por Iván Brunet Cubillos / El mostrador.
¿Quiénes atentaron contra un personaje de segunda o tercera línea como Landerretche? Él no es diputado, ministro, senador ni candidato a nada, hasta donde sé. Él no hizo Chuquicamata ni ha hecho más daño ecológico que un Luksic o un ex ministro Pérez Yoma. La pedrada en la testa a Luksic es de menor intensidad delictual y mediática que una carta bomba, sin duda. ¿Cuáles son los criterios? Por lo que parece, no hay mucho que decir: ellos hablan de terror indiscriminado, aunque eligieron a Landerretche o, en su defecto, un profesor de Ingeniería de la U. de Chile, al parecer una de las cunas de los destructores de la Naturaleza en nombre del capitalismo depredador y destructor del ambiente.
La violencia es el recurso del nihilista concreto. El relato puede cambiar, puede ser en nombre de Dios, de la causa, de la revolución, del Estado, en fin; hoy la violencia habló en nombre de la naturaleza. Ya hubo reconocimiento. Ya tiene su relato. Es un antidiscurso en esencia nihilista que rememora el anticristianismo de Nietzsche, el individualismo anarquista de Stirner con el “espíritu” de los anarquistas callejeros de nuestra época. “Nos cagamos en todo”, nos dicen explícitamente en un manifiesto político-poético-antipoético al día siguiente de su poco gentil carta-bomba. Si se daña a terceros da lo mismo: los seres humanos debemos desaparecer como el cáncer del planeta. Así el temible ejército de los 12 monos se hace realidad y nuevamente la realidad parece copiar al arte.
Las preguntas son: ¿quiénes son estos terroristas en nombre de la naturaleza?, ¿qué efecto buscan?, ¿hasta dónde pueden llegar?, ¿son auténticos o son montajistas?
«Nuestro atentado es un atentado en nombre de todo lo salvaje y desconocido, es un ataque ecoextremista indiscriminado, afiebradamente egoísta y contrario a la civilización, en su más alta expresión. También es un acto de terror para los hípercivilizados representantes de la devastación de la Tierra. Sus grandes minas a cielo abierto son la evidencia de los vejámenes del progreso humano contra la Naturaleza Salvaje«.
Es la naturaleza salvaje en su manifestación desde el Inconsciente, irracional, el instinto natural a la muerte, el Thanatos, quien declara la guerra indiscriminada e irracionalmente egoísta a todo lo que huela a civilización. Y nuestra civilización actual es la crema espesa de la racionalidad instrumental al servicio de una visión patriarcal del poder y la organización social. Sin duda, hay que rebelarse de algún modo a la civilización actual y su paradigma mecanicista ya obsoleto, para responder y actuar considerando el avance del conocimiento. El conocimiento versus la economía. El conocimiento nos habla de extinciones, de devastación de la naturaleza, de cambio climático, de cuidado de los recursos, de sustentabilidad. La economía nos habla de crecimiento, de expansión, del PIB, de cifras macroeconómicas, de seguridad para el inversionista, como si su seguridad no dependiera del sistema en que se inscribe. ¿Eso justifica el terrorismo?
Sin duda, el capitalismo neoliberal tiene el defecto de ser irrespetuoso con el ser humano y con su entorno, no es cuidadoso de ninguno de ellos si interfieren en la acumulación del capital. Es moralmente cínico y genera personas “afiebradamente egoístas” y contrarias al bien colectivo o común, supuestamente en fidelidad a la naturaleza egoísta del ser humano. De alguna manera, estos ecoterroristas son semejantes en su desprecio al prójimo, a un Sergio Jadue, un Alberto Chang y un Rafael Garay, y se parecen, en su egoísmo y carencia de respeto por los demás, también a una Natalia Compagnon o a aquellos políticos que lucran del erario nacional trabajando secretamente para los capitales privados, sin Dios ni ley en sus mentes, solo el afán egoísta e individualista de gozar de riquezas que honradamente les serían inaccesibles.
Estamos saturados de criminales, mentirosos, estafadores y embaucadores y ahora nos llegaron los ecoterroristas, como si ya no estuviéramos hasta el tuétano con el terrorismo simbólico de nuestros charlatanes políticos, eclesiásticos y económicos. Lo interesante es el momento en que aparece este grupo afiebrado de nihilismo y pathos (en el sentido neto de enfermedad del ánimo): situación de violencia policial y contestataria en La Araucanía, un gobierno sin iniciativa ni claridad, un inserto de prensa en El Mercurio de la Sofofa, un organismo empresarial con clara consciencia de clase y abierta guardiana de sus intereses, opuestos a los intereses de las masas trabajadoras, en período preeleccionario, donde ninguna candidatura tiene el camino abierto para la victoria y donde los denodados esfuerzos de la elite por hacer crecer las candidaturas de Lagos y Piñera tropiezan contra el escepticismo de la gente una y otra vez.
En este contexto, ¿quiénes atentaron contra un personaje de segunda o tercera línea como Landerretche? Él no es diputado, ministro, senador ni candidato a nada, hasta donde sé. Él no hizo Chuquicamata ni ha hecho más daño ecológico que un Luksic o un ex ministro Pérez Yoma. La pedrada en la testa a Luksic es de menor intensidad delictual y mediática que una carta bomba, sin duda. ¿Cuáles son los criterios? Por lo que parece, no hay mucho que decir: ellos hablan de terror indiscriminado, aunque eligieron a Landerretche o, en su defecto, un profesor de Ingeniería de la U. de Chile, al parecer una de las cunas de los destructores de la Naturaleza en nombre del capitalismo depredador y destructor del ambiente.
Antiintelectuales, antihumanistas, anticivilización, no quieren restaurar lo que el hombre está destruyendo sino que buscan destruir al hombre mismo, sin valores ni un ideario desarrollado intelectualmente, actúa solo la “voluntad de Nada”, fuerza irracional y primitiva, reptiliana, si la analizamos a partir del cerebro trino. El cerebro reptiliano actúa con la lógica del ataca y/o huye. El ciudadano fóbico que odia a la sociedad se encierra en su apatía y desencanto crónico con el mundo. Odia al mundo y se refugia de él: neurosis, depresión, tóxicos de toda especie, banalidad del mal. Este ciudadano tal vez sea el correcto para la elite dominante: su aislamiento y patología no son un peligro, sino que se transforma también en un elemento del mercado farmacológico y médico.
El ciudadano contrafóbico, en cambio, es el que odia al mundo y lo ataca desde su profundo odio, potente fuerza irracional que no duda en prender fuego apenas pueda a su enemigo. Y para ellos los enemigos son muchos, somos todos, es cualquiera, es indiscriminado, como ellos lo afirman. Odio a los discursos justificatorios, la naturaleza salvaje no piensa, produce tempestades.
Lo más lamentable es que, en el actual estado de cosas, entre las comillas de este contexto, no sabemos realmente si son o no son lo que dicen que son. Puede que no sean realmente quienes dicen ser y puede haber algún tipo de organización inteligente que lo que busca es crear las condiciones para ejercer mayor control policial sobre la población y poder ejecutar acciones de fuerza contra los movimientos sociales.
Así, este movimiento sería una fachada extremista, atávica, atemorizadora para que los grupos de poder se sirvan del miedo para mantener su control social. El “Miedo” es fundamental para el control. Y ya estamos, con muchos argumentos históricos a favor, en la teoría de las conspiraciones. Esto no sería más que un nuevo montaje de algún órgano de represión estatal o paraestatal, residuos de las policías secretas de los 70 y 80 del siglo pasado.
O también puede que sean auténticamente quienes dicen que son: la fuerza irracional de la naturaleza salvaje operando contra la civilización y la alienación que conlleva. Fuerza nihilista destructora sin otro fin que el de destruir la civilización y los civilizados. Una nueva enfermedad social generada por las estructuras segregadoras a nivel económico y cultural del neoliberalismo, neoliberalismo comprendido y vivido como ‘el mercado tiene que regular todas las transacciones entre los seres humanos’, y el mercado, como un karma, una legislación de tipo universal, determina el lugar que ocupa cada ser humano dentro de la sociedad, qué educación y salud recibe, qué tipo de vida tiene que llevar.
El Individuo es su propio arquitecto y aquel al que le va mal no es por el sistema sino porque no tiene las habilidades para el éxito. El individualismo y el neoliberalismo son inseparables. No vale la pena especular qué va primero, son hechos simultáneos. Si este es el objetivo final de la sociedad humana, con ecoterroristas o sin ellos, nuestro destino es funesto en términos ambientales, o sea, es funesto en todo sentido.
Tal vez son un adelanto de la enfermedad final de este paradigma, hace ya rato muerto en la consciencia de millones de seres humanos comunes y corrientes de todo el mundo. No se trata de la ‘posverdad’, término que engaña a los analistas, como si lo de siempre fuera algo nuevo. Tal vez se trata de La Verdad, por fin desnuda ante nosotros en todo su esplendor: el mundo está dominado por gente enferma, ladrones, estafadores, mentirosos, mafiosos, asesinos de la naturaleza y la humanidad, codiciosos de poder, golosos siempre insatisfechos, soberbios y orgullosos de su vanidad, enfermando intencionalmente a sus gentes para mantenerlos activos a través de fármacos, farándula, espectáculo, miedo, terror y falsedad, inventando las verdades y el sentido común a través de sus órganos de reproducción cultural: televisión, educación, prensa escrita, leyes hechas por sus empleados del Congreso o presidentes de las repúblicas, en fin.
La verdad puede que sea la que describo en estas líneas. Sin quererlo, el Nihilismo siempre se cuela cuando buscamos la verdad. Algunos me dirán con bastantes razones y argumentos consistentes que, como sea, el mundo y la civilización avanzan hacia un desarrollo tecnológico axial, una cuarta revolución industrial que cambiará todos nuestros actuales patrones de vida y que vamos a vivir mejor, revirtiendo los estragos que hemos causado a la naturaleza. Eso es lo que prefiero, si ya es imposible soñar con una existencia simple y austera de unidad simbiótica con un entorno natural sin los desechos orgánicos y culturales del ser humano.
Esperemos que los ecoterroristas sean quienes dicen que son. En caso contrario, sería aún peor: ya no seríamos potenciales víctimas de contrafóbicos patológicos, tipos desequilibradamente malos, sino que seríamos víctimas potenciales de verdaderos psicópatas, lo que en efecto puede ser lo mismo, salvo que los psicópatas pueden llegar a ser mucho más crueles y sanguinarios al momento de hacer su voluntad. Nuestro desierto y nuestro mar son testigos de ello.
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