Editorial de Revista Punto Final, Santiago, agosto 2017.
Más de ocho millones de ciudadanas y ciudadanos venezolanos eligieron el 30 de julio a sus 545 representantes en la Asamblea Nacional Constituyente que ya entró en funciones.
Una Asamblea Constituyente -que en Chile nunca ha habido porque las Constituciones las han redactado y promulgado grupos oligárquicos o dictaduras-, es el acto más elevado en la escala de valores democráticos de una nación. Cuando los constituyentes se reúnen, es todo elpueblo el que está allí representado. Ciudadanos y ciudadanas de la república delegan en ellos todos sus poderes para que discutan y elaboren una Constitución Política -o Carta Magna- que será propuesta al pueblo para quemediante un plebiscito la aprueben o rechacen.
La importancia de una Constitución consiste en que ella es el marco que regula las leyes y ordena el funcionamiento y facultades de las instituciones del Estado. Sirve de brújula al derrotero que seguirá el país en los años siguientes. Pero sobre todo, define al servicio de qué clases sociales estarán el Estado y sus instituciones civiles y militares. Por eso en Chile las clases dominantes -y los partidos a su servicio- se oponen con dientes y muelas a convocar a una Asamblea Constituyente que reemplace de una vez por todas la Constitución dictatorial de 1980.
En Venezuela, en cambio, las cosas son diferentes. En diciembre de 1999, la Asamblea Nacional Constituyente proclamó la Constitución que ahora será reformada. Su artículo 348 establece que “el presidente de la República en Consejo de Ministros” puede convocar la Constituyente, y es lo que precisamente ha hecho el presidente Nicolás Maduro desatando la furia de EE.UU. y sus acólitos.
Más de ocho millones de venezolanos acudieron al llamado del presidente. Se trata de una votación extraordinaria -casi igual a la que obtuvo el comandante Hugo Chávez en la elección presidencial de octubre de 2012, su última batalla electoral-. Lo más relevante es que dejó en claro un importante repunte del chavismo -el sector político más representativo de la población de menores ingresos-, y esto en medio de las más graves dificultades que ha enfrentado el pueblo venezolano en toda su historia republicana. Hay que recordar que las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2015 -de no hace todavía dos años- las ganó la oposición con 56,22% de los votos (7.726. 066). Las fuerzas políticas que apoyan la Revolución Bolivariana y su socialismo del siglo XXI sólo consiguieron 5.622.844 votos (40.91%). Ahora el chavismo remontó más de tres millones y medio de votos, lo cual es una hazaña democrática en las condiciones en que se verificó este desafío.
La reacción del pueblo venezolano, venciendo al terrorismo fascista, de acudir en masa a las urnas es una respuesta valiente y ejemplar al acoso que Venezuela viene sufriendo del imperio norteamericano, de la oligarquía local y de gobiernos lacayos de América Latina. Se puso en juego la soberanía de la Patria y el pueblo sintió ese desafío en lo más profundo de sus conciencias. Se repite así lo ocurrido en otros casos históricos, como la Revolución Cubana por ejemplo. Cuando el pueblo pobre y maltratado hace suyo un programa liberador, se convierte en un gigante moral y sus fuerzas se multiplican.
Los resultados entregados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela son dignos de crédito y respecto. Provienen de un organismo reiteradamente elogiado por observadores internacionales -como el Centro Carter- por sus procedimientos claros y correctos que se han puesto a prueba en más de veinte elecciones y referéndums, en los cuales no ha vacilado en proclamar la victoria opositora cuando se ha producido, como en las legislativas de 2015 o el referéndum constitucional de 2007.
Ahora bien, Venezuela necesita la solidaridad activa de los pueblos hermanos de América Latina. Juntos tenemos que derrotar la campaña de calumnias y mentiras que intenta aislarla. La desaforada agresión de gobiernos y medios de desinformación se produce por dos motivos fundamentales: a) Porque Venezuela posee enormes recursos naturales, sobre todo petróleo ygas; y b) Porque en ese país está en marcha una revolución social. Aun cojeando y cometiendo errores, la Revolución Bolivariana desafía los dogmas del capitalismo. Venezuela es una escuela en la que hoy aprenden los pueblos deAmérica Latina. Sobre todo de la invencible alianza pueblo-fuerzas armadas que permite a un programa revolucionario alcanzar victorias trascendentes.
Resulta vergonzoso para los chilenos, por la historia que hemos sufrido, que el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet participe en la “banda de los 13” que Washington ha montado en la OEA para agredir a Venezuela. El 10 de agosto los cancilleres se reunirán en Lima para consumar la indigna maniobra de apuñalar a un hermano que es acusado de cometer el intolerable delito de ejercer la plenitud de sus derechos soberanos sin el visto bueno del imperio. Nada más adecuado que Perú sea el lugar de la cita. Su presidente dijo -luego de entrevistarse con Trump en febrero de este año- que para EE.UU. América Latina es “como un perro simpático que está durmiendo en la alfombrita”. Corresponde ahora a los cancilleres de la “banda de los 13” mover la colita. Sin embargo, los Estados miembros de la OEA son 35 y hasta ahora la banda -en la que hay gobiernos corruptos como los de Brasil, Argentina, Paraguay, Colombia y México- no ha conseguido los votos suficientes para sancionar a Venezuela, que por su propia voluntad ya no pertenece a la OEA.
Vale destacar la declaración del Partido Comunista chileno, miembro de la coalición de gobierno, criticando la política injerencista de la Cancillería chilena.
El pueblo venezolano demostró el 30 de julio que está en condiciones de resistir la enorme presión a que se ve sometido. Su fuerza consiste en que ha hecho suya la Revolución Bolivariana que le propuso Chávez.
PF
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 881, 4 de agosto 2017.
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