
Fábrica de adicciones digitales: un laboratorio de diseño de conducta para el sometimiento.
por Enrique Aurelli/Lobo Suelto.
Comprender que, si hablamos de tecnología, no solo lo estamos haciendo de aparatitos y programas, es la primera premisa. Desde una perspectiva, todo lo que comprendemos como instrumento de “progreso” de la humanidad esta munido de alguna clase de tecnología. Desde el manejo del fuego, la escritura, la producción y conservación de alimentos, los sistemas políticos, la medicina y mas.
En este siglo, la tecnología ha dejado de ser una mera herramienta que manejábamos para convertirse en una extensión de nuestra propia existencia, existencia que alguien maneja. Las pantallas nos acompañan desde que despertamos hasta que dormimos, mediando nuestras relaciones, nuestro trabajo, nuestro ocio y nuestra forma de entender eh interactuar con el mundo.
Existen algunas preguntas fundamentales que pocos se atreven a formular: ¿qué ocurre cuando estas tecnologías no son instrumentos pasivos, (nunca lo fueron), sino que están diseñadas activamente para moldear nuestra conducta? Y ¿Cómo influyen las estrategias de diseño de comportamiento en nuestra subjetividad y en la forma en que construimos nuestra realidad?
Pretendemos con este texto adentrarnos en el controvertido campo del diseño de la conducta social, intentando darle puntapié inicial y revelando cómo los laboratorios de investigación, las grandes corporaciones tecnológicas y los intereses geopolíticos convergen para crear un ecosistema digital que influye en nuestras decisiones, hábitos y percepciones. A través de un análisis crítico, examinaremos el trabajo del Stanford Behavior Design Lab, liderado por B.J. Fogg, y su impacto en las personas, las democracias actuales, y como mediante el desarrollo de plataformas digitales como Facebook e Instagram, nos afectan, desentrañando las implicaciones éticas y políticas que estas prácticas tienen para la soberanía de los pueblos, particularmente desde la perspectiva crítica de los pueblos siempre explotados de Suramérica.
De Zimbardo a Fogg: vector del diseño de conducta
La historia comienza en los pasillos de la Universidad de Stanford, donde el joven Brian Jeffrey Fogg, tras escuchar una conferencia del psicólogo Philip Zimbardo —conocido por el infame «Experimento de la cárcel de Stanford»— decidió estudiar ciencias del comportamiento. Zimbardo había demostrado en 1971 cómo las situaciones podían transformar drásticamente la conducta humana, llevando a personas comunes a comportarse de manera autoritaria y cruel cuando se les asignaba el rol de guardias en una prisión simulada. Un experimento largamente usado por las dictaduras de derecha en el Sur Global.
Este experimento, financiado por el gobierno estadounidense con el pretexto de entender el origen de los conflictos en su sistema penitenciario, tuvo que suspenderse por los altos niveles de conductas abusivas que rápidamente se convirtieron en sádicas. La conclusión a la que se arribó es demoledora: la situación influye en la conducta humana; poner a personas buenas en un lugar malo las hace actuar mal o resignarse a ser maltratadas, a punto tal que Zimbardo afirmó: «la mayoría de nosotros podemos ser seducidos para comportarnos de una manera totalmente atípica con respecto a lo que creemos que somos».
Fogg, quien tuvo como asesor de su proyecto doctoral a Zimbardo, junto con Clifford Nass, Byron Reeves y Terry Winograd, absorbió estas lecciones y las llevó a un nuevo terreno: el de la tecnología digital. En 1997, presentó como trabajo final de estudios el concepto de «Captología», definida como la forma de mantener más tiempo a una persona delante de una pantalla de ordenador mediante técnicas de captación de la atención.
El potencial de este enfoque no pasó desapercibido para Stanford, que le ofreció abrir un laboratorio que inicialmente se llamó «Laboratorio de Tecnología Persuasiva». Este centro de investigación se convertiría en el epicentro de una revolución imperialista silenciosa en el diseño de comportamientos humanos a escala global.
Fábrica de adicciones digitales: El Laboratorio de Diseño de Conducta para el sometimiento
El Stanford Behavior Design Lab (anteriormente conocido como Stanford Persuasive Technology Lab) se fundó en 1998 como parte del Instituto de Investigación Avanzada de Ciencias y Tecnologías Humanas (H-STAR) de la Universidad de Stanford. Su objetivo declarado era investigar cómo los productos informáticos, desde sitios web hasta software para teléfonos móviles, podían diseñarse para cambiar lo que la gente cree y hace.
Este laboratorio no operaba en el vacío. Se insertaba en una tradición iniciada por Fred Terman, decano de Stanford en 1951, quien comprendió que la inversión del estado federal en investigación había sido clave para la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Terman desarrolló el Parque Industrial de Stanford en Palo Alto, California, estableciendo un modelo tripartito: «Está el dinero del gobierno, está la universidad y la industria. Quería un vínculo estrecho entre la industria y la universidad con el dinero del gobierno apoyando la educación de los estudiantes que luego ingresarían a la industria».
Por este laboratorio pasaron figuras que transformarían el panorama tecnológico global. Mark Zuckerberg visitó sus instalaciones buscando formas de potenciar Facebook. Uno de los alumnos de Fogg, Joshua Reeves, creó una aplicación para felicitar cumpleaños en Facebook, característica que contribuyó significativamente al crecimiento de la plataforma. Otro discípulo, Mike Krieger, desarrolló una aplicación para compartir fotografías y recibir «likes» que inicialmente llamó «Mirando al sol» (suena canción fascista española, ¿no?) y que hoy conocemos como Instagram.
Con el tiempo, Fogg modificó su terminología, abandonando el término «Captología» por «Behaviour Design» (Diseño de Conducta), y rebautizó su centro como «Laboratorio del Diseño de Conducta». Este cambio no era meramente semántico, sino que reflejaba una comprensión más profunda y sistemática de cómo modificar el comportamiento humano a través de la tecnología.
El modelo alienante de Fogg: La arquitectura de la persuasión digital
La herramienta conceptual clave desarrollada por Fogg es su modelo de comportamiento, resumido en la fórmula B=MAP. Según este modelo, un comportamiento (B) ocurre cuando convergen simultáneamente tres elementos:
- Motivación (M): El deseo de realizar una acción. Puede ser intrínseca (la persona ya quiere hacer la acción), extrínseca (hay beneficios o consecuencias) o contextual (surge del entorno).
- Habilidad (A): La facilidad para realizar la acción. Depende de factores como el tiempo disponible, los recursos económicos, el esfuerzo físico y mental requerido, y la integración con la rutina existente.
- Desencadenante (P): La señal que activa el comportamiento. Puede ser un facilitador (alta motivación, baja capacidad), una señal (alta capacidad, alta motivación) o una chispa (alta capacidad, baja motivación).
Las plataformas digitales utilizan este modelo para diseñar experiencias que fomenten la participación, la interacción, el consumo y dependencia. Las notificaciones constantes, los sistemas de recompensas, la personalización algorítmica y la simplificación de las acciones son estrategias derivadas de este modelo para influir en el comportamiento de los usuarios.
En 2012, Facebook llevó estas técnicas a un nuevo nivel al manipular a 700.000 usuarios sin su consentimiento para obtener evidencias de contagio emocional a escala masiva. La compañía generó estímulos específicos para que los usuarios produjeran publicaciones con contenido positivo o negativo, demostrando su capacidad para influir en los estados emocionales colectivos al mejor estilo del condicionamiento clásico de Pavlov.
Este experimento reveló algo perturbador: las plataformas digitales no solo registran nuestros comportamientos, sino que pueden moldearlos activamente. Como señala el filósofo Byung-Chul Han, estamos ante un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación, un conocimiento de la dominación sobre la psiquis en un nivel prerreflexivo.
La frontera imperial: Colonización de la subjetividad
La implementación masiva de estas tecnologías persuasivas constituye lo que podríamos denominar una «colonización de la subjetividad». Nora Merlín, Magister en Ciencias Políticas y discípula de Ernesto Laclau, afirma que el neoliberalismo (y por extensión el concepto del anarco-capitalismo) opera como un régimen de colonización de la subjetividad que obtura, con objetos tecnológicos y sus productos asociados, la falta estructural del sujeto y de lo social. Le podemos integrar la sobre produccion de dopamina que estimula y produce adición a los usuario, sobe todo en las niñeces.
Esta colonización se manifiesta en varios niveles:
- Adicción y pérdida de control: Las plataformas digitales están diseñadas para captar nuestra atención y mantenernos enganchados. Los bucles de retroalimentación, las recompensas intermitentes y la sensación de conexión social pueden generar adicción y dificultar el control sobre nuestro tiempo y nuestra conducta.
- Manipulación y desinformación: Las tecnologías persuasivas pueden ser utilizadas para manipular nuestras emociones, difundir desinformación y polarizar la opinión pú Los algoritmos de recomendación pueden crear burbujas de información que refuerzan nuestros sesgos y limitan nuestra capacidad crítica.
- Pérdida de autonomía: El diseño de la conducta puede socavar nuestra autonomía al influir en nuestras decisiones de manera sutil e inconsciente. Podemos terminar actuando de una manera que no refleja nuestros verdaderos deseos o valores.
- Vigilancia y control: La recopilación masiva de datos y el uso de algoritmos de inteligencia artificial permiten a las plataformas digitales conocer nuestros gustos, preferencias y comportamientos. Esta información puede ser utilizada para vigilarnos, controlarnos y predecir nuestras acciones.
El resultado más preocupante de esta colonización es el rechazo a «lo que hace límite o funciona como imposibilidad», lo cual condiciona la construcción de vínculos comunitarios. En términos concretos, se traduce en individuos cada vez más aislados, incapaces de organizarse colectivamente para defender sus intereses comunes, atrapados en una ilusión de conexión que en realidad profundiza su soledad.
y la geopolítica del diseño de conducta: El poder blando
El diseño de la conducta no es solo un fenómeno tecnológico, sino también un instrumento de poder geopolítico. Langdon Winner, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley, afirma en su texto «¿Tienen política los artefactos?» que los objetos tecnológicos poseen propiedades políticas de dos formas: condicionando los usos (educando al ciudadano en tanto la tecnología tiene una determinada forma de utilizarse) y condicionando la forma de vida íntegramente en pos de una producción basada en artefactos tecnológicos.
A estas dos consideraciones podemos sumarle una tercera: la del condicionamiento de la forma de vida íntegra mediante tecnologías persuasivas que proyectan trastornos del comportamiento en una población objetivo. Estas tecnologías se caracterizan por generar la necesidad compulsiva e incontrolable de estar conectado a las redes sociales, lo que lleva a una pérdida del control y una interferencia significativa en la interpretación, narración y comprensión de la vida diaria, creando una ausencia total del entendimiento del entorno.
Estados Unidos, a través de instituciones como la Universidad de Stanford y el financiamiento de investigaciones por parte del Departamento de Defensa, ha sido un actor clave en el desarrollo y la difusión del diseño de la conducta. Las plataformas digitales se utilizan como herramientas de poder blando para exportar valores culturales, promover el consumo y moldear la percepción del mundo.
La estrecha relación entre el gobierno estadounidense y estos centros de investigación quedó evidenciada en octubre de 2023, cuando la Universidad de Stanford fue condenada por el Departamento de Justicia a pagar una multa de US$ 1,9 millones por tener investigadores y asistentes que habían recibido compensación del extranjero por su trabajo en 16 proyectos con financiación del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea, la NASA y la Fundación Nacional de Ciencias.
Esta relación simbiótica entre el estado norteamericano y el sistema universitario está sistemáticamente controlada con la intención de crear sentido en las poblaciones objetivo y sostener herramientas de poder blando autosustentables. Estas herramientas, mediante su programación, pueden inducir a las comunidades a tomar decisiones contrarias a su propio beneficio como sociedad.
De la caverna de Platón a la meritocracia de falsa bandera
La competencia global por el dominio de la inteligencia artificial y las tecnologías persuasivas se ha convertido en un campo de batalla geopolítico, donde los Estados compiten por la influencia y el control. En este contexto, el diseño de conducta emerge como una forma de dominación más sutil pero no menos efectiva que las formas tradicionales de poder.
Esta nueva forma de dominación opera sobre la psiquis humana a un nivel prerreflexivo, condicionando nuestra percepción de la realidad y nuestras posibilidades de acción. Como los prisioneros de la caverna de Platón, somos manipulados para ver solo las sombras que los controladores de la tecnología quieren que veamos, mientras la realidad queda oculta tras la pantalla.
La Universidad de Stanford, mediante la aplicación de proyectos de investigación en los productos de la industria de la comunicación digital, genera cambios de conductas en los usuarios de esas herramientas a escala global. Estos cambios están dentro del marco de lo que puede considerarse adicciones, ya que las plataformas están diseñadas para fomentar y multiplicar su uso.
El mito de la meritocracia funciona como una «falsa bandera» que oculta las verdaderas relaciones de poder. Mientras el discurso neoliberal promueve la idea de que cualquiera puede triunfar si se esfuerza lo suficiente, las estructuras tecnológicas diseñadas para moldear conductas perpetúan y profundizan las desigualdades existentes, beneficiando a quienes ya se encuentran en posiciones privilegiadas.
Una perspectiva
Desde la perspectiva de pueblos siempre explotados, estas tecnologías persuasivas representan una nueva forma de colonialismo, que ya no se limita a la explotación de recursos naturales o la ocupación territorial, sino que se extiende a la ocupación de la subjetividad misma.
Este tecno-feudalismo, como lo han denominado algunos teóricos, está conduciendo a una híper liberalización ultra neoliberal que profundiza la alienación, debilita los lazos comunitarios y erosiona la solidaridad. La consecuencia es una pérdida del compromiso con otros seres humanos y sus comunidades, así como de la necesidad de organizarse en espacios físicos comunes para cambiar lo que no beneficia a todos dentro de una democracia.
Uno de los efectos más perniciosos de esta colonización subjetiva es la fijación de la incorrecta idea de que la política es inherentemente corrupta, lo que deriva en un macartismo renovado y la persecución sobre los políticos populares y críticos. Esta persecución es instrumentada por las derechas y los fascismos, que son utilizados como bestias de carga por las élites oligárquicas planetarias del imperialismo.
El objetivo final parece ser la neutralización de cualquier mirada tercermundista, cualquier perspectiva desde el sur global que esté formada y que crea en la justicia social, la soberanía política y la independencia económica de los pueblos. Las tecnologías persuasivas sirven así como herramientas para desarticular las resistencias, atomizar las luchas y dificultar la emergencia de alternativas al orden neoliberal global.
Soberanía mental para el uso de lo digital: Alternativas y resistencias
Ante la colonización de la subjetividad, es fundamental construir una soberanía digital que nos permita recuperar el control sobre nuestras vidas y nuestras sociedades. Esto implica desarrollar alternativas tecnológicas, promover la educación crítica, impulsar políticas públicas y construir espacios de resistencia comunitaria, pero no solo cuando recuperemos el estado, hay que poner recursos hace 20 años atrás…
- Tecnologías libres y descentralizadas: El uso de software de código abierto, plataformas autogestionadas y redes descentralizadas puede reducir nuestra dependencia de las grandes corporaciones tecnológicas y permitirnos tener un mayor control sobre nuestros datos y nuestras interacciones. Si su uso no fuera una gran barrera para el común denominador de la población alfabetizada digital mente o no, tal vez funcionaría. Lo que es cierto es que aun no se extiende pues el modelo vigente sigue siendo el del dominador. La mayoría de habituales usuarios aunque activistas muchos, no dejan de alguna forma de responder al modelo de éxito/meritocratico/ego/incel que plantean las ultra proyectadas imágenes de los exitosos tecno feudalistas de los últimos 45 años…
- Educación crítica y alfabetización digital: Es fundamental desarrollar habilidades para analizar críticamente la información, identificar las estrategias de persuasión y proteger nuestra privacidad en el entorno digital. Claro que se debería, desde las organizaciones libres del pueblo, conformar y garantizar espacios físicos con los recurso necesarios para afrontar la formación de cuadros tecnológicos para la liberación, cosa que no se hizo.
- Regulación y políticas públicas: Los Estados, particularmente en el Sur Global, deben implementar regulaciones que protejan los derechos de los usuarios, promuevan la competencia y fomenten el desarrollo de alternativas tecnológicas que respondan a las necesidades y valores locales. Los estados Nacionales y Populares digo.
- Resistencia comunitaria: La organización y la acción colectiva son fundamentales para resistir la colonización de la subjetividad y construir un futuro digital más justo y equitativo. Es necesario recuperar los espacios físicos de encuentro y debate, fortalecer los lazos comunitarios y construir redes de auto formación y solidaridad que trasciendan lo virtual, el gran desafío. En lo personal creo que la creación y conducción de estos espacios formativos transdiciplinarios solo se pueden dar por parte de la generación bisagra, la con una pata en cada siglo, con experiencia en el cuero, con años vividos en cada crisis desde la década 1970 hasta la actualidad, puede afrontar el reto. Generación bisagra a la que nadie le va contar lo que es cagarse de hambre y tener que organizarse para mofar o lo que sea. Eso si, ninguna generación esta exenta de runflas y mal aprendidos.
La urgencia de recuperar el control
La colonización de la subjetividad representa uno de los mayores desafíos de nuestra época. El diseño de la conducta, las tecnologías persuasivas y el poder de las grandes corporaciones tecnológicas amenazan nuestra autonomía, nuestra libertad y nuestra capacidad para construir un Democracia popular.
Lo que comenzó como una investigación académica en los pasillos de Stanford se ha convertido en un sistema global de dominación, sometimiento y manipulación conductual que sirve a los intereses geopolíticos de las potencias hegemónicas y las élites económicas transnacionales. Este sistema no solo profundiza las desigualdades existentes, sino que dificulta e impide el surgir de alternativas al orden ultra neoliberal global.
Aunque B. J. Fogg promueva la idea de «hábitos mínimos» para generar «cambios positivos», nuestra perspectiva crítica nos obliga a cuestionar profundamente quién establece los parámetros de ese «cambio positivo» y si estas metodologías, aparentemente inocuas, no pueden ser instrumentalizadas para consolidar conductas que favorecen intereses particulares, a menudo en detrimento de las mayorías. La delgada frontera entre la asistencia para alcanzar objetivos personales y la manipulación con fines ajenos es un punto central de nuestra preocupación.
Debemos recordar brevemente en qué consisten los «hábitos mínimos» según Fogg. Basándonos en su libro «Hábitos mínimos: Pequeños cambios que lo transforman todo»y la explicación de su modelo de comportamiento (B=MAP), la propuesta se centra en iniciar con acciones diminutas, fáciles de realizar y gratificantes, que se integran en la rutina diaria para generar cambios de comportamiento a largo plazo. Fogg sugiere una fórmula donde el comportamiento (C) ocurre cuando la motivación (M), la habilidad (H) y el estímulo (A) convergen. La clave está en la simplicidad y la celebración inmediata del pequeño logro.
Ahora bien, la pregunta fundamental es: ¿quién define qué se considera un «cambio positivo» que se debe promover a través de estos «hábitos mínimos”?. Fogg y su laboratorio operan desde la Universidad de Stanford, un epicentro de la innovación tecnológica en Estados Unidos. Esta institución tiene vínculos históricos y financieros con el poder estatal de seguridad y la industria sobre todo militar. Por lo tanto, los «cambios positivos» que se buscan impulsar podrían estar alineados, consciente o inconscientemente, con los intereses y la cosmovisión de ese contexto geopolítico y económico dominante.
Soberanía y Autodeterminación: Desde nuestra perspectiva, la definición de «progreso» y «bienestar» debe emanar de nuestras propias realidades, necesidades y cosmovisiones como pueblos suramericanos.
Si un laboratorio en un centro de poder global define qué «hábitos» son «positivos» para nosotros, ¿no estamos ante una nueva forma de colonización, no ya territorial, sino conductual y subjetiva?
. ¿Se están considerando nuestras historias de resistencia, nuestras luchas por la independencia política y económica, o se nos está imponiendo un modelo de «cambio» funcional a otros intereses del imperialismo pero con juguetes nuevos?
Justicia Social y Equidad: El concepto de «cambio positivo» debería estar intrínsecamente ligado a la reducción y eliminación de las desigualdades, la promoción de la justicia social y el empoderamiento de las comunidades marginadas. Si los «hábitos mínimos» recomendados por Fogg se aplican sin una conciencia crítica de las estructuras de poder existentes, corremos el riesgo de que refuercen las dinámicas desiguales. Por ejemplo, ¿se están promoviendo «hábitos» que fomentan el consumo de productos de ciertas corporaciones, o se están impulsando prácticas que fortalecen la autonomía y la economía nacional popular?
La delgada línea entre ayudar y manipular se vuelve especialmente borrosa cuando consideramos el poder de las «tecnologías persuasivas» desarrolladas y estudiadas en el laboratorio de Fogg. Estas tecnologías están diseñadas para influir en nuestras actitudes y comportamientos, a menudo aprovechando sesgos cognitivos y creando bucles de retroalimentación que fomentan la adicción y el uso continuado. Si se aplican los principios de los «hábitos mínimos» en este contexto, ¿no podrían estar dirigidos sutilmente a mantenernos enganchados a ciertas plataformas, a consumir ciertos contenidos, o a adoptar ciertas conductas que benefician a las empresas tecnológicas y a sus inversores, en lugar de nuestro bienestar genuino? Ósea luego terminan votando como en argentina en 2015 o 2023…
La actividad humana, impulsada por el conocimiento científico aplicado, genera objetos prácticos con fines específicos dentro de un sistema social y económico . Las tecnologías persuasivas, y por extensión las metodologías de diseño de comportamiento como la de Fogg, son ejemplos claros de diseños destinados a obtener un comportamiento determinado de los usuarios, modelando su percepción de lo que es posible o restringido.
Debemos preguntarnos si estos «hábitos mínimos» no son una nueva herramienta para la «colonización de la subjetividad», donde se nos induce a adoptar ciertos comportamientos que, aunque parezcan pequeños e individuales, contribuyen a un orden social y económico que no necesariamente nos beneficia.
El neoliberalismo utiliza objetos tecnológicos para obturar la falta estructural del sujeto y condicionar la construcción de vínculos comunitarios. Los «hábitos mínimos» podrían ser una manifestación de esta lógica, ofreciendo soluciones individuales y fragmentadas a problemas que son, en realidad, estructurales y colectivos.
Se nos impulsa a cambiar pequeños hábitos personales, mientras se mantienen intactas las estructuras de poder que generan las desigualdades y la injusticia.
Por lo tanto, si bien la idea de generar cambios positivos a través de pequeños pasos puede tener un atractivo inicial, debemos ser profundamente escépticos y analíticos sobre quién define esos «cambios positivos», con qué intereses están alineados, y si las metodologías propuestas no son, en última instancia, una forma sutil y efectiva de perpetuar la dependencia y la subordinación en el ámbito digital y, por extensión, en la vida social y política.
La clave está en desarrollar nuestras propias definiciones de bienestar y progreso, basadas en nuestra historia, valores comunitarios y necesidades, y en construir colectivamente caminos de transformación que realmente nos empoderen como pueblos.
A pesar de los habituales emergente del imperialismo, la resistencia y el combate siempre son posibles. A través de la educación crítica, la organización colectiva y la acción política podemos recuperar el control sobre nuestras subjetividades, construir un entorno humano y digital que responda a las necesidades y valores de nuestros pueblos. La lucha por la soberanía tanto de sentido como la digital es, en última instancia, una lucha por la autodeterminación de los pueblos en la era de la hiper información tecno feudal y de Novos fascismos.
Frente a un sistema diseñado para atomizarnos, alienarnos, explotarnos y controlarnos, debemos responder con acción, solidaridad, organización y conciencia crítica. Solo así podremos transformar las tecnologías, (no solo los aparatos electrónicos digo, sino toda la tecnología) de la dominación en herramientas para la emancipación, recuperando el control sobre nuestras vidas y nuestras sociedades.
Y para ello solo hace falta una cosa, juntar los cuerpos y emprender acciones.
Referencias
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23 de abril, 2025.
Fuente: https://lobosuelto.com/fabrica-de-adicciones-digitales-un-laboratorio-de-diseno-de-conducta-para-el-sometimiento-enrique-aurelli/
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