por Alberto Acosta y John Cajas Guijarro. / Rebelion.org.
“A culpar a todos/ esos que hoy se mueren de risa /y que en lugar de estar presos /llevaron la plata a Suiza” (Carlos Portela, La Bronca).
El Ecuador vive momentos políticos muy particulares, y eso que recién inicia el gobierno de Lenín Moreno. Quizá los hechos más notorios son los múltiples casos de corrupción que han salpicado a funcionarios del gobierno del hoy expresidente Rafael Correa, a la cúpula de los organismos de control del régimen correista (p.ej. contralor, fiscal), a familiares de miembros del anterior y del actual gobierno (p.ej. tío del vicepresidente Jorge Glas) e incluso con menciones al propio Correa (que inmediatamente respondió). Una serie de revelaciones de corrupción ya venía sacudiendo a la sociedad en los últimos años del gobierno de Correa. Entre esos casos podemos mencionar, como ejemplo, a la corrupción en el sector petrolero (p.ej. Petroecuador) y demás sectores estratégicos (p.ej. Caminosca). En un océano de casos de corrupción, lo de Odebrecht es solo un caso adicional, pero quizá de los más sonados.
A tal punto ha llegado la indignación frente a la corrupción, que ya suenan voces exigiendo que a Jorge Glas se le retiren funciones e incluso que renuncie. Sin embargo, al momento el gobierno de Moreno no da respuesta a dichas exigencias. ¿Qué hubiera hecho el correísmo si alguien de la oposición se veía envuelto en una situación similar a la de Glas (es decir, un familiar envuelto en corrupción)? Probablemente hubiera sido implacable. Pero cuando se trata de uno de los propios, el correísmo ha demorado groseramente los procesos (llegando a retrasar investigaciones hasta por “falta de traductores”), he incluso ha salido inmediatamente en defensa de los suyos (p.ej. caso del exministro Mosquera en electricidad). Para muestra, recordemos cómo en vez de escuchar a la Comisión Nacional Anticorrupción, el correísmo acusó a dicha comisión de calumnias y de daño a la honra de su contralor (quien, como lo vemos hoy, está prácticamente prófugo mientras que es investigado por corrupción y hasta llevado a juicio político por el propio correísmo).
Además no solo indigna la lentitud y falta de acciones específicas para enfrentar la corrupción en el correísmo, sino que la desproporcionalidad de las condenas es infame. Hay varios casos donde la justicia ha dictaminado penas menores cuando se han generado pérdidas millonarias al país (p.ej. caso de Álex Bravo o la prisión domiciliaria al tío de Glas). Tales condenas contrastan con las penas excesivas impuestas a delitos menores (tema discutido por propios funcionarios del régimen), o aquellas penas usadas por el correísmo para criminalizar la protesta social (usando figuras como “terrorismo o sabotaje” y con penas que han llegado hasta los doce años de prisión).
La corrupción, la falta de agilidad y la desproporcionalidad de las penas parecen denotar una descomposición del correísmo “hacia afuera”. Pero si a tales situaciones sumamos la confrontación de funcionarios dentro del propio correísmo, la detención de exfuncionarios o de familiares de funcionarios, podríamos pensar que el correísmo también podría estar viviendo una descomposición “hacia adentro”. En otras palabras, el correísmo parece vivir una fuerte crisis política en donde, para colmo, podría estarse dando una “implosión” en donde distintas facciones se están enfrentando entre sí.
Mientras que el correísmo vive problemas internos y externos, Correa todavía intenta ejercer presión. Por ejemplo, apenas pocos días después de que el caso de Odebrecht generó detenidos en el país, el expresidente Correa -en un comunicado difundido por los medios oficialistas- declaró que:
Creer que las detenciones y allanamientos de la madrugada del 2 de junio, son fruto de poco más de una semana de trabajo -con feriado incluido-, es ingenuidad extrema o abierta mala fe. […] se mantuvo bajo vigilancia a los sospechosos y se ubicaron sus domicilios y oficinas, para poder actuar inmediatamente con las detenciones y allanamientos.
Si molesta y ofende la falta de mención de todo este trabajo de meses, haciéndole el juego a la oposición sobre que se quiso ocultar algo. Prometimos una revolución ética y cumplimos.
Argumentar que se tenía “bajo vigilancia” a los sospechosos es realmente vergonzoso, peor cuando, en el caso del contralor, éste había sido posesionado por la Asamblea Nacional apenas dos meses antes de que se lo involucre en el caso de Odebrecht. En términos más amplios, la declaración de Correa es una mera cortina de humo que, a la desesperada, desea oscurecer las cosas para evitar la discusión sobre el manejo irresponsable de la mayor cantidad de recursos que tuvo gobierno alguno en la historia del Ecuador (más de 300 mil millones de dólares en manos del sector público no financiero entre 2007-2016). Recursos que fueron despilfarrados, en gran medida, por más de diez años en los que no hubo fiscalización y control alguno.
Ante semejante escenario complejo de descomposición del correísmo, vale la pena preguntarnos cuáles son las alternativas. En particular, ¿hacia dónde va el país? Si bien los casos de corrupción indignan, no debemos olvidar que el Ecuador no solo vive una crisis política sino, sobre todo, una drástica crisis económica. Si queremos hacernos una idea del rumbo del país en semejante situación, a nuestro criterio, debemos ir más allá del campo de la política o la economía aisladas. Debemos entrar en la economía política del correísmo en crisis.
Empecemos por los discursos. Faltando apenas dos días para que Lenín Moreno se posesione como Presidente de la República, el 22 de mayo de 2017 Correa dijo que dejaba “una economía en crecimiento y estabilizada”. Es más, a criterio del caudillo, “la historia sabrá reconocer que cuando mejor gobernamos fue en esos dos últimos años [2015-2016]”.
Pues bien, la realidad indica todo lo contrario: resulta ser que en la última década no solo se dieron despilfarros -y hasta “robos”- millonarios (que según nuestras estimaciones tendrían un impacto de, al menos, 11 mil millones de dólares), sino que además se dejó a la economía del país en la cuerda floja. Es decir, más allá de cualquier discurso correísta, vivimos una crisis económica sostenida. Algunas breves evidencias en el campo de la producción y el empleo son:
– Desaceleración y hasta contracción del PIB en 2015 (0.2%) y 2016 (-1,5%), golpeando a las ramas de actividad que otorgan la mayor cantidad de empleo (agricultura, manufactura, comercio, construcción);
– Caída del peso de la inversión en el total de la economía (de 27% a 23,2% del PIB entre 2013-2016);
– Deterioro drástico del empleo, al punto que a marzo de 2017 un 61,5% de trabajadores estuvieron desempleados o empleados de forma inadecuada (deterioro más alto de la década, y que golpea sobre todo a empresas pequeñas de 1 a 9 trabajadores);
– Caída de la demanda de fuerza de trabajo, al punto que hasta el número de horas promedio trabajadas a la semana se ha reducido de 40 a 37 entre diciembre de 2013 y diciembre de 2016.
– Ingresos estancados, pues tanto a diciembre de 2015 como a marzo de 2017 la mitad de la población vivió con apenas 5 dólares o menos al día;
– Curiosamente, mientras los sectores débiles están siendo golpeados, los salarios en el sector público se han sostenido, en promedio, como los más altos de todos los ingresos laborales; asimismo, incluso en 2016 -año de contracción- apenas 30 compañías obtuvieron utilidades que sumaron más de 1.461 millones de dólares (equivalentes a 1,5% del PIB).
Aparte de estos problemas, una tendencia preocupante que vive el país es el agresivo endeudamiento externo visto especialmente desde finales del gobierno de Correa e inicios del gobierno de Moreno. El caso más drástico se encuentra en las emisiones de bonos realizadas a un ritmo vertiginoso entre fines de 2016 e inicios de 2017:
– Dos emisiones de bonos soberanos 2026, una por 750 y otra por 1.000 millones de dólares a 10 años plazo y tasa nominal de 9,65%; la primera emisión anunciada a inicios de diciembre de 2016, la segunda a inicios de enero de 2017.
– Emisión de bonos de Petroamazonas por 670 millones de dólares por tramos de 2 a 3 años y tasas de 2% y 4,625% respectivamente; emisión anunciada a mediados de febrero de 2017 y que habría servido para “pagar deudas a proveedores”.
– Dos emisiones de bonos soberanos de 1.000 millones cada una, la primera a 6 años plazo y tasa de 8,75%, la segunda a 10 años plazo y tasa de 9,625%; emisión anunciada a fines de mayo de este año. Estas fueron las primeras emisiones de bonos en el Gobierno de Moreno, apenas seis días después de estar en funciones.
A estos montos se suma el incremento de la deuda del Gobierno central con el Banco Central del Ecuador que entre diciembre de 2016 y abril de 2017 (último dato confiable disponible) aumentó en 1.553 millones de dólares. Solo sumando estas emisiones de bonos y la deuda con el Banco Central vemos que, en apenas 6 meses (diciembre a mayo), el correísmo inyectó liquidez a la economía por casi 6 mil millones de dólares (decimos esto pues todos estos créditos llegan al país como dinero contante y sonante). Para dimensionar semejante endeudamiento alegre de casi mil millones por mes, tomemos en cuenta que cada mes el sector público no financiero requiere alrededor de 850 millones de dólares para cubrir exclusivamente su gasto en remuneraciones; además que cada mil millones, grosso modo, representan 1 punto porcentual del PIB…
Para completar el escenario complejo en el cual se encuentra la economía ecuatoriana debemos tomar en cuenta que, desde junio de 2017, se eliminaron tanto las salvaguardias a la vez que se redujo el IVA del 14% al 12%. En el caso de la adopción de salvaguardias, si recordamos que tal medida -casi desesperada- se justificó en reducir la salida de dólares vía importaciones, entonces su eliminación daría a entender que ese riesgo de salida de dólares se ha apaciguado. Pero si ese riesgo sigue vigente, es muy probable que el retiro de las salvaguardias nuevamente genere presiones en balanza comercial, aunque también cabe tomar en cuenta que la demanda agregada se encuentra deprimida, de modo que el resultado final aún se encuentra en la incertidumbre.
En el caso del IVA, el hecho de que este se haya reducido del 14% al 12% no garantiza que los precios vuelvan a los niveles previos a la medida temporal adoptada con el pretexto de contar con recursos para enfrentar el terremoto del 16 de abril. Decimos esto porque las empresas que hayan podido lucrar con el IVA al 14% y una economía en contracción, de hecho ganarán más si baja el IVA al 12% pero sostienen el mismo nivel de precios. Quizá la medida beneficie más a los pequeños negocios que se han deteriorado drásticamente en los últimos meses y que, a fin de estimular sus ventas, de hecho ya han bajado sus precios incluso con el aumento del IVA, aunque en un contexto de demanda debilitada tal opción no parece muy probable. Por lo mismo el escenario no es claro, y más bien resulta preocupante (como -paradójicamente- ha reconocido el propio Rafael Correa). Ojalá el gobierno haya hecho los estudios necesarios para tener una idea del efecto concreto que tales medidas tendrían en una economía en estado crítico (admitimos que decimos esto de forma irónica).
Finalmente, debemos mencionar en este escenario grave la situación de las reservas internacionales: desde marzo y abril de 2017 tales reservas ya no son capaces de dar cobertura al 100% de los depósitos que la banca privada posee en el Banco Central. Es decir que, si por cualquier urgencia la banca privada tuviera que retirar sus depósitos del Banco Central, este último ya no tendría la posibilidad de responder con dinero en efectivo. Nos parece que es urgente la necesidad de que se haga un análisis más detallado del tema, pues si las tendencias económicas no cambian (y no se abre el debate sobre temas cruciales como la rigidez cambiaria), aquí podría estar un factor crucial que pone a la dolarización en incertidumbre…
En definitiva, el gobierno de Correa ha dejado crisis, corrupción e incertidumbre, no una economía “en crecimiento y estabilizada”, menos aún una democracia fortalecida. Se necesitan cambios urgentes tanto en lo económico y en lo político (elementos que siempre van de la mano). Si no llegan a tiempo esos cambios, el gobierno de Moreno puede vivir un verdadero colapso, donde quienes van a perder no serán los grandes grupos económicos sino las clases populares.
Penosamente, las señales del nuevo gobierno son decepcionantes. En un inicio Moreno llamó a una revisión de los datos económicos del país, lo cual sonaba como algo favorable. Sin embargo, en los hecho su gobierno no sabe (¿o no quiere?) aprovechar el momento político de golpe a la corrupción para aceptar la crisis y denunciar la herencia económica de Correa. Más bien el gobierno de Moreno -a través de su ministro de Finanzas- ha empezado a “santificar” los resultados económicos de su predecesor, y hasta ha empezado a repetir el mensaje del caudillo: “hay recuperación económica”. Si ni siquiera se acepta la crisis, ¿cómo se la va a enfrentar? ¿O es que al interior del gobierno se sabe que hay crisis, pero no se la quiere aceptar para no golpear la imagen de Correa?
El caso es que no basta con cambios menores: la crisis se afronta con hechos y de la mano con las clases populares, no de la mano con los grandes grupos económicos. En este punto el gobierno de Moreno parece una “agudización” de la dominación burguesa correísta: una parte importante de su gabinete está compuesta por representantes directos de los grandes grupos económicos que lucraron en la década gobernada por Correa.
Por todo esto, y juntando el tema político con el económico, consideramos que la renuncia del vicepresidente Glas es apenas el primer paso: ¡hay que superar el correísmo pues es una bomba de tiempo! Si el actual gobierno no es capaz de hacerlo, y no es capaz de romper con los grupos económicos en favor de las clases populares, quizá sea hora de recuperar un grito que en su momento marcó historia: ¡que se vayan todos!
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227641
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment