Memoria de luchas. Entrevista (inédita) a Herbert Marcuse (*).

Las revueltas estudiantiles de 1968: una conferencia inédita.

El filósofo alemán Herbert Marcuse inspiró a la nueva izquierda en Europa y en Estados Unidos durante los años 1960. En esta conferencia de mayo de 1968, nunca antes publicada de forma íntegra, analiza las revueltas estudiantiles de París y Berlín con un auditorio colmado de estudiantes en la Universidad de California San Diego.

En mayo de 1968, el filósofo neomarxista Herbert Marcuse visitó París y Berlín en el punto más álgido de las protestas estudiantiles que ocupaban las páginas de los periódicos de todo el mundo. El texto que aquí se presenta es la transcripción de una charla de dos horas sobre estos acontecimientos, sostenida por Marcuse el 23 de mayo de 1968, poco tiempo después de retornar a los Estados Unidos. Cabe destacar que en ese entonces la situación del movimiento en Francia no estaba para nada resuelta. Contiene una serie de tesis que reflejan lo que pensaba el autor mientras se desarrollaban estos movimientos de los cuales él mismo suele ser considerado una fuente de inspiración ideológica.

Marcuse había viajado a París para participar de una conferencia académica sobre «El rol de Karl Marx en el desarrollo del pensamiento científico contemporáneo». Cuando llegó a París, el movimiento estudiantil había comenzado a manifestarse y la prensa se refería a él como el «ídolo de los estudiantes rebeldes». Todavía estaba en París el 10 de mayo, cuando fue testigo de los violentos choques entre las protestas estudiantiles y la policía en el Barrio Latino, a los cuales se refiere en su discurso. El 13 de mayo estaba en Berlín, donde participó de una nutrida reunión con estudiantes radicales e hizo sus primeros comentarios sobre el movimiento francés.

Marcuse volvió luego a la Universidad de California San Diego (UCSD) y, el jueves 23 de mayo, habló ante una audiencia que llenó la sala de conferencias más grande del campus. En ese momento, las protestas de los estudiantes franceses se habían transformado en una ola de huelgas a nivel nacional que puso en jaque al gobierno de Charles de Gaulle, aunque —como Marcuse anticipó— el líder francés estaba a punto de reafirmar su autoridad. Jeremy Popkin, en ese entonces un estudiante fascinado que asistía a uno de los cursos de Marcuse y hoy profesor de Historia en la Universidad de Kentucky, transcribió la charla y preparó una versión abreviada que se publicó, primero en el periódico estudiantil de la UCSD, y luego en el libro que compila los ensayos de Marcuse. La transcripción completa registrada por Popkin nunca se había publicado antes.

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El movimiento empezó de manera inocente y planteó algunas reivindicaciones que concernían a la reforma de la universidad. Al parecer, todo comenzó con una movilización en Nanterre —en ese entonces, nueva sede de la Universidad de París— que se oponía a ciertas medidas disciplinarias aplicadas a estudiantes que habían participado de una manifestación contra la guerra de Vietnam. Siguieron a esta primera chispa algunas manifestaciones en París —en la Sorbona—, que levantaban las reivindicaciones tradicionales, es decir, la reforma de la estructura completamente obsoleta y medieval que definía a la universidad.

Las reivindicaciones eran básicamente la contratación de mil profesores nuevos, la construcción de nuevas aulas y bibliotecas, y una reforma fundamental de un sistema de exámenes rígido y extravagante al punto de bordear lo fantástico. Para otorgar mayor peso a estas reivindicaciones, los estudiantes decidieron manifestarse en el patio de la Sorbona. Por un motivo que nadie comprende —la manifestación era absolutamente pacífica— el rector de la universidad, aparentemente siguiendo una sugerencia del ministro del Interior, pidió a la policía que despejara el patio. La policía se presentó en la zona y entró a la Sorbona, por primera vez en la historia de esta universidad.

Fue una novedad histórica. Las universidades europeas son inmunes a la policía. No se permite que la policía ingrese a las universidades, según una vieja tradición a la que todavía adhieren Francia y otros países. Fue la primera vez en la historia en la que la policía intervino y desalojó el patio por la fuerza. Durante el operativo, cientos de estudiantes resultaron heridos.

Fue esto lo que despertó movilizaciones cada vez más grandes, que comenzaron en las zonas más lejanas de París y convergieron en el Barrio Latino. Mientras tanto, se cerraron las puertas de la Sorbona y toda la región alrededor de la universidad fue ocupada y bloqueada por la policía. Los estudiantes empezaron a exigir entonces que se abriera de nuevo su universidad y que la policía abandonara el Barrio Latino, al que consideraban su propio barrio.

Montar las barricadas

Convergieron en la Sorbona y, al enterarse de que la policía intentaría desalojar nuevamente la zona, empezaron a montar las barricadas. Fue realmente un acontecimiento espontáneo. Lo que sucedió fue básicamente que los estudiantes tomaron los numerosos automóviles estacionados en los alrededores, no solo en las calles, sino en las veredas —como se acostumbra estacionar en París—, y sin el menor respeto por la propiedad privada, los dieron vuelta y los utilizaron para cortar las calles. No los bulevares más anchos —lo que hubiese sido imposible—, pero sí las viejas y estrechas calles de atrás de la Sorbona.

Encima de los autos colocaron todo lo que encontraron: cosas de madera, basura, cartones y contenedores de residuos. Luego arrancaron los carteles de señalización vial —«Pare», «Prohibido estacionar», etc.— y los utilizaron para aflojar el pavimento de las calles. No pretendo decir aquí cómo se hace una revolución (en cualquier caso, no podrían hacerla, porque el pavimento de ahora es demasiado firme). Con estos carteles aflojaron los fieles adoquines de París, que habían prestado servicios en las revoluciones de 1848 y 1879, y los usaron como armas contra la policía.

Herbert Marcuse Fotografías e imágenes de stock - Getty Images

También se armaron con las tapas de los tachos de basura y con cadenas de acero, y siguieron coronando las barricadas con todo lo que había cerca, especialmente con esos anillos de acero que rodeaban los árboles en las calles. La consigna no era atacar a la policía, sino enfrentarla desde las barricadas, que tenían entre tres y cuatro metros.

Las cosas marcharon bien hasta alrededor de las 2:30 a.m., cuando la policía finalmente recibió la orden de desalojar las calles y desarmar las barricadas. Lo que sucedió fue que la policía utilizó granadas de gas, gases lacrimógenos y, según se dice, un gas a base de cloro. Ellos todavía lo niegan, pero la evidencia parece corroborarlo. Yo mismo pude ver a los estudiantes con las caras todas rojas y los ojos inflamados. Utilizaron este gas, por supuesto, con el objetivo de evacuar las barricadas.

Nadie es capaz de soportar estos gases sin una máscara. Si hubiesen tenido máscaras antigás, probablemente hubiesen logrado derrotar a la policía, pues la policía de París no dispara. No tienen pistolas ni revólveres. Solo tienen porras y unas armas muy agresivas, que son esas capas rellenas con plomo, con las que golpean a los manifestantes.

Las Compañías republicanas de seguridad (CRS) tienen rifles y carabinas, lo que representa una garantía para los estudiantes, pues no se puede disparar un rifle en una pelea mano a mano del mismo modo que una pistola. El gas forzó a los estudiantes a abandonar las barricadas y huir. Luego, aparentemente, la policía prendió fuego las barricadas.

Me gustaría destacar que durante todo este tiempo —y esta es la gran diferencia entre lo que sucede en París y lo que sucede en Estados Unidos— los vecinos del barrio simpatizaron definitivamente con los estudiantes y lanzaron todo tipo de cosas contra la policía desde las ventanas de sus departamentos. Todavía se usaban orinales en París y les tiraban con eso y con cualquier otra cosa que encontraran. La policía respondió lanzando granadas de gas adentro de los departamentos.

Entonces, los estudiantes se vieron obligados a abandonar las barricadas. Intentaron huir, y en ese momento se dieron cuenta de que sus propias barricadas se habían convertido en un obstáculo, pues las habían montado a ambos lados de la calle. Estaban atrapados, no podían salir. Los estudiantes fueron literalmente apaleados, [como así también] uno de los profesores. Por cierto, quiero añadir que muchos profesores se hicieron presentes y apoyaron enérgicamente a los estudiantes, desde el comienzo hasta el final. Salieron a las calles, estuvieron en las barricadas y los ayudaron en todo lo que pudieron.

La barricada del otro lado de la calle bloqueaba la salida y la policía tuvo entonces una gran ventaja. En total, hubo cerca de ochocientos heridos esa noche. Además, resultaron heridos alrededor de trescientos cincuenta o cuatrocientos policías, lo que no para nada es una mala proporción.

La huelga general

Esto no bastó en ningún sentido para ponerles fin a las manifestaciones y a las protestas. Su joven líder [Daniel] Cohn-Bendit —que organizó las barricadas y estuvo con ellos todo el tiempo, hasta las seis de la mañana, cuando se perdió la lucha en la calle—, dijo: «Solo queda una cosa por hacer, la huelga general». Y en una hora, recorrió los poderosos sindicatos de Francia; en una hora, logró que los grandes sindicatos anunciaran una huelga general para el día siguiente. Como saben, la huelga tuvo un nivel de acatamiento del 100%.

Me gustaría decir ahora por qué pienso que este acontecimiento es tan importante. En primer lugar, debería servir para curar de una vez por todas a cualquiera que sufra el complejo de inferioridad del intelectual. No cabe la menor duda de que, en este caso, fueron los estudiantes quienes les mostraron a los trabajadores lo que se podía lograr, y los trabajadores siguieron las consignas y el ejemplo de los estudiantes. Los estudiantes fueron literalmente la vanguardia, no de una revolución, pues no fue una revolución, pero sí la vanguardia de una acción que se convirtió espontáneamente en una acción de masas. En mi perspectiva, este es el punto decisivo.

A lo que asistimos en París durante estas tres semanas es al resurgimiento y al retorno súbitos de una tradición. Se trata de una tradición revolucionaria, en este caso, que no se manifestaba en Europa desde comienzos de los años 1920. Hemos observado la intensificación y el crecimiento espontáneos de las manifestaciones, que pasaron de la construcción de las barricadas a la ocupación de edificios (primero edificios universitarios, luego teatros, fábricas, aeropuertos, estaciones de televisión, etc.). Ocupación no protagonizada ya por los estudiantes, sino por trabajadores y empleados de estas instituciones y empresas que empezaron a sumarse paulatinamente.

En un primer momento, todo el movimiento de protesta fue condenado por los sindicatos que dirigen los comunistas y por su periódico, L’Humanité. No solo desconfiaban de los estudiantes; los denigraron, y se acordaron de repente de la lucha de clases, a la que el Partido Comunista mantiene en frío desde hace mucho tiempo —décadas—, y acusaron a los estudiantes de ser tan solo unos niños burgueses.

No querían tener ningún vínculo con estos niños burgueses, y no estaban dispuestos a aceptar órdenes de ellos. Esta actitud es comprensible si se considera que la oposición estudiantil se expresó desde un comienzo —volveré sobre esto—, no solo contra la sociedad capitalista de Francia y contra la universidad, sino también contra el modelo estalinista del socialismo.

Esto es muy importante. La oposición se enfrentaba definitivamente al Partido Comunista en Francia, que era y es considerado —por más extraño que esto pueda parecer en Estados Unidos— como un componente integral de los sectores dominantes de la sociedad. Todavía no es un partido de gobierno, pero es lo que más desea: convertirse en un partido de gobierno, cuanto más rápido, mejor. Esta es la política que sostiene el Partido Comunista en Francia desde hace muchos años.

Al intentar explicar cómo es que el movimiento estudiantil se convirtió en un movimiento de masas, no es fácil encontrar una respuesta. Como dije, el movimiento estuvo en un primer tiempo confinado a la universidad, y las reivindicaciones fueron al comienzo académicas (reivindicaciones de reforma de la universidad). Pero luego se reconoció que la universidad es, después de todo, tan solo una parte de una sociedad más grande, de los grupos dominantes de la sociedad, y que a menos que el movimiento se extendiera más allá de la universidad y golpeara los puntos más débiles de la sociedad en su conjunto, la cosa no funcionaría. Seguiría siendo algo aislado.

Entonces, mucho tiempo antes de que todo estallara, los estudiantes intentaron ganarse sistemáticamente a los trabajadores en contra de los sindicatos que les prohibían participar de las manifestaciones. Muchos estudiantes fueron a las fábricas y a los establecimientos industriales de París y de los suburbios de París. Hablaron con los trabajadores y aparentemente lograron ganar algo de simpatía y de apoyo, sobre todo de parte de los trabajadores más jóvenes.

Cuando los estudiantes salieron realmente a las calles, y cuando empezaron a ocupar los edificios, estos trabajadores siguieron su ejemplo y unieron sus propias reivindicaciones, que apuntaban sobre todo a mayores salarios y mejores condiciones laborales, a las reivindicaciones académicas de los estudiantes. De nuevo aquí, esta unión se produjo de una forma más bien espontánea, no coordinada, y de esa forma el movimiento estudiantil se convirtió en un movimiento social más amplio, un movimiento político más amplio.

En este punto, cuando cientos de miles de trabajadores decidieron ir a la huelga y ocuparon las fábricas de París y de los suburbios, el sindicato controlado por los comunistas, la CGT, decidió respaldar el movimiento y convertir el proceso en una huelga oficial y en una manifestación oficial. Esta es la política que siguen desde hace años. Tan pronto como caen en la cuenta de que un movimiento amenaza con escapar al control del Partido Comunista, lo respaldan, se hacen cargo y lo organizan.

Las reivindicaciones del movimiento

En cuanto a las reivindicaciones políticas de este movimiento, se dejan resumir en la oposición al régimen autoritario de Francia y en la politización de la universidad, es decir, el establecimiento de un vínculo visible y efectivo entre lo que se enseña en el aula y lo que sucede fuera del aula; superar el modo de enseñanza y los planes de estudio, medievales y obsoletos, para estar a la altura de la realidad —la terrible y miserable realidad— que se desarrolla fuera del aula.

Exigían la politización de la universidad y completa libertad de expresión, con una particularidad que es muy interesante. Cohn-Bendit declaró en distintas ocasiones que tolerar a los protagonistas de la política estadounidense y a los defensores de la guerra de Vietnam sería abusar de la libertad de expresión. El derecho a la libertad de expresión no debe ser interpretado como tolerancia hacia quienes, con su política y su propaganda, trabajan para destruir los últimos remanentes de libertad que quedan en esta sociedad y someten al mundo —o, más bien, a una parte del mundo— a su dominio neocolonial. Dijo esto con mucha claridad.

Otra reivindicación estudiantil era la creación de empleos. Uno de los reclamos, uno de los miedo reales que acechan a los estudiantes es que, después de haber estudiado y haberse formando durante años en la universidad —sobre todo en las carreras científicas de donde salen ingenieros, técnicos, etc.—, cuando llega el momento de conseguir un empleo y ganarse la vida, no encuentran ninguno, porque el desempleo creció bastante en Francia y toda esta generación enfrenta el peligro de quedarse sin trabajo. Esto también reúne directamente una reivindicación académica con una reivindicación política y con la oposición frente a los grupos dominantes de la sociedad en general.

Está claro que el movimiento es —o llegó a ser, otra vez, espontáneamente— una manifestación socialista y un movimiento socialista, pero —como dije, y como quiero volver a enfatizar— un movimiento socialista que rechaza, desde el comienzo, la construcción represiva del socialismo que prevaleció en los países socialistas hasta el día de hoy. Esto podría servir para explicar las presuntas tendencias maoistas que estarían creciendo entre los estudiantes, utilizadas por la prensa comunista para acusar a quienes se involucran en las protestas de ser trotskistas, revisionistas, maoistas, etc. Tal vez son maoistas en el sentido de que Mao es, de una u otra forma, el símbolo de la construcción de una sociedad socialista que no repite la represión burocrática estalinista típica del socialismo de la Unión Soviética y del bloque soviético.

Esto también plantea otro aspecto esencial del movimiento estudiantil, y creo que en este punto llegamos a un terreno que es común al movimiento francés y al estadounidense. Se trata de una protesta total, pues —aunque inició como una protesta contra males muy específicos y por problemas muy puntuales— se convirtió en una protesta contra todo el sistema de valores, contra todos los objetivos y todo el sistema de expectativas y prácticas que define a esta sociedad. En otras palabras, es un rechazo a aceptar —a seguir aceptando— el sometimiento a la cultura del orden establecido. No solo sus condiciones económicas, ni sus instituciones políticas, sino todo su sistema de valores, considerado por estos jóvenes como algo que está corrompido en términos fundamentales.

En este sentido, pienso que es posible hablar aquí, también, de una revolución cultural: una revolución cultural en el sentido de que se dirige contra todas las tendencias culturales dominantes, incluyendo la moral de esta sociedad.

Condiciones francesas, tradiciones francesas

Si nos preguntamos ahora cómo es posible [que] en Francia el movimiento estudiantil encuentre apoyo y simpatía espontáneos de parte de la población —y un respaldo definitivo en la clase obrera, tanto organizada como no organizada—, mientras que en Estados Unidos sucede exactamente lo contrario, la respuesta que se me ocurre es doble.

En primer lugar, Francia no es todavía una sociedad de la abundancia. Es decir, las condiciones de vida de la mayoría de la población todavía están muy por debajo del estándar de vida estadounidense, lo que por supuesto hace que la identificación con el orden establecido alcance grados mucho menores de los que prevalecen en este país. En segundo lugar, la tradición política del movimiento obrero francés todavía sigue viva.

Podría sumar a esto una explicación más bien metafísica, a saber, que la diferencia entre las perspectivas que se abren en Francia, entre las perspectivas que puede tener un movimiento radical en Francia y las que tiene en este país, también obedece a que, después de todo, Francia atravesó cuatro revoluciones en un lapso de cien años y esto aparentemente fundó algo semejante a una tradición revolucionaria capaz de estallar, cobrar vida y renovarse cuando llega la ocasión.

Déjenme decir algunas cosas sobre el movimiento estudiantil de Alemania. Puedo hablar solo del movimiento estudiantil de Berlín; no visité ningún otro lugar de Alemania en esta ocasión. Viene desarrollándose un cambio significativo en Berlín, sobre todo si comparo la situación actual con la de la última vez que estuve allí el año pasado. El movimiento se radicalizó mucho en el sentido de que reclama una acción constante y rechaza todo tipo de charla, discusión y esfuerzo teórico. El deseo de convertirse y seguir siendo inmediatamente práctica [sic] es tan fuerte que se afirma casi a diario.

Prácticamente todos los días se desarrollan reuniones en la Universidad Libre de Berlín. El aula más grande está a disposición de los estudiantes para que realicen reuniones políticas y ellos lo utilizan constantemente. Por cierto, la Universidad de Berlín es, hasta donde sé, la única en la que el estatuto garantiza representación estudiantil en las facultades. Los representantes estudiantiles se sientan en el Consejo Académico y tienen voz y voto a la hora de nombrar y despedir a los miembros de la facultad. Este es el estatuto universitario que se estableció, creo, en 1948.

Con todo, la radicalización —y someto esto al debate— tiene su peligro, a saber, expone al movimiento estudiantil a fuerzas mucho más grandes con las cuales no es capaz de lidiar. En términos meramente numéricos, el movimiento estudiantil en París cuenta con, por decir un número, entre diez y quince mil personas en París, y ochenta o cien mil en total. Ahora bien, con estos números es posible ocupar edificios —incluso durante mucho tiempo—, especialmente si se cuenta además con el apoyo de la población.

En Berlín, [no hay] nada parecido. El movimiento estudiantil enfrenta definitivamente la hostilidad abierta del pueblo de Berlín y la hostilidad abierta de la clase obrera organizada. En este sentido, la situación es muy parecida a la de Estados Unidos. Bajo estas condiciones, una política de manifestaciones cada vez más intensas —manifestaciones que pretenden ir más allá del ritual y, de hecho, están dispuestas a enfrentarse con la policía— es un proyecto peligroso. Pero quiero decir, con total honestidad y claridad, que considero que se trata hoy de una tendencia a la que no es posible oponerse.

Hasta yo mismo intenté hacerlo, cuando intenté señalar estos peligros. No sirve de nada, porque ellos perdieron la paciencia. No creen —y nadie puede culparlos por eso—, no creen en el proceso democrático tal como se despliega en Alemania. Conocen a la perfección la brutalidad de la policía alemana. También saben hasta qué punto el gobierno de la República Federal está aún moldeado sobre la herencia del sistema nazi, y son conscientes de la estructura autoritaria de la universidad y de la actitud hostil que sostienen la mayoría de los profesores y los miembros de la facultad. De nuevo, esto contrasta con el caso de Francia.

Bajo estas circunstancias, simplemente creen que, a menos que actúen —a menos que actúen de tal forma que la gente sea capaz de ver y oír con sus propios ojos y oídos lo que está sucediendo—, a menos que logren imprimir, con el cuerpo y directamente, sus reivindicaciones en la sociedad, todo será en vano. La conclusión entonces es que cuanto más radical y más inconformista sea la expresión de la oposición, tanto mejor será. En otras palabras, desde la quema de símbolos hasta la destrucción de vidrieras, todas las acciones de este tipo tienen el objetivo —y esto es lo que se intenta organizar— de hacer que la gente oiga y vea lo que sucede, es decir, son medidas para contrarrestar el poder de amortiguación de esta sociedad.

En la universidad y en las reuniones, todo esto asume formas que llegan a ser desagradables, sobre todo para los no estudiantes. También existe una tendencia resuelta a condenar todo lo que no se acopla a esta política cada vez más intensa de «acción por la acción misma», a condenar todo lo otro como liberal (en realidad, no quiero recordar el término que se utiliza en este sentido y que se pronuncia inmediatamente a los gritos cada vez que alguien intenta expresar una opinión menos radical). En cualquier caso, «liberal» se convirtió en una palabra maldita. No caben dudas de que —otra vez, aquí hay que tener en cuenta la tradición del liberalismo alemán, aunque no solamente— es cuando menos comprensible que esta palabra haya tenido este destino.

Repito que hoy es muy difícil contrarrestar esta tendencia de manera efectiva, pues cuando uno observa el movimiento en su totalidad —si logramos percibir en qué medida logró convertirse, contra sus propias intenciones, en un movimiento internacional, y, de hecho, en la única oposición internacional efectiva que existe en la actualidad—, entonces uno mismo siente la vacilación y la reticencia a la hora de condenar hasta los aspectos más desagradables y los rasgos a veces prematuramente radicales del movimiento. Uno siente que identificarse con el movimiento, a la expectativa de que, mediante la prueba y el error, se fortalecerá y mejoraran su organización y su coordinación internacionales.

Bueno, creo que eso es todo lo que quería decir para empezar.

Preguntas

Luego de su discurso, el profesor Marcuse respondió preguntas del público. Cuando le preguntaron si estaba de acuerdo con que uno no debería poder hablar a favor de la guerra de Vietnam, respondió:

Sí, sostuve esta posición públicamente. No dije que no debamos tolerar a aquellos que están en desacuerdo con nosotros. Dije explícitamente, y mencioné, que aquellos que defienden y propagan la guerra en Vietnam, no deberían, en una sociedad verdaderamente democrática, gozar del derecho a la libertad de expresión. Su política atenta necesariamente contra la democracia, incluso bajo la forma en la que esta existe hoy. Entonces, no se trata de algo en lo que no podamos estar de acuerdo.

Cuando le preguntaron si estaría de acuerdo en suprimir otros sistemas filosóficos, como el objetivismo de Ayn Rand, Marcuse respondió: 

No. Como ustedes saben, me gusta mucho la filosofía. No conozco ninguna filosofía que hoy represente una amenaza real al sistema existente o a la transformación del sistema existente en uno mejor. Fui muy claro cuando argumenté que el concepto de tolerancia represiva no tiene absolutamente nada que ver con ningún tipo de censura del arte, la literatura, la música, la filosofía, ni cosas por el estilo. Esto queda completamente descartado. Solo me refiero a la no tolerancia en el caso de movimientos que manifestaron su naturaleza agresiva y destructiva.

Sobre las leyes de emergencia aprobadas en Alemania Occidental en aquel momento:

Las leyes de emergencia que se están discutiendo en este momento en el parlamento alemán, y que con toda probabilidad serán aprobadas, se cuentan, desde mi punto de vista, entre las legislaciones más siniestras que existen hoy. Se otorga al gobierno, en una situación de emergencia, el poder de suspender las garantías constitucionales más importantes, y, por ejemplo —y esta es la cláusula más fantástica—, movilizar a las fuerzas armadas al interior del país. No es una sorpresa si el movimiento estudiantil alemán apunta hoy principalmente contra estas leyes de emergencia. Me temo que no tendrá éxito y la legislación será aprobada con apoyo del Partido Socialdemócrata.

Me gustaría añadir [que] este es un ejemplo típico para refutar el argumento frecuente que sostiene que, en la situación actual, la rebelión estudiantil y el radicalismo de la izquierda, solo fortalecen a la derecha. Es decir, el famoso argumento de que antagonizar con el oponente lo hace más fuerte. Sucede que hasta el momento nunca me topé con una oposición que no antagonizara con el oponente. Ese es precisamente el objetivo de la oposición.

Pero a pesar de lo que haga o se diga en este momento, se está culpando por anticipado —y esto también es una conspiración internacional— a la izquierda, especialmente a la izquierda estudiantil, por la posible o probable intensificación de los movimientos de extrema derecha en Europa (y no solamente en Europa). Lo mismo se decía de la oposición comunista y socialista durante el período previo al nazismo. Pienso que, de una vez por todas, deberíamos dejar de lado este argumento, pues no es más que una descarada falsificación histórica.

Hitler llegó al poder, no porque la izquierda haya sido demasiado fuerte y demasiado radical, sino porque la izquierda no era lo suficientemente fuerte ni lo suficientemente radical. La izquierda estaba dividida y fue esta división la que hizo posible que la derecha llegara al poder.

¿Qué sucedió, por ejemplo, durante la República de Weimar? Este argumento puede ser refutado con hechos históricos.

Sobre las perspectivas de una alianza obrero-estudiantil en Francia:

Es posible —creo que es bastante probable— que el movimiento se divida de nuevo y que sus reivindicaciones terminen definiéndose de forma separada. La extrema derecha está prácticamente inactiva [en Francia]. Como suele suceder hoy, la oposición contra el movimiento de protestas no parece provenir de lo que se denomina la extrema derecha, sino más bien del centro, es decir, de los sectores del gobierno. Pienso que este es un cambio muy importante, un cambio que en algún momento deberíamos explicar en términos de la guerra contra el nazismo y el fascismo. Los partidos de extrema derecha están mal vistos y no son precisamente los más adecuados ni los mejor preparados para representar a la derecha.

[El ataque completo a la] es una cosa de la que los estudiantes son conscientes o al menos semiconscientes. En cuanto al movimiento obrero, el proceso parece estar siguiendo el rumbo de las protestas sindicales tradicionales. Dije parece, pues aparentemente no es el caso entre los trabajadores más jóvenes, que están muy insatisfechos con los sindicatos y quieren más que aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo.

Por ejemplo, quieren sumar la importante reivindicación política de poner fin al régimen personal [de Charles de Gaulle] y garantizar las libertades de expresión y de reunión de manera efectiva y real. Y quieren que esto suceda pronto. Este carácter total del movimiento no es algo que se declare y se practique de manera consciente ni metódica. Pero se sigue de las posiciones de los estudiantes. En la oposición de la clase obrera, la situación es todavía más precaria.

Sobre la situación de Europa oriental, en particular la Primavera de Praga que se desarrollaba en ese entonces en Checoslovaquia:

Checoslovaquia todavía estaba inmersa en gran medida en la tradición del período estalinista. La represión —se puede afirmar sin tapujos— terrorista, el control completo sobre cualquier forma de pensamiento y la veloz supresión de cualquier opinión divergente, se presentaban como algo cada vez más innecesario y arbitrario a medida que la situación económica y política ganaba estabilidad.

En este contexto, a partir de algunas dificultades esencialmente económicas, se planteó la reivindicación de reformas que relajaran o eliminaran el control excesivamente centralizado con el objetivo de introducir algunos rasgos de la economía capitalista en la economía socialista. Por ejemplo, incentivos, la ganancia como incentivo, más autoridad para las administraciones de las empresas individuales, etc.

El movimiento en Checoslovaquia no apunta contra el orden establecido en sí mismo, sino contra los mecanismos de control posestalinistas, considerados como algo perjudicial para la sociedad socialista.

Se aprovechó este relajamiento económico para exigir un consecuente relajamiento cultural, es decir, la abolición de la censura, de la precensura y del control rígido que el partido ejerce sobre los escritores, los filósofos y los profesionales en general.

Si la rebelión estudiantil no es una revolución, ¿cómo deberíamos categorizarla?

Lo que dijiste, con justeza, sobre el carácter pragmático del movimiento, es, pienso, otro aspecto de la arraigada sospecha de los estudiantes frente a todas las ideologías tradicionales, que se revelaron falsas. De ahí su carácter decididamente pragmático. No diría —ni dije— que el movimiento es revolucionario, pues pienso que ni en Francia ni en los Estados Unidos estamos atravesando una situación revolucionaria ni prerrevolucionaria. Pienso que, si entendemos lo que está sucediendo, debemos asumir este punto de vista. Es irresponsable calificar de revolución o de revolucionario a un movimiento de protestas como el que vivimos hoy.

Evidentemente, los estudiantes franceses no lo hacen y no creo que nosotros debamos hacerlo. No consideran que su movimiento sea ya una revolución. Aunque bien podría tratarse de un eslabón en una cadena de acontecimientos, internos y externos, que tal vez cambien la situación en su conjunto. Eso es lo que pienso, y la experiencia de los últimos meses confirma mis expectativas.

Pienso [que hay ] algo que podemos afirmar con certeza: que la idea tradicional de la revolución y la estrategia tradicional de la revolución están agotadas. Son obsoletas. Simplemente fueron superadas por el desarrollo de nuestra sociedad. Dije [esto] antes, y me gustaría repetirlo, porque pienso que en esta situación no hay nada más importante que una mente serena: la idea de que un día o una noche, [una] organización de masas, o un partido de masas de cualquier tipo, marcharán a Washington y ocuparán el Pentágono y la Casa Blanca para fundar un nuevo gobierno es —desde mi punto de vista— completamente fantasiosa, y simplemente no se corresponde con la realidad de las cosas.

Si esas masas existieran y tomaran una resolución semejante, en veinticuatro horas se montaría otra Casa Blanca en Texas o en Dakota del Norte, y todo se terminaría rápidamente. Debemos abandonar esta idea de la revolución, y ese es el motivo por el que creo que lo que sucede en Francia hoy es tan significativo y tal vez llegue a ser decisivo. Es justamente por eso que destaco el carácter espontáneo de este movimiento y la forma espontánea en la que se propagó.

Dije espontáneo, y sostengo este concepto, pero ustedes saben, supongo, que no hay nada espontáneo que no necesite algo de ayuda para convertirse en algo realmente espontáneo. Eso fue exactamente lo que sucedió en Francia, y por eso mencioné el trabajo previo de los estudiantes que habían ido a las fábricas a discutir con los obreros, etc. Pero, no obstante, comparado con [la] organización tradicional de la oposición, esto fue un movimiento espontáneo, y es un movimiento espontáneo que, hasta donde fue posible, no tuvo ni la más mínima consideración por las organizaciones existentes, fuesen estas partidos o sindicatos, y simplemente avanzó.

En otras palabras, por uno u otro motivo, llegó el momento en el que cientos de miles de personas —que tal vez pronto se conviertan en millones—, se hartaron. No querían levantarse a la mañana para ir a trabajar y atravesar la misma rutina, escuchar las mismas órdenes, quejarse de las mismas condiciones de trabajo, hacer las mismas actividades que siempre hicieron. Simplemente estaban hasta acá, así que en vez de quedarse en su casa o salir a caminar, intentaron otra cosa.

Ocuparon las fábricas y los locales, y permanecieron allí, en absoluto como salvajes anarquistas. Por ejemplo, ayer se publicó un informe según el cual tuvieron mucho cuidado de no dañar las máquinas, y supervisaron que no se destruyera ni se rompiera nada. No dejaron que entrara nadie de afuera. En este sentido, demostraron que consideran que esos negocios son, de una u otra forma, suyos. Quisieron demostrar que eran suyos, o que deberían serlo, y por eso los ocuparon.

Pienso que esta es una de las expresiones del carácter total de la protesta, pues —como saben— la estrategia tradicional de la clase obrera no respalda oficialmente la ocupación de las fábricas, y, según esta tradición, la propiedad privada conserva cierto halo de santidad. Las veces que suceden cosas así, suele tratarse de acciones en contra de la política de los sindicatos y en gran medida espontáneas. Este carácter espontáneo, por medio del cual el cambio se anuncia a sí mismo, es —desde mi punto de vista— el nuevo elemento que excede a todas las organizaciones tradicionales y toma a la población inmediata y directamente.

Si asumimos que la parálisis de Francia es capaz de continuar y propagarse, que el gobierno no tiene éxito —repito, se trata de una suposición poco realista, pues tendrá éxito, pero dejemos esto de lado para hacer un experimento mental—, entonces efectivamente tendremos una visión efectiva de la forma en la que puede colapsar el sistema, pues ninguna sociedad puede tolerar ese tipo de parálisis durante mucho tiempo.

La protesta contra los valores de la sociedad burguesa se expresa, no solo en la actitud más bien irrespetuosa respecto a la propiedad privada, sino también en el rechazo de otros valores, por ejemplo —y [este es] uno de los puntos en los que podemos no estar de acuerdo— en la repugnancia frente a las formas tradicionales de enseñanza y la cultura burguesa tradicional. Les daré un ejemplo muy concreto para ilustrar lo que quiero decir, y quiero aclarar que en este caso no estuve del lado de los estudiantes.

Fue hace aproximadamente un año, pero volvió a suceder lo mismo hace poco. Mi amigo [Theodor] Adorno fue invitado a Berlín a brindar una conferencia sobre Ifigenia, la obra de Goethe que juega con el tema clásico de Iphigenia in Tauris. Fue invitado por la universidad alemana. El auditorio estaba repleto de estudiantes que básicamente no lo dejaron hablar, pues consideraban que —en una situación marcada por el asesinato de un estudiante en una manifestación contra el sah de Persia y en medio del caldeado clima político de Berlín— era intolerable que se desarrollara una conferencia sobre un drama humanístico clásico. Simplemente no podían soportarlo, lo que desembocó en una verdadera revuelta en el auditorio. Pasó mucho tiempo hasta que se recobró la paz suficiente como para desarrollar la conferencia.

Este año viví una reacción similar en Berlín. Por ejemplo, hubo muchas ocasiones en las que se interrumpió mi conferencia con el grito: «No hay tiempo para preocuparse por los conceptos, no hay tiempo para la teoría. En vez de discutir aquí, salgamos a la calle y nos manifestemos frente a la Maison Française». Doy este ejemplo para ilustrar que esta oposición es capaz de llegar hasta un punto en que afecta toda la cultura dominante, incluso sus manifestaciones más sublimes.

Todo esto dejó de tener sentido para ellos. Tal vez sea hermoso, profundo y muy formativo, pero no sirve. No hay ninguna conexión entre lo que está pasando en la calle, en Vietnam o en las barricadas, o en los guetos, y estas ideas complejas o versos elevados, así que nos olvidemos de todo y veamos de qué somos capaces con nuestras propias manos y con nuestras mentes si nos enfrentamos a la realidad inmediata. Ahora bien, casi no hace falta decir que se trata de una actitud peligrosa. Y sin embargo, es una actitud muy difícil de refutar.

Siempre mantuve la posición de que las universidades en este país son sitios de relativa —y no solo relativa— libertad de pensamiento y expresión. Todavía hay muchas oportunidades y mucho espacio para aprender cosas muy relevantes, incluso para comprender lo que está sucediendo hoy. Evidentemente, la universidad debe ser reformada de manera radical, pero esta reforma debería desarrollarse al interior de la institución, no adoptar la forma de su destrucción. Pienso que destruir la universidad implicaría, de hecho, reducir o eliminar una de las… —déjenme decirlo de una forma exagerada y provocadora—, en un sentido, destruir la universidad es cortar la rama en la que estamos sentados.

Después de todo, es en la universidad donde creció esta oposición, donde esta oposición se educó y sigue educándose. Destruir la universidad nos haría mucho más daño a nosotros que a ellos. Después de todo, nosotros —y yo, como saben, me cuento entre la oposición— pensamos que somos el ejemplo vivo de que la universidad puede no ser tan mala.

Al final de esta conferencia, se le pidió a Marcuse que comentara lo que pensaba sobre la relación entre su pensamiento y la crisis de Europa occidental:

Si queremos abordar esta pregunta tan personal en términos más o menos razonables, lo único que puedo decir es que, por ejemplo, en las declaraciones de Cohn-Bendit y en otras declaraciones, los ecos de mi ensayo sobre la «Tolerancia represiva» son obvios, tanto que no se necesita ninguna evidencia. Muchos de los estudiantes lo notan. Ahora bien, en cuanto a los motivos de esta influencia, no me corresponde responder a mí, sino a los estudiantes.

Siempre intenté, como filósofo y teórico, resaltar algunas cosas, elaborar una crítica de la sociedad existente que se mantuviera en la medida de lo posible alejada de las ideologías tradicionales, sean marxistas o socialistas. Al hacerlo, pienso que enfaticé algunos rasgos con los que, en el marco de las ideologías tradicionales, simplemente no se supo cómo lidiar.

Creo que otra cosa que señalé es que no importa cuán radicales sean las nuevas instituciones que se supone que definen a una sociedad socialista: a menos que estén controladas por un nuevo tipo de hombre, con valores realmente nuevos, sin la hipocresía moral y los valores competitivos y represivos de la sociedad actual, será imposible que se desarrolle un cambio real y todo lo que habremos hecho habrá sido reemplazar una forma de dominación por otra.

Lo que desde mi punto de vista es esencial cuando se trata de un cambio cualitativo y real es romper con el continuo de dominación y represión. Solo cuando lo logremos —y vale también en el caso de una sociedad socialista— será posible hablar de una sociedad cualitativa y realmente distinta de las existentes. Esa es la única respuesta breve que se me ocurre.

 
Fuente: https://jacobinlat.com/2021/06/11/herbert-marcuse-y-las-revueltas-estudiantiles-de-1968-una-conferencia-inedita/

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