por Eddi Arias /El Mostrador.
La concepción de la política como subsistema del mercado es una derivación lógica de una sociedad neoliberalizada a ultranza, la eliminación de los ideales públicos a manos de un conductismo privatizador, donde hasta el más popular privatiza lo que tiene a su alcance privatizar.
La desconstrucción de todo “pacto social”, expresado en un límite restrictivo a la gobernanza, y extendido hacia una culturización del consumo como patrón de sentido, supone una captura absorbente del mercado del mundo de la vida social.
Y esta absorción opera como un adentro, sin afuera, porque el mercado resta el habla de los ideales públicos, ahí, obsoloce toda república, y la política es sustraída a los vuelos programáticos, a los efectismos mediáticos, a las medidas parches, a la tecnocracia como ingeniería de lo social.
Todo “relato” es semiotizado y puesto a disposición de la cultura de la imagen, ahí, la “vida” es nada y la “sed” es todo, es una cultura del reticulado. El anuncio opera como la digitalización de nodos subjetivos, y el contenido es whatsappeo, porque la imagen es todo. Un populismo digital simbólico de proposiciones arquetípicas.
El mercado, es una totalidad condicionante, que modifica desde la cognición educativa hasta la sexualidad de la alcoba, para todo hay mercado, y todo es mercado a su vez.
La creación de “mercancía” es el motor del “fin de la historia”, es el eslabón medular de los procesos mundiales de “destrucción creativa”, y de una destrucción “destructiva” del medio ambiente, cuyos costos sociales no tienen una medición escalar, en una economía que no opera al servicio de las mayorías sociales.
Los procesos migratorios, se plantean también como la desregulación de la mercancía trabajo, y la mercancía se mueve por el mundo para generar otras mercancías. No se necesitan “marcar” a los “incontados” (Ranciere), porque los controles sinópticos operan en la tecnologización de la seguridad nacional ciudadana, y ahí, donde ya no opera ninguna “seguridad”, en el intimismo, opera la “psicopolítica” de Han, el emprendedor debe psicologizarse, reprogramar su neurolingüística para ser un coaching en la vida del mercado.
Cuando todo es mercancía, los espacios de culturización valórica se hacen estrechos, y la vida social pierde contenidos, el gran avance de la cultura de la “merca” es cultural más que biológico. La derrota está en la cultura visual monocorde, no es un problema de medicalización asfixiante, sino un problema de espacios de valorización cognitiva que tiene que ver con la construcción del mundo, con la construcción de valores firmes, espacios de acogida, cohesión e integración de la sociedad.
La “delgadez” del Estado, y su descentramiento como espacio de acuerdo político interclase, dejó a la política en la fauna de los “operadores”, sujetos sin política, administradores de cuotas, más que elaboradores, yuppies de un progresismo hayekiano, sin imaginería, ni relato, solo eslóganes como denuncia (Atria).
La política de los eslóganes, es la muerte de la política, su succión por la mercadotecnia, es la perdida de cualquier sobresalto para pasar a una “sociedad programada” (Touraine), el cálculo subsumió la imaginación de la política.
Y una política, sin relato, es un metatexto que hace semiosis de sus tesis y antítesis, sus valoraciones permean los bordes, y desaparecen los sujetos históricos, las voces ya no calman, y los actores sociales se hacen secundarios, emergentes, disruptivos, conflictos de identidad controlada.
El poder ya no ve, ni una cosquilla, por eso que la tesis del “derrumbe” adolece de un problema de fondo, su fotografía esta trastocada de otra realidad, nada de “derrumbe”, hablamos de una continuidad asegurada en los consorcios multinacionales de seguros planetarios, ya fuere por otros medios la “continuidad” hegemónica del modelo, no tiene “antagonismo”, y los que pretenden su “agonismo” terminarán absorbidos en el aggiorno. Cuando se declara que no hay afuera, en el neoliberalismo, lo que se hace no es solo reconocer una totalidad, sino reconocer su primacía, y por tanto, su culturización como telón de fondo.
Por tanto, en la primacía de la mercancía, la “merca” es el juego transversal del hedonismo consumista, la pulsión del deseo de las maquinas humanas (Deleuze), no tiene otro campo que no sea la satisfacción, el “placer” y su fetichización se imbrica con las categorías de precariedad de nuestra salud mental.
La familia nuclear, cada vez más disgregada por un individualismo cultural, ya no es resorte de aquellos viejos estandartes de la sociabilidad cívica, ahora opera en una disolución que deja solo a los habitantes inmobiliarios.
Y la mercancía, es la “merca” como otra forma de ejercer la economía, el currículum oculto de la macroeconomía mundial. Quiénes tienen aviones y barcos para la “internación”, porque no hablemos de la internación de los burritos cargueros, hablemos en serio, y hablemos de negocios de verdad, de este negocio que es la vida humana, y ahí, los carteles gregarios que resisten a cualquier modernidad tardía develan la vieja usanza de los clanes mafiosos, “todo hombre tiene su precio”.
Y que nos muestra la “ley de pesca”, sino la materia prima, el “germen” contemporáneo, qué nos dice el “robo en carabineros”, que nos dicen las “colusiones”, las “estafas piramidales”, entre otros, qué nos dicen, que la puerta está abierta para la “narcopolítica”, de par en par, porque cuando todo es mercancía, todo es “merca”, y en esa dilución de todo valor moral, lo que emerge es la fría tecnocracia de los mercados de la vida, so pena de cualquier costo social.
Cuando todo es mercancía, los espacios de culturización valórica se hacen estrechos, y la vida social pierde contenidos, el gran avance de la cultura de la “merca” es cultural más que biológico. La derrota está en la cultura visual monocorde, no es un problema de medicalización asfixiante, sino un problema de espacios de valorización cognitiva que tiene que ver con la construcción del mundo, con la construcción de valores firmes, espacios de acogida, cohesión e integración de la sociedad.
El dinero capitaliza la mercancía como acumulación progresiva, ese fetiche es la raíz de todo fetiche (Marx), de acuerdo a datos de la Oficina de Drogas y Crimen Organizado de Naciones Unidas, esta industria, porque es una industria lucrativa que mueve US$300.000 millones al año. Cómo imaginar que tamaña producción de capital no se reinvierta en una actividad de influencias decisivas, donde se producen las leyes, y se da gobernabilidad al orden social.
Se trata de una obvia relación que se hace fértil cuando la política es cercada por las condiciones que le impone el modelo neoclásico. Una política sin política, es caldo de cultivo perfecto, para la narcopolítica, una sociedad sin más valorizaciones que las de las mercancías, puede ser conquistada por una fulgurante oferta de goce ilimitado.
Esto llego para quedarse como un proceso natural producto de la desfragmentación social, pero también de la necesidad de blanquear y reinvertir en las condiciones de la reproductibilidad de dicha acumulación. Es un gran ejemplo de la autodestrucción creativa e intensiva del capitalismo tardío.
Fuente: http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2017/12/12/la-narcopolitica-como-consecuencia-natural-de-una-neoliberalizacion-extrema/
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