Testimonio sobre un golpista: Entrevista a Patricio Bañados, el «rostro» de la Franja del «No» en el Plebiscito de 1988.

por Felipe Portales y Jennifer Abate, octubre, 2007.

Aylwin dijo, a los dos años, “la transición ha terminado”. ¡Ha terminado! Con los asesinos caminando por la calle, mientras los periodistas que habíamos luchado teníamos que escondernos; con Pinochet como comandante en jefe del Ejército; con la misma Constitución; con tribunales militares juzgando a civiles.

Aunque parezca increíble, luego de la llegada al gobierno de la Concertación (y digo gobierno, porque al poder no llegó) sus dirigentes me empezaron a ver como una molestia porque yo era un desagradable recuerdo de que alguna vez los compadres con los que ahora salían abrazados en las páginas sociales de El Mercurio eran sus enemigos, se suponía. Ahora no; eran todos amigos. Pinochet, de dictador sangriento, había pasado a ser una especie de abuelito de Heidi, de viejito de Pascua. Un abuelo bondadoso que, en palabras del propio Aylwin, ayudó mucho a la democracia”.

Me gustaría puntualizar que en el plebiscito del 88 ganó el Sí. Hubo más gente que votó que No, pero ganó el Sí. No sospechábamos que había un acuerdo, aparentemente previo, del cual no teníamos conocimiento y que ni siquiera podemos certificar ahora. Un acuerdo para que nada cambiara, o sea, el “gatopardo”: que las cosas cambien para que todo pueda seguir igual.

El hecho de haber sido la cara visible de la Franja del “No” me significó en el momento amenazas de muerte para mí y mis hijas de 14 y 16 años. “Sabemos la hora que sales del colegio”, eran el tipo de llamadas telefónicas que recibieron. Para qué decir las que recibí yo. Pero lo que puede parecer increíble es que, por lo menos, durante 10 años fui agredido innumerables veces; aunque siempre “a la chilena”, de manera cobarde. Agresiones solapadas a mí o a mis propiedades.

(Para la Concertación) yo era una molestia. Se usó mi antecedente de haber intervenido en la franja del No, y posteriormente en la Franja de Aylwin, para tener el argumento de que yo estaba minusvalorado publicitariamente y, por lo tanto, podían pagarme mucho menos que al resto en Televisión Nacional. Así lo pensó Carcuro que me dijo: “Tú debes estar ganando cinco millones de pesos”. Yo le dije: “No alcanzo a llegar al millón y medio”. Literalmente, se le abrió la boca y me dijo “pero te están estafando”. O sea que la Concertación utilizó el hecho de que yo hubiera colaborado a que ella llegara donde llegó, como un elemento para pagarme menos y para mantenerme siempre en un discreto segundo plano en Televisión Nacional.

Llegué a Televisión Nacional en agosto de 1990, porque me llamó Eduardo Tironi, que había sido designado gerente de Programación y me dijo que me hiciera cargo del área cultural. Pero rápidamente me di cuenta de que me mandaban cachos, porque cualquier idea que yo proponía era rechazada. Propuse, por ejemplo, que se me entregara toda la tarde del sábado para hacer una serie de programas de contenido. Me dijeron que no.

Descubrí que no había ningún interés en el desarrollo de una televisión que le diera importancia a lo cultural. Además, al ver lo que estaba sucediendo en el país, percibí que no había el menor interés en cambiar la televisión en general. La idea era que la televisión siguiera siendo lo mismo, es decir, un elemento de distracción, más o menos frívolo, sin ninguna orientación. A Pinochet no se lo tocaba; a los detenidos-desaparecidos tampoco. Eran temas tabú, no existían. Si a Pinochet no lo pescan los ingleses, yo creo que se muere con toda clase de honores en este país; y la tortura y las maldades no existen. Esa fue la parte mía. Yo no estaba en prensa, que es donde la cosa es más dura, porque ahí sí que tú llegas todos los días con la noticia y yo me imagino que les dirían que no, pero yo no me metía más en eso.

El Mirador, por ejemplo, representó un intento de revertir la situación de autocensura y, ciertamente, abrió algunos espacios. Me acuerdo que en el programa presentamos, por primera vez, una pareja de homosexuales en Canadá. Así se mostraron varios temas. Pero sí eran sometidos a una revisión previa. Me acuerdo de un teólogo español que me dijo en una entrevista que en la Iglesia Católica, en primer lugar, el matrimonio no siempre fue un sacramento, que se convirtió en ello, para darle más categoría e institucionalidad; y que el aborto no siempre estuvo penado por la Iglesia Católica. Este tipo de cosas no iban.

Aylwin dijo, a los dos años, “la transición ha terminado”. ¡Ha terminado! Con los asesinos caminando por la calle, mientras los periodistas que habíamos luchado teníamos que escondernos; con Pinochet como comandante en jefe del Ejército; con la misma Constitución; con tribunales militares juzgando a civiles. Es que en realidad lo único que ellos querían era estar “ahí”, cosa que a mí personalmente me importaba un pito. Yo he trabajado en muy buenos puestos en el extranjero, lo que me ha dejado un buen pasar. Así que no hablo desde la herida. Lo único que quería era que cambiara este modelo económico, que lo proclaman como un éxito. ¿Cómo puede proclamarse como exitoso un modelo que crea una de las diferencias más grandes en el mundo entre los que tienen y los que no tienen?

Fuente:  

http://www.gamba.cl/2016/04/patricio-banados-barre-piso-aylwin-concertacion-en-el-plebiscito-del-88-gano-el-si/

 

 


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