, ellas son estructuralmente responsables de todos los momentos de la vida que no forman parte de aquella sociabilidad oficial. Como estos momentos, desde el punto de vista de la forma dominante, no pertenecen al “trabajo abstracto”, a la forma valor y a la forma dinero, el estatus de las mujeres en el sistema productor de mercancías también es considerado estructuralmente inferior. Por norma, ellas son peor remuneradas, asumen menos posiciones de liderazgo que los hombres, son consideradas “irracionales”, con menos capacidad de imponerse y, muchas veces, como meros “apéndices” de los hombres. La parte disociada no es un área rigurosamente delimitable, que puede ser considerada por separado, sino que la disociación atraviesa todas las esferas de la sociedad. Si es verdad que en el proceso de desarrollo capitalista determinadas partes disociadas fueron integradas en el universo oficial de la forma-mercancía, a través de la comercialización o de la estatización, también es verdad que una buena parte de relaciones y dimensiones vitales no pueden ser abarcadas por el dinero y por el Estado, y que, en tiempos de crisis, muchos momentos necesarios para la vida son expulsados de la lógica de la forma-mercancía y redelegados a la esfera connotada como femenina. La relación del valor, de la valorización, no puede ser pensada de ninguna manera sin una simultánea relación de disociación. Por eso, los conceptos de estos dos aspectos de la sociedad moderna se encuentran en un mismo nivel de abstracción teórica, y forman, sólo en su conjunto, la conceptuación esencial (y contradictoria) de la modernidad.

A la luz de la teoría de la disociación, el universo aparentemente neutro del trabajo abstracto y de la forma-mercancía se revela estructuralmente determinado como un universo masculino. La ilusión de un universalismo abstracto está generada por una limitación de la reflexión a la esfera de la circulación. No limitando el análisis a la superficie de la circulación (a la llamada “abstracción de cambio”), se hace visible que la relación de disociación engloba todo el proceso de reproducción social. A escala global, también grandes parcelas de la humanidad no- occidental caen fuera del falso universalismo. El sujeto aparentemente neutro de la modernidad es en realidad el sujeto masculino, blanco y occidental (abreviado MBO).

De igual manera, la formación teórica de la modernidad, siendo abstracta, universalista y siguiendo la lógica de la deducción, se relaciona, desde el Iluminismo, en realidad sólo con la estructura interna de la forma-mercancía, determinada por lo masculino, blanco y occidental. Lo disociado es reprimido y privado de conceptuación. La teoría de la disociación en este contexto parte de la crítica de Adorno al concepto moderno de la teoría. El concepto no funciona como en una ecuación, hay que pensarlo en su carácter quebrado. La crítica del valor, de la mercancía y del “trabajo abstracto” precisa ser ampliada a fin de abarcar la crítica de la disociación. En ese sentido, lo disociado no es la “mitad mejor” o “lo que no tiene la forma valor”, entendido de modo positivo, sino sólo la otra cara, igual de negativa, de la moneda. La superación emancipadora del sistema moderno productor de mercancías incluye la superación de la relación de disociación en la cual las mujeres (y también la humanidad no occidental) son colocadas como inferiores. No se trata de darle la vuelta ideológicamente a esta atribución de inferioridad sino de abolirla junto con la relación de valor.

REPORTAGEM – Pero este enfoque no fue aceptado sin más ni de manera unánime por el conjunto del grupo Krisis…

Kurz – La teoría de la disociación fue aceptada en la elaboración teórica de la crítica del valor, caracterizada por asociación de hombres, androcéntrica y universalista, sólo después de grandes resistencias y no fue integrada de forma generalizada en los análisis del grupo. Pero estaba en la base del texto “Dominación sin sujeto” (1993) en el cual, por primera vez, la crisis y la crítica del sistema productor de mercancías fueron definidas también como crisis y crítica del sujeto moderno y de su concepto positivo, y eso sin tener nada que ver con los poco entusiasmados intentos posmodernos que no tenían ningún concepto del “trabajo abstracto” y de la forma-mercancía. Ese enfoque fue ampliado y ganó base empírica en el “Libro negro del capitalismo” (1999), un amplio análisis histórico hecho para fundamentar una crítica del Iluminismo y de su filosofía de la historia. En él, por primera vez, el moderno sistema productor de mercancías ya no aparecía como “progreso”, tampoco en relación con el pasado. Al mismo tiempo, esta crítica se distanciaba enfáticamente de cualquier romantización de las sociedades agrarias premodernas. No se trataba de una evocación reaccionaria de las condiciones pasadas, sino de una crítica radical al pensamiento ontológico. La teoría de la crisis fue ampliada a fin de abarcar la crisis del sujeto masculino, blanco y occidental (MBO) pasando, de una crítica meramente implícita y reducida a la economía política, a una crítica explícita de la ontología moderna y de las relaciones fetichizadas en general. Pero esta ampliación quedó limitada a trabajos individuales, no siendo asumida por todos los participantes de la antigua elaboración teórica de la crítica del valor sin que las discrepancias de opiniones en ciernes hicieran acto de presencia abiertamente.

REPORTAGEM – ¿Qué papel desempeñó en este estado ambiguo de “integración no integrada” la publicación del Manifiesto contra el trabajo en la sedimentación o incluso en una distribución interna de perspectivas individuales diferentes dentro del grupo Krisis?

Kurz – Durante la coexistencia de posiciones soterradamente ya enfrentadas, la crítica del “trabajo abstracto” fue formulada de nuevo en un proyecto conjunto, a otro nivel ya no puramente teórico. El debate sobre la “crisis de la sociedad del trabajo”, las medidas socialmente represivas de la administración de crisis capitalista y los primeros indicios de un nuevo movimiento social sugirieron la divulgación de la crítica del valor para un público mayor. El resultado de esas reflexiones fue el “Manifiesto contra el trabajo” (1999) que, en poco tiempo, causó revuelo, tuvo grandes tiradas y fue traducido a varias lenguas, un éxito que sorprendió incluso a sus propios autores. Fue un globo sonda y, aparentemente, tocó un nervio descubierto de la sociedad en crisis, expresando lo que, de forma general, se sentía pero no tenía voz. La elaboración del “Manifiesto” no se hizo, sin embargo, sin conflictos. No fue sólo debido a la forma estilística no-habitual que obligó a diversas reformulaciones; no por casualidad, el punto sobre la relación de géneros se insertó posteriormente. Sobre todo hubo divergencias notables respecto a las expectativas en torno a la función del “Manifiesto”. Para unos, se trataba de una realización puntual, en la cual la crítica del valor y de la disociación recibía una formulación literaria capaz de presentarla a un público más amplio, además de estimular a la reflexión teórica de activistas de los movimientos sociales que se veían enredados en los problemas de la crisis de la sociedad del trabajo. Pero al mismo tiempo, el proceso de formulación teórica debería tener continuidad ininterrumpida, independientemente de esa coyuntura. Para otros, por el contrario, el “Manifiesto” significaba ya el punto culminante y de inflexión en dirección a la praxis social: con el “Manifiesto” querían llegar a una reorientación fundamental de la actividad de la crítica del valor, centrándose en la crítica del trabajo e integrándose así directamente en los nuevos movimientos sociales con carácter antipolítico y periodístico.

REPORTAGEM – En tu libro “El colapso de la modernización”, publicado en 1991, te anticipas al atentado del 11 de septiembre unos 10 años cuando escribes que el fundamentalismo y la “ideología secundaria islámica” generan “(…) empresas kamikaze y de comandos”. Después del 11 de septiembre hay que constatar una acentuación de aspectos conservadores en la izquierda europea que probablemente también acentuó los conflictos internos de la redacción de Krisis. ¿Cómo se desarrollaron estos conflictos y qué papel tuvieron en aquel momento la crítica de la disociación y la crítica del sujeto?

Kurz – También a escala muy pequeña, las contradicciones interiores se ven aceleradas por importantes “acontecimientos históricos”. En un sentido social-psicológico, el terror del 11 de septiembre 2001 en Nueva York estremeció los centros occidentales hasta la médula. En las grandes zonas de crisis y de colapso, el 11 de septiembre no se percibió con la misma intensidad; quizás porque allí hace ya tiempo que la barbarie se convirtió en el pan de cada día. En cambio, para los EE.UU. y Europa Occidental los ataques terroristas fueron un trauma y un fanal porque se dieron cuenta de que el actual modo de vivir está llegando a su fin y que la vorágine de la crisis también va alcanzando con violencia incalculable la propia vida cotidiana. Esta percepción simbólica en todos los niveles sociales desató muchos conflictos soterrados o rechazados, tanto en corrientes políticas y grupos teóricos como en las relaciones personales. La izquierda se polarizó como no lo había hecho durante décadas. Frente a las amenazas oscuras la Intelligentsia descubrió de repente los “valores occidentales” y una parte de la izquierda evocó la supuesta “burguesa promesa de felicidad” que había que defender contra la “barbarie del Tercer Mundo”. La metafísica histórica del Iluminismo irrumpió como un flato mental.

Hasta entonces, la formulación teórica de la crítica del valor y de la crítica de la disociación se concentró en la revista Krisis que también se dio a conocer fuera de Alemania. El agitado clima ideológico y socio-psicológico después del 11 de septiembre, sin embargo, sacó a la luz las contradicciones internas del grupo. Y es que la teoría de la disociación, en su definición sociológica de géneros y cultural-simbólica no había sido adoptada por todos los miembros de igual manera, sino que, sólo de manera superficial, había sido cortejada y tolerada por algunos. A algunos de los hombres teóricos de los principios les resultaba en el fondo inaceptable que los conceptos forma-valor y disociación se encontraran al mismo nivel de abstracción y tuvieran el mismo rango. Si la problemática de la disociación era tematizada, aparecía en diferentes grados como un “sector” subordinado a la “verdadera” totalidad del sistema productor de mercancías, en vez de concebir la propia disociación como categoría de la totalidad (junto a la forma-valor y forma-mercancía) dentro de lo que era una aproximación nueva, quebrantada, lejos del antiguo enfoque hegeliano. En textos pertinentes, hasta hoy la relación de disociación es enfocada en general como un “fenómeno” histórico-empírico y como una “esfera” supuestamente delimitable y subordinada (en lugar de un momento del concepto esencial); así queda teóricamente reducida. De esta manera -también en diferentes grados- la crítica del sujeto, es decir de la forma de sujeto masculino, blanco y occidental (MBO), igualmente queda reducida. De manera abierta u oculta se piensa que es “necesario” llevar determinados elementos de ese sujeto a una futura sociedad emancipada. De este modo no se critica consecuentemente la ontología moderna, así que perduran restos de la metafísica histórica iluminista. Esta perspectiva, igual que en el caso de Adorno, está estrechamente ligada a un concepto difuso de la “abstracción del cambio”: en él, tanto el “trabajo abstracto” como la disociación aparecen como los resultantes de esta misma “abstracción del cambio”. Es decir: no son el “trabajo abstracto” y la disociación los que representan las categorías esenciales y constituyentes sino la aparentemente “neutra” circulación. Y es que un concepto equivocado de circulación como supuesta esencia y entramado que constituye la sociedad resulta ser la fuente principal de la que bebe toda ideología burguesa iluminista.

La crítica a la reacción occidental ante el mega-terror y las guerras de ordenamiento mundial en Afganistán y en Irak, todavía formulada en común, sólo se refería a la superficie; no obstante, en los estratos más profundos de la elaboración teórica ya se había formado otro entendimiento completamente opuesto en lo que se refiere a la crítica del sujeto, del Iluminismo y la ontología moderna; éste emergió en el clima envenenado después del 11 de septiembre de manera eruptiva. Cuando en la primavera del año 2002 iban a publicarse, bajo el título “Razón sangrienta”, unas tesis polémicas que también integraban la disociación, respecto a la crítica del Iluminismo y su renacimiento ideológico actual en las corrientes principales de la Intelligentsia occidental, por primera vez en la historia de la elaboración de la teoría crítica se intentó impedir con recursos formales la publicación de un artículo de un autor relevante. En lo sucesivo, el núcleo inicial de elaboración teórica se dividió en dos grupos que, por algún tiempo, actuaron bajo el techo común de “Krisis”. Esta escisión fue también debida a rupturas personales y motivos de competencia y reafirmación personal por parte de los que, en varios aspectos aunque no de forma consistente y homogénea, se habían quedado anclados en el antiguo modo androcéntrico y universalista de elaboración teórica. A medida que ciertas mujeres fueron acogidas en el círculo interior algunos hombres se retiraron. En febrero 2004, finalmente, con un golpe de mano los “modelos desfasados” se apoderaron del “rótulo de Krisis”, instrumentalizando a la vieja usanza de la política de poder y de partidos la organización formal, y expulsaron a la mayoría de la antigua redacción (incluyendo a todas las mujeres).

Pero con esa “toma de poder” puramente formal evidentemente no se podía recuperar el anterior nivel teórico. Ahora son la mayoría de la antigua redacción y nuevos participantes quienes prosiguen con la elaboración teórica de la crítica del valor y de la crítica de la disociación en la revista teórica “¡EXIT!”; alrededor de ella, se ha constituido también un nuevo entramado organizativo. El grupo usurpatorio de lo que queda de “Krisis”, en cambio, no tardó en optar por una simplificación periodística y de “praxis” propagandística, que ya se anunciaba después de la publicación del “Manifiesto contra el trabajo”. Actuando de esa manera, abandonan en buena parte la dimensión de la crítica de la ideología para, casi a la manera de la izquierda tradicional, ganar influencia en los nuevos movimientos sociales con menos problemas. “¡Exit!”, en cambio, rechaza cualquier oportunismo ante los movimientos y cualquier minimización de los problemas que puede acarrear una crítica sesgada del capitalismo; en lugar de eso, pone el acento en intervenir con una crítica de la ideología hacia los movimientos sociales que van brotando, sin por eso negarlos como tales.

REPORTAGEM – ¿Vuestra expulsión de la redacción de “Krisis”, según tus palabras debida a diferencias práctico-teóricas en cuanto a la teoría de la disociación y de la crítica del sujeto del Iluminismo, puede también ser analizada en un contexto más amplio, es decir en el desarrollo de la crisis de la sociedad productora de mercancías que se está agudizando?

Kurz – La división se situó, inequívocamente, en un marco de exacerbación de la crisis. No se trata simplemente de emitir opiniones y reflexiones teóricas “interesantes” a partir de una perspectiva distanciada, sino de encarar la existencia pura y dura en las condiciones de relaciones sacudidas por el colapso. La precarización alcanza todas las esferas, de la intelectual, pasando por la académica, la periodística hasta la estatal e infraestructural. Después de los “productores inmediatos” agrarios e industriales, también la “nueva clase media” se verá precipitada al torbellino de la crisis mundial desencadenada por la tercera revolución industrial. Se revela en la práctica que todos estos sectores no tienen una base económica independiente en la estructura de la acumulación capitalista, sino que dependen de la redistribución de la plusvalía que proviene del centro industrial. Esa dependencia estructural aunque, debido a la coyuntura de burbujas financieras, fuera temporalmente invisible ahora se hace notar de manera violenta. De este modo, el conjunto del sistema de enseñanza y de investigación, igual que en el caso de los medios, está siendo fundido y reorganizado de manera negativa, siguiendo las pautas de la crisis industrial.

Como les ocurre a las capas inferiores desde hace ya tiempo, ahora también en la antigua “nueva clase media” se hace sentir la fragmentación de la no superada relación de disociación, connotada sexualmente, plasmándose en una especie de “transformación del hombre en ama de casa” (“Hausfrauisierung des Mannes”, como dice un término de la teoría feminista alemana de los años 80). Pero también aquellas mujeres que triunfan en la vida profesional y que se han hecho un hueco en la esfera pública (más que nada en el sector académico), definida estructuralmente como “masculina”, ahora se ven expuestas a las circunstancias provocadas por la crisis.

Sobre la base del sistema productor de mercancías, la competencia y la lucha por la supervivencia abren las compuertas del odio, incluso en los grupos de elaboración teórica radical y emancipadora. Pero la mayoría de los que cortan sus lazos para poder triunfar en la sociedad en el último momento y tomar la ocasión de hacer carrera, en realidad se enrolan en barcos que se están hundiendo.

REPORTAGEM – En el clima social de un optimismo asustado y bajo fuerte presión, aquí en Brasil, incluyendo parte de la izquierda después de la elección de Lula como presidente, se señala continuamente a China como ejemplo de un futuro prometedor con un supuestamente amplio potencial de desarrollo. ¿Cómo ves estas perspectivas?

Kurz – Cuando la crisis estructural interna se vuelve un callejón sin salida, el “pensamiento positivo” se aferra a señales externas de una nueva era de acumulación. Después del Japón y de los “pequeños tigres” asiáticos, China es adulada como modelo y nueva portadora del crecimiento global. Pero esa esperanza es tan engañosa como las anteriores. Las altas tasas de crecimiento chinas se deben sólo al bajo nivel inicial. En cuanto sea alcanzado un nivel de crecimiento intensivo, que depende de enormes inversiones en infraestructura y microelectrónica, las tasas de crecimiento caerán a la misma velocidad que los antiguos portadores de esperanza. Aparte de eso, el crecimiento chino se basa en una industrialización, dirigida exclusivamente a las exportaciones, que no es capaz de integrar a inmensas masas de la población, haciendo que se rompa la base de la reproducción social. No bastando eso, la industrialización para la exportación se orienta casi exclusivamente hacia los EE.UU., dependiendo de las estructuras deficitarias globales concentradas en la última potencia mundial. La crisis china será más grave que todas las anteriores.

Aunque sea universal la barrera interna del sistema productor global de mercancías incide en situaciones muy diferenciadas en el desarrollo de este sistema. Esa circunstancia provoca una y otra vez, en especial en la periferia, la ilusión de que es posible alcanzar un estadio de desarrollo que se volvió hace tiempo obsoleto en Occidente. No fue sólo la modernización rezagada la que ha fracasado; la crisis de la modernización afecta a los países capitalistas centrales y los rezagados ya no pueden orientarse por ellos. La antigua “no-simultaneidad” de desarrollo fue nivelada, no positiva sino negativamente. La nueva “simultaneidad” global de la crisis exige una nueva perspectiva, capaz de mirar, a partir de puntos de partida diferenciados, un nuevo modo de socialización más allá de la forma-valor y de la disociación. La humanidad no está preparada para eso, pero tampoco tiene otra opción.

REPORTAGEM – Como quedó claro en el transcurso de nuestra conversación, evidentemente es necesario tomar una posición teórica que sea nítidamente diferenciada. Nos encontramos en una crisis que al mismo tiempo es social y categorial y que deja todos los conceptos que conciernen a la reproducción de lo moderno tan obsoletos que con nuevos conceptos positivos no se puede establecer una teoría coherente. Por eso es necesario tomar como punto de salida la negatividad. ¿Qué significa eso para los distintos movimientos sociales que van en serio con una perspectiva de emancipación de la sociedad moderna productora de mercancías cuando la crisis se va agudizando continuamente?

Kurz – Para la teoría es importante no perder la cabeza y resistir a las contradicciones actuales, sin entregarse a una realidad falsa con recetas baratas. En lo cotidiano de los grupos teóricos son necesarias solidaridad y ayuda mutua sin grandilocuencia, pero esto no se debe confundir con la ideologización de un concepto difuso de “vida cotidiana” al que se carga de argumentos pseudo-emancipatorios. La superación emancipadora del moderno sistema productor de mercancías exige una intervención social de alto nivel y una elaboración teórico-crítica que sólo puede contribuir a ello si se mantiene a distancia de los acontecimientos y no cede a la presión de las exigencias de una práctica política de falsa inmediatez.

Colaboró Raquel Imanishi.

Fuente: Entrevista de Robert Kurz al semanario de Sao Paulo REPORTAGEM, nº 62, Noviembre de 2004.

Original alemán: Der Kollaps der Modernisierung – 15 Jahre später
Traducción portuguesa: Novos e velhos combates
http://obeco.planetaclix.pt/
Traducción al español: contracorriente, revisada por Reinhart Pablo Esch

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