La lucha contra el despojo de la vida. Entrevista a Silvia Federici.

«Una puede morir o sufrir enormemente si no puede ver el cielo, si no puede respirar aire puro, si no puede tener contacto con los vientos»

Por Mina Lorena Navarro Trujillo y Raquel Gutiérrez Aguilar

Silvia Federici es reconocida por su participación en la Campaña Internacional Wages for Housework en los años setenta. En 1980 trabajó como profesora en Nigeria y acompañó diversas luchas contra el despojo de la tierra. Es autora de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, obra traducida a catorce idiomas hasta la fecha. En el marco de una conversación con ella durante algunos días de agosto de 2017 en la ciudad de Nueva York, lugar en el que reside desde hace más de cuarenta años, nos habló sobre la importancia del diálogo entre el feminismo y el ecologismo, entendidos como perspectivas históricas y campos críticos de conocimiento y praxis que han abierto potentes horizontes de transformación social. Ligado a esto, enfatizó la importancia y los desafíos que enfrentan las mujeres en defensa de la vida para participar, decidir y tomar las riendas del devenir de su existencia.

La articulación y el cruce entre el feminismo y el ecologismo cobran mucho sentido en la crítica a los efectos cada vez más devastadores que el capital produce sobre la vida. Según tu experiencia, ¿cómo se inició y se fue configurando este diálogo?

Surgió a finales de los años setenta desde muchas direcciones y como respuesta a agresiones cada vez más radicales. El ecofeminismo nació del interés de las feministas por la naturaleza y por la lucha contra el despojo de los medios de vida. Por un lado, a partir de los años setenta y ochenta comenzó un nuevo ataque; el regreso de una política colonial organizada por el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), centrada en el despojo de la naturaleza con la implementación de formas de desarrollo completamente destructivas. Para los movimientos y el feminismo, el nuevo proceso de cercamiento a la tierra se volvió un tema central, pues se trata de la destrucción de la forma más fundamental de nuestra reproducción.

En el mismo periodo, a nivel internacional se fue dando un proceso de maduración de lo que significaba la política del cuerpo para el feminismo. Se dio una comprensión de que el cuerpo es sexualidad, procreación, y que ha sido uno de los terrenos de explotación más importantes para el capitalismo. En ese proceso de reconocimiento de nuestro cuerpo, somos más sensibles al ambiente, a la naturaleza, a la continuidad de nuestra vida con el aire, el agua o la comida. El movimiento feminista ha desarrollado una comprensión de cómo se reproduce la vida en la que el cuerpo no está aislado, sino que es parte de un ambiente natural. Por ejemplo, el movimiento ecologista en su primera fase tenía el eslogan “Piensa como una montaña”, lo que buscaba colocar la lucha en la perspectiva de una montaña. El ecofeminismo dijo: “No somos montañas”, no hay que pensar en una naturaleza sin seres humanos, nosotras somos parte de la naturaleza.

Esto no significa naturalizar a las mujeres, acusación que se hace contra las ecofeministas, sino comprender cómo el capitalismo ha necesitado y ha explotado el cuerpo de la mujer y la naturaleza. Vemos una similitud entre las formas de explotación de las mujeres y de la naturaleza, con modos de intersección que se intensifican recíprocamente.

En el ecofeminismo se unieron dos movimientos fundamentales para darnos una visión sobre la continuidad entre capitalismo y patriarcado y luchar por la preservación de la naturaleza. Considero que el ecofeminismo ha cambiado mucho el sentido del movimiento feminista, ha ampliado su capacidad para pensar la transformación social. Esto nos ha permitido abrir el discurso e introducir nuevas temáticas, como la tierra, el agua, el cuerpo, el territorio, el cuerpo-tierra.

Desde la perspectiva de la reproducción de la vida, ¿cómo entiendes la relación de la mujer con la naturaleza? Y en ese sentido, ¿cuáles han sido las formas particulares e históricas de opresión y explotación capitalista?

Por millones de años nuestro cuerpo se ha formado en un continuo intercambio con el mundo de la naturaleza. Y eso ha creado una serie de necesidades. Por ejemplo, una puede morir o sufrir enormemente si no puede ver el cielo, si no puede respirar aire puro, si no puede tener contacto con los vientos. En la vida de la humanidad, durante diferentes generaciones, una gran fuerza ha provenido del contacto con el mundo de los organismos vivientes. El cuerpo humano ha evolucionado en continuidad con otros, en constante interacción con el mundo de la naturaleza y de los animales que nos circundan. Con la llegada del capitalismo, se dio un empobrecimiento masivo porque este nos aisló, nos separó. El ecofeminismo y el ecologismo han subrayado esta separación. No solo se trata de una separación económica que el capital ha generado entre las personas y la tierra, también se ha dado una pérdida de capacidad de poderes, porque se ha aislado al cuerpo humano de su ambiente natural. Es una forma de cercamiento a la tierra y a los cuerpos.

Está claro que los efectos de la destrucción capitalista del ambiente han impactado en las mujeres más que en los hombres, porque nosotras estamos directamente involucradas en la reproducción de la vida. El proceso de reproducción ha creado lazos muy importantes de la mujer con el ambiente natural. Por eso no me parece casual que las feministas y otras mujeres hayan sido las encargadas de ampliar el discurso crítico de los ecologistas contra el capitalismo. Han comprendido más directamente toda la implicación de la destrucción de la naturaleza en nuestra vida, y han tratado de entender cómo el capitalismo busca explotar, apropiarse de la producción de la vida, dominar todos los sistemas y procesos que la producen, transformarlos en procesos y sistemas que producen ganancias, encauzar las fuerzas productivas del cuerpo de las mujeres y de la naturaleza hacia la acumulación. Las mujeres han sufrido en su propio cuerpo esa apropiación, la distorsión de su capacidad de crear la vida, la penalización del control de la procreación, de su sexualidad. A partir de esas experiencias han comprendido que el patriarcado y la destrucción de los elementos de la naturaleza son parte de un mismo sistema de pensamiento y dominación.

¿Cómo caracterizas el momento actual? ¿Cómo ves las luchas de las mujeres y qué desafíos consideras se están enfrentando? ¿Qué puedes transmitirnos a partir de tu experiencia?

Desde los años setenta se viene reestructurado la economía global de muchas maneras. Aunque con algunas diferencias, el hilo conductor en todas las realidades es la crisis de la reproducción, pues se han atacado de forma continua las medidas más básicas que las poblaciones del mundo tenían para reproducirse: mediante la privatización de la tierra, los ataques a los regímenes comunitarios con políticas extractivistas, los cortes de recursos públicos, la precariedad del trabajo.

Por eso la violencia se ha incrementado en el mundo, pues es la única forma de imponer un sistema de precarización de la existencia. En todo esto, el fracking es una metáfora social, un método de extraer, de exprimir la tierra, de destruirla para saquear todos sus tesoros. Lo mismo pasa con las personas. Estamos enfrentando un capitalismo que exprime todo lo que puede para continuar su lógica de acumulación. El capitalismo necesita cada vez más violencia para sustentarse. La guerra es una medida económica, mediante ella se cambian las relaciones económicas para modificar la situación. Con la guerra se destruyen países completos, y después se habla de que eran Estados fallidos.

Y en eso son muy importantes las luchas para defender y recrear las varias formas de existir, para recrear un sentido de solidaridad social. En América Latina, esto lo podemos ver en las villas miseria y en los barrios populares, donde las mujeres han creado formas de solidaridad y capacidades para reproducirse de forma diferente como estrategias de supervivencia, pero también han creado lazos y relaciones sociales diferentes.

Estamos enfrentando un momento muy confuso y difícil, pero también de gestación de algo nuevo. Veo que hay un movimiento de mujeres muy rico, con muchos frentes, que no siempre parecen caminar juntos, pero que sí lo hacen: mujeres indígenas y campesinas contra el extractivismo y la explotación de la naturaleza, redes de economía feminista, mujeres contra las múltiples violencias. Las mujeres ya no aceptan ser subordinadas. Las mujeres están creando sus espacios, partiendo de su propia experiencia, pensando lo que quieren para sus propias comunidades y colectividades. Las mujeres están descubriendo su propia fuerza. La dimensión de la espiritualidad está siendo muy importante, pero también reconocen sus dolores, las formas en las cuales nos autodestruimos, autodesvalorizamos e interiorizamos el capitalismo. Este es un proceso colectivo que no podemos hacer solas. Una generalmente no se mira con sus propios ojos, se miras a través de los otros o de lo que yo llamo la mirada del mercado. El mercado del matrimonio, el mercado del trabajo y de los empleadores, pero una nunca se mira con sus propios ojos. La fuerza del feminismo radica en cambiar la forma de mirarnos a nosotras mismas, por ejemplo a través de la mirada de nuestras hermanas. Cuando te ves a través de la mirada de las mujeres que amas y con las que luchas, es muy diferente a cuando te miras desde fuera.

Por eso son tan importantes los espacios de mujeres, porque estas experiencias no se pueden expresar cuando hay un espacio controlado por los hombres. Las mujeres de algunas comunidades pueden participar en las asambleas, pero en otras no se les permite. En ese sentido, los hombres tienen que cambiar, tienen que moverse de lugar. Cuando las mujeres señalan la violencia machista en sus colectividades, no son ellas las que debilitan la lucha, son los hombres los que la están saboteando. Si reduces y sofocas la capacidad de intervención y de lucha de las mujeres, debilitas la lucha.

La lucha es una medida de autoliberación. La política no debe ser un trabajo alienado, sino algo que confiere fuerza, comprensión y mejores relaciones con los otros. No debemos llevar a cabo la lucha como un deber. He escrito algo sobre la militancia feliz. Pienso que no hay que sacrificarse. Hay que hacer cosas que tengan que ver con nuestro bienestar. Si la lucha va en contra de nosotras, algo no va bien. Es muy importante que luchemos con un cuerpo y un corazón fuertes y no debilitados, alimentarnos bien en todos los niveles. Cada una tiene capacidades particulares y específicas; hay que ver dónde queremos estar y cómo queremos contribuir.

www.ecologiapolitica.info/?p=10267

Enero 10, 2018

 


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