Preguntas a la historiadora. En “SPQR, una historia de la antigua Roma”, Mary Beard narra las intrigas del poder imperial con tensión novelesca.
Entrevista Matilde Sanchez / El Clarín.
Ante la escultura de Rómulo y Remo –en verdad es medieval–, ella observa que loba (lupus, lupa) era también un sinónimo de prostituta. Y que si Rómulo fue erigido como primer regente romano en el mito fundacional, es porque desde el inicio del asentamiento urbano Roma se pensó como urbe de extranjeros e inmigrantes, refugio de todos los exilios del Mediterráneo y el continente. Y que en el mismo espíritu, reforzando la centralidad de esos mellizos recogidos del agua, su segunda figura fue el exiliado absoluto de Virgilio, en el poema encargado por el emperador Augusto. Eneas es el sobreviviente de la guerra de Troya y, por lo tanto, lazo de Roma con la cultura griega. Y que también por eso en el inicio está el mito de las sabinas, mujeres de ese pueblo esclavizado por Roma y cuyo rapto “describe el primer matrimonio de la ciudad como un proceso de legítima violación con el propósito de procrear”.
Mary Beard es una de las grandes clasicistas británicas, con una cátedra en Cambridge; en el país que lleva siglos especializándose en el género, es una divulgadora de historia respetada por sus pares y muy leída, superando a Anthony Beevor. Su último estudio, SPQR, es uno de los grandes libros de 2016. Además, Beard es editora especializada del Times Literary Supplement, donde lleva el blog A Don’s Life (v. pág. 6). Desde hace años guía a los televidentes por los vestigios romanos del imperio que hoy cubre más de diez países, en una de las impecables series de la BBC, completa en Youtube.
La singularidad de SPQR es la destreza con que se combinan la revisión historiográfica –a veces contradiciendo a autores insuperables como Edward Gibbon y el irlandés Eric R. Dodds– y la actualización interdisciplinaria, que avanza gracias a los hallazgos arqueológicos. Pero también reside en la evolución de las variadas disciplinas. Además de ser historiadora de las religiones, tiene talento para reconstruir la vida callejera, en esa ciudad que autorizaba el paso de caballos solo a la caída del sol, sin barrios regidos por la clase social, donde tanto la mansión como la casucha de al lado tiraban sus porquerías por la ventana. Después de seguir a la turista ilustrada por la villa de los emperadores en la colina Palatina, vendrán los mercados y puestos de guisos, los pestilentes callejones, el gran vertedero de basura y recién nacidos –los indeseados, los defectuosos. Es una astuta crítica de arte ante los secretos de las columnas talladas y los bustos conmemorativos (muy maliciosa en sus detalles sobre la estatuaria oficial del poder). Y una feminista no dogmática. Recorre lo sublime y la baja cultura; así como las conjuras de palacio tienen su color novelesco, el universo de los subalternos –mujeres y esclavos, la plebe y los patricios sometidos– también merece relieve. (¿Sabía el lector que las fondas eran para los trabajadores, que llevaban sus envases, mientras que los ricos solían comer en casa?).
De hecho, lo que más parece desafiar a a Beard es hacer revivir la gran capital. SPQR, Senatus Populus Que Romanus (Senado y pueblo de Roma, en referencia al sistema de voto ciudadano y una de las siglas más arcaicas) aún se lee en las antiguas alcantarillas y papeleros públicos y hasta tiene una posterior interpretación jocosa: Sono Pazzi Questi Romani, Están locos estos romanos. En la última década, la temática imperial atraviesa la industria cinematográfica y es un ingrediente de la cultura pop hasta en los nombres de perfumes. En los emperadores y sus modos de acceso al poder –no todos tan sangrientos como nos hacen creer quienes retrataron a los peores– está la matriz narrativa de la serie Juego de tronos. ¿Los romanos somos nosotros?
Mary Beard no da entrevistas pero aceptó un cuestionario por correo.
–La cultura popular destaca sus éxitos militares y a los déspotas; usted privilegia a sus ingenieros y urbanistas. ¿Qué es lo que nos interpela del imperio romano? ¿Conceptos de política moderna, los dictadores y el populismo (el “pan y circo” del satirista Juvenal)? ¿O son los orígenes del cristianismo lo que buscamos revisitar?
–Aún vemos al imperio romano como una importante presencia cultural en nuestra sociedad. Eso se debe a una serie de razones. En algún sentido, los romanos siempre han sido una versión más grande de nosotros mismos: quiero decir, una versión más grande y peor, más desmesurada. Pero hay todo tipo de cruces con la actualidad. Las ideas romanas sobre la libertad (formadas durante la República, antes de que Julio César fuera nombrado dictador perpetuo, en 44 a.C.) son puntales de una versión de la democracia moderna. Pero también dieron sustento a toda la visión del “pan y circo”, es verdad. Siempre pienso que deberíamos verlo de otra manera. ¿Podríamos celebrar la idea (mejor hablar de la “invención”) romana de que es un deber del Estado alimentar a su pueblo? El cristianismo obviamente es importante en esto. Supongo que, para mí, lo crucial es que el cristianismo es una religión mundial que nació de una versión romana del mundo y de un sentido romano del universalismo. Tendemos a pensar en el cristianismo en oposición a Roma pero en realidad fueron la estructura y la comunicación del imperio lo que permitieron que se difundiera. Paradójicamente, el cristianismo es “la” religión romana. ¡Qué extraño!
–Uno de sus guías a lo largo de SPQR es el senador Cicerón, de tan sangrienta muerte –degollado, su cabeza y su mano derecha expuestas–, tan central en la literatura. Pienso en ese bello manual, “a tradición clásica, de Gilbert Highet, que rastrea su influencia, desde el teatro isabelino a los discursos de Abraham Lincoln. Sin embargo, usted deconstruye a Cicerón como a un político moderno, sus pases de bando, sus actividades intrigantes.
–Aprendimos a pensar que Cicerón es aburrido; un figurón acartonado que daba discursos políticos soporíferos. Aunque en estos hay mucho para descartar, sigue siendo una figura extraordinaria, probablemente la única a la que podemos acercarnos antes de San Agustín. Para mí, es un gran ejemplo de lo interesante de la cultura romana. No sólo como orador sino como pensador, historiador y poeta. ¡Y qué bromista! Solemos olvidar que Cicerón era el hombre más gracioso de Roma. El hecho de que tantas de sus cartas sobrevivieran nos da una maravillosa visión de un mundo premoderno que no ha tenido igual en ninguna parte.
–Usted se concentra en los emperadores, hasta Caracalla, con su edicto concediendo la ciudadanía romana a los extranjeros. También afirma que Roma se concibió –en términos globales para esa época– en una ciudad asilo, donde los migrantes eran legales. En una intervención televisiva que le causó mucha amargura (v. recuadro), usted recomendó mirar a Caracalla para encontrar lecciones sobre la crisis actual de los inmigrantes.
–Mire, no creo que haya lecciones directas de los romanos para nosotros, aunque todos siempre quieren que las haya. Pero sí creo que pensar en ellos nos da una perspectiva distinta de nuestro propio mundo. Es importante recordar que en el mundo romano la idea misma de “inmigrante ilegal” habría sido incomprensible. Por eso, simplemente debemos recordar que las fronteras y la ilegalidad son un invento reciente. El poder romano se basaba en la idea de la incorporación de personas y ciudadanos. Sin embargo, no debemos ver esto como una versión de la tolerancia (había millones de maneras en que esto no era tolerancia en el sentido moderno). Pero era una versión de la visión del Estado como un orden incluyente, no excluyente. Y esto tiene enorme importancia.
–Roma no fue el modelo de los imperios español ni portugués. ¿Lo fue de Napoleón y del imperio británico? La utopía urbanística lo conecta con el nazismo. En cambio, los romanos no aniquilaban las creencias de los conquistados ni tocaban sus sistemas de justicia. ¿Puede describir a grandes rasgos la relación de Roma con sus conquistados?
–Toda potencia colonial occidental siempre se ha preguntado hasta qué punto seguía o sigue el modelo romano. La diferencia es que los imperios modernos han tenido un claro apuntalamiento religioso, mientras que el imperio romano no lo tenía en nuestros términos actuales (quiero decir, hasta los “choques” con el cristianismo). De hecho, sus actitudes hacia otras religiones nos resultan desconcertantes. Básicamente, no tenían inconveniente en asimilar la religión de los pueblos conquistados, siempre que fueran religiones nacionales o autóctonas, sin otra ambición. Ese fue, en parte, el problema con el cristiano. Los cristianos decían querer trascender las fronteras. Dicho esto, Roma daba por sentado que los dioses estaban de su lado.
–Usted señala que el éxito de la dominación romana (ejercida desde una capital insignificante que no tenía ningún privilegio geográfico) se explica por el poder aplastante de sus legiones militares. Roma llegó a contar con 700 mil soldados.
–Simplificando, el dominio romano se explica por sus recursos humanos. Roma no era más agresiva que otros estados antiguos y, en general, no estaba mejor equipada. El secreto del éxito era que otorgaba la ciudadanía a aquellos a quienes conquistaba –algo muy inusual–. Claro que la ciudadanía significaba luchar por Roma… Básicamente, tenía más soldados para reclutar que cualquier otro estado y compartía las recompensas de las futuras conquistas con los subyugados.
–Usted escribe que, con su millón de habitantes y su enorme radio de influencia, Roma se compara con las actuales grandes capitales; ha dedicado un episodio de su programa de la BBC a su estilo de urbanización en el mundo. ¿Existe una continuidad de esa ciudad con las nuestras?
–La ciudad de Roma tiene algo que todavía les habla a todas las comunidades urbanas del mundo: los problemas del planeamiento urbano, los chistes sobre la vida en la calle, los peligros de la ciudad a la noche, etc. Compartimos algunos de los problemas y hemos aprendido de los romanos algunas de las soluciones. ¡Los romanos fueron los primeros que inventaron las restricciones de tránsito!
–Los puentes y las acequias, los baños públicos de letrinas, la comida para llevar. El coleccionismo de arte, práctica que tomaron de Grecia y que se impuso incluso entre las capas bajas… ¿Heredamos cierta idea del ocio y el “bien vivir”?
–Es una pregunta difícil de responder. Seguimos siendo herederos de un “arte del bienestar” grecorromano pero me complace decir que la sociedad occidental también ha incorporado muchas otras tradiciones. Les debemos todas estas cosas que usted menciona a los romanos y eso es lo interesante: ¡son cosas de alto nivel y de bajo nivel! También les debemos la comedia vulgar… Yo pongo primero la idea de libertad y ciudadanía. “¿Qué es ser un ciudadano?” es una pregunta que remite tanto a Roma como a Grecia. Y no olvidemos que los romanos inventaron –hasta donde sabemos– la idea del voto secreto en las elecciones, a partir de 149 a.C.
-En su libro, usted valora algunas películas taquilleras, como Gladiador. Roma está en algunas producciones populares del género fantasía épica. Su juventud coincide con la Cleopatra de Elizabeth Taylor y la primera versión de Ben-Hur. ¿Los cree más presentes hoy?
–Roma nunca se ha ido del imaginario popular. Todo tipo de cosas impulsan esto. Todavía hay una fuerte percepción de las raíces cristianas en el imperio romano; en parte, vemos nuestros propios imperios (el estadounidense y otros) desde un punto de vista romano. No creo que nos sintamos especialmente atraídos a Roma ahora. Siempre nos ha ocurrido y cada generación encuentra nuevos detalles de los romanos que les dicen algo.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Mary-Beard-SPQR-historia-antigua-Roma_0_1652234769.html
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Mary Beard. Una historia de la antigua Roma.
El libro más reciente de la premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales es una panorámica de singular agudeza sobre el imperio romano
por Carlos García Gual – 15/07/2016.
Incluso los lectores que ya conozcan muchas otras historias de Roma disfrutarán con esta visión panorámica de singular agudeza y tan atractiva, tanto por su perspectiva de conjunto como por su actualización puntual de muchos datos. Mary Beard, autora de monografías impresionantes por su espectacular colorido, como son Pompeya (Crítica, 2014) y El triunfo romano (Crítica, 2012), sabe combinar un agudo y personal sentido crítico con un excelente conocimiento de los textos clásicos de los historiadores antiguos y, a la vez, de las investigaciones arqueológicas más recientes sobre las ruinas y restos romanos. Esto le permite abordar en SPQR: una historia de la antigua Roma, con una mirada propia y reflexión personal, el largo recorrido del complejo auge y la formidable expansión de Roma, desde la fundación mítica de la ciudad por Rómulo hasta la época del emperador Caracalla, que en 212 concedió extender la ciudadanía romana a todos los súbditos de su inmenso imperio. Esta larga historia abarca casi un milenio.
Los testimonios de la historia
Para describirlo destacando los más famosos episodios e inolvidables figuras históricas, la autora sabe elegir y utilizar magistralmente los testimonios de los textos y los datos arqueológicos. Los discute, examina y sintetiza con refinada pericia hermenéutica, unida a un fino sentido analítico, no falto de toques irónicos. Es ejemplarmente admirable, por ejemplo, el análisis de algunas cartas de Cicerón, una de las figuras emblemáticas de la Roma republicana y uno de los personajes más citados y mejor retratados aquí, con sus triunfos y sus riquezas, y su desdichado y cruel final. Con un claro sentido dramático su estudio se abre con el conflicto entre Cicerón y Catilina como prólogo a la Roma clásica, para dirigirse luego a analizar los orígenes de la ciudad, en cuyo Senado se baten el cónsul y el supuesto revolucionario.
Sus páginas sobre Cicerón son una buena muestra de agudeza psicológica, como luego sus comentarios sobre Pompeyo, sobre César y sobre el “enigmático” Augusto, tan calculador en todo que tras sus victorias inaugura una nueva época de esplendor y paz. (Excelente el análisis de las Res Gestae como testimonio de la megalomanía del autócrata.)
Elige y utiliza magistralmente los testimonios de los textos y los datos arqueológicos
A lo largo de la progresiva expansión de esa Roma de humildes y conflictivos orígenes se pueden distinguir tres etapas. La que va desde la fundación de la ciudad hasta su dominio de Italia y toda la ribera mediterránea, una época de largos ecos míticos. Luego un tiempo de continuos conflictos y guerras internas y externas, con la extensión de su poderío militar por Italia y del pronto llamado Mare Nostrum. Esta etapa finaliza con la sumisión del Senado a Pompeyo y luego a César. Viene luego la época marcada por el “hijo de César”, Augusto, pacificador tras la victoria, que con indiscutible poder configura decisivamente el futuro de esa Roma imperial y marmórea que impulsó con afán de eternidad. Aunque se mantuvo el tradicional Senado (pronto con gran número de senadores de origen provincial) y los antiguos cargos del pueblo, ya todo es un montaje aparente, sometido en lo más importante a los designios imperiales. Tras Augusto viene la lista de los sucesores imperiales, en las primeras dinastías: desde Tiberio a Caracalla (14 emperadores en casi dos siglos; luego, en el turbulento siglo siguiente, más de 70 entre 193 y 293).
Las estructuras de dominio
No se detiene Beard en repasar el pintoresco anecdotario de muchos de esos emperadores —desde Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón—, sino que esboza con ágil rapidez el perfil de algunos. Subraya cómo el imperio mantuvo sus estructuras de dominio sin grandes cambios, a pesar de los finales violentos de algunos césares asesinados por puñal o veneno, y a pesar de sus escandalosas conductas, chismes que tal vez los enemigos del difunto exageraron tras su muerte. Pues es cierto que esos crímenes o caprichos imperiales no alteraron la marcha del imperio; mientras que la guardia pretoriana protegía y a veces deponía o imponía a los emperadores, el Senado se mantenía acogotado, temeroso, casi inoperante, con la mitad de sus miembros de origen provincial, en tanto que las poderosas legiones de soldados guardaban sus largas fronteras y de cuando en cuando se amotinaban a favor de un nuevo heredero al trono imperial. Todo esto es bien conocido, y Beard lo relata con muy buen estilo, atenta a la deriva general con finos apuntes sobre los personajes.
Una mirada a la vida cotidiana
Es de un interés excepcional la sección que cierra el libro —unas 150 páginas—, de enfoque sociológico. Son los capítulos titulados: “Los que tienen y los que no tienen” y “Roma fuera de Roma”, a los que sigue uno muy breve de colofón, “El primer milenio romano”. Ahí habla de la distribución de la población, de los ricos y los pobres, los esclavos y los libertos, las mujeres y los soldado, las angustias económicas y el reparto de tierras entre los veteranos, etc. Si ya Pompeya recogía cuadros pintorescos de la vida privada romana, aquí se añaden otros de cómo vivían y malvivían esas gentes. Estos apuntes y retratos se acompañan con selectas ilustraciones: lápidas, pinturas y monumentos tan curiosos como la tumba del panadero Eurisaces, y otros muchos. Esas miradas sobre la vida cotidiana infiltran un aire fresco y algo cómico a la austera perspectiva histórica.
Son excelentes las breves páginas dedicadas a las rebeliones en el imperio (como la de la britana Boadicea) y a las nuevas religiones, como el cristianismo.
Pero solo da unos apuntes sobre los nuevos cultos. (Lo que siguió está en el gran estudio clásico de Gibbon, entre otros.) Solo una frase digna de reflexión : “La ironía es que la única religión que los romanos intentaron erradicar fue la única cuyo éxito lo facilitó su propio imperio y que creció completamente dentro del imperio”.
En un atractivo epílogo Mary Beard cuenta por qué nos conviene estudiar aún a los antiguos romanos: “Tenemos muchísimo que aprender —tanto sobre nosotros mismos como sobre el pasado— interactuando con la historia de los romanos, con su poesía y su prosa, con sus polémicas y controversias… Desde el Renacimiento, por lo menos, muchos de nuestros supuestos más fundamentales sobre el poder, la ciudadanía, la responsabilidad, la violencia política, el imperio, el lujo y la belleza se han configurado, y puesto a prueba, en diálogo con los romanos y sus textos”.
Desde luego, esta amplia narración histórica invita a eso, con muy buen estilo.
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