por Arturo Alejandro Muñoz /fuente Politika.
Si el psicoanalista y filósofo alemán Erich Fromm estuviese vivo e iniciara un análisis de la sociedad chilena actual, de seguro escribiría un segundo volumen de su obra cumbre, “El miedo a la libertad.”
En nuestro país ha sido transformada en un traje confeccionado a la medida del cliente. El cliente es la sociedad de intereses mutuos conformada por los primos hermanos de la política local: la Derecha o ex Alianza por Chile (RN-UDI-Evópoli-Amplitud) y la Centro Derecha (Nueva Mayoría, yunta de PDC-PS-PPD-PRSD y PC).
La desesperación ante la adversa opinión que el público tiene de ellos, les obliga a una multiplicidad de acciones con el propósito de engatusar al elector. No importa que esas acciones sean fuegos de artificio que no redundan en bienestar de la sociedad. Lo que sí importa es que esa misma sociedad, o parte de ella, considere que el gobierno está preocupado por el bienestar general y que –he aquí lo relevante– “se mueve”, trabaja, está activo.
Lo que muchos aun no barruntan es que paso a paso se ha ido coartando la libertad individual, y que el proceso de individuación al que se refería Erich Fromm ha terminado siendo una completa emergencia para el individuo mismo.
Los gobiernos dizque democráticos han sido precarios en la defensa de una verdadera libertad, han hecho notorios esfuerzos (en lo propagandístico) para que la gente se “libere de”, pero han castrado lo esencial: que la gente se “libere para”.
Cualquier estudiante de primer grado en filosofía dirá que lo importante en este asunto radica en que los individuos se liberen para encontrar su verdadera libertad. La libertad de elegir, de rechazar, de aceptar, de optar, de vivir. ¿De vivir? Claro que sí, de vivir humanamente, contando con el respeto a su propia inteligencia por parte de quienes son autoridades temporales.
Parece de Perogrullo, pero en la estricta realidad no ocurre así. En estos años ha sido habitual toparse con legislación ad-hoc, salida del mareo mediático que asfixia a las autoridades. La ley de etiquetados, por ejemplo. ¿Necesaria? Claro que sí, pero queda una sensación distinta: esa ley debía no sólo procurar informado al consumidor, sino evitar que consuma porquería.
En elgún caso, hubo una suerte de prohibición encubierta. El caso de los saleros ausentes en las mesas de los restaurantes es clarificador, aunque en la dura realidad no tuvo el eco esperado por los “vida sana” del legislativo y del ejecutivo.
Esos ‘vida sana’, actúan por conveniencia mediática-electoral, no por convicción.
Ahora les picó el piduye de la marraqueta, las empanadas y las frituras. Hay que comer lo que a la autoridad se le antoja que uno coma.
Las fiestas patrias que se celebren en establecimientos educacionales no podrán vender empanadas, choripanes, sopaipillas ni anticuchos. Baja prevista de la ‘cifra de negocios’ de muchos centros de padres y apoderados que se financian mediante fondas y puestos de ventas durante las celebraciones de las fiestas del ’18’. O a través de bingos. Para rematar la desgracia, el Servicio de Impuestos Internos y el Ministerio de Salud –que hacen la vista gorda con las randes empresas– fiscalizan a todo dar.
En lo relativo a muy chilena marraqueta asistimos a un ensayo de totalitarismo. Usted debe consumir la marraqueta que tiene el sabor y el color que determina el gobierno. Sí, leyó bien. En Chile se come lo que un grupo de iluminados determina ‘legalmente’.
¿Carnes rojas? ¿Frituras? ¿Marraquetas ‘históricas’? ¿Ensaladas? (el nombre lo dice: enSALadas), ¿Parrilladas? ¿Comida chatarra? Habría que definir cuál es, y cuál no, ‘chatarra’. Uno puede pensar que la autoridad se refiere a las papas fritas, al ketchup, la mostaza, la salsa de ajo, los completos, las pizzas…
Las pizza… ¿es ‘comida chatarra’? ¿Y las papas fritas, que los chilenos –y el mundo– consumen desde el siglo XIX? Así lo estima la autoridad sanitaria de Pelotillehue, aunque los patios de comida de los centros comerciales están colmados, repletos hasta las banderas, de ese tipo de comida rápida.
Concuerdo con la educación a los niños y pre púberes en cuanto a alimentación. A ellos hay que cuidarlos de la obesidad y otros males. Pero, anote esto, querido lector. Si los fines de semana o las tardes de cualquier día hábil, los patios de comida de los centros comerciales están repletos de estudiantes de básica y de media, es un asunto que compete exclusivamente a los padres de esa muchachada. Y a los chiquillos mismos. ¡No jodan!
La autoridad podría, en beneficio de la sanidad, prohibir la venta de comida rápida –o ‘chatarra’– a menores de 14 años. A más de algún funcionario de gobierno, o parlamentario, se le eriza el pelo al recorrer patios de comida, restaurantes y fuentes de soda, constatando, que el consumo de hot-dogs, hamburguesas, pizzas, nuggets, lomitos, gordas y fricas, sigue viento en popa.
¿Surgiría la mafia de la chatarra, como surgió la mafia del licor en los EEUU de los años 30? Un buen punto de desarrollo comercial para ciertos ‘emprendedores’, con mayor razón ahora que el consumo de marihuana parece estar próximo a la legalidad, con lo que dejaría de ser ‘rentable’ para los traficantes (pasó lo mismo con el aguardiente ‘ilegal’ que de doñihuanos y coltauquinos traficaban en cutras y huachuchos en la década de 1950-60: no bien se legalizó la venta de ese espirituoso líquido el negocio se vino al suelo).
No puedo aceptar que el Estado viole mi libertad de elección alimentaria. Si soy mayor de edad y me gusta consumir marraquetas (como las actuales) y comida chatarra y pescado frito y parrilladas de vacuno e interiores y ensaladas de lechuga/cebolla/ajo/coliflor/zanahoria/pimentón/coliflor crudo, todo ello bien aliñado con aceite (de maravilla o de oliva), limón y sal –aún estando plenamente informado de sus ventajas y desventajas–, es una cuestión que atañe únicamente a mi responsabilidad.
Reconozco el interés que el Estado manifiesta por la salud de los chilenos al preocuparse de estos temas, pero, ¿por qué se elimina la libertad de elección al respecto? Bien podrían los panaderos tener dos tipos de marraquetas, con y sin sodio, y que el cliente elija la que desea. Lo mismo en los patios de comida, en las fondas y cocinerías.
En este ‘18’ que se aproxima, cada fonda podría ofrecer un menú como el siguiente: cazuela de ave sin sal ni aceite, y cazuela de ave tradicional; pescado cocido con papas cocidas, y pescado frito con ensalada a la chilena; empanadas cocidas (en agua, por supuesto), y empanadas fritas o de horno tradicionales; anticuchos de cebolla, coliflor y zanahoria, así como anticuchos de cerdo, de ave y de vacuno (a la humilde parrilla); sopaipillas al horno y sopaipillas fritas en aceite; ‘navegado’ de agua de las carmelitas y té verde, así como también ‘navegado’ con vino tinto hervido, naranja, canela y azúcar; choripanes cocidos (metidos en marraquetas sin sodio) y choripanes a la parrilla en marraquetas con sodio y con pebre.
Usted, que ya es mayorcito, no se me haga el huevón, y elija. Sea sincero. Exija su derecho a la libertad… no permita que el gobierno ni el establishment de los neoliberales vivarachos y falsamente colijuntos se metan en su menú ni en su cama exigiéndole que coma lo que ellos, nica, comen.
¿Va a rechazar, por ejemplo, un ceviche, un pan amasado con pebre, un costillar aliñado con orégano, ají color, sal y pebre, en un plato acompañado de puré picante, porque a unos iluminados en la Moneda o en el Congreso se les metió entre ceja y ceja que usted debe comer lo que a ellos se les ocurre?
Porque no sólo de nuestra libertad a elegir la comida estanos hablando, ya que si quisiéramos desencadenarnos de tanta falsa e interesada protección estatal, respecto de condones, moteles y actividades sexuales podríamos hacer otro artículo de banderillas y aclamaciones.
¿O también le tiene miedo a la libertad?
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