por Carlos Tortin, desde Flandes.
Europa tiembla cuando aparece en el horizonte el posible triunfo electoral de una alianza no deseada en alguno de sus países. En Francia, los no deseados en esta ocasión son el Front National y la France Insoumise. El temblor tiene su razón de ser en la concepción básica de la estructura institucional europea. Lo que se ha construido es una alianza desigual, donde los grandes tienen la oportunidad de dominar a los débiles. Es la competencia desatada dentro del continente, cuyas instituciones velan por la existencia de reglas de convivencia en un marco de democracia limitada. Algunos estudiosos aseguran, sin lugar a dudas, que con esta estructura continental se ha evitado otra guerra Europea. Hasta ahora. Aunque la guerra como tal no se ha declarado obsoleta. La han utilizado en la década de 1990 para subordinar a los insumisos europeos y la siguen utilizando para conquistar y controlar regiones poseedoras de materias primas, sobretodo petróleo y uranio. Han alejado la guerra de las fronteras europeas, pero incorporada como parte orgánica del capitalismo europeo.
Si Europa tiembla, aunque sea de vez en cuando, es porque algo teme. Teme que su andamiaje se siga tambaleando y pueda sufrir nuevas fracturas. El Brexit y las protestas de algunos gobiernos para recuperar cuotas de soberanía, acrecientan el aire inquieto. Porque el rumbo que ha tomado la Unión ha impuesto una burocracia autoritaria no compartida por todos los socios.
Recordemos que los Tratados que rigen la Unión se han dictado en forma burocrática, luego de comprobar que por la via democrática los pueblos los rechazaron. Cuando se intentó legitimar el proyecto de Constitución Europea, los pueblos de Francia, Holanda e Irlanda votaron en contra. Pero dentro de corto tiempo se aprobó por vía burocrática. Sin ir más lejos, ya que nos ocupamos de Francia, la fiebre burocrática se ha instalado dentro de sus fronteras, pues tiempo antes de las elecciones del domingo recién pasado, el gobierno «socialista» aprobó por decreto la reforma laboral, de alto contenido liberal, luego de haber sido rechazada por la población en las calles y también por la Asamblea Nacional.
Sin embargo, Europa respira aliviada, por ahora, porque Francia le ofrecerá estabilidad dentro de la incierta carta de navegación. Los banqueros, las multinacionales y el Euro podrán dormir tranquilos los próximos cinco años, en la medida que resulten positivos los esfuerzos de todos los poderes del país y de Europa que están embarcados en apoyar y financiar la alternativa centro-derechista. Sería una sorpresa mayor si triunfara la otra alternativa en segunda vuelta.
Una eventual, y poco probable, victoria de la ultraderecha, podría provocar en Europa un descalabro en la estructura burocrática, en la medida que obligaría a revisar y renegociar Tratados y políticas desde la perspectiva del estrecho nacionalismo. Sin descartar la perspectiva de un Frexit, el hermano no- nato del Brexit. Pondría en primer plano la exigencia de más competencias para los gobiernos nacionales, debilitando el poderío centralizado en la Unión Europea y en la OTAN. Aumentaría el racismo con políticas más ofensivas que las actuales, acrecentando el drama de los refugiados de guerra.
Sin embargo, el capitalismo francés no está amenazado de derrumbe en estos momentos. Por tanto, no necesita echar mano a fuerzas neofascistas. Tiene alternativas y partidos que bien lo representan. Y si no los tiene, los crea. Cuando la derecha dura se ve acosada por la corrupción y sufre un repliegue, entonces su programa es asumido por el centro liberal, encabezado, en este caso, por un tecnócrata burgués y con experiencia como Ministro de Economía en el gobierno de François Hollande, en la etapa de abandono definitivo de los postulados socialdemócratas. Sin duda la burguesía francesa pondrá todos los huevos en esta canasta. La Unión Europea ya los ha puesto, para asegurar esta carta de triunfo. Y de paso, tomamos nota que el Partido Socialista francés, su élite dirigente, abrió camino a la derecha desde el gobierno, sacrificando su propia existencia. Fenómeno que no es nuevo en Europa.
La Izquierda y los sectores progresistas franceses, por su lado, promotores de una alternativa democrática frente al autoritarismo burocrático europeo, han crecido notablemente pero sin lograr llegar al punto estratégico deseado y deseable : no son todavía alternativa de poder. Al quedar fuera de competencia luego de la primera vuelta, puede aparecer el fenómeno repetido en ocasiones anteriores: votar por el «mal menor» en la segunda vuelta. Votar por la centro-derecha para que no gane la ultraderecha. Sin embargo, esta práctica ha mostrado su agotamiento, no solamente en Francia.
En efecto, ponerse del lado del mal menor, debiera llevar a pensar y a saber quién es ese mal menor. Y muy pronto nos damos cuenta que estaríamos eligiendo, por voluntad propia, a quién nos va a explotar en el próximo periodo. Sea la centro-derecha o la ultraderecha, ya se sabe que seguirá impulsando los recortes a los salarios y a la seguridad social. Ninguna de las dos alentará un nuevo despertar democrático, ni promoverá la emancipación y bienestar social. Europa seguirá siendo un continente en guerra. A lo que debemos sumar el hecho que, sin duda, el nuevo gobierno se pondrá en la línea iniciada por el Reino Unido y Estados Unidos, es decir, de fortalecer la dominación capitalista al interior del país (Ver crónica anterior «El imperio contraataca»). Y esta línea contiene dos pilares básicos, en su puesta en movimiento: aumento de la explotación de la clase trabajadora y rebaja de impuestos a las empresas capitalistas instaladas en la economía nacional. O sea, en ese proceso la clase trabajadora crea más riqueza, y al mismo tiempo aumenta su pobreza, en provecho del capitalismo que busca recuperar fuerzas y tener más poder económico, político y militar.
La tarea de la Izquierda y organizaciones progresistas, en este caso y otros similares, tal vez deba apuntar en otra dirección, dejando que los burgueses se disputen el poder electoral entre ellos, en la segunda vuelta. El movimiento popular no tiene nada que ganar apoyando a alguno de ellos. Más bien, puede perder, en la medida que necesita abandonar programa y principios, aunque sea temporalmente, para apoyar una alternativa burguesa. En concreto, hay que retroceder mucho para después intentar avanzar de nuevo. Más lógico sería cuidar la fuerza acumulada, hacer firmeza en los puntos programáticos y principios, diseñar una política de crecimiento, y preparar las defensas para hacer frente al nuevo gobierno.
Los desafíos son de gran envergadura, para la Izquierda y sectores progresistas y anticapitalistas. En el programa electoral de la Francia Insumisa se propone el fin a las guerras de agresión, que causan mucho sufrimiento, destrucción, muerte y emigración en masa, provocando como contrapartida atentados mortíferos en los países guerreros de Europa. Y surge la paradoja que los gobiernos que organizan y protagonizan las guerras lejos de las fronteras, no tienen capacidad para proteger a su población dentro de la fronteras. En el programa se propone un importante cambio en la política energética, una transición que nuestro planeta y sus habitantes necesitan con urgencia. Y esencialmente, en forma amplia, un conjunto de medidas democratizadoras, en lo social y en los político, tanto en Francia como en la UE.
Si vemos el programa completo, nos podemos dar cuenta que se necesita una fuerza mayor para lograr el poder necesario y desarrollarlo. Esta constatación debiera llevar a una reflexión y estudio, que permita ampliar los horizontes. Tanto en Francia como en España, la alianza progresista y anticapitalista ha llegado a un límite de fuerza electoral, insuficiente para gobernar. Y se corre el riesgo de estancamiento en ese nivel si no surge un ejercicio político e intelectual para ampliar los horizontes. Conocemos clásicamente las alianzas entre partidos políticos. Y las organizaciones sociales son tomadas en cuenta como fuerza votante. Podemos preguntar, y preguntarnos, si existe, o puede existir, otra manera de visualizar a los organizaciones sociales, empezar a verlas como protagonistas con derechos de representación política y no solamente como «la masa» que debe apoyar a los partidos y luchar por reivindicaciones económicas.
En Francia existe una fuerza social históricamente fuerte, especialmente en el sector sindical de Izquierda. La clásica visión partidista, podría abrirse hacia una nueva concepción de la representación política. En concreto, que las organizaciones sociales, aquellas que tienen fuerza y a menudo más militantes que los partidos políticos, tengan la oportunidad de presentar a sus propios candidatos a la Asamblea Nacional, y participar en igualdad de condiciones en toda contienda electoral, sin dejar de lado su otro rol esencial. Programa común, respeto mutuo, participación democrática, unidad y autonomía, igualdad de derechos, pueden ser los pilares de la nueva alianza. Las reiteradas declaraciones de que otro mundo es posible, tal vez deban dar aliento a las mentalidades emancipadoras y proponer la creación de la fuerza política y social para ello.
02-05-2017
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment