por Lilit Herrera (*)
Llegó lo que muchos/as preveían desde hacía meses, aunque, dado lo inesperado de los resultados (según las encuestas) de la primera vuelta, hicieron pensar que un escenario diferente era del todo posible. Sin embargo, con un 54,57% de las preferencias, ya tenemos a un nuevo presidente electo y es de Derecha, el mismo que ya anunció la obstrucción de cada avance mínimo en derechos sociales para la población, como la gratuidad o el aborto terapéutico en tres causales o cree que la gente trans nos corregimos a cierta edad.
¿Qué hacer?
Ha sido una pregunta surgida luego del lamento ante la derrota de la “centro-izquierda”. A coro se ha oído: salir a la calle; así nos lo ha enseñado la historia: ya vimos lo ocurrido el 2011, con masivas marchas de estudiantes exigiendo educación gratuita, porque no es cierto que Bachelet diera gratuidad, sino que fue un derecho ganado en la calle. Un envalentonado movimiento estudiantil que, más allá de los desgastes propios de una gigante movilización, ciertamente, fue socavado por, entre otros, el PC que ahora es parte del fallido gobierno de la Nueva Mayoría: en la Usach aún no olvidan el plan de las Juventudes Comunistas, para bajar la toma.
Para enfrentarlo, se plantean opciones desde la propia ciudadanía, pasando por la conformación de un partido de la clase trabajadora, saliendo a las calles, con acción directa, etc.
Pero acá nace otra pregunta: ¿Habrá desde las organizaciones políticas de izquierda, un compromiso con llegar hasta donde lo determine la gente o estarán dispuestos, como de costumbre, a plantearse en modo de negociación para incidir? ¿Se pondrán estas organizaciones al servicio de un pueblo que rugirá en contra de la Derecha? ¿O se mostrarán combativos en el discurso, pero en la práctica harán lo posible por frenar el desborde popular?
¿Qué importan las organizaciones?
Mucho, pues dada la forma en que nos hemos construido o más bien, nos han construido, tenemos inserto el chip del líder o de la organización que nos representa, de ahí que no se conciba otra manera de participar en política que no sea la democracia representativa, de democracia directa ni hablar.
Ciertamente, el llamado es a auto-organizarse, pero no se puede desconocer el potencial que tienen las organizaciones para movilizar a personas. Un antecedente importante para saber cómo moverse ante el nuevo escenario. No es quien escribe esta columna de meras reflexiones la que determine el método correcto, pero humildemente quisiera llamar a pensar en lo siguiente:
-Auto-organización de todos los sectores oprimidos, explotados y de cualquiera que vea/sienta en Piñera y su gobierno neo-facista, una incompatibilidad total con sus ideales, así como una amenaza para su vida.
-Articulación de los sectores auto-organizados en Frente Único nacional, mediante coordinadoras locales, para realizar acciones políticas concretas y que respondan a lo local como a lo nacional (representantes del nuevo gobierno impactarán de forma particular en cada lugar).
Pero esta propuesta de táctica ha de llevar ciertos resguardos, y plantear que sea desde la disidencia sexual, se vuelve del todo fundamental.
Pero, ¿Qué quiere decir disidencia sexual en principio?
Como plantea Hector Salinas, es un término acuñado por las ciencias sociales para expresar una posición crítica a la estructura social, en donde no tiene cabida la heterosexualidad, a diferencia de la diversidad sexual.
¿Y qué hay de la heterosexualidad? La heterosexualidad es mucho más compleja que una mera atracción sexo-afectiva, así lo explicaron desde el feminismo en la década de los 80, una de esas voces fue Adrienne Rich, quien planteó el concepto de heterosexualidad obligatoria, ligado al de maternidad obligatoria; ambas, de acuerdo a la autora, instituciones políticas del Patriarcado; es decir: las mujeres estaban obligadas, primero a vincularse (someterse) solo con hombres y con ellos cumplir su rol de madres, un rol impuesto y reproducido un entramado socio-cultural (la institución) que llamaba a comportarse de acuerdo a lo establecido. Más tarde, la francesa Monique Wittig, hablaría de la heterosexualidad como régimen político, es decir: una estructura de dominación para las mujeres con el objeto de cumplir con el rol impuesto.
Si bien, ambas teóricas nos hablan desde la mujer (cis), lo cierto es que sus postulados son perfectamente aplicables para otras corporalidades que han debido reproducir la lógica heterosexual para sobrevivir, amoldándose al Hetero-Patriarcado en alianza brutal con el Hetero-Capitalismo, todas vez que cumplen el ciclo vital establecido: pareja, matrimonio y los hijos. En Chile no existe el Matrimonio Igualitario, pero está el Acuerdo el Unión Civil (AUC). Comprensible es la demanda por el matrimonio para la población lgbtiq, en pos de la igualdad de derechos, pero el diseño de éste se afirma en la pertenencia a la heterosexualidad.
Ciertamente, que no es la intención de quien escribe, realizar un juicio moral al respecto, simplemente, evidenciar una lógica.
En síntesis, cumplimos roles establecidos para mantener vivos al Hetero-Patriarcado y al Hetero-Capitalismo.
¿Y qué cuidan tanto el Hetero-Patriarcado como el Hetero-Capitalismo? Simple: la propiedad privada. El primero tiene una raíz profunda en el rapto de mujeres para utilizarlas como máquinas reproductoras de hijos, misma función de la actualidad. Antes se necesitaba que no se extinguiesen unos pocos, ahora se busca que no muera la Nación. Y es claro, cómo se vincula la propiedad privada al Hetero-Capitalismo. Es decir, la heterosexualidad entendida en su compleja dimensión es propiedad privada, la misma defendida con uñas dientes por la derecha encabezada por Sebastián Piñera. De ahí la centralidad de la economía.
Por eso, entonces, la importancia de la disidencia sexual, es decir: la no heterosexualidad, pero no desde el discurso de la resistencia, que anticipa la derrota, sino que desde el tensionamiento activo al régimen hetero-capitalista, es decir: de la propiedad privada y sus implicancias. De ahí entonces que la disidencia sexual sea antipatriarcal y anticapitalista; y dado que la propiedad privada es anterior al Neoliberalismo, tampoco es ciudadanista, porque aquello que se escapa a la normatividad de la heterosexualidad obligatoria, es decir, un cuerpo excluído, no puede contar con los “beneficios” del ciudadano y no puede, por tanto, dialogar con los grandes empresarios, solo producir un quiebre, como conlleva el anticapitalismo.
Por ende, si el Frente Único es un Frente Único Disidente Sexual, éste ha de comprenderse como Antipatriarcal y Anticapitalista sin diálogo con aquéllos preocupados en mantener su orden basado en la propiedad privada; es decir, resulta inconveniente el ciudadanismo tras el cual se desdibujan la raza y la clase, tan problemáticos siempre para el mantenimiento del régimen heterosexual, es decir: el régimen de la propiedad privada.
Y en lo interno, no puede haber prácticas patriarcales por el paternalismo, ése que nos “acompaña” y nos “guía” en nuestras acciones, al tiempo que impone figuras con megáfono las cuales hablan «en representación de»; no puede ser que exista una disputa para ver quién destaca más para su propio rédito; no pueden haber jerarquías propiciadoras de lo privado; lo coherente con la disidencia sexual, y con esta no heterosexualidad, es la horizontalidad, el trabajo colectivo en pos de darle combate al Neofacismo representado por el Gobierno de Piñera.
Si estas condiciones propias de una definición política como la disidencia sexual se cumplen, será posible entonces, contribuir al levantamiento de un gran movimiento antifascista, antipatriarcal, anticapitalista con lucha callejera que ante la bota del milico protector del fascismo, ponga el cuerpo y la barricada.
18-12-2017.
(*) Lilit Herrera, escritora y activista política de «Valpo Trans No Binarix».
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