Alí fue modelado por sus tiempos. Pero su muerte debe recordarnos que él también modeló esos tiempos.
por Dave Zirin / The Nation (USA) – traducción de POLITIKA.
Las reverberaciones. No el ruido, las reverberaciones. La muerte de Mohamed Alí llevará sin duda la imaginación de la gente a sus épicas peleas contra Joe Frazier y George Foreman, o habrá retrospectivas sobre sus épicas broncas contra el racismo y la guerra. Pero son las reverberaciones las que tenemos que entender para ver a Mohamed Alí como lo que siempre será: el atleta más importante que haya vivido jamás. Las reverberaciones son nuestra mejor defensa contra los esfuerzos para quitarle su agudeza política y transformarlo en un ícono inofensivo para el consumo masivo.
Cuando el Dr. Martin Luther King se lanzó contra la guerra de Vietnam en el año 1967, fue criticado por la prensa obediente y sus propios consejeros le dijeron que no se centrara en la política “exterior”. Pero el Dr. King siguió adelante y para justificar su posición declaró públicamente “Como dice Mohamed Alí, somos todos –negros, morenos y pobres– víctimas del mismo sistema de opresión”.
Cuando Nelson Mandela fue encarcelado en Robben Island, dijo que Mohamed Alí le dio la esperanza de que algún día los muros caerían.
Cuando John Carlos y Tommie Smith levantaron sus puños con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de México, una de sus demandas fue “restaurar el título de Alí”. Le llamaron “el santo guerrero de la Revuelta de los Atletas Negros”.
Cuando los voluntarios del Comité de Coordinación de Estudiantes Contra la Violencia (SNCC) lanzaron un partido político independiente en Alabama en 1965, su grupo fue el primero en utilizar el símbolo de una pantera negra. Bajo la negra silueta del gato de la jungla estaba el slogan inspirado directamente del campeón “WE Are the Greatest”.
Cuando Billie Jean King luchaba para obtener los mismos derechos para las mujeres en el deporte, Mohamed Alí le dijo, “Billie Jean King ¿TÚ ERES LA REINA!”. Ella declaró que eso la hizo sentirse orgullosa en su propia piel.
La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué él fue capaz de crear este tipo de ola radical? La respuesta breve es que él se plantó ante el gobierno de los Estados Unidos… y salió victorioso. Pero también es más complicado que eso.
Lo que hizo Mohamed Alí –en una cultura que adora el deporte y la violencia, y que es al mismo tiempo una cultura que idolatra a los atletas negros mientras criminaliza la piel negra– fue redefinir lo que significa ser duro y colectivizar la idea misma de coraje.
A través de las palabras del Campeón en la calle y sus hechos en el ring, la bravura no era sólo pararse ante Sony Liston. Era decirle la verdad al poder, sin importar el costo. Él fue un boxeador cuya simple presencia y persona enseñaba una sencilla y peligrosa lección: los “hombres de verdad” pelean por la paz y las “mujeres de verdad” levantan sus voces y se unen a la lucha.
O como dijo Bryant Gumbel hace años, “Mohamed Alí rehusó tener miedo. Y haciéndolo, le dio coraje a los demás”.
Mi cita favorita de Alí no es “Hospitalicé una roca. Le di una paliza a un ladrillo. Soy tan malo que enfermé a la medicina” o cosas por el estilo. Fue cuando le prohibieron boxear por rehusar ir a la guerra en Vietnam. Alí estaba en una manifestación a favor del derecho a una vivienda digna en su ciudad natal de Louisville cuando dijo:
“¿Por qué me piden ponerme un uniforme para ir a 16 mil kilómetros de mi casa a tirarle bombas y balas a gente de piel oscura en Vietnam, cuando los ‘negros’ en Louisville son tratados como perros y se les niegan los más simples derechos humanos? No, no voy a ir a 16 mil kilómetros de mi casa a contribuir al asesinato y la destrucción de otra pobre nación sólo para continuar la dominación de los amos blancos sobre todo el mundo. Este es el día en que esos males deben terminar. Me advirtieron que tomar esta posición me costará millones de dólares. Pero les dije una vez, y lo diré cuantas veces haga falta. El verdadero enemigo de mi pueblo está aquí. No voy a deshonrar mi religión, a mi pueblo, o a mí mismo transformándome en una herramienta para esclavizar a aquellos que luchan por su propia justicia, libertad e igualdad… Si yo pensara que la guerra iba a traerle libertad e igualdad a 22 millones de mi gente no hubiesen tenido que reclutarme, iría a pelear mañana. No tengo nada que perder sosteniendo mis opiniones. De modo que voy a ir a prisión. ¿Y ahí? Hemos estado encarcelados durante 400 años.”
Joder. Esto no es sólo la aserción del poder negro, sino una declaración de solidaridad internacional: de pueblos oprimidos uniéndose en un acto de resistencia global. Fue una declaración que conectó las guerras en el extranjero con los ataques contra los negros, los morenos y los pobres en nuestra propia casa, y fue hecha desde la más hiper elevada plataforma que la sociedad ofrecía en esos años: la plataforma de ser el Campeón.
Esas opiniones le ganaron no sólo el odio de la prensa obediente y del ala derecha de este país. También le transformaron en el objetivo de los progresistas de la prensa así como de los movimientos por los derechos civiles, que no querían a Alí en razón de su pertenencia a la Nación del Islam y de su oposición a la que era la guerra del presidente Lyndon Johnson.
Pero para un movimiento emergente que exigía el fin del racismo por cualquier medio necesario, y para una muy incipiente lucha contra la guerra, él fue una figura transformadora. A mediados de los años 1960, los movimientos anti-guerra y contra el racismo, iban por carriles paralelos. Y ahí estaba el Campeón, con un pie en cada uno de ellos.
O como lo puso la poetisa Sonia Sánchez con dolorosa belleza:
“Es difícil ahora comunicar la emoción de ese tiempo. Era aún un tiempo en el que rara vez alguien conocido se resistía a ser reclutado. Era una guerra que mataba desproporcionadamente jóvenes hermanos negros y aquí estaba este bello, divertido joven poético parándose y diciendo ¡No! ¡Imagínense eso por un instante! El campeón de los pesos pesados, un hombre mágico, llevando su lucha fuera del ring a la arena de los políticos y manteniéndose firme. El mensaje pasó.”
Aún estamos intentando escuchar todo el mensaje que Mohamed Alí intentó comunicar: un mensaje sobre la necesidad de luchar por la paz.
Muchos artículos deben ser y serán escritos acerca de sus complejidades: su riña con Malcolm X, su despolitización en los años 1970, el modo en que los belicistas intentaron usarlo como propaganda cuando su salud se hacía incierta. Pero la parte más importante de su legado es ese tiempo en los años 1960 cuando rehusó tener miedo.
Como él mismo diría años más tarde, “Algunos pensaron que yo era un héroe. Algunos dijeron que lo que hice estaba errado. Pero todo lo que hice lo hice de acuerdo con mi conciencia. No estaba intentando ser un líder. Sólo quería ser libre.”
No la lucha, las reverberaciones. Aún las sienten las nuevas generaciones. Ellas aseguran que el nombre del campeón nos sobrevivirá a todos.
Bill Russell lo dijo mejor en 1967: “No me preocupa Mohamed Alí. Me preocupa el resto de nosotros.”
Eso es más verdad que nunca.
Fuente: POLITIKA, original por Dave Zirin – 4 de junio 2016 – publicado por The Nation (USA).
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