Una entrevista que se suma a otra serie de planteamientos, escritos y reflexiones, que tensionan la concepción del sujeto político del feminismo. Una antigua discusión que ha implicado divisiones teóricas-políticas al interior del feminismo y que pone en cuestión el estatuto del cuerpo en la dimensión de lo político. (Natalia Pravda, Editora CT)
Por Catalina de Elía
«Yo no soy feminista», dijo Araceli González hace unas pocas semanas, alertada porque alguien del panel del programa de televisión en el que estaba hablando la había asociado a esa condición. Aunque luego su intento de desmarcarse del mote de «feminista» fue desafortunado en la materia («Las respeto muchísimo, pero tengo un hijo varón precioso y un marido hermoso y respeto mucho a los hombres también», destacó de inmediato), lo cierto es que aquella primera frase, su defensa ante un supuesto insulto, sirvió para que en las redes sociales, por ejemplo, fuera defenestrada y respaldada por doquier. Y también, por fortuna, para que se continúe pensando, debatiendo y defendiendo el feminismo.
«No todas las mujeres son feministas; no es una cuestión hormonal sino política. Por lo tanto, ni todas las mujeres son feministas, ni solo las mujeres son feministas. Varones, personas trans también pueden ser feministas», asegura la especialista Diana Maffía, directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Para ella, en la defensa que ciertas mujeres hacen de la desigualdad de género propia del sistema patriarcal imperante, se esconde la verdadera tragedia: «Que nosotras en nuestra vida cotidiana reproduzcamos las condiciones de desigualdad en lugar de producir condiciones o ser solidarias con la producción de condiciones más igualitarias, es trágico».
Porque para Maffía -doctora en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, docente de la UBA, autora de numerosas publicaciones e investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA- la clave del cambio reside allí, en esa solidaridad necesaria, imprescindible, para que el patriarcado comience a crujir desde sus mismas bases. Esa solidaridad tiene un nombre que juega con sus mismas letras: Sororidad. «Es un pacto con las otras, implica ver a las otras como sujetos de cuidado, orientarnos éticamente hacia protegernos unas a otras», dice Maffía, y agrega: «Desde allí, podemos pensar una pluralidad solidaria que pueda consolidarnos como un sujeto político.»
-¿Qué significa la «Sororidad»? ¿Cómo nace el término y cuáles son sus alcances?
«Sororidad» es una modificación sobre el lenguaje, que viene a cambiar una palabra tradicional en la filosofía política: «Fraternidad». Esta a su vez tiene su raíz en latín, se refería a la igualdad de los «frates», de los hermanos varones. Desde ya, no incluía a las mujeres. Cuando la «Fraternidad» se transforma en un principio de la Revolución Francesa, en el origen del estado moderno, expulsaba a las mujeres. Las mujeres no estábamos incluidas en el Contrato Social. Entonces, desde el feminismo se piensa cómo sería una solidaridad que no fuera de «frates». La contraparte de la palabra «frates» es «sores» (Sor, hermana mujer) ¿Cómo sería una «Sororidad», una hermandad de mujeres? Y allí aparece este concepto, muy interesante desde el punto de vista práctico porque implica un pacto con las otras, implica ver a las otras como sujetos de cuidado, orientarnos éticamente hacia la protección de unas a otras, formando esa hermandad de mujeres. Incluirnos nosotras en un colectivo que el «nosotros» de la política, o el «todos» de la política, no incluía. «Sororidad»: pensar en nosotras una pluralidad solidaria que pueda consolidarse como un sujeto político.
-¿Todas las mujeres somos feministas?
Desafortunadamente no. Porque no es una cuestión hormonal el feminismo, es una cuestión política. El feminismo, creo yo, es una combinación de tres convicciones. Una, descriptiva: constatar que en todas las sociedades las mujeres estamos peor que los varones. El análisis de cualquier indicador social (trabajo, salud, educación etc.) arroja sistemáticamente esto: las mujeres todavía estamos en condiciones de desigualdad. La segunda es considerar que está mal que sea así. Y en tercer lugar, algo que creo yo que es lo que finalmente define el feminismo: hacer lo posible, como un compromiso práctico en nuestra vida cotidiana, para no reproducir esa desigualdad, y si es posible, para revertirla. Si alguien cree que las mujeres estamos peor, cree que eso es injusto, y está dispuesto a no reproducir esa injusticia en su vida cotidiana, y si es posible revertirla, yo diría que es feminista. Y esto no tiene que ver con los cuerpos sexuados, tiene que ver con las convicciones políticas de las personas. Entonces, a la pregunta de si todas las mujeres son feministas, yo diría que lamentablemente no. Y el «lamentablemente» tiene que ver con que las mujeres reproducimos las propias condiciones de desigualdad, y eso es trágico. Que nosotras en nuestra vida cotidiana reproduzcamos las condiciones de desigualdad en lugar de producir condiciones, o ser solidarias con la producción de condiciones más igualitarias.
-Desde hace unas semanas circulan declaraciones en distintos medios de comunicación de algunas mujeres que dicen «Yo no soy feminista», o que de distintas maneras expresan o reflejan lo impregnado que aún tenemos la cultura patriarcal. ¿Cómo hacemos para no excluir a aquellas mujeres sino traerlas, incluirlas?
Lo primero que debemos tener en claro es que el patriarcado, como sistema de poder, no se maneja solamente con castigos. Es decir, hay un efecto del patriarcado que es la violencia patriarcal o violencia machista. Ahora, el patriarcado también se maneja con premios. ¿Qué nos da el patriarcado como premio, para que admitamos el lugar en que nos ha puesto, el lugar de lo privado, el lugar de lo doméstico, el ser objeto de deseo de los varones y satisfacer ese deseo? Nos dice que hay roles maravillosos para las mujeres: ser madre, ser esposa, realizarte en lo íntimo o excepcionalmente algunas mujeres en lo público, que han logrado tener un gran desarrollo pero sin impactar en las relaciones de poder real asumido por los varones. Esas mujeres suelen ser tomadas como ejemplo por el patriarcado y son premiadas, siempre y cuando no generen conflictos en el sistema patriarcal.
Por ejemplo, yo hice una vez un estudio sobre mujeres científicas. Muchas de ellas que ya estaban en lugares destacados, eran investigadoras superiores del Conicet, el máximo lugar posible: el 75% eran solteras. Es decir, su carrera había sido desarrollada con mucho esfuerzo personal, pero decían que su costo había sido que no le habían podido dedicar tiempo a construir una familia, una pareja, tener hijos. Eso habría distraído la construcción de ese éxito. Es una situación compleja, que me parece que explica por qué muchas mujeres no van a decir «Soy feminista»: porque creen que hay hacer un esfuerzo individual, y que ese esfuerzo puede ser premiado, y que el ejemplo son ellas mismas. Creo entonces que la aspiración del feminismo debe ser representarnos a todas las mujeres, pero ese «todas» no puede ser abstracto y uniforme. Las mujeres expresamos aspiraciones muy diversas. Y tendríamos que tener permanentemente un diálogo sin descalificar a la otra persona. Un diálogo crítico, sin que esto signifique expulsar a alguien de un colectivo que se está construyendo.
-¿Cómo entendés vos esta, si se quiere, novedad de que se esté hablando de feminismo en programas muy populares de la televisión?
Yo estoy a favor de que las personas que somos feministas vayamos a hablar de feminismo a todos los lugares que podamos. Porque hay prejuicios contra el feminismo. Por ejemplo, que por ser feminista estamos en contra de la familia: yo estoy en contra de cierto tipo de relación de subordinación que implica lo familiar, y por supuesto estructuraré mis relaciones de manera diferente. Estoy en contra de que alguien esté obligada a la maternidad, y entonces mi maternidad es elegida y será vivida de manera diferente. Y desearía que toda mujer pueda elegirla, pero eso no quiere decir renunciar completamente a cierto tipo de planes de vida. Y más allá de los prejuicios, también es importante que haya voces permanentes con perspectiva de género en la televisión, en los paneles. Una cosa es invitar a alguien una hora, gratuitamente, a tu programa, y otra cosa es tener alguien que permanentemente va a poner su voz dentro un diálogo. Esta convicción un poquito más activa todavía no la veo. Por ahora somos rating, y es una cosa medio novedosa.
-Con respecto a las denuncias de abuso sexual en la justicia, ¿cuál es tu visión en la actualidad? ¿Por qué a veces no nos creen cuando denunciamos algo así?
En general, las situaciones de abuso, ciertos tipos de violencia, son situaciones que ocurren en la intimidad. Y en el caso particular del abuso sexual, o del acoso sexual laboral, en las mujeres, muchas veces el acoso ocurre de una manera paulatina que tardamos en decodificar. Cuando decidimos hacer una denuncia, lo que hay es un relato de una persona acerca de una experiencia personal. Ese relato, que es la acusación que la persona hace, debería ser tomado como prueba. Es muy común que les digan a las mujeres «¿Qué prueba tiene?». Yo, en general, cuando asesoro mujeres que están en estas situaciones les digo «No borres el mail, guárdalo, no borres tu Whatsapp, hacé una captura de pantalla del Facebook, si te dice algo tratá de que haya testigos». Es muy difícil sostener materialmente las denuncias de esta índole porque ocurren en privado y porque hay mucho temor, incluso de las mujeres al denunciar. Porque sus familias, sus parejas, la cultura imperante va a pensar que ella provocó algo y que luego no se quiso hacer cargo. Entonces, el modo en que en el lugar de trabajo y luego en la justicia se reciben estas denuncias es un modo muy estigmatizante para las mujeres, que son tratadas sistemáticamente como mentirosas. Culturalmente, es tremendo.
-¿Y existen pautas de sororidad frente a las denuncias por acoso, por ejemplo?
Sí, muchísimas. Diversos colectivos de mujeres salen a sostener a otra que denunció y que es descalificada públicamente. Se la acompaña, no solo a feministas: a una mujer cualquiera que se animó a decir que algo fue lesivo para su autonomía sexual o para su deseo, porque hay que tener claro que el hecho de que no haya llegado a ser una violación, no implica que no sea abuso.
-¿Y en el ambiente laboral?
En el trabajo dependerá. Porque el trabajo es un lugar muy complicado. Hay relaciones de poder de las que depende la supervivencia. La fragilidad en los tipos de contrato hace que muchas veces las mujeres no tengan la seguridad de poder acompañar eso, la certeza de que no serán castigadas. Y los sindicatos todavía tienen muchas dificultades para responder a este tipo de denuncias. Ni siquiera cumplen con su cupo sindical, hay pocas mujeres sindicalistas, y por lo tanto estas cuestiones de acoso sexual en el ámbito laboral en general quedan para comisiones de mujeres o comisiones de género con poca representatividad y poco poder. Sin embargo, los hay. Hay sindicatos que respaldan denuncias, no solo de abusos sino también de violencia laboral: muchas veces se apela a insultos que tienen que ver con el aspecto físico de las mujeres, con someterlas a situaciones, con negar la posibilidad de tener una situación de embarazo protegida y con todos los derechos que corresponde. Hay muchísimas maneras de maltrato, de violencia laboral, que van más allá que el acoso sexual.
-¿Cuál es tu postura sobre la prostitución?
Me parece que hay tres posiciones en relación con la prostitución. Una posición que es regulacionista, y dice a grandes rasgos que la prostitución es trabajo, y por lo tanto debe ser reglamentado, con las garantías de toda otra condición laboral». Otra posición es prohibicionista. Dice «No debe haber prostitución», y asegura que la prohibición bajaría la trata de personas. Yo creo que en general los métodos penales no son los que bajan un delito. Pero hay una tercera posición, la abolicionista, que no trata de prohibir la prostitución sencillamente porque no es un delito penal en nuestro país. Es decir, cada persona es libre de ejercer la prostitución porque no está violando ninguna ley. Sí reconoce que la prostitución es una situación de extrema vulnerabilidad, y que entonces el Estado debería dar garantías de tener alternativas de vida. Que no esté en prostitución ninguna persona que no quiera estarlo: capacitarla, darle trabajo, por ejemplo. Sí deben perseguirse todas aquellas maneras de explotar la prostitución. Porque una persona, en una situación vulnerable, puede ser explotada por un proxeneta, por alguien que va a obtener beneficios económicos a costa de su situación de prostitución. Y la trata de personas, como delito trasnacional, va a alimentar ese circuito que fuerza a mujeres que quizá no desearían estar en esa situación. Eso también debe ser combatido por el Estado. Y eso no está ocurriendo: el Estado persigue a las mujeres en prostitución, o a las travestis en prostitución, y no persigue el proxenetismo ni la explotación sexual. Y no ocurre, primero, porque hay corrupción: hay compromisos de fuerzas policiales, políticas y judiciales con la protección de la explotación sexual. Y segundo porque muchas veces eso produce un dinero que financia ciertas formas de hacer política. En lo personal, me defino abolicionista.
-¿Cómo te imaginás la lucha feminista de acá a cincuenta años?
Lo ideal sería pensar que la lucha feminista tuvo éxito, y que entonces hemos desarmado un sistema de poder que es complejo: es a la vez colonialista, capitalista y patriarcal. Es muy difícil pensar que dentro de cincuenta años se pueda haber desarmado tanto nudo. Pero me encantaría, sí, que pudiéramos tener la convicción de que ningún sistema de poder puede estar basado en la condición corporal de las personas. Que las condiciones de etnia, de sexo, de edad, las discapacidades, todas aparentemente naturales porque las portamos en los cuerpos, sean entendidas como lo que son: cargadas culturalmente, desvalorizadas, jerarquizadas negativamente. Y que eso no puede instalar una relación de poder, porque significa que las personas, simplemente por tener las corporalidades que tienen, estarán en condiciones de opresión. Que entendamos que, desde allí, no se puede fundar ningún tipo de sociedad democrática.
19 de febrero 2018
Fuente: https://www.infobae.com/sociedad/2018/02/19/diana-maffia-varones-y-personas-trans-tambien-pueden-ser-feministas/
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