Mundo: El postfeminismo es inseparable del neoliberalismo. Opinión.

Foto: Lia Thomas tiene 22 años y antes era Will Thomas. En 2019 comenzó su transición y para hacerlo siguió las normas establecidas por la National Collegiate Athletic Association (NCAA) al someterse a un tratamiento de supresión de testosterona de un año de duración. Lia Thomas también competía en natación entre los hombres y se ubicaba entre los 500 más destacados, mientras que ahora domina las competencias entre las mujeres. Esta situación provocó el debate y las opiniones son bien diversas (https://www.tycsports.com/).

Lia Thomas o cómo el neoliberalismo convierte los deseos individuales en derechos (humanos).

Por Princess Caroline/Mujeres en Lucha. 

Respecto a las distintas formas de opresión de las mujeres, las ganancias para el sistema desarticulando el feminismo de clase y resignificando el término en el postfeminismo individualista son incontables. Este contexto permite, por ejemplo, que los “vientres de alquiler” o la prostitución se conviertan en servicios “libremente elegidos” o que la autoridad política sea una cuestión de followers y frases hechas en los mandatos mismos del poder. Una postizquierda que capitaliza y promueve un  “feminismo” de maris y peluquería es el sueño de las industrias que viven a costa de la definición de mujer que inventaron los hombres. Tampoco hay duda respecto a la comercialización del género, convertido en identidad suprema del ser, con infinitos mercados rentabilizando las representaciones de masculinidad/feminidad patriarcales.

 
Apenas hace falta introducir el tema. La historia de Lia Thomas ha incendiado las redes desde que se proclamara “Campeona” de Estados Unidos en las competiciones de natación de la NCAA. Lia, antes llamado Will, compitió en la categoría masculina hasta 2019, ostentando el puesto 462 en dicho ranking. En 2020, Will decidió que “se sentía” Lia y el resto es historia del deporte, femenino claro, para desgracia de sus competidoras mujeres y del pensamiento crítico general. Este artículo no trata en sí de una victoria tramposa, ni siquiera de la masa muscular o la capacidad pulmonar como realidades materiales frente a sentimiento individual alguno. Se trata, más bien, de contextualizar la reacción que el caso ha generado entre antiguos defensores/as de la identidad de género como sustituto de la categoría “sexo” en el mundo del deporte. Cuanto menos, curiosa.
 
“Soy transincluyente pero” se ha convertido en la frase estrella con la que personalidades y anónimos pedían perdón por anticipado para manifestar su disconformidad con el dogma trans en lo deportivo, aún con la realidad más insultante ante sus ojos. No es casualidad que la mayoría de estas personas se denominen a sí mismas feministas. El relativismo posmoderno ha fagocitado las grandes luchas sociales hasta el punto de que, para llamarse feminista, solo hay que querer serlo. Lo que se diga a continuación no importa, da igual si se trata de un análisis profundo de la opresión de las mujeres o de una resignificación perversa para que le demos palmas a los privilegios patriarcales. Lo importante es desearlo. Y construir una identidad pública en torno a ello.

Ya lo decía Celia Amorós, que no subvierte quien quiere, subvierte quien puede. Y es que este “postfeminismo” es inseparable de los engranajes del neoliberalismo y de sus valores como sistema vigente. A través de productos culturales, medios de comunicación y campañas publicitarias interiorizamos cada día las narrativas del individualismo, del mito de la libre elección, de la exaltación de las identidades fluidas y de la persecución de los deseos infinitos, que las refuerzan. Y que también fluyen. Y que son sagrados. A través de estos relatos, el paradigma neoliberal arrasa con cualquier noción de opresión estructural como Thomas arrasa en la piscina con sus competidoras.

Respecto a las distintas formas de opresión de las mujeres, las ganancias para el sistema desarticulando el feminismo de clase y resignificando el término en el postfeminismo individualista son incontables. Este contexto permite, por ejemplo, que los “vientres de alquiler” o la prostitución se conviertan en servicios “libremente elegidos” o que la autoridad política sea una cuestión de followers y frases hechas en los mandatos mismos del poder. Una postizquierda que capitaliza y promueve un  “feminismo” de maris y peluquería es el sueño de las industrias que viven a costa de la definición de mujer que inventaron los hombres. Tampoco hay duda respecto a la comercialización del género, convertido en identidad suprema del ser, con infinitos mercados rentabilizando las representaciones de masculinidad/feminidad patriarcales.

“Tienes derecho a ser quien realmente eres” es una de esas frases que se repiten hasta la extenuación en productos culturales o mediáticos sobre “Derechos Trans”, generalmente protagonizados por hombres que desean ser “mujer”. Lo que ellos entienden por ello, en realidad. Es en este tipo de relatos, construidos sobre las narrativas de la superación y la diversidad, donde el deseo adquiere el peligro viso no solo de derecho, sino de derecho humano, mucho más cuando se trata de menores. Esa es la premisa que subyace al “Soy transinclusiva, pero”, la confusión de que respetar los derechos humanos de todas las personas significa acatar sus deseos como derechos o incluso como derechos humanos. También si este deseo constituye un atentado para la igualdad. En este tipo de contenidos, casualmente, nunca se invita a esos hombres a ser “quien realmente son” como hombres, rompiendo con los estereotipos de la masculinidad. Tampoco se les da a esos niños herramientas para crecer libres de imposiciones sexistas, sino que se promueve una regresión reaccionaria a las “cosas de niños” y las “cosas de niñas” con ideales y roles muy diferentes que se presentan como “esenciales” para los menores.

El retorno al orden del dogma queer, también se viste de una disidencia malentendida, cuya única transgresión es hacia la propia igualdad. Cabría repasar el concepto de “disidir” cuando las “ideas subversivas” están omnipresentes en el mercado, de Vogue a la publicidad de Adidas, de las multinacionales que nos invitan a incluir los pronombres en la firma a las series de televisión de consumo masivo. Solo los hombres, como parte privilegiada de la jerarquía sexo-género, pueden elegir “ser mujeres”. En un análisis materialista de izquierdas sería un insulto considerar que la parte estructuralmente oprimida pueda dejar de serlo por elección. Como tortazo de realidad material, solo hace falta plantear el caso de Lia Thomas con una transmasculina nadando contra hombres y reflexionar sobre el resultado.

La opresión no se elige, ni se cambia con pronombres deshumanizantes, se combate desde la raíz, identificando sus sujetos políticos, sus mecanismos de reproducción y sus canales. La victoria de Thomas es un adelanto de lo que nos espera a las mujeres si se aprueba la Ley Trans, del borrado jurídico que denunciamos las feministas, del fin de la utilidad de las leyes de violencia de género, de los espacios seguros, de la protección a mujeres vulnerables y, como ya hemos podido constatar, del deporte femenino. No sería de extrañar, tampoco, que quienes abanderan hoy el “Soy transfeminista, pero” escriban la misma frase en sus redes en un tiempo, ante el próximo atropello sonado a las mujeres en ese sentido. Y lo harán, otra vez, denominándose “feministas”, con el servilismo bochornoso de la justificación por delante, sorprendidas, como si nadie se lo hubiera avisado, tratando de disimular su papel de arribistas en los estragos de la misoginia.

Fuente: http://mujeresenlucha.es/2022/03/22/lia-thomas-o-como-el-neoliberalismo-convierte-los-deseos-individuales-en-derechos-humanos

 

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