publicada en The Nation /traducción del inglés de Luis Casado (Politika).
El socialismo ha muerto... ¡Viva el socialismo! Bernie Sanders -declarado admirador de Salvador Allende- ya logró una verdadera revolución en los EEUU, hablando de justicia social y económica, de Salud para todos, de educación pública gratuita, de los derechos de la mujer, de respeto a la Naturaleza, y venciendo a los corruptos aparatos partidarios. ¡Bernie Presidente! Ya no es un sueño… Lo cuenta una nota del diario estadounidense The Nation describiendo una realidad que se parece demasiado a la nuestra
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Con integridad y principios el senador de Vermont está llamando a los estadounidenses a una revolución política.
Hace un año, preocupado de ver a los ciudadanos de a pie marginados del proceso de nominación presidencial, The Nation alegó que una primaria disputada vigorosamente sería buena para los candidatos, para el Partido Demócrata, y para la democracia. Dos meses más tarde, el Senador Bernie Sanders lanzó formalmente una campaña que ya transformó las políticas de la carrera presidencial del 2016. Galvanizados por sus exigencias de justicia social y económica, cientos de miles de estadounidenses han atiborrado sus manifestaciones, y más de un millón de pequeños donantes le han ayudado a reunir fondos para su difícil campaña, rompiendo el control que ejerce el dinero de las grandes empresas. El llamado de Sanders a realizar reformas fundamentales – sistema único de Salud, educación superior gratuita, salario mínimo de US$ 15 la hora, desmantelamiento de los grandes bancos, hacerle pagar a los ricos una justa parte de los impuestos – ha inspirado a los trabajadores a través de todo el país. Su audaz respuesta a la crisis climática ha atraído a legiones de jóvenes electores, y su política exterior, que enfatiza la diplomacia en vez del derrocamiento de gobiernos, le habla poderosamente a ciudadanos cansados de las guerras. Más importante aún, Sanders ha utilizado su insurgente campaña para decirle la verdad a los estadounidenses acerca de los desafíos que confrontamos. Ha convocado al pueblo a una “revolución política”, argumentando que los cambios que nuestro país tan urgentemente necesita pueden hacerse sólo si arrancamos nuestra democracia de la corrupta garra de los banqueros y los millonarios de Wall Street.
Creemos que esa revolución no sólo es posible sino necesaria, y esa es la razón por la que apoyamos a Bernie Sanders como Presidente.
Esta revista raramente apoya a nadie en las primarias del Partido Demócrata (lo hicimos sólo dos veces: a Jesse Jackson en 1988, y a Barack Obama en el 2008). Lo hacemos ahora impulsados por la consciencia de que nuestro amañado sistema funciona para unos pocos, y no para la mayoría. Los estadounidenses se están despertando a esta realidad, y están pidiendo un cambio. Esa visión anima tanto las primarias Republicanas como las primarias Demócratas, aun cuando ha llevado a esos dos torneos en direcciones fundamentalmente diferentes. En el meollo de esta crisis está la desigualdad, tanto económica como política. Los Estados Unidos se han transformado en una plutocracia, como dice Sanders, en la que “no sólo tenemos una masiva desigualdad de riqueza e ingresos, sino una estructura de poder que protege esa desigualdad”.
La clase media estadounidense se desvaneció, mientras la separación entre ricos y pobres alcanzó los extremos de la Era Dorada.
La recuperación que siguió el colapso económico del 2008 no fue compartida. En realidad, en los Estados Unidos pareciera que actualmente no se comparte nada, ni la prosperidad, ni la seguridad, ni siquiera la responsabilidad
Mientras millones de estadounidenses luchan con las consecuencias del catastrófico cambio climático, las empresas productoras de combustibles fósiles promueven a los escépticos del calentamiento global para continuar lucrando con la destrucción del planeta.
Mientras los estadounidenses están cansados con guerras interminables, el complejo militaro-industrial y sus porristas continúan promoviendo insensatas intervenciones que han desangrado nuestro país, dañado nuestra reputación en el extranjero, y creado para el Pentágono una tormenta perfecta de despilfarro, fraude y abuso.
Mientras los estadounidenses de cada sector ideológico reconocen la necesidad de reformar el sistema de justicia, los hombres, mujeres y niños afroamericanos continúan siendo baleados por la policía en las calles, y la encarcelación de masa no disminuye.
Los estadounidenses están hastiados y por eso contraatacan. Miradas aisladamente, la Lucha por los US$ 15 (salario mínimo), Las Vidas Negras Cuentan (Black Lives Matter), el movimiento por la Justicia Climática, el movimiento por los derechos de los inmigrados, la campaña por el impuesto a las transacciones financieras, y el renovado impulso por un sistema de Seguridad Social, pueden parecer causas sin relación entre ellas.
Tomadas en conjunto forman un creciente coro de indignación contra un gobierno que atiende las exigencias de los súper-ricos, y no se ocupa de las necesidades de la mayoría. Esas causas comparten la furia contra los políticos secuestrados por los intereses privados y el gran capital, donde la corrupción generalizada se mofa de la noción misma de democracia.
Sólo el Senador Sanders tiene capacidad para unificar los movimientos que surgen en todo el país
Esos movimientos por más igualdad y justicia han encontrado en Bernie Sanders un aliado y un defensor. En contraste con los demagogos de la extrema derecha que explotan esos crímenes para fomentar la división, el Senador de Vermont se inspira de una orgullosa tradición de socialismo democrático para revivir la sencilla pero poderosa noción de solidaridad.
Tenemos que volvernos hacia el prójimo, no contra el prójimo, dice Sanders, y unirnos para cambiar la política corrupta que nos roba a todos.
El financiamiento de su campaña refleja su compromiso, rechazando el apoyo de los súper Comités de Acción Política de las grandes corporaciones, y reposa por el contrario en millones de modestos donantes.
Gracias a la integridad de su campaña, Sanders es el único que tiene la capacidad para unificar los movimientos que surgen a través de todo el país en una sola clara e irresistible demanda por un cambio político sistémico.
Por más de tres décadas Bernie Sanders ha desafiado los obstáculos políticos, mientras defendía consistentemente las ideas y los temas ampliamente olvidados en nuestro cada vez más reducido mapa político.
Como Alcalde de Burlington encabezó la lucha para mantener abiertas al público las riberas del Lago Champlain y organizó el redesarrollo sustentable del centro de la ciudad, manteniendo al mismo tiempo las cuentas equilibradas.
In la Cámara de Representantes de los EEUU ayudó a organizar el Grupo Progresista del Congreso (Congressional Progressive Caucus) y le garantizó al apoyo a las indicaciones que protegían las pensiones y expandían los centros de Salud comunitarios.
En el Senado se opuso con elocuencia a los abusos de la vigilancia interna a los ciudadanos, a las guerras discrecionales, a la desregulación de la Banca y al rescate financiero de los mil-millonarios, y su eficaz presidencia del Comité Senatorial para los Veteranos de Guerra le ganó el elogio de ambos partidos.
Si creemos que Bernie Sanders haría un gran presidente, sabemos que su camino a la Casa Blanca sigue siendo cuesta arriba. Al cierra de esta edición Bernie está luchando para ganar en Iowa y en New Hampshire y ganándole terreno a la favorita Hillary Clinton en las encuestas nacionales.
Su mensaje económico-popular ha encontrado eco en muchos electores jóvenes y progresistas, pero aún tiene que encontrar apoyo entre los electores Afro-americanos, Latino y Asiático-americanos que constituyen el núcleo de las bases del Partido Demócrata.
Dicho eso, su campaña le presta atención a la necesidad de construir una coalición más amplia y, en Sanders, los demócratas tiene un candidato que realmente puede cumplir: él marchó por los derechos civiles en los años 1960 y tiene una consistente trayectoria apoyando la justicia racial, la igualdad para las mujeres, y los derechos de lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales.
También tienen un candidato que ha mostrado su disposición para escuchar y aprender: interpelado al inicio de la campaña por los activistas de Las Vidas Negras Cuentan, Sanders incorporó desde entonces un sólido programa para exigirle cuentas a la policía, reducir las encarcelación masiva, y reformar las discriminatorias leyes relativas a las drogas.
Los electores pueden confiar en Sanders porque él no le debe su carrera a los amos financieros del statu quo.
Los electores pueden confiar en Sanders porque él no le debe su carrera a los amos financieros del statu quo. Liberado de esas cadenas de intereses privados, puede tomar las audaces medidas que el país necesita. Sanders es el único que propone desmenuzar los bancos gigantes “demasiado grandes para quebrar”; invertir en la educación pública desde el pre-escolar universal hasta la enseñanza pública superior; terminar con el poder de los carteles de las compañías farmacéuticas y de seguros mediante la Seguridad Social para todos (Medicare for All). Sólo él propone otorgarle a los trabajadores un salario vital. Sólo él está dispuesto a darle trabajo a los estadounidenses en la reconstrucción de nuestra derruida infraestructura, y a confrontar el cambio climático poniendo a los EEUU a la cabeza en la producción de energías renovables. Su audaz programa prueba que el dinero no amplía el debate político: restringe más bien el campo de lo posible. Si Sanders comprende todo esto, es de temer que su principal rival en la nominación Demócrata no lo entiende. Hillary Clinton es una candidata que combina una inigualable experiencia con inteligencia, coraje y fuerza. Ella ha respondido a los humores populares de la época: poniendo en duda los acuerdos de libre mercado que han defendido Bill Clinton y Barack Obama; proponiendo reformas para Wall Street así como un aumento de impuestos para los ricos; defendiendo con valentía los anticonceptivos, desafiando a la Asociación Nacional del Rifle (que defiende la venta libre de armas) y apoyando a los sindicatos. Si fuese nominada, sería mucho más presentable que los extremistas que pretenden a la nominación del Partido Republicano (y también lo sería el ex Gobernador de Maryland Martin O’Malley). Entendemos que mantener la presidencia fuera de las manos de los derechistas Republicanos es crucial, especialmente cuando el próximo presidente debe remodelar la Corte suprema. Y no se puede negar que si fuese elegida, Hillary rompería los más gruesos tejados de vidrio y defendería los derechos femeninos como ningún presidente lo ha hecho. Pero los límites de una presidencia de Hillary Clinton están claros. Su deseo de buscar consensos con los Republicanos y de transar para “que las cosas se hagan” en Washington no traerán el cambio tan urgentemente necesario. Hillary no ha desechado aumentar la edad de la jubilación en la Seguridad Social, y su programa no le mejora las garantías a nadie. Ella rechaza el sistema de Salud único y rehúsa considerar la posibilidad de desmenuzar los grandes bancos. También tememos que ella podría aceptar una “gran negociación” con los Republicanos que nos encadenaría a la austeridad durante décadas.
Hillary, cierto, tiene experiencia, pero su experiencia no la ha premunido contra los errores.
En política exterior Hillary tiene experiencia, pero su experiencia no le impidió cometer errores. Ella sabe ahora que su voto, en el 2002, autorizando a George W. Bush a invadir Irak fue un error, pero aparentemente aprendió muy poco de él. Hillary encabezó el debate para expulsar a Muamar El-Gadafi en Libia, dejando detrás un Estado derruido que le suministra ahora una base alternativa al Estado Islámico. Ella apoyó la movida de los EEUU pata contribuir al derrocamiento de Bashar El-Assad en Siria, lo que le agregó combustible a una horrenda guerra civil. Ahora Hillary promueve una confrontación con Rusia en Siria llamando al establecimiento de una zona aérea prohibida. Su apoyo al presidente Obama en el acuerdo nuclear con Irán fue arruinado por su explícito rechazo al mejoramiento de las relaciones con ese país y sus belicosas demandas de suministrarle más armas a Israel. Si fuese elegida, Hillary sería otra “presidente de guerra” en una época en la que los EEUU necesitan desesperadamente la paz. La visión de Sanders es diferente y mejor. El Senador no ha hablado tanto como quisiera sobre los desafíos globales y las oportunidades, y nosotros le solicitamos concentrarse más en política exterior. Pero lo que ha dicho (y hecho) inspira confianza. Oponente de la guerra de Irak desde el inicio, Sanders critica la noción de “cambio de régimen” y la presunción que los EEUU, solos, deben ser el gendarme mundial. Bernie rechaza una nueva Guerra Fría con Rusia. Apoya el acuerdo nuclear con Irán, y le dedicará nueva energía al desmantelamiento de las armas nucleares y al reforzamiento de la no proliferación. Él ha apoyado durante mucho tiempo la normalización de relaciones con Cuba, y el renacimiento de una política de buen vecindario en el hemisferio. La política exterior de Sanders también crearía condiciones para la reconstrucción de una prosperidad ampliamente compartida en casa. Encabezaría un esfuerzo internacional para terminar con la devastadora austeridad que amenaza provocar otra recesión global, y defendería un New Deal verde para combatir el cambio climático. Y como líder de la oposición al Acuerdo Transpacífico (TPP), desmontaría el régimen de comercio impuesto por las multinacionales que ha devastado la clase media estadounidense. Los críticos de Bernie lo descartan como un idealista (¡lo es!) empeñado en una cruzada quijotesca. Entretanto, la prensa obediente a las finanzas le ha prestado, vergonzosamente, poca atención a los logros de su campaña, prodigándole generosa cobertura a los intolerables pronunciamientos de Donald Trump y los candidatos republicanos que compiten con él. Sin embargo, las encuestas muestran que Sanders – aún cuando se presenta por primera vez a muchos electores – está bien situado para ganarle a un eventual candidato conservador, a menudo con mejores resultados que Hillary Clinton. Aún más, en contraste con los modestos auditorios de las reuniones públicas de Hillary, las enormes multitudes populares en los mítines de Bernie indican que tiene capacidad para llegar a las finales en noviembre. Si su candidatura, y la inspiradora campaña que alimenta, van a encender una “revolución política” suficientemente grande como para ganar la nominación Demócrata y la Casa Blanca está por verse. Pero ya sabemos que su carrera creó el espacio para un aún más poderoso movimiento progresista y demostró que una política diferente es posible. Esta es una revolución que debiese mantenerse viva, independientemente de quién gana la nominación. Bernie Sanders y sus seguidores están tensando el arco de la Historia hacia la Justicia. Lo suyo es una insurgencia, una posibilidad, y un sueño que estamos orgullosos de respaldar. ——————————————————————————–
Nota del editor: este artículo fue editado para clarificar la posición de Hillary Clinton en materia de Seguridad social.
The Nation, 14 de enero de 2016.
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