En tiempos de peste: ¿Aislamiento o desintegración social?

Gramáticas caleidoscópicas del Covid-19

“Yo siempre vi el mundo de una manera distinta, sentí siempre que, entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colocaba, un elemento que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante”. Julio Cortázar

Los porqués de un caleidoscopio

De una manera esquemática podemos decir que la virología estudia a los virus, la infectología se encarga de los efectos de las infecciones en la salud de las personas, la epidemiología estudia la distribución y los efectos de las enfermedades y la situación de salud a nivel poblacional, y que la vigilancia epidemiológica –mediante el análisis, interpretación y difusión sistemática de datos– permite comprender y delimitar el foco de las principales características y dinámicas de las enfermedades. Pero esos saberes y sus indicadores no alcanzan para abarcar la complejidad de lo social. Para ello es necesario recurrir a otros campos como las ciencias sociales y, aun así, entre todos esos saberes hay intersticios que superan todo saber científico. En este texto vamos a introducir al lector en un viaje rápido y sinuoso a través de distintas miradas para aproximarnos a la complejidad social que, en general, tienen las epidemias y que suelen superar lo que la ciencia sabe y la razón planifica.

Los números y su interpretación

Una cuestión relevante es que podemos seguir datos muy concretos que provienen de la ocurrencia de los eventos, al mismo tiempo que observamos su matematización a través de modelos predictivos que no son más que eso: modelos que intentan anticipar temporalmente un fenómeno. Pero su condición de predicción desaparece tras la ilusión de transparencia que muestran los datos numéricos y los gráficos plagados de tecnologías.

¿El lector recuerda cuáles eran las epidemias noticiadas en los principales diarios antes de la pandemia? ¿Qué pasaría si los medios de comunicación publicaran constantemente el número de enfermos y muertos de todos los eventos en salud? Mientras tenemos datos a diario sobre los casos de coronavirus, incluso antes de su aparición en la Argentina, raramente se publican sobre otros problemas de salud.  ¿Sabemos que cada semana hay 20 casos nuevos de sífilis congénita y 200 de tuberculosis? ¿Que cada semana mueren en promedio 612 personas por neumonía; 83 por accidentes de transporte y 178 por tumores de tráquea, bronquios y pulmón; 56 por cáncer de útero; 31 por homicidios; 25 por VIH y 11 por tuberculosis? ¿O que cada semana mueren 116 niños y niñas menores de un año? Estos valores muestran que todos los días se enferman y mueren muchas más personas de las que hoy en día se enfermado y fallecen por coronavirus. Con esto no esperamos que los medios reproduzcan la lógica numérica que rige en el coronavirus con otras problemáticas, sino decir que esa lógica sesga, invisibiliza y no permite dimensionar la importancia de los problemas que nos afectan cotidianamente, y de los que es mucho más probable enfermar. Imaginemos por un momento qué sucedería si en los medios hubiera un contador para visibilizar cada una de las muertes que describimos anteriormente, ¿podríamos salir de nuestras casas o nos ahogaríamos en el miedo que vivimos hoy? ¿Qué hay detrás de esta compulsión numérica sobre el coronavirus? ¿Hay causas de muertes que valen más que otras? Parece que como sociedad necesitamos cierta negación y naturalización de lo que enfrentamos día a día para poder vivir, porque el miedo paraliza o produce conductas antisociales, como estamos observando.

Epidemiología y sociedad

Todos los días consumimos noticias que estructuran relatos de la pandemia que habilitan ciertas representaciones, a la vez que clausuran otras. Las imágenes de los medios repiten calles desiertas de cada vez más ciudades, el cierre de locales comerciales y de espectáculos, el desabastecimiento de supermercados y las violencias interpersonales. A contrapelo de estos relatos los orígenes de la epidemia son difusos o simplificados. La explicación de que la fuente de contagio primaria fue localizada en un mercado de Wuhan se reprodujo con la misma lógica y velocidad que un hilo de Twitter, bajo un discurso que sustenta la hipótesis ecológica, en la que hay pacientes cero, huéspedes y territorios que habilitan el intercambio entre animales y poblaciones. Pero las genealogías son siempre borrosas y caóticas. Un primer indicio lo sugiere un estudio de científicos chinos, publicado en la revista The Lancet, en el que 13 de los 41 casos identificados con coronavirus no se infectaron por haber estado en el mercado, es decir, que esa podría no haber sido la fuente primaria. También la revista Science indica que el Covid-19 podría haber entrado al mercado antes de que este se convirtiera en la supuesta fuente de diseminación. De acuerdo con Nature, no es plausible que el origen del Covid-19 sea producto de la manipulación genética en un laboratorio, pero con el conocimiento existente nada habilita a confirmarlo o refutarlo. Las explicaciones de base conspirativas son descartadas por tratarse de elaboraciones pseudocientíficas o atribuidas a una disputa comercial y geopolítica entre los gobiernos de China y EE.UU. Las preguntas incomodan y apremian las repuestas. Parece que es más fácil discutir taxonomías, identificar y controlar poblaciones de pangolines, civetas y murciélagos como huéspedes posibles de la mutación viral antes que analizar los impactos sociales de la pandemia y la compleja trama capilar societaria que la sostiene.

Sea como fuere, estas inquietudes sobre los orígenes de una pandemia parecen no tener tiempo en la vorágine de datos que día a día actualizan los noticieros. La densa trama social de la informatización, asociada al gigantesco complejo de comunicación de Internet, con la extensión de una sociedad en red, constituyen un fenómeno técnico-organizacional que condiciona las causas y los modos en que percibimos esta epidemia. Por primera vez hemos podido acompañar en tiempo real y globalmente una pandemia. Esta velocidad en la actualización viene acompañada de una vertiginosa reducción de los tiempos de vuelos que pone a las infecciones emergentes a un “instante” de distancia. Por eso llama la atención la respuesta laxa y la debilidad en los aeropuertos internacionales para el monitoreo de los casos importados. En la Argentina, la totalidad de los casos confirmados –hasta ahora– son importados, incluyendo a las personas fallecidas.

Gobernantes, ciencia y negación de la historia

En EE.UU., Inglaterra y Brasil, sus excéntricos gobernantes conservadores han minimizado la pandemia y así omiten la propia historia sanitaria de sus países. Por ejemplo, el Presidente Trump, con su accionar, desacredita a la Escuela de Salud Pública de John Hopkins fundada en 1916, cuna de grandes referentes de la epidemiología, no solo estadounidenses. El primer ministro inglés Boris Johnson niega la larga experiencia epidemiológica que Inglaterra acumuló desde el siglo XIX con los estudios de William Farr sobre mortalidad, y los de John Snow sobre la epidemia de cólera en Londres; además de la relevancia que tiene la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres fundada en 1899 con grandes desarrollos epidemiológicos; y la historia del Servicio Nacional de Salud creado en 1948 y que fue (y es) un ejemplo de modelo universal de derecho a la salud. En Brasil, Jair Bolsonaro niega con sus acciones la importancia histórica del Sistema Único de Salud (SUS) de Brasil, creado en 1988, como también de las importantes escuelas de epidemiología de ese país, de referencia en América Latina. Lo anterior evidencia que el conocimiento científico y los gobernantes no siempre van en la misma dirección, y expresa una relación compleja en la que las responsabilidades suelen estar repartidas según el momento histórico y el punto de vista del actor.

Por otro lado, una vez que pase la pandemia, será interesante analizar qué consecuencias tuvo en cada uno de los países según sus sistemas de salud, en los que se pone en juego la accesibilidad, la calidad de las respuestas, el derecho a la salud, el rol de Estado y la concepción sobre la salud pública.

Curas medicamentosas y religiosas

La emergencia sanitaria global por el coronavirus ha traído aparejada la contracción de la actividad económica y el derrumbe de las cotizaciones de las principales bolsas del mundo. Sin embargo, no todos pierden con la pandemia. Analicemos el caso de la farmacéutica Gilead Sciences.

Tras anunciar el desarrollo exitoso de dos estudios en fase avanzada para tratar casos de coronavirus con su medicamento remdesivir, las acciones de la farmacéutica se dispararon un 18%. Dicha compañía cuenta con un antecedente que nos hace dudar sobre la accesibilidad que el nuevo fármaco podría tener. Gilead Sciences compró en 2011 la pequeña compañía Pharmasset, la cual había desarrollado el sofosbuvir (antiviral para el tratamiento de la hepatitis C) gracias a subsidios públicos otorgados por los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). La compra se realizó por una suma millonaria y Gilead Sciences fijó el precio del tratamiento con sofosbuvir en U$S 84.000 dólares por paciente, valor que maximizaba sus ganancias, sin considerar criterios de accesibilidad.

Volviendo al tratamiento del coronavirus, el remdesivir no es una nueva droga, como sucede con muchos otros medicamentos. Gilead Sciences la patentó en 2002 para el tratamiento del síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés). Sin embargo, su éxito pronto se vio limitado ya que, si bien la enfermedad tenía una alta tasa de mortalidad, la propagación fue relativa y, en consecuencia, sus ventas no cumplieron las expectativas. En cambio, el surgimiento actual del nuevo Covid-19, por su alta contagiosidad y el pánico colectivo, abre una nueva oportunidad de negocios para la compañía.

Ante esta situación cabe preguntarnos: ¿logrará el medicamento pasar exitosamente las pruebas para ser comercializado? Y si lo logra, ¿se comercializará a un precio al que la población pueda acceder o se priorizarán las ganancias de la farmacéutica?

El miedo ante la amenaza del contagio incurable no solo genera la posibilidad de lucro en las ya lucrativas industrias farmacéuticas. Entre nosotros, el ex pastor Giménez –conocido referente de la iglesia Cumbre Mundial de los Milagros– fue imputado recientemente por ofertar alcohol en gel “con poderes curativos” a la módica suma de $ 1.000 pesos la botella. La ansiedad colectiva por el deseo de cura o prevención jamás se agota en las propuestas de la ciencia y sus versiones mercantiles, sin embargo, quienes buscan milagros encuentran lugares donde comprarlos. Ante la incertidumbre que despierta la pandemia, no faltarán espacios para ganar almas y dinero.

Cuarentenas y cuestiones sociales

Ante la ausencia de un tratamiento farmacológico, las políticas que se desarrollan planetariamente se reducen a medidas de cuarentena que restringen en forma creciente la circulación y el contacto interpersonal. Los medios y el gobierno apelan a “cuidarnos entre todos” con el propósito de impedir que la expansión del virus sature las demandas de los servicios sanitarios. Las formas extremas de la medida nos proyectan a un futuro distópico ya imaginado durante el siglo pasado: una ciudad en la que sus habitantes se ven obligados a abandonar las calles por temor a un virus que transforma el rostro del prójimo en una amenaza.

Aún no podemos conocer los efectos que tendrá una cuarentena prolongada, pero no es aventurado advertir que su impacto puede agudizar las notables desigualdades sociales que preexistían a la pandemia. Los sectores medios y altos –al menos mientras sus ingresos no se vean afectados por las consecuencias económicas de las medidas– se saturarán de series, mantendrán vínculos laborales por videoconferencia, harán ejercicios físicos con tutoriales disponibles en Internet, oficiarán de improvisados maestros de sus hijos y, en el caso de sentir angustia por el futuro incierto o la convivencia asfixiante, consultarán a sus psicoterapeutas por Skype. ¿Pero qué ocurrirá con los sectores marginados? ¿Cómo harán la cuarentena las personas en situación de calle en las ciudades más populosas del país? ¿cómo financiarán sus gastos quienes están relegados a la informalidad y al cuentapropismo? ¿De qué forma suplirán la falta de horas de escuela de sus hijos? ¿Qué esparcimientos creativos les ofrece el confinamiento forzoso a quienes ya tenían degradados al extremo sus derechos sociales? ¿Permiten sus viviendas concretar el aislamiento?

La cuarentena, en el mejor de los casos, podrá contener el crecimiento exponencial del virus, pero tendrá un profundo impacto económico y social que puede agudizar las desigualdades sociales si no hay políticas sociales compensatorias que vayan más allá de su diseño, se implemente realmente en el territorio y desde allí sean monitoreadas. Esto constituye un desafío si se quiere evitar que el aislamiento social se transforme en desintegración social.

BIBLIOGRAFÍA

– Liu Y, Gayle A, Wilder-Smith A, Rocklöv J. The reproductive number of COVID-19 is higher compared to SARS coronavirus. Journal of Travel Medicine. 2020;27(2). doi: 10.1093/jtm/taaa021.

– Massad E, Coutinho FAB, Burattini MN, Lopez LF. The risk of yellow fever in a dengue-infested area. Transactions of the Royal Society of Tropical Medicine and Hygiene. 2001;95(4):370-374

– Massad E, Burattini MN, Coutinho FAB, Lopez LF. Dengue and the risk of urban yellow fever reintroduction in Sao Paulo State, Brazil. Revista de Saúde Pública. 2003;37(4):477-484.

Las ilustraciones, inluida la de la portada, pertenecen al artista español José Manuel Ballester y han sido recogidas por David Bokeh.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/aislamiento-o-desintegracion-social/

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