por Arturo Alejandro Muñoz / publicado en Politika.
No ha existido altercado, contubernio ni rastrojo político en Chile en el cual ‘don Patricio’ no haya estado presente. Para no olvidar, es bueno recordar estas cuestiones de tiempo en tiempo
Patricio Aylwin Azócar, ex presidente de la República, dirigió los destinos de la nación en el período conocido como “transición”. Es bueno puntualizar algunas cuestiones que, como es habitual en Chile, tienden a olvidarse con facilidad. Para ello, recurriré a algunos párrafos de un añoso ensayo que titulé “El centrinaje, marca indeleble de la idiosincrasia chilena”.
Llamo “centrinos” a quienes hacen gala de conductas y hábitos específicos muy lejanos de las cualidades que se suponen esenciales en un ser humano: la inclinación a la verdad, la coherencia, el respeto a algunos principios. Las personas caracterizadas como “centrinos” desprecian la verdad, la coherencia, los principios. Para decirlo de algún modo, En este asunto, todos los políticos, sin excepción, dicen lo que no piensan, hacen lo que no dicen y piensan lo que callan.
Patricio Aylwin Azócar es, sin duda alguna, uno de ellos. No ha existido altercado, contubernio ni rastrojo político en el cual no haya estado presente. A nombre de la democracia institucional y representativa, Aylwin ha participado en cuanto ”chamullo legal” pueda encontrarse en los anales de la historia política de los últimos cincuenta años.
En 1970, luego del triunfo electoral de Salvador Allende, fue uno de los gestores del “Estatuto de Garantías” por medio del cual su partido (DC) negoció los votos de sus parlamentarios para confirmar en el Congreso la elección como presidente del doctor socialista. Como buen “centrino” argumentó que lo hacía “en defensa de la democracia”. La verdad desnuda era otra: responder con una bofetada a la derecha por haberle negado su apoyo al gobierno de Frei Montalva y a la DC en la campaña presidencial. Aylwin decía lo que no pensaba y hacía lo que no decía.
Fue un pionero entre quienes empujaron a los militares al golpe de Estado. Se negó a un acuerdo con Allende –propiciado por el cardenal Raúl Silva Henríquez– para evitar el baño de sangre y la brutalidad que cayó sobre el país. Centrino al fin y al cabo, simuló negociar para salvar su imagen futura, y al mismo tiempo actuaba en función de la “salida golpista” que patrocinaba. Estimuló la resolución de la Cámara de Diputados que el año 1973 caratuló de “inconstitucional” al gobierno de Salvador Allende, ofreciéndole el pretexto a los golpistas que aguardaban, armas en ristre, en los pasillos aledaños.
Años después del “pronunciamiento militar” (eufemismo preferido de Pinochet y Merino) al que contribuyó de manera sibilina, comenzó a criticar la dictadura. Ya era más que evidente que los militares no le traspasarían el poder a la Democracia Cristiana. De ese modo se construyó una imagen de demócrata.
Cuando la dictadura se vio arrinconada por las movilizaciones promovidas por el Comando Nacional, nuestro “príncipe” del centrinaje arrinconó a los dirigentes sindicales demócrata cristianos en Punta de Tralca (litoral de la V Región), obligándoles a entregar las riendas del movimiento de protesta a la llamada “Alianza Democrática”.
Esta fue una organización parida entre gallos y medianoche, cuyo objetivo real era hacer a un lado a los Bustos, Seguel, Mujica, Ríos, Flores y otros, para negociar con Sergio Onofre Jarpa Reyes, flamante Ministro del Interior de la dictadura. Onofre Jarpa, un politicastro de raíces políticas nazi-ibañistas-populistas-pratistas. Un verdadero poema.
Presidente de la República, Aylwin borró con el codo lo escrito con su mano al afirmar que “procuraría justicia en la medida de lo posible”. Apagó así las dudas que nacían en los cuarteles, y protegió el acuerdo alcanzado por la DC con el pinochetismo en la reunión “secreta” que tuvo lugar en octubre de 1988. El pueblo concertacionista había sido mandado a paseo a las pocas horas del triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre de ese mismo año. En la reunión secreta estuvieron presentes, entre otros, René Cortázar y Juan Pablo Arellano, los “cerebros económicos” del régimen que iba reemplazar a los uniformados.
Fueron “centrinos” como Aylwin quienes pavimentaron los patios de fusilamiento y llenaron de gasolina el estanque del helicóptero “Puma”. Los que garantizaron la impunidad de los responsables civiles de la masacre. Los que esculpieron la democracia según sus intereses coyunturales. Los que estiraron la poruña para recibir los 30 denarios de sus antiguos adversarios, asociados ya en la misma empresa. Los que atrajeron a distinguidos ex izquierdistas ya renovados y convertidos a la fe neoliberal. Los que siguen demostrando cuán poco les importaron los miles de muertos, torturados, desaparecidos, exiliados, exonerados. Cuan poco les importa el pueblo sumiso y abúlico que apoya con su voto y su esfuerzo a los mismos que actuaron de verdugos morales.
En el ocaso de su zigzagueante vida, –política y humana–, la cuestión que surge naturalmente es: En 60 años de actividad política, ¿Patricio Aylwin Azócar le hizo bien o mal a la democracia chilena?
Hacer la pregunta ya es obtener una respuesta.
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