por Isabel Piper Shafir [*] /Megafón, CLACSO.
Las sociedades que intentan reparar el daño que dejó la violencia, encuentran en el relato consensuado una forma de convivir sobre acuerdos, de manera democrática y pacífica. Pero para comprender y transformar el presente y, a la vez, contribuir a la construcción de políticas del recuerdo inclusivas y plurales, es preciso elaborar memorias que pongan en tensión las versiones hegemónicas sobre el pasado, y repongan en la memoria colectiva el carácter subversivo y transformador propio de estos procesos. ¿Cómo evitar el relato común, las metáforas y referentes habituales, las similitudes en museos y lugares de memoria, y la centralidad de la víctima en el relato? Abandonar el modelo globalizado de hacer memoria es garantizar el derecho, y no el deber, de las memorias ciudadanas.
La preocupación por los procesos de memoria colectiva suele surgir acompañado por los intentos por resolver conflictos políticos violentos. Cuando una sociedad trata de dejar atrás la violencia de una guerra o una dictadura para construir formas pacíficas y/o democráticas de convivencia, se enfrenta a la tarea de reparar los legados que la violencia dejó en sus miembros y que la psicología llama trauma. Entre las estrategias más habituales de reparación del daño producido por la violencia se encuentra la reconstrucción de aquellas versiones del pasado que fueron, durante el conflicto, negadas por los sectores dominantes y por los gobiernos autoritarios. Es en este escenario de debate sobre lo que ocurrió en el pasado, y de pugna por la reconstrucción de las versiones silenciadas de los hechos, se generaliza el uso de la noción de memoria colectiva. Ésta es planteada fundamentalmente desde la perspectiva de los/as afectados/as por la violencia del Estado y de los/as defensores/as de los derechos humanos. La memoria que se busca construir y visibilizar suele ser la de las víctimas, que es la versión que en el pasado fue ocultada y que, por lo tanto, no pasó a formar parte de la historia oficial.
Chile no es una excepción. Es hacia el fin de la dictadura militar de Pinochet y durante la transición a la democracia que surgen las pugnas por establecer ciertas versiones del pasado como las verdaderas, constituyéndose la memoria en un espacio de acción política tanto para las organizaciones sociales como para las políticas de Estado. Los campos en los que se libran dichas batallas son múltiples, diversos y cambiantes, y giran fundamentalmente en torno a la cuestión de qué y cómo debe recordarse.
La memoria es un escenario de conflicto en el cual se negocian y construyen significados sobre nuestros pasados, presentes y futuros posibles. Los debates sobre la violencia permanecen vivos por largo tiempo, de manera que, aunque su ejercicio acabe, las luchas por la memoria permanecen vivas y constituyen importantes espacios de acción política. Mientras los debates sobre el pasado se mantienen vigentes, construimos activamente interpretaciones diversas, nos pensamos como sociedad, nos constituimos como sujetos sociales complejos, dinámicos y cambiantes, abrimos futuros posibles y profundizamos nuestras democracias.
Por el contrario, cuando las batallas de la memoria concluyen, se conforma una memoria única y compartida por todos/as y con pretensiones de ser un relato definitivo sobre pasado. Entonces, lo que se produce es un cierre, la clausura de un relato que pierde su carácter afectivo, que deja de conmover, que fija sentidos y construye sujetos atrapados en identidades inmóviles. Esta es una de las paradojas de las luchas por la memoria, que entre sus objetivos está precisamente aquello que debilita su fuerza. Es decir, cuando alguno de los sectores en conflicto triunfa e instala su memoria como la versión hegemónica del pasado, ésta pierde su poder de subversión.
Aunque creo que este riesgo es común a los distintos países latinoamericanos, me referiré a lo que pienso que ha ocurrido en Chile. Las memorias de las víctimas del terrorismo de Estado, que en un comienzo emergieron como versiones disidentes, se convirtieron en el relato hegemónico sobre el pasado reciente. Como muestra Peter Winn en su historia de los procesos de memoria colectiva de Cono Sur, la lucha contra el olvido fue ganada, consolidando como memoria hegemónica el terrorismo de Estado en una versión “reconciliada”, factible de ser aceptada por sectores diversos, incluso opuestos, de la sociedad. La violencia política pasó a ser aceptada por todos y todas como una tragedia compartida que nunca debe repetirse. En otras palabras, una reconciliación social alrededor del compromiso al “Nunca más”.
La figura central en este proceso es la víctima del terrorismo de Estado. Las comisiones de verdad las identifican y califican como tales, es decir definen quién es víctima y, por tanto, quién puede recibir reparación del Estado. Además, escriben su historia como una versión consensuada de los hechos, y legitiman así su experiencia y sufrimiento. Las conmemoraciones las recuerdan colectivamente por medio de rituales que preservan las memorias de sus vidas y, sobre todo, de sus muertes. Así, convierten las fechas y lugares en las que estas ocurrieron como hitos de la memoria colectiva. Los lugares de memoria marcan estos sitios ofreciéndole a los y las ausentes un espacio en el cual seguir habitando la sociedad, a sus familiares un lugar donde recordarlos/as, e interpelan a la sociedad a no olvidarlas. Los archivos conservan los testimonios de lo que les ocurrió y, al igual que los lugares de memoria, son utilizados como parte de las estrategias educativas que buscan transmitir a las nuevas generaciones aquello que nunca más tendría que volver a ocurrir: la violencia política. Mientras tanto, la academia estudia todo eso, algunas veces trabajando de manera articulada con organizaciones sociales o con algún organismo de estado.
Aunque no pretendo generalizar lo que pienso sobre Chile a otros países de Latinoamérica, y menos al resto del mundo, las similitudes en las prácticas de recordar, en las metáforas y referentes utilizados son evidentes. Ello permite pensar en la existencia de una globalización de la memoria. La existencia de este modelo globalizado de hacer memoria es visible, por ejemplo, en los museos o lugares de memoria. Quien visite alguno de ellos -ya sea en Israel, Alemania, Francia, Estados Unidos, Sudáfrica, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia o Paraguay- se sorprenderá al encontrar un conjunto de elementos comunes. Entre ellos, la organización alrededor de un guión común: la experiencia traumática como marca y fractura de la historia, en torno a un actor/actriz común, es decir, la víctima de la violencia política. Lo mismo ocurre al examinar detenidamente cada una de las prácticas de memoria mencionadas (comisiones de verdad, conmemoraciones, archivos, etc.), en ellos hay un patrón o un modelo común, que a menudo dificulta o limita la reflexión sobre las historias locales específicas.
¿Cuáles serían las características de este modelo globalizado de la memoria? Ya he mencionado algunos de sus elementos. En primero lugar, la búsqueda de un relato común, consensuado, que produzca acuerdos y no divisiones respecto del pasado. En segundo lugar, la centralidad de las víctimas, es decir recordar primero las experiencias dolorosas de quienes sufrieron directamente la violencia política. Por último, aunque no menos importante, cabe señalar que este modelo se sostiene en un imperativo moral, es decir, en el planteamiento de la memoria como un deber.
El desarrollo de este modelo ha supuesto, sin duda, importantes avances para la justicia transicional, ha contribuido a la reparación de las víctimas y a la elaboración de sus traumas, y ha instalado en algunas de nuestras sociedades, como la chilena, la convicción de que es necesaria una cultura del “Nunca más”.
Sin embargo, un análisis crítico del modelo y su efectividad me llevan a sostener que ha llevado a la construcción de una memoria hegemónica, en que la pluralidad de recuerdos queda diluida en un relato sobre el quiebre producido por la violencia; al mismo tiempo que la pluralidad de sujetos queda subsumida en la víctima. Se trata de un discurso que abstrae la violencia del contexto histórico en que se genera, y produce, así, una especie de consenso moral promovido por el sufrimiento de las víctimas. Estas últimas son recordadas, precisamente, por haber sufrido la violencia en carne propia, y no por sus acciones políticas de resistencia a los poderes establecidos y de transformación social. A su vez, son subsumidas en una sola voz hegemónica que habla sobre cómo era su vida antes del quiebre, cómo podría haber sido si no se hubiesen convertido en víctimas, y sobre el enorme dolor que ello produce.
Se suele rechazar todo tipo de violencia, equiparando, en términos de valor, aquella violencia que ejercen los Estados con aquella que se ejerce desde las resistencias.
Tensionando las memorias hegemónicas
La memoria es un campo en conflicto donde pugnan por establecerse versiones del pasado que legitiman, o no, ciertos valores presentes y posibilidades futuras. Aunque hasta ahora he descrito el proceso de hegemonización que el modelo globalizado de la memoria ha tenido en Chile, es importante considerar que su desarrollo no ha sido homogéneo, ni mucho menos absoluto.
Tanto en el campo de las acciones políticas de memoria como en las reflexiones académicas, existen voces que reclaman por la existencia pública de otras memorias y otras formas de entender los procesos de recordar. No se trata de una negación de la experiencia dolorosa de las víctimas, ni tampoco de un intento de deslegitimar sus discursos y demandas. Se trata, más bien, de rescatar aquellas memorias que han sido silenciadas por los discursos hegemónicos del pasado – como las memorias de las luchas y resistencias -, de vincularlas con las demandas del presente, y de visibilizar actores y actrices sociales cuya voz no ha encontrado un lugar legítimo para recordar en los contextos transicionales.
Estas memorias críticas emergen como memorias contrahegemónicas que tensionan las versiones dominantes del pasado. En primer lugar, se trata de memorias que buscan rescatar y comprender prácticas de lucha y resistencia, de manera que las experiencias de acción política del pasado puedan ser usadas para comprender el presente y articularse con nuevas organizaciones y movimientos, y contribuyen a pensar las acciones transformadoras de cara al futuro. Como plantea Pilar Calveiro, se trata de memorias políticas en la medida en que son construidas colectivamente en el marco de la acción política, que tienen un contenido político y que su horizonte es contribuir a la transformación social.
Mientras las políticas de memoria y la versión hegemónica del pasado se enfoque, principalmente, en el rechazo a la violencia del pasado, la violencia política ejercida en democracia será silenciada y estará ausente del debate público.
Nuestros países han tenido claras muestras de que el ejercicio de la violencia no terminó junto con las dictaduras. Solo por mencionar algunas de sus prácticas, en Chile siguen existiendo cárceles de alta seguridad y, en ellas, contra presos y presas políticos/as se sigue practicando sistemáticamente la violencia policial. También, hacia quienes participan en manifestaciones políticas, los detenidos y detenidas, se aplica la tortura. Y a los pueblos originarios, se les replica con la ley antiterrorista. Las memorias críticas y políticas buscan establecer relaciones entre las violencias políticas del pasado y del presente, rompiendo con los límites temporales establecidos sobre los hechos a recordar.
Las críticas a las memorias hegemónicas también incluyen la apertura a otros sujetos, que recuerdan a partir de lugares menos emblemáticos y, por tanto, menos visibles. Me refiero con esto a dos cosas; en primer lugar, a la memoria de grupos o sectores de la sociedad que, aunque experimentaron los procesos de cambio y las disputas del período, no tuvieron una participación directa en ellos o al menos no fueron sus víctimas directas. Por ejemplo, las dueñas de casa, o los y las empleados/as públicos que por haber manifestado alguna opinión política fueron sancionados por su grupo social o incluso despedidos/as; o a aquello/as militantes que a pesar de no haber sido directamente violentados/as, sí sufrieron años de amenazas y miedo; o a los y las jóvenes que por ser muy pequeños/as en esa época o bien por haber nacido luego del fin de la dictadura no vivieron en carne propia su violencia.
La otredad de esas memorias se define, al menos en parte, por referirse a sujetos que no han sido activos en las luchas y disputas por la memoria en el espacio público. Sus memorias permanecen en el campo de lo privado, pero no por ello tienen menos importancia en la construcción de nuestras realidades sociales. La apertura a otros sujetos de memoria busca incorporar la multiplicidad y diversidad de memorias sobre la violencia política que circulan en nuestra sociedad, y que las políticas de memoria no consideran.
En segundo lugar, la crítica a la homogenización de la categoría de víctima ha implicado una reflexión en torno a la diversidad de posiciones de sujeto desde la cual se recuerda, y las posibles articulaciones entre ellas. Las posiciones generacionales, de género, las pertenencias de clase, o el tipo de militancia, son algunas de las categorías relevadas que emergen como importantes de reconocer y analizar.
Construir memorias que tensionen las versiones hegemónicas del pasado, resulta indispensable para recuperar el carácter subversivo y transformador de los procesos de memoria colectiva. Se trata de hacer memoria para comprender y transformar el presente, contribuyendo a construir políticas del recuerdo plurales e inclusivas, que garanticen el derecho —no el deber— de las memorias ciudadanas.
Nº 16/1 – Septiembre 2017.
[*] Isabel Piper Shafir es psicóloga, de la Universidad Diego Portales y doctora en Psicología Social, de la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Como Psicologa Social ha participado de investigaciones y publicado diversos artículos científicos sobre: derechos humanos, memoria colectiva y lugares de memoria..
Fuente: http://www.clacso.org/megafon/megafon16_articulo1.php.
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