Conversaciones con la secretaria de Joseph Goebbels.
por Bernd Reinhardt y Verena Nees/ WSWS Org
La película austríaca Una Vida Alemana (Ein deutsches Leben), dirigida por Florian Weigensamer, Olaf S. Müller, Christian Krönes y Roland Schrotthofer, que tuvo su premier en cines alemanes en abril es una cinta preocupante y chocante. Por esas razones merece una gran audiencia. El documental trata de Brunhilde Pomsel (1911 al 2017). Pomsel fue secretaria de 1942 a 1945 en la oficina del ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels.
Pomsel, mujer de 103 años de edad (cuando se produce el documental), habla calmadamente, deliberadamente, con mucho esmero. Las fotos de ella, en blanco y negro, muestran una cara surcada de arrugas. Una mente clara y una memoria nítida alumbran su viva mirada. Describe su labor con Goebbels como si hubiese ocurrido ayer.
No sólo está cerca la cámara; todo está cerca. De pronto cae en cuenta el público: aquí estamos ante alguien quien estuvo en el centro de poder nazi; quien hasta el fin trabajó en el bunker del ministerio de propaganda nazi y transcribía con su máquina de escribir, los documentos de uno de los más infames criminales nazis; quien luego se suicidó con toda su familia. No fue hace tanto tiempo.
Al finalizar su relato de ciento quince minutos, grabado en 2013 y 2014 (reproducido en un libro que acompaña el film —publicado en 2017 por la editora Europa-Verlag), Pomsel hace un resumen de sus opiniones: “Aun lo bello tiene imperfecciones, lo terrible sus rayos de sol. No todo es blanco y negro”. Rechaza cargar con ninguna culpa. No cometió ningún delito “fuera de transcribir para el señor Goebbels”.
“No, yo no me considero culpable; a menos que se ponga en el banquillo a todo el pueblo alemán, a toda la gente que ayudo a este régimen conquistar el poder”.
Pomsel se cria en un medio pequeñoburgués. Sin ser ricos, sus padres pudieron vivir en un barrio acomodado en la zona sur de Berlín, donde la educación hacía hincapié en la obediencia. No se fomentan intereses políticos, particularmente entre las niñas.
Luego, de muchacha Pomsel representaría el ideal femenino: bonita, prolija y un poco ingenua. Le agrada charlar con sus amigas en los cafetines. Heinz, su primer novio estudia derecho en Heidelberg. La invita al palacio deportivo de Berlín. Se decepciona cuando, en vez de un evento deportivo, llegan a un evento de propaganda del Partido Nazi (NSDAP), donde habla Goering; cosa que la deja aburrida en extremo.
El presidente Hindenburg nombra a Hitler canciller del Reich (Reichkanzler) el 30 de enero 1933. Pomsel lo saluda durante la marcha de antorchas en la Puerta de Brandenburg: “¿Porqué no?, un hombre nuevo”. Pomsel apenas tiene veinte años de edad.
“Nadie pensaba en los judíos antes de 1933”, cuenta Pomsel, “puro cuento de los nazis más tardíos”. Eva Löwenthal, su amiga judía, siempre era invitada a sus fiestas. Eva nunca tiene dinero y los otros la invitan. Pomsel nunca le cuenta, por tacto, que había ovacionado a Hitler.
Por un tiempo trabaja Pomsel de secretaria de un agente de seguro judío, un tal Hugo Goldberg. Tampoco a él le dice que había aplaudido a Hitler.
Luego de 1933, cuando le llegan menos clientes, Goldberg sólo puede contratarla a medio tiempo. Pomsel se las rebusca transcribiendo las experiencias en la Primera Guerra Mundial de Wulf Bley, ex teniente de vuelo y en ese entonces Sturmbannführer —comandante de unidad de asalto— de la SA (Sturmabteilung, tropas de asalto paramilitares nazis, las infames camisas pardas). Siguiendo los consejos de Bley, Pomsel, para avanzar su carrera, se une al partido Nazi; Bley le consigue un buen empleo en una estación de radio.
Cuenta Pomsel que su amiga Eva la visita con frecuencia en la estación de radio. Le agradan los periodistas de allí por ser tan “chistosos y despiertos”. Su lenguaje deja entrever los prejuicios de la pequeña burguesía del sur de Berlín. Eva era muy bonita: “de cabello rojo, pequeña y delicada, aunque con pico judío” [nariz].
En 1942 Pomsel es enviada al ministerio de propagando. Allí asciende hasta convertirse en la secretaria mecanógrafa de la oficina de afuera de Goebbels. Tanto gana que sus amigas la envidian. Varias veces explica que bien se sentía allí. La gente era amistosa, los muebles agradables. Su patrón, Goebbels, parece elegante; usa magníficos trajes y siempre se mantiene bien; “no hay ninguna razón para quejarse”.
De vez en cuando visitaban la oficina las lindas hijas de Goebbels, curiosas y con deseos de escribir a máquina.
Cuando Pomsel visita a Eva Löwenthal por última vez, ella se ha mudado; las cosas le van muy mal. Le avergüenza a Pomsel no haber traído alimento; sólo trajo cigarrillos; su amiga es una fumadora empedernida. Su familia carece casi por completo de muebles y vive hacinada, cuatro por cada cuarto. “De repente Eva desaparece. No pudimos impedirlo”. La habían deportado a Auschwitz en 1943, donde la asesinan en 1945.
“Para nada sabíamos lo que pasaba con Hitler en el poder”, dice Pomsel, a manera de justificarse a sí misma. En verdad “Saber demasiado no convenía; era un obstáculo innecesario”.
Esta película bien demuestra su fuerza alternando la narración de Pomsel para con muestras de la realidad en que vivía. Se presenta material archivado y recien descubierto del Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto (USHMM), que muestra la enorme destrucción de cadáveres en el Ghetto de Varsovia y los prisioneros famélicos de campos de concentración recién liberados por tropas estadounidenses, verdaderos esqueletos andantes. Finalmente hay largase escenas del campo de Buchenwald, donde, al acabar la guerra, se obligó a los habitantes de la vecina ciudad de Weimar tomar conciencia de las montañas de cadáveres y a enterrar a los prisioneros masacrados. También se presentan escenas de cintas propagandísticas de las principales naciones que participaron en la guerra.
De la matanza de judíos, otras minorías, o de comunistas, socialdemócratas y luchadores de la resistencia, Pomsel dice muy poco. Admite haber sabido “por mucho tiempo” de la existencia de los campos de concentración. Para ella era suficiente la verdad oficial de que esos campos eran de “reeducación” de enemigos y criminales.
No tenía sentido resistir; de todas maneras ya era demasiado tarde con Hitler en el poder. “Vivíamos todos en un gigantesco campo de concentración”.
Llega a ocurrir que los archivos judiciales de Sophie Scholl y el grupo la “Rosa Blanca” (Weißen Rose) caen en sus manos. Recuerda lo orgullosa que se sintió a no ceder a su curiosidad y no leer en secreto ese archivo. Le remuerde la muerte de esos jóvenes. Admira la valentía de Sophie Scholl y sus compañeros. A la vez piensa que fue una “estupidez” arriesgar sus vidas “por un papel de mierda, un volante”.
Causa inquietud Una vida Alemana por ser tan normal, por las enormes banalidades con que Pomsel describe sus años con Goebbels. Le presenta al vidente una imagen totalmente rutinaria de algún buró de algún oficial de gobierno actual. A través de todo esto, Pomsel obedientemente transcribe a maquina todas las decisiones, instrucciones y protocolos justificando las matanzas y la guerra de exterminio.
Al fin de sus días, Pomsel sigue admirando su jefe por ser un “talentoso actor”; aunque si la llena de horror cuando Goebbels una vez en un infame discurso del Palacio de Deportes pregunta con furia: “¿Desean ustedes guerra total?” con el aplauso de todos sus oyentes —un hombre que había embrujado a las masas, un “fenómeno natural” inexplicable.
La ignorancia de Brunhilde Pomsel, setenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, que ella admita abiertamente que había apoyado a los Nazis por interés personal y su atrevida declaración de no haber visto nada, de no saber nada, asombra pero no sorprende —aparece en otro documental, sobre Traudl Junge, secretario de Hitler.
El Partido Nazi fue un movimiento pequeñoburgués, que contó con el apoyo de muchísimos oportunistas. Las justificación posteriores de éstos, de que nunca supieron nada, los ayuda en sus carreras en Alemania Occidental luego de la guerra. También logra Pomsel regresar a su antiguo puesto; pasados cinco años de prisión en Rusia, se transforma en la secretaria ejecutiva de la red alemana de radio difusoras (ARD), recomendada por el doctor Naumman, periodista nazi, quien también contaba con un nuevo empleo.
¡Cuán contemporánea es Una vida alemana! Por eso se nos enraíza en la médula de nuestros huesos. Los actuales aires de guerra, la miseria que encaran millones de refugiados, combinados con el auge del nacionalismo y del fascismo, despiertan los fantasmas del pasado. Es una horripilante advertencia para los tiempos actuales”, declaran los directores del film. “Hoy en día ya no se trata de un solo país, sino de todo un continente que se mueve a la derecha. Asusta ver que poco hemos aprendido de esa historia, que todavía existe en la memoria viviente”.
No se trata para los directores alumbrar la culpa de la señora Pomsel; cosa que es demasiado fácil. Se trata de que los videntes encaren “cuan rápido uno puede asociarse con tal empresa”; vuelve el agarre del conformismo, trayendo consigo “la indiferencia hacia los demás, la falta de empatía con el prójimo”.
El documentario termina con una dura advertencia ¡No nos olvidemos de los muertos del campo de Buchenwald! Esas imágenes de pilas de cadáveres nos traen a la memoria el reciente documental Fuocoammare —Fuego en el Mar— de Gianfranco Rosi, ganador del Oso de Oro, principal premio del Berlinale 2016 (el 66avo Festival de Cine de Berlín), una de cuyas escena muestra docenas de cadáveres de refugiados africanos entrelazados en un barco de refugiados.
30 mayo 2017
Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2017/05/30/alem-m30.html
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