Chile y sus cardenales: Entre la pedofilia y la misoginia…

Entrevista a María Clemencia Baldrich, primera teóloga chilena: “El cardenal (Jorge) Medina me persiguió e hizo lo imposible para evitar mi graduación”.

En la única entrevista que ha concedido a un medio de comunicación, la primera mujer chilena en ingresar a la carrera de Teología, relata la historia de hostigamiento y persecución que ejerció en su contra el cardenal Jorge Medina y que continuó aún después de que obtuvo su título. A pesar de haber hecho un postgrado en el prestigioso Instituto Bíblico de Roma, bajo el alero de un “Papabile”, nunca pudo ejercer en la Facultad de Teología de la Universidad Católica chilena.

María Clemencia Baldrich nació en 1948, la mayor de dos hermanos. Su padre, Fernando Baldrich Riva, un ingeniero, ya tenía 48 años y su esposa, Rebeca Arancibia Kruger, más de 30. Eran padres tardíos para los estándares de la época. Él anhelaba un hombre como primogénito, pero aceptó la decisión del azar e intentó que su hija cumpliera todos los sueños que había estado proyectando para un varón. En primer lugar, que siguiera sus pasos y por eso ella a los cuatro años sabía leer y escribir y podía hacer cálculos mentales de dos cifras.

Con su madre, María Clemencia iba desde niña a los conventillos de San Camilo, donde ella hacía trabajo social al alero de la Parroquia de La Asunción.

“Cuando me llevaron al colegio (Universitario Inglés, de las Esclavas del Sagrado Corazón), mis compañeras hacían palotes. Yo me aburría como ostra y empezaba a hacer desorden. En Segunda o Tercera preparatoria, en los controles de multiplicación, yo no escribía el desarrollo, sino que inmediatamente, el resultado, porque sacaba el ejercicio mentalmente ¡Entonces las monjas me ponían un uno porque pensaban que yo había copiado!”, cuenta risueña.

Clemencia recuerda también que, a pesar de la alta exigencia que le ponían en los estudios, sus padres eran unos consentidores. “Yo era tan mañosa que no comía nada en el colegio. Las monjas nos obligaban, pero cuando no me miraban, me echaba toda la comida al bolsillo del delantal. Y mi mamá me tenía confeccionados un alto de bolsillos en la casa para cambiarle a mis delantales”. Luego, su padre decidió que era mejor que almorzara en la casa y la llevaba y traía cuatros veces al día del colegio.

En una casa grande en Vicuña Mackenna, la familia incluía también la abuela paterna y dos tías solteronas. Todos católicos y con muy buenas relaciones con la jerarquía de su tiempo.

CLEMENCIA CONOCE A MEDINA

¿Y por qué se te ocurrió estudiar Teología?
-Es una cosa muy rara. Mi mamá era mi profe de religión. Y entre los nueve y once años, me pasó algo raro. Sentí dentro de mi ser una especie de luz acompañada de una certeza que no puedo explicar, pero caí en la cuenta de que lo único que quería era estudiar Teología. Sobre todo, porque a esa edad mi fascinación ya eran los Evangelios, fíjate. Pero no se lo dije a nadie. Hice lo que mi padre quería: a los 16 años di el bachillerato de Matemáticas, y me fue súper bien. Mi papá feliz, porque él quería que estudiara Ingeniería en la Universidad de Chile. Poquito antes, estuve en un accidente de auto y necesité como tres meses de recuperación. Mi papá tuvo que subirme en brazos al segundo piso de Ingeniería de la Chile, que fue mi sede del Bachillerato.

A pesar de los excelentes resultados, su padre no se conformaba con que la niña, aún con problemas de movilidad, comenzara a estudiar en marzo del siguiente año. Le propuso que pospusiera un año su ingreso y como ella se negó, arrendó una casa para vacacionar en la costa por dos meses y medio, con el secreto deseo de que no llegara a tiempo a la capital para inscribirse en la carrera.

-A mediados de marzo de 1965, de regreso de la playa, sin decirle a nadie en mi casa, llamé a la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Me atendió una secretaria, la Raquelita Urrejola. Le pregunté que cómo podía hacer para tener una entrevista con alguien de la Facultad, porque yo quería estudiar ahí. “Voy a hablar con el decano. Déjame tus datos y te devuelvo el llamado”, me dijo. Unos días después, me llama y me dice: “María Clemencia, el Decano de Teología es don Jorge Medina. Y te puede recibir tal día a tal hora”. Y yo fui.

-¿Le contaste a tus padres?
-Nada. Mi papá estaba feliz porque había logrado que me quedara ese año en la casa y esperaba que al siguiente me inscribiera en Ingeniería.

¿Cómo fue tu primer encuentro con Medina?
-Entro a su oficina. Me hace tomar asiento y me empieza a interrogar “¿Quién es usted?” En esa época, la Facultad de Teología tenía tres niveles de estudios, para que nadie se pudiera topar con nadie: los laicos iban en la noche; después de almuerzo, las monjas, y en la mañana, los seminaristas. “Así que usted quiere venir a estudiar Teología en la noche, para laicos”, me dijo. “No”, le respondí yo. Entonces, empezó a sobarse las manos, y me dijo: “No me diga que quiere ser religiosa”. “No”, le dije yo. Y ahí se le demacró la cara. Literalmente se transformó en otro ser humano ¡Fue impresionante! Me dijo: “No me venga a decir que usted pretende estudiar con los seminaristas”. Le respondí: “Yo quiero estudiar y tener mis títulos académicos reconocidos. Si usted me dice que en el curso para laicos y para las monjas no hay posibilidad de eso, no me queda más que tomar el curso con los seminaristas. Yo quiero hacer carrera académica”.

Se lo dije con mucha fuerza y ahí empezó el calvario. Entonces me dijo: “Usted me va a tener que traer antecedentes de su colegio”. “Todos los que quiera”, le dije yo.. Ah, y de su familia, del Arzobispado, de no sé qué y de no sé cuánto. Los conseguí como en tres días. En el colegio yo había salido con máxima nota en todo y las monjas me adoraban. En el Arzobispado, estaba el Cardenal Raúl Silva Henríquez y estaba don Jorge Gómez Ugarte, que había sido Rector del Instituto de Humanidades Luis Campino, donde estudió mi hermano, y que conocían a mi familia de siempre. Además, también nos conocía mucho don Sergio Valech. Recién ordenado, había sido asignado a la Parroquia de la Asunción como colaborador de monseñor Eduardo Lecourt. Por lo tanto, me fue muy fácil conseguir todos los certificados que me pidió, por mi propia cuenta y sin decirle nada a mi familia.

Cardenal Jorge Medina, Te Deum 2011.

Llegaste donde Medina con todos los papeles.

-Todos. La cara de Medina era terrible ¡No lo podía creer! Entonces, me dice: “Usted va a tener que ir a entrevistarse con el rector de la Universidad Católica, que es el Monseñor Silva Santiago”. Y ahí me dio clases de cómo yo tenía que enfrentarme a esta “aparición del Señor”, que a cada frase le dijera Excelencia, Eminencia, etcétera. Fui y veo a un señor enorme en un tremendo sillón, con una panza que le subía la faja para arriba. Medina me dijo que tenía que besarle el anillo, cosa que a mi me daba asco, y cuántas reverencias más, así es que yo entré no más y le dije: “Excelencia, me mandó monseñor Medina, pero le quiero pedir un favor: ¿Lo puedo tratar de usted no más? Porque tanta Excelencia y tanta Eminencia me van a trabar la lengua y se me va a olvidar la mitad de lo que tengo que decir”. El gordo se mató de la risa y empezamos a conversar, relajados. Me preguntó de este mundo y del otro y conocíamos a personas en común, así es que le mandó una carta a Medina diciéndole que por su parte no había impedimento.

-Y te tocó volver donde el decano
-Sí. Entonces echó el brazo para atrás, donde tenía una biblioteca, y sacó el libro de Derecho Canónico. Y me leyó un canon que señalaba la prohibición prácticamente absoluta para que una mujer pudiese obtener los grados. Entonces, ahí comenzó una conversación que quedó grabada en mi memoria ad aeternum. Me dijo: “Usted ha de saber que para hablar con usted, yo necesito una mesa de por medio”. Quizás qué cara de huevo frito le puse.

¿Qué te quería decir? ¿Una mesa para evitar la tentación del demonio?
-¡Claro!, si es misógino ¡Es horrible! Yo fui dándome cuenta de a poco. Y le pregunté: “¿Y si no tiene mesa?” “Bueno, me hago la distancia. Un metro o un metro y medio, por lo menos”. “Ay”, dije yo, “yo nunca he sentido esa necesidad”. Es que soy muy bestia. Si a los 70 años no tengo filtro, ¡Imagínate a los 16! Ahí, partimos mal. A lo mejor debí haber sido doble y haberle dicho: “Lo comprendo”, no sé. Entonces me dijo: “Si yo sé que una íntima amiga mía está en su casa y su marido no ha llegado, no voy a ir a tocar el timbre” Y le contesté: “Pero para saber que el marido no está en la casa, uno tiene que estar mirando”. La cosa es que fueron tantas metidas de pata juntas, ¡Dios mío! Y entonces sacó el libro y me dijo: “No hay ninguna posibilidad de que usted pueda estudiar acá”. Entonces le dije: “¿Está seguro? ¿No habrá algún resquicio? ¿Que le podamos pedir permiso a alguien en el Vaticano?” Entonces pisó el palito y me dijo que lo único que él podía hacer era escribir a Roma y si Roma autorizaba, podía hacerlo.

¿Y qué pasó?
-Que a fines de marzo me llaman de la Facultad de Teología, porque había llegado la carta del Cardenal Garrone, Prefecto de las universidades católicas del mundo entero, dándome permiso para estudiar ¡Imagínate! Como 200 seminaristas y yo.

Era la época del Concilio Vaticano Segundo
-Claro. Fue una época de cambios en la Iglesia.

¿Medina te comunicó la noticia?
-Sí. La Raquelita me citó al decanato y Medina me mostró la carta ¡Me habían dado permiso desde Roma! ¡Imagínate mi gozo! Pero en esa reunión empezaron las prohibiciones: “Usted no puede estar en el recreo con los seminaristas”; “Usted se va a sentar en la primera fila de la clase, sola”. Porque parece que tenía tiña o lepra, o quizás qué. “No puede usar el baño”. En ese momento, no me importó porque ya estaba dentro.

Ahí fuiste a decirles a tus papás, me imagino.
-Sí.

¿Y cómo fue eso?
-No fue fácil, pero mi papá confiaba mucho en mí. Y sabía que cuando tomaba una decisión, era sin vuelta atrás. Y además como la Facultad me quedaba cerca, me podía ir a pie. En esa época, yo no sabía ni siquiera andar en micro.

LA VIGILANCIA DE MEDINA

¿Qué hacías cuando tenías que ir al baño?
-La Facultad no estaba en la Casa Central, al principio. Estaba en la Alameda, como a una cuadra y media de la Católica. En una casa con fachada de castillo. Descubrí que algunos profesores vivían ahí. Y que había un matrimonio de cuidadores. Ella cocinaba para los residentes. Un día le pregunté si podía usar su baño y ella, muy amorosa, me autorizó. Eran tantas las prohibiciones que me hizo Medina, que no alcancé a disfrutar mi aceptación. Vivía “espirituada”.

¿Cuántos alumnos eran?
-Por lo menos, 40 solo en mi curso: había gente del Seminario Pontificio; había un lote grande de gringos, del Holy Cross; había mercedarios, asuncionistas y de otras congregaciones que no recuerdo.

¿Cómo tomaron tus compañeros tu llegada? Eras la primera mujer en ser admitida en Teología. La primera, probablemente, en Latinoamérica.
-Causaba curiosidad que me tuviera que sentar sola, en la primera fila.

Los seminaristas que estudiaban Teología se estaban formando para ser sacerdotes.
-Sí.

Tú eras la única no religiosa.
-Exacto.

¿Nadie te hizo el vacío?
-No. Eran todos mayores que yo. Había compañeros de 24 años, que tenían una carrera previa. Y un montón de personas inteligentísimas. Extraordinarias, de verdad. Me hice muy amiga de un seminarista que ya era dentista y después entró al Seminario. Tuvimos una linda amistad para la vida.

¿Sentías que Medina te hacía estas prevenciones con alguna proyección sexual de su imaginación? ¿Entendías lo que pensaba cuando hacía que te sentaras sola o que no fueras al baño?
-¡No entendía nada! ¡Qué iba a entender! Con decirte que me vine a enterar en una clase de Sexualidad con la Teresa Corcuera de la existencia de los homosexuales. Así de pava era yo.

¿Cómo te iba en los ramos?
-A los dos o tres meses de haber entrado, Medina se fue al Vaticano por el Concilio. Yo siempre he tenido la costumbre de anotar las fechas de cumpleaños, porque lo encuentro un gesto cálido. Hice pasar un papelito por el curso para que me anotaran los nombres y las fechas de cumpleaños de alumnos y profesores. Me nacía natural. Sería en abril o mayo, y veo en mi papelito que era el cumpleaños del profesor de Historia, Mario González, un salesiano, que te enseñaba filosofía de la Historia y nosotros quedábamos boquiabiertos. En ese entonces, yo cantaba y tocaba guitarra. Con la ayuda de alguno de mis compañeros, llegué con la guitarra y una torta. Estábamos en lo mejor, cuando vemos que aparece por la ventana Medina. A los tres minutos la Raquelita Urrejola, me dice: “Clemencia ¡Al decanato!”. Esa frase se había convertido en un clásico. Cuando me presento, Medina estaba desencajado. “¡¿Pero en qué tiene convertida la Facultad de Teología?!”, me gritó. “¿Qué? Es simple. Era el cumpleaños del profesor y se lo estábamos celebrando”. A él no le podía entrar a la mente. Se ponía rojo, como que se iba a reventar la cabeza, que le iba a venir un patatús ¡Yo no entendía nada!

¿Te dio alguna razón?
-No. Me dijo: “Esto nunca se ha visto”. Va en contra de la tradición, la historia. Después siguió atosigándome. Cuando vino la fecha de los exámenes, mis compañeros los daban en la sala. Para mí: “Clemencia ¡Al decanato!”. Yo tenía que darlos con él, en forma oral. Puro abuso de poder.

Jorge Medina (a la izquierda) y Francisco Javier Errázuriz Ossa en 2007.
Jorge Medina (a la izquierda) y Francisco Javier Errázuriz Ossa en 2007.

¿Y si sabías te ponía buenas notas o también te castigaba por ahí?
-Sí. Muchas veces me pasó. Viendo mi concentración de notas, constato que él nunca me puso más de 4. Yo llegaba casi llorando a mi casa porque nunca había tenido un 4 en mi vida. De a poco los profesores se fueron dando cuenta que tenía una animadversión tan brutal hacia mí. Y dime tú, ¿Qué armas de defensa puede tener una niñita de 16 años? Fue difícil.

¿Tenía una obsesión contigo?
-Nunca quiso que yo llegara al final, y que obtuviera los títulos. Como es misógino, nunca pudo aceptar que una mujer le hubiera doblado la mano. Me ponía cortapisa tras cortapisa. Yo creo firmemente que su plan oscuro era sacarme de la Facultad por cansancio. Era como un reto personal. Pero se encontró con una más porfiada que él y no lo logró. Me iba bien con los demás profes. Y pasé a segundo, a pesar suyo.

En segundo año, llegó un profesor belga a hacernos Sacramentos y algo más. A mí me gustaba su manera de ser y le pedí que fuera mi director espiritual. Él aceptó y una vez al mes nos juntábamos después de clases (que terminaban al mediodía). Él vivía en el segundo piso de la Facultad, en una pieza muy grande. A la entrada estaba su cama, y al fondo, su living, donde tenía su mesa de trabajo, su escritorio y todo. Estábamos conversando ahí y de repente se abre la puerta y entra Medina como una tromba marina, rojo, exigiendo que le dijéramos qué estábamos haciendo. “¿Qué vamos a estar haciendo? Estamos conversando”, le respondí yo.

¿Él supuso otra cosa?
-Tenía la mente podrida. “Usted no puede dejar la puerta cerrada”, le decía al profe. Yo miraba toda esta escena felliniana y no lo podía creer.

Además, te estaba ofendiendo
-Por supuesto. Y todas estas cuestiones yo tenía que callarlas. Bajar la cabeza. Él se sentía omnipotente y se imponía siempre. Entre los grupos que estaban en mi curso, estaban los asuncionistas, un grupo de tres chiquillos brasileños más dos o tres chilenos. Nos hicimos muy amigos. Gerardo da Cruz, uno de los brasileños, era una lumbrera. Como yo salí del colegio y entré a la Facultad de Teología, no hice la filosofía que mis compañeros habían hecho en el Seminario. Y tuve la buenísima idea de decirle a Gerardo que se quedara después de las clases para que por favor me explicara la “Unión Hipostática”, porque lo necesitábamos para Cristología y yo no lo entendía bien. En eso estábamos, cuando llega Medina. No nos dijo nada, sólo se quedó mirando por la puerta, que tenía unas ventanas rectangulares pequeñas. Cuando llegué a mi casa, me llamó Gerardo y me dijo: “No sabes lo que pasó, Cleme. Medina acaba de llamar a mi provincial para decirle que estamos pololeando”. Yo me largué a reír, porque era lo último que faltaba.

¿Y él era cura?
-No todavía. Era seminarista. Hoy día es obispo y uno de mis mejores amigos. Yo le dije: “Pregúntale a tu provincial si me recibe, a qué hora”. Le pedí el auto a mi papá y partí. Le dije al provincial: “Usted comprenderá que tendría que ser muy fallada del mate, para dar el bachillerato en Matemáticas e ir a meterme a Teología a buscar pololo o marido, en vez de buscarlo en Ingeniería” ¡Era la estupidez del año! Le expliqué que este señor Medina era una persona muy especial, que parece que veía cosas en su mente.

El seminarista estaba en aprietos…
-Si el decano de la Facultad de Teología habla con tu provincial para decirle que estás pololeando, ¡Es gravísimo! Menos mal que yo reaccioné rápido. El provincial me hizo un montón de preguntas y se dio cuenta de que yo le decía la verdad.

EL MÉTODO MEDINA

¿Su secretaria no se compadecía de ti?
-Ella era la secretaria de la Facultad. Medina nunca quiso tener secretaria personal, porque su manera de actuar es hacer todo subterra. Él escribe las cartas al Vaticano y le llegan las respuestas directamente, pero se cuida bien de que no haya testigos.

Entonces ella tenía un papel formal.
-Tenía que ver con los cursos, con esas cosas de la Facultad. La usaba para mandarme a llamar, pero las cosas oscuras las hacía por su cuenta propia.

Cuando pasaste a Segundo, ¿Entraron más mujeres?
-Primero que nada, tuve la gran alegría de que llegaron los novicios de los Padres Franceses. En la Facultad no había profesores de Nuevo Testamento. Sólo estaba Antonio Moreno, que enseñaba Antiguo Testamento. La única manera de que el gran profesor de Nuevo Testamento, Beltrán Villegas, se incorporara, era acarreando a todo el noviciado a Santiago, así él enseñaba en un solo lugar y no tenía que estar viajando. Ahí empecé a respirar yo.

Te peinabas con Nuevo Testamento.
-¡Claro! Estaba en el séptimo cielo. Me acerqué mucho a Beltrán precisamente para pedirle harta bibliografía de Evangelios, que era lo que más me interesaba. Después, Beltrán me pidió que fuera su ayudante. La Ayudantía era después de almuerzo. ¡Y eso sí que fue el acabose!

¿Por qué?
-Porque Medina nunca perdió ocasión de ningunearme. Según él, yo era la preferida del profesor. No podía ser que me hubiera elegido por mis cualidades. Yo a Beltrán le decía “Tata”, porque para mí era eso. Me salvó de toda esta persecución espantosa. Era la primera vez alguien confiaba en mí en esa Facultad, que no me veía como un monstruo. Él me apoyó irrestrictamente.

Medina, si lo miras desde otra perspectiva, ¿a lo mejor estaba intentando protegerte?
-¿Estás loca? Si hacía justo lo contrario. ¡Quería echarme!

¿Te veía a ti como el peligro para los seminaristas?
-Exactamente. Yo era el peligro.

¿Intentó indisponerte con Beltrán?
-Y con todos los profesores. Con los que eran de su camarilla, yo tenía notas bajas y con los otros, excelentes.

¿Quiénes eran de su camarilla?
-El más cercano era Antonio Moreno. Pero Moreno es un hombre bueno de adentro ¡Ahí está la diferencia esencial! Medina como que le tiene miedo a todo y se tiene que defender. Y por otro lado, es abusador, se impone por autoridad y siempre hace lo que quiere. Consigue sus objetivos con este método “subterra”, en que nadie se entera de lo que hace. Las cosas pasan y tú no sabes por qué. Quién lo pidió, ni cómo se llegó a esto. Después, con el tiempo, una va aprendiendo.

¿A los 16 años tú pensabas que todos los curas eran santos?
-Sí. Sergio Valech iba para la casa y lo pasábamos lindo, era un hombre extraordinario. Estábamos rodeados de gente de Iglesia intachable. ¿Cómo me iba a imaginar que en la Facultad de Teología me iba a encontrar con un ser así?

¿Y cómo fue para ti darte cuenta que él tenía esta obsesión contigo?
-Yo pensaba que era totalmente injusto. Me decía: “Me siento sola en la primera fila, no voy al baño, no voy al recreo con mis compañeros ¿Qué más quiere?”

¿En los recreos te tenías que quedar en la sala?
-Me tenía que ir a la biblioteca. Salía de un encierro para irme a otro. A los 16 era inquieta y lo único que quería era tomar aire. Después del episodio del cumpleaños, me puso aún más restricciones. Recuerdo con nitidez es que ese fue un momento de quiebre y que para mí se volvió casi insoportable. A esto se le sumaba la calumnia de mi pololeo con Gerardo da Cruz. Sentí que estaba al borde de mi capacidad de aguante silencioso. La verdad es que esto fue muy trastornador desde el punto de vista psicológico. Una “autoridad de la Iglesia” está presuponiendo, inventando y trastocando la realidad y no le puedes replicar ni contar a nadie. Eso fue lo peor. A mi mamá ni a mi papá nunca les dije nada. Esto lo vine a contar apenas hace 20 años. Lo pasé mal. Solo gracias a que el Señor me regaló una sólida y fuerte estructura de personalidad, no sucumbí.

Sin embargo, no todo puede ser tan negro: cuando empecé a ser ayudante de Beltrán, estaba feliz preparando las clases que era todo lo que me gustaba. Junto con la investigación, siempre me gustó enseñar. Empecé con las ayudantías en el segundo semestre del segundo año, y luego seguí. Para mí fue como el tiraje de la chimenea que me permitía sobrevivir y olvidar por un rato los abusos de autoridad y poder de Medina.

Con los otros profesores que me llevaba bien eran Juan de Castro, que nos hacía Moral; Juan Ochagavía, que nos hacía Cristología; Manuel Ossa, que estuvo antes que Ochagavía, era jesuita también y se retiró y se hizo pastor protestante. El único lunar negro era Medina. Yo llegaba a mi casa y la pregunta de rigor era: “¿Y cómo te fue Menchita?” “Regio, estupendo”, decía yo, con la cara llena de risa, porque si mi mi papá se enteraba de lo que estaba pasando, me hubiera sacado altiro. Jamás se les pasó por la mente lo que tuve que soportar por ser fiel a mi vocación.

De saber, ¿Tu papá te hubiera sacado de Teología?
-¡De un ala! Entonces, tenía que morir en la rueda no más.

BROMA SINIESTRA

-Llegué a cuarto año, pero como me faltaban los dos años de Filosofía, me preparé por mi cuenta y rendí los exámenes. Después, recién se me permitió dar la Licencia en Teología. Nos habían dicho que eran cuatro meses de estudio. Por lo tanto, ese año mi papá no arrendó la casa en la playa y yo me quedé estudiando en Santiago. Me sentaba en mi escritorio a las siete de la tarde y me paraba a las siete de la mañana. El día del examen fue, para mí , la guinda de la torta. A fines del cuarto año, siendo decano Juan Ochagavía, fui a hablar con él y le dije :”Le vengo a pedir una sola cosa: ustedes saben y les consta cómo Medina me ha perseguido desde el primer día que llegué aquí. Lo único que pido es que Medina no forme parte de la Comisión de mi Licencia”.

¿Él acogió tu solicitud?
-Me dijo: “Lo vamos a ver”. Y llegó el día. La verdad es que me había preparado a conciencia. Había estudiado a fondo y con creces. Como siempre, me fui caminando a la Facultad, que ya se había trasladado a la Casa Central de la Católica. Estaba en el Segundo Piso esperando que me llamaran, cuando se me acerca la Raquelita Urrejola y me dice: “Clemencia, te tengo que dar una noticia: Monseñor Medina está en tu Comisión” “¿Ah sí? Le vas a decir a Monseñor Medina que yo no voy a dar la Licencia. Hasta luego”.

Eso ocurría el mismo día que tenías que dar el examen de grado.
-Si pues. Cómo estaría yo, como tomate de la furia. Si me lo hubiera encontrado en ese momento, no hubiera respondido de mis actos. Lo prometo. Bajé esas escaleras de la Católica como nunca en la vida y ya iba por Portugal, cuando empiezo a sentir unos gritos: “¡Clemencia!” Era la Raquelita. Me di vuelta y veo que viene apenas, acezando: ¿”Qué pasa Raquelita?”, le pregunté “Era una talla”, me dijo. Medina sabía cómo dañarme sin que se notara. Lo importante era encontrar tu talón de Aquiles y él planificaba una acción con bisturí. El objetivo era estropear el día más importante de mi carrera. Definitivamente misógino, narcisista, lleno de complejos, un pobre hombre obsesivo. Por supuesto, me devolví y enfrenté a la Comisión, pero ya estaba fuera de mi centro. Me pusieron un 5 en lugar del 6 o 7 para el que me había preparado. Pero, ciertamente, después de lo vivido, para mí fue una victoria rotunda.

¿A esta señora no se le podía ocurrir hacerte este chiste sola?
-No. Ella obedecía a Medina.

LA MANO NEGRA

En 1971, ya titulada, Clemencia comenzó a dictar clases en distintas instituciones eclesiásticas, incluyendo la propia Facultad de Teología. Uno de sus compañeros de carrera, Juan Tapia, de un curso inferior, se retiró de la orden de los Benedictinos cuando constató que los cambios del Concilio Vaticano serían más formales que reales. Ambos participaron en la toma de la Facultad, cuando enfrente de la Casa Central se desplegó el lienzo con la frase mítica: “El Mercurio miente”. Después de egresados, en un viaje que ella hizo a Alemania, se reencontraron, se enamoraron y se casaron en 1972, en Chile. Los dos hacían clases en la Facultad.

¿Egresada y haciendo clases, notabas que seguía obsesionado contigo?
-Lo verdaderamente terrible fue cuando el Cardenal Silva Henríquez lo nombró a él como Pro-Gran Canciller (la máxima autoridad de la Universidad, después del cardenal), pensando erróneamente que como era un “canonista” era el más indicado para defender los intereses de la Iglesia, tras la dictadura. ¡Este fue el gran error de su vida! Y también creo que fue uno de sus grandes dolores. ¡Error histórico!, porque bajo su mandato se permitió que entrara la DINA al Campus Oriente de la Universidad y se llevaron a tres profesores que engrosaron la lista de los desaparecidos en este país. De hecho el hermano de una íntima amiga mía que era profesor de sociología de la UC (Alejandro Ávalos), es uno de esos tres que se llevaron. Desapareció y lo encontraron, después del retorno a la democracia, entre las osamentas exhumadas en el Cerro Chena.

¿Cómo vivieron ustedes el Golpe?
-Nosotros habíamos sido invitados a un Congreso de Sagrada Escritura en Argentina. Salimos el 10 de septiembre en la tarde y nos tuvimos que quedar allá. La frontera estaba cerrada y no pudimos volver. Distintos matrimonios nos fueron acogiendo en sus casas durante un mes o mes y medio. Yo estaba con 7 meses de embarazo de Coke (Jorge Ignacio), mi hijo mayor. Mi familia ayudó a esconder a amigos. Una vez me dejaron una carta rara en la Facultad que era amenazante y, además, en un curso descubrí que en primera fila estaba sentado un tipo que no tenía nada que ver con la Facultad. Era un sapo. Medina tenía reuniones como Pro Gran Canciller con todos los profesores de Teología y al final eran puras amenazas, en su mejor estilo velado. Fue horrible para nosotros los profesores jóvenes. Con él como máxima autoridad de la Universidad, se cortaron todas las esperanzas que habíamos visto renacer en el Concilio.

¿Por qué decides irte de Chile, qué pasó?
-Razón forzada, por lo mismo de siempre. Lo único que quería Medina era sacarme, pero fiel a su estilo de no ir de frente, no quedar en evidencia. En esa época, yo era profesora auxiliar de Nuevo Testamento y Juan, mi marido, profesor auxiliar de Dogmática, con Juan Ochagavía. Además, otro medio tiempo, lo hacía en el CELADOC, donde se recopilaban y guardaban documentos de América Latina, ahí trabajaba con el español Maximino Arias. Era la semana antes de que naciera el Coke y Juan no tenía contrato, por lo tanto, no podía tener a mi guagua en el hospital de la Universidad. Juan tuvo una reunión ya definitiva con Medina y le pidió que por favor entendiera que estaba por nacer su hijo y que necesitaba el contrato. Medina se lo concedió, pero de ahí se colgó tiempo después, para no renovarle el contrato.

¿Cómo interpretaste este acto suyo?
-Esto, como siempre, era sacar las castañas con las manos del gato. Lo que realmente pretendía era deshacerse de mí. Sabía que a los dos segundos yo iba a estar en su oficina y así fue. Renuncié.

Se la pusiste fácil.
-Sí, pero no quería tener nada más que ver con este tipo de cosas. Así es que quedamos los dos en la calle. Como tres días después de esto, nos llama Julián Riquelme, que era muy amigo nuestro, y nos dice: “Me acabo de encontrar en el patio del Campus Oriente con Medina y me dijo: ‘Usted que es tan amigo de ellos, quiero que les diga de parte mía, que si han quedado muy mal económicamente con lo sucedido, yo los puedo mantener de mi pecunio personal’ ¡Recuerdo esa frase textual, porque quedó grabada en mi alma!

¿Y qué crees que quería hacer con eso? ¿Humillarlos?
-Evidentemente. Yo le pedí a Julián que le dijera que no se preocupara porque no teníamos ningún problema. Nos fuimos a la Nunciatura a entrevistarnos con Monseñor Sótero Sanz, que era un príncipe del cielo ese hombre. Él nos ayudó siempre y nos dijo: “No se hagan problemas porque cambiando las personas, cambian los informes. Pero ustedes si quieren seguir estudiando y su pasión es estudiar la Sagrada Escritura, háganlo. Es el momento, porque tienen el niño chico”. Fuimos varias veces a hablar con él y no me voy a olvidar nunca que la última vez nos entregó un sobrecito con 100 dólares de su propio sueldo para que tuviéramos para el viaje.

¿Ustedes postularon a una universidad en Roma?
-En Roma está el único Instituto del mundo en que tú puedes sacar los grados en Sagrada Escritura: el Pontificio Instituto Bíblico. El rector era Carlo María Martini, jesuita. Acá, en Chile, Juan Ochagavía, también jesuita, que había sido decano de la Facultad y de quien mi marido era Asistente, nos hizo una carta estupenda y se la mandó a Martini, y para que veas tú, mientras aquí se nos cerraron todas las puertas, allá Martini nos dio una beca completa para estudiar en ese instituto que es carísimo. Normalmente lo pagan las congregaciones de los sacerdotes que van a estudiar. Como laicos, no hubiéramos tenido ninguna oportunidad de costearlo y recibimos esta beca de tres años.

Y con guagua.
-Recién llegados, fuimos a presentarnos con el rector. Era un hombre muy alto, al que tú le veías el alma resplandecer por los ojos, una persona extraordinaria, que hasta nos enseñó cómo pedir en la farmacia un “chupete”. Después del Bíblico lo nombraron Cardenal de Milán que, por tradición, es casi con certeza el futuro Papa. Tanto es así, que para el cónclave que eligió a Ratzinger ¡El gran candidato era Martini! Desgraciadamente, ya estaba enfermo de Parkinson y pidió a la Asamblea de Cardenales que no votaran por él. Ese fue el hombre que nos recibió con todo el cariño del mundo.

Medina iba a cada rato al Vaticano, pero no lo veíamos y no nos podía molestar porque estábamos bajo el alero de los jesuitas. Cada vez que iba el Cardenal Silva Henríquez a Roma, lo íbamos a ver. No se alojaba donde donde iban los cardenales, cerquita del Vaticano. Él se iba a San Tarcisio, a la casa de los Salesianos, su congregación, en las afueras de Roma. En una de esas ocasiones, el Coke apenas caminaba y se fue gateando a su lado. Sin que nos diéramos cuenta, le desamarró los cordones de los zapatos al cardenal. Esto fue un gozo para él. ¡Le hizo tanta gracia! Nos dijo: “Espérenme un ratito”. Fue a su cuarto a buscar una medalla preciosa que en la mañana le había regalado Pablo VI a él! ¡Y se a regaló al Coke!

Cardenal Raúl Silva Henríquez (Foto: Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos)

¿Estudiaste del 75 al 78?
-Sí. El rector nos dio un permiso especial para tomar más cursos cada semestre, y así poder acortar en un año los Estudios de Licencia Bíblica que duraba normalmente cuatro años, pues nuestra beca era de tres. La nota máxima era 10, y obtuvimos como promedio Juan: 9,24 y yo, 9,23. Nuestra segunda hija Paola nació allá. De hecho, estuvimos pensando quedarnos, porque teníamos la posibilidad, pero optamos por regresar. Pero el Bíblico entero valió la pena, por haber descubierto a un ser humano que nace uno cada cien años, que era, además de Martini, Juan Mateos, jesuita. Es el traductor, junto con Luis Alonso Schökel, de la Nueva Biblia Española.

Desde su idioma original.
-¡Sí! Ellos tradujeron la Biblia de los lenguajes originales. Hicimos nuestro seminario con Juan Mateos y él después quiso que nos integráramos a su grupo de investigación. La Licencia de Teología que ya teníamos, más la Licencia en Sagrada Escritura, era entonces reconocido automáticamente como un doctorado en Teología. Eran diez años de estudio en total. Pero justo cuando nosotros obtuvimos nuestro título, se suprimió este reconocimiento. Lo hizo Juan Pablo II (una movida para bloquear a los biblistas) No sólo eso, dictaminó que este Decreto tendría efecto “retroactivo” por tal número de años, que justo coincidió con la fecha en que nosotros nos habíamos titulado en Roma.

De todos modos, cuando volvimos y nos llegó el título del Bíblico, escribimos a la Facultad de Teología de la UC para que nos contrataran como profesores. !Oh casualidad! La respuesta fue: “Lo sentimos. Desgraciadamente, el cupo de 25 por ciento de laicos está copado”. O sea, otra vez, no teníamos pega en Chile.

¿Sospechabas que detrás de esa decisión estaba la mano de Medina?
-¡Por supuesto! Aunque la respuesta no tuviera su firma, sabíamos cómo hacía las cosas. Entonces, yo entré a trabajar primero a Conferre (Confederación de Religiosos de Chile) y Juan, a ILADES y al Alfonsiano. Después yo hice unas clases en el Manquehue también, dos años, a los terceros y cuartos.

Eso estaba por debajo de tu nivel de formación.
-Claro, pero teníamos que sobrevivir. Aquí, si no era en la Facultad de Teología ¡Dónde íbamos a ejercer! Después empezamos a hacer Talleres de Evangelios. Si tú vieras los ojos de las personas cuando descubren a Jesús y los toca el Espíritu ¿Qué más se puede pedir? Yo hice una comunidad muy linda de chiquillos que iban a la parroquia de Pedro de Valdivia. Por supuesto era ad-honorem.

¿Y a Medina lo volviste a ver?
-¡No, gracias a Dios!

¿Y después nunca más pudiste entrar en la Católica?
-Ni siquiera lo intenté y sobre todo porque valoro enormemente mi libertad de hija de Dios.

Fuera de lo que tú viviste personalmente ¿Conocías las redes de Medina?
-Él era la mano negra de la Iglesia chilena. Era íntimo amigo del Nuncio Angelo Sodano. Hasta el día de hoy. Y forma parte del ala retrógrada y tradicionalista de la Iglesia. No conozco a todos sus contactos, pero recuerdo que en las clases, cuando nos iba a dar la bibliografía, nos mostraba primero tarjetas escritas con letras doradas de las invitaciones que le hacían las embajadas a recepciones, cenas. Él las usaba para anotar por detrás la Bibliografía, con ese afán de jactarse, de ponerse por encima, de demostrar lo importante que era. Era como si permanentemente estuviera diciendo: “Siéntanse como hormigas pisoteadas, miren con quiénes me codeo yo!

¿Conocía a Karadima?
-Era muy amigo de Karadima y muchas veces cuando regresaba del Vaticano se alojaba en la Parroquia de El Bosque.

EVANGELIO REVOLUCIONARIO

Más allá de Medina ¿Es la iglesia chilena misógina?
-Desde cómo miran en menos los curas a las monjas, es evidente. ¿Qué son? ¿Las criadas de los curas? ¿Están para cocinarles, para servirles? No tienen horarios, no tienen vida, no tienen nada y después, cuando se van ¿Qué les pasan? Una falda y una porquería de blusa que si les queda, bien, y si no les queda, bien también. Y así te fuiste y todo lo que has trabajado en la vida, no te reconocen nada. Aquí hay cosas que van a tener que cambiar radicalmente porque me parece que es una injusticia de tomo y lomo. ¡Una vergüenza sin límite, que verdaderamente clama al cielo! Y que después te vengan a hablar del “Señor” ¡Manga de hipócritas , aprovechadores y corruptos!

¿Cuál es tu opinión de lo que se llama la crisis de la Iglesia Católica, de los encubrimientos de los abusos por parte de la Jerarquía?
-Del que estuve muy cerca fue de (Francisco José ) Cox, porque un año estuve en Schoenstatt en el movimiento femenino y él era el director de esa rama. Me lo encontré en Roma también. En la Plaza San Pedro lo vi de lejos, y yo con la ingenuidad de toda la vida le digo a Juan ¡Mira, el Papan Cox! ¡Lo voy a ir a saludar! Y me dio un abrazo que no me soltaba y yo quedé como asqueada. Le dije a Juan: “Algo pasa, pero no te sé explicar” y fue la última vez que lo vi. Esto ocurrió cuando nosotros estábamos viviendo en Roma, mucho antes de que se conocieran las denuncias. Ahora, dime tú, un (cardenal Francisco Javier) Errázuriz que lo saca entre gallos y medianoche cuando el tipo debería estar preso, con todas las bestialidades que ha hecho. Ellos eran compañeros de curso en la Congregación de Schoenstatt ¡Ese es el abuso de poder! Pero claro, la cantidad de menores abusados en La Serena, no cuentan. Eran todos pobres, qué más da. Sólo que parece que el Señor al que dicen haber entregado sus vidas tenía otro discurso: “¡Más les valdría atarse una piedra de molino al cuello y lanzarse al mar!”.

¿Y a ti qué te ha pasado con todo esto? ¿Perdiste la fe?
-!No! ¿Estás loca?

¿Perdiste la confianza en la iglesia?
-Yo tengo un regalo de vida tan enorme, que de repente me siento como chicha fresca porque de verdad me siento tan amada por el Señor que no te puedo explicar. Se me puede caer el mundo y se me ha caído como 800 veces y no hay caso. Soy como mono porfiado. Es que la fe que es puro regalo no más. Es una certeza de que Jesús, su Espíritu y el Padre están permanentemente conmigo. Siempre me he sentido muy amada y he tratado de que el norte de mi vida sea siempre seguir a Jesús y poderlo llevar a otros. Ese es mi mejor regalo.

¿Qué te gustaría que pasara con la iglesia?
-Que salga toda esta pus asquerosa y ojalá se vayan todos los cochinos y haya una renovación total. No se trata de mero maquillaje, de solución parche. Aquí, mientras no limpiemos toda la mugre de raíz, no hay solución. Más que nunca tenemos que buscar con ahínco a Jesús y no soltarnos de su mano, no volver a errar el camino. ¿Cómo se perdió tanto esta Iglesia? Yo creo que dejó de mirar el cielo estrellado, la inmensidad del océano, la belleza de las flores, pero, por sobre todo, y lo que es más grave, en la práctica se olvidó de seguir a su Señor. Perdió todas esas dimensiones para concentrarse en su propio ombligo. Parece más bien una Iglesia drogada, que no pudiera escuchar la voz del Maestro.

¿Tendrían que jugar un papel las mujeres?
-Las mujeres siempre han tenido un papel. Imagínate que a Jesús siempre lo seguía un grupo de mujeres. ¡En esa época! Creo que hoy existen muchas posibilidades y hay que ganar muchos espacios. Yo no soporto a las mujeres venidas a menos, que andan con la espalda encorvada y que se prestan para controlar que las más jóvenes sigan siendo sumisas, como muchas superioras que conocí.

¿Qué te gusta de la Teología?
-Lo que me gusta es la Sagrada Escritura y no había manera de estudiarla si no era entrando a la Facultad de Teología. ¡Es que la palabra de Dios conmueve las fibras de mi ser! No te lo puedo explicar. Sobre todo, por el Nuevo Testamento y ahí con Juan Mateos fue todavía el doble.

¿Qué hay de ese mito urbano que se dejaron muchos evangelios fuera y que la Biblia se constituyó con los que más le convenían a la institución?
-Realmente, los que tenemos son mil veces más revolucionarios que cualquiera que haya quedado fuera. Dime tú: cuando está ahí la prostituta en el suelo y todos listos para sepultarla a pedradas y Jesús dice: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y todos se van. Esa enseñanza en acto, es brutal, porque te queda la experiencia. ¡Si el Evangelio es una bomba de tiempo! Es mucho más revolucionario que el comunismo, que todo. A nosotros nos tocó conocer a Dom Helder Camara, en la época en que nos estábamos tomando la Casa Central, y a mí se me caían las lágrimas al escucharlo. Si fuéramos capaces de seguir al Señor tal como él quiere, no habría desigualdades, no habría pobreza, ¡No habría ni medio abuso!

 

Fuente: http://www.theclinic.cl/2018/09/01/el-cardenal-jorge-medina-me-persiguio-e-hizo-lo-imposible-para-evitar-mi-graduacion/

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