por Raquel Rosario Sánchez (*)
Era jueves. Los acontecimientos que ocurrieron en el pasillo del Hospital Yulin Número 1, en la provincia Shaanxi, ubicada al Oeste de la República China, son tan inverosímiles que, para asentarme en la realidad, yo me repito a mí misma que el día 31 de agosto del 2017 caía en jueves. Recuerdo también que Ma Rongrong era una mujer, igual que tú y que yo. Aquel fatídico día se había puesto un vestido rosado, corto y holgado, ideal para dar a luz. El pelo lo tenía amarrado en una cola, y parece que Ma llevaba lentes.
Era jueves, hace unos pocos meses, y en los pasillos de ese hospital se estaba desarrollando un verdadero cuento de terror patriarcal.
Ma Rongrong era una joven de 26 años que vivía en la Provincia Shaanxi, en China. Tenía 41 semanas de embarazo y se había presentado el día 30 de agosto del 2017, en el Hospital Yulin Numero 1 con dolores de parto. Su alumbramiento se preveía para el 5 de septiembre pero las contracciones le empezaron con una semana de antelación. El personal médico del hospital examinó a Ma y determinó que ella necesitaría una cesárea para poder dar a luz, ya que la cabeza de su bebé era demasiado grande para poder dar a luz vaginalmente. El parte médico describía que la cabeza de su feto tenía “una gran circunferencia, lo cual haría dificultoso el alumbramiento vaginal”. No obstante, en su ingreso al hospital, cuando el personal médico le explicó la condición tanto a Ma como a su esposo, Yan Zhuangzhuang, ambos firmaron un documento diciendo que preferían un parto vaginal.
Cuando el dolor se intensificó, y Ma se dio cuenta que en realidad ella no podría dar a luz de manera natural, cambió de parecer y decidió que quería optar por una cesárea. Pero, y esta es la traba, la ley en China establece que la familia de él o la paciente, tiene el derecho de aceptar o rechazar cualquier intervención quirúrgica que vaya a realizarse en su familiar. La familia de Ma, y crucialmente su esposo, decidió negarle la cesárea que ella necesitaba.
El portal chino Caixin escribe en un reportaje de investigación sobre el caso: “las notas técnicas del hospital muestran que tanto Ma, como el equipo médico, le pidieron permiso a la familia para poder realizar la operación en tres ocasiones diferentes. Pero su familia se negó e insistió en un parto natural, según muestran los récords del hospital”.
En su inimaginable desesperación, Ma intento incluso salir del centro médico (ojo: en plena labor de parto), pero se lo impidieron. El hospital publicó un video donde se ve a Ma, con su vestido rosado y su pelo en una cola. Apenas puede caminar y en un momento cae de rodillas en el piso, rodeada de media docena de sus familiares. El video es bastante espinoso de ver, pero hoy constituye evidencia forense porque dentro de su impotencia, y ante el dolor inaguantable, Ma tomó una decisión tanto drástica como trágica. Alrededor de las ocho de la noche del día 31 de septiembre, Ma entró a la sala de partos, donde se encontraban alumbrando otras cinco mujeres, se asomó por una ventana y se lanzó desde un quinto piso, a su muerte.
El hospital redactó unas declaraciones donde explica que el dolor que le producía el alumbramiento hizo que la condición psicológica de Ma “se saliera de control” y que eso la llevó a cometer el suicidio. Ahora, después del horripilante incidente, la familia de Ma y el hospital han entrado en una guerra de palabras, ambos echándole la culpa de lo ocurrido al otro. La familia se muestra devastada y alega que nunca le prohibieron la cesárea que necesitaba Ma, que el hospital nunca les dijo que la cesárea era urgente y que, como familia, le habían dado la opción a Ma de decidir como ella quería dar a luz.
Pero entre las contradicciones, tal parece que la decisión final quedo en manos de Yan, el esposo de Ma. Durante su ingreso, Ma había autorizado que después de escuchar los consejos del personal médico, su esposo pudiese tomar cualquier decisión sobre su tratamiento médico que sea necesaria. En su reportaje Caixin escribe que, según las declaraciones del hospital: “como Ma nunca rescindió la autorización y su vida no estaba en peligro (su presión sanguínea y los latidos de su feto eran normales antes de que ocurriera el incidente), los doctores no pudieron cambiar el método de alumbramiento a menos que Yan estuviera de acuerdo”.
¿Quién mató a Ma? ¿Qué la mató? ¿En qué contexto jurídico examinamos lo que le pasó a Ma?
No, no… la pregunta no es retórica: en este artículo, yo quiero que tú también ponderes quién o qué es culpable de la muerte de Ma.
A más de 14,000 kilómetros de distancia y el mismo día que ocurría aquel horripilante hecho en Shaanxi, en la República Dominicana se desenlazaba otro acontecimiento grotesco, con esencia misógina.
Una adolescente llamada Emy del Carmen, a quien todo el mundo conocía como Emely, que escribía con letras cuadradas, a quien le gustaba el rosado fucsia pero no le gustaba el pepino, aparecía asesinada después de una intensa búsqueda de más de 10 días, que puso en vilo a todo el país.
En esos días, el dolor de una familia al sospechar lo que le podría haber acontecido a su hija y hermana de 16 años, se unía en una amalgama amarga de incertidumbre y morbo mediático sensacionalista entre la población. Emely fue noticia de primera plana, parecía que en la República Dominicana no se podía hablar de otra cosa.
La investigación sigue abierta y tanto el caso en sí (desaparición y asesinato), como la reacción sociológica al mismo, merecen ser evaluados con detenimiento. Pero, para los propósitos de este análisis feminista, vamos a interrogar el crimen que se cometió contra Emely.
Emely tenía 5 meses de embarazo, fruto de una relación de varios años con un joven mayor llamado Marlon Martínez. El muchacho pertenecía a una clase social acomodada, mientras que Emely no. Las investigaciones preliminares arrojan que Marlon le realizó una emboscada a Emely. Él la pasó a buscar alegando que irían a un centro médico, pero en realidad la llevó a su apartamento, con el propósito de realizarle un aborto a Emely en contra de su voluntad.
Marlon, siendo el compañero sentimental de Emely y el perpetrador principal del crimen (participó en la elaboración del plan y posiblemente ejecutó el crimen contra su novia), es lo que conocemos en círculos feministas como un “típico” feminicida. De hecho, se puede decir que Marlon cometió un crimen que se adhiere a las concepciones más conservadoras de la tipificación legal del concepto de feminicidio: el asesinato de una mujer por parte de su pareja o expareja sentimental.
Hasta el momento, hay tres imputados guardando prisión preventiva: Marlon Martínez acusado de asesinato, Marlin Martínez (suegra de Emely) acusada de complicidad en un asesinato, y Bolívar Ureña, acusado de trasladar el cadáver para ayudar tanto a Marlon como a Marlin. La madre de Marlon, quien fue suegra de Emely, era una dirigente política del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), conocida en la comunidad. Las investigaciones constan que Martínez utilizó sus influencias para trasladar el cadáver de Emely en varias veces, y sobornar diversas personas, en un intento de ocultar el cadáver y obstaculizar a la justicia.
A pesar de que Marlon admitió que asesinó a Emely, no se descarta que otras personas lo ayudaron en varias etapas del crimen. Por ejemplo, todavía no se sabe quien asistió en la realización del aborto forzado, en el supuesto de que Marlon no lo hizo solo.
El informe forense, diseminado por la Procuraduría General de la República Dominicana señala que Emely fue sometida a violencia psicológica y física, así como a actos de tortura y barbarie. El informe reza que “en el examen interno al cadáver de Emely se encontraron restos del feto que llevaba en su vientre, contusión del cuello uterino y canal vaginal, perforación del útero con indicativos de que se aplicó una gran fuerza en esa zona y órganos dispersos propios de un aborto inducido”. En la cabeza, el cadáver presentó “un golpe contundente con rompimiento craneal y hemorragia cerebral, lo que indica que dicho trauma se produjo en vida, provocado por un objeto de superficie dura y firme”.
Tanto el trauma craneal como el aborto forzado pueden haber causado la muerte de Emely. Entonces, ¿cuál fue la razón por la que mataron a Emely?
Algunas personas argumentan que a Emely la mataron “por pobre”. Dicen que el problema no era que ella estaba embarazada, sino que la familia adinerada de Marlon no quería que una muchacha pobre tuviera un hijo suyo. En la República Dominicana, esta fue una idea hasta cierto punto popular. Explica el escritor Tony Raful hijo, escribiendo para el portal Acento, en su artículo ‘A Emely la mataron por pobre, no por mujer’: “en el caso de la muerte de Emely Peguero hay un conflicto de clases que pocos hacen mención. Uno donde el poder y la desigualdad son el tronco del problema, y donde el machismo es apenas una rama… a Emely la mataron por ser pobre, por ser la muchacha de la casa, quien no es verdad que iba a darle un hijo al dueño, la plebeya que no le iba a dar un nieto a la alcaldesa”.
Es un argumento atractivo, pero se refuta rápido: la pobreza afecta a todo el mundo, la condición de embarazada solo concierne a las mujeres. Entonces, si la causa de muerte fue o el trauma del aborto inducido, o el golpe que le propiciaron para poder realizar el aborto inducido, su condición de mujer no puede ser desligada del análisis de su asesinato pues es intrínseca en el crimen.
Similar a lo que le ocurrió a Ma en aquel hospital: una política de Estado que establezca que toda cirugía medica debe ser aprobada por la familia de él o la paciente, afectaría a todo el mundo que viva en China, sí. Pero esa política pública se traduce al cuerpo de las mujeres de una manera muy particular, que no puede ser generalizada a toda la población. Crucialmente, en un país que actualmente busca incentivar la maternidad, tener una política de Estado que cede el control de las intervenciones quirúrgicas a las que se pueden someter los cuerpos fértiles de las mujeres a terceros, representa un riesgo con potencial misógino bastante evidente.
Hasta la fecha, pocos países contienen una tipificación del concepto de feminicidio en sus leyes. Muchos de los países que sí reconocen el feminicidio, reconocen el llamado ‘feminicidio íntimo’, es decir, el feminicidio cometido por alguien que sea, haya sido o haya querido ser pareja sentimental de la mujer. Entre las feministas y los Congresos hay una puja constante en la que las feministas insisten que ampliar el concepto de feminicidio para abarcar lo que se conoce como el ‘feminicidio no íntimo’, que incluye los asesinatos de mujeres donde no existe ninguna intención de establecer una relación sentimental, y los Estados que se benefician cínicamente de presentar a la población estadísticas miopes que no abarcan la magnitud del asunto.
(Nota: un ejemplo de un ‘feminicidio no intimo’ sería el caso de esta mujer de 82 años, quien vivía en la Provincia de Yamasá, también en República Dominicana, a quienes varios hombres violaron y mataron en su vivienda, sin mediar palabras. La violación nos indica que su sexo como mujer fue fundamental para el crimen, y su asesinato consuma el crimen como un feminicidio ‘no íntimo’ pues no había intención de establecer una relación sentimental).
En este artículo yo alego que hay que ir incluso más lejos. Alego que todas las personas que participaron en el asesinato de Emely Peguero, o al menos las que se encontraban en la habitación donde se le realizo el aborto en contra de su voluntad, son técnicamente culpables de feminicidio. Y argumento también que todas las personas que dificultaron el acceso a la intervención de vida o muerte que necesitaba Ma, incluyendo tanto familiares como personal médico, también son culpables de feminicidio.
Hay que ir a la raíz, y el común denominador de ambos casos es que tanto Ma como Emely fallecieron por algo muy fundamental: la realidad material de sus cuerpos gestantes. Es decir: ambas están muertas hoy por algo relacionado, directamente, con sus cuerpos de mujer. Entonces, cuando hablamos de ‘feminicidio’ y lo definimos como ‘el asesinato de mujeres, por el hecho de ser mujeres’, ¿no deberíamos de entender ambas muertes, y todas las similares, como tal?
Toda mujer que muera por causa del trauma de una violación y/o aborto, es una víctima de feminicidio. Una niña que muera al ser mordida por una serpiente, en una choza donde la consignaron por su condición menstruante, no muere de casualidad, muere por ser mujer, entonces es un feminicidio. De igual manera, toda mujer o niña que muera en la prostitución representa un feminicidio también porque ella fue explotada en el sistema misógino prostituyente, para satisfacer la demanda de los hombres prostituidores de tener acceso sexual a su cuerpo de mujer. El análisis se puede extrapolar a un sinnúmero de casos.
Mi llamada es que llevemos este argumento a su lógica conclusión. Al patriarcado le interesa el acceso y la explotación del cuerpo de las mujeres, eso es Feminismo 101. Como tal, mata mujeres y niñas, sin importar el contexto de las relaciones sentimentales. Mientras nosotras nos debatimos que si es ‘íntimo’ o ‘no íntimo’, el patriarcado sigue matando mujeres y niñas con un repertorio de metodologías. Hasta que no ampliemos nuestra concepción de feminicidio para abarcar todos estos métodos, nos seguirán vendiendo la idea de que cada compañera que perdamos que no encaje definiciones estrechas, consensuadas por construcciones patriarcales, representa solo “otra muerta más”, cuando no lo es. Son asesinatos, sistémicos y estructurales, todos conectados a un mismo sistema de opresión y su macabra obsesión con los cuerpos de las mujeres.
Hay que decir las cosas claras. “Nos matan por ser mujeres”, sí. Pero, ¿ya analizaste las implicaciones de esta consigna?
Nos urge, compañeras, que nos están matando.
(*) Escritora y activista dominicana; trabajando en los derechos de niñas y mujeres. Especialista en Estudios de la Mujer, Género y Sexualidad.
Fuente: www.tribunafeminista.org/2017/10/es-hora-de-ampliar-el-concepto-de-feminicidio/
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment