por Alvaro Ramis /PF. Nro. 894.
A inicio de 2010 Sebastián Piñera presentó su primer gabinete ministerial conformado predominantemente por equipos gerenciales. El sello de su primer gobierno pretendía ser el que le proveería gente experta en la gran empresa, con larga carrera en la gestión de compañías de gran escala. A los seis meses este diseño empezó a hacer agua. Los gerentes no sabían cómo comunicarse en el Congreso, no entendían que debían articularse con los partidos, se contradecían entre sí, minusvaloraban los movimientos sociales, y sobre todo, se desesperaban porque la administración pública es lenta, pesada, ultracondicionada por las múltiples contralorías y fiscalizaciones internas propias del Estado.
Cuatro años se demoró Piñera en aprender que un buen gerente privado puede ser un pésimo gerente público, si es posible usar esa denominación para quienes detentan un cargo político. Sobre todo si se trata de un gerente a la chilena, acostumbrado a vencer pero no a convencer, ni siquiera a los de su propio equipo. La racionalidad empresarial chilena parece marcada por la vieja escuela del patrón de fundo, que controla el latifundio como quién controla una parte de su casa y que considera a sus trabajadores como servidumbre doméstica. Pero el Estado, con todas sus contradicciones, no es eso. Es un entramado hecho y pensado para despersonalizar los cargos, para complejizar las decisiones y para limitar el poder de sus detentores. Un patrón de fundo al frente de un Ministerio se tiende a volver loco, porque tiene que dar cuenta de todo lo que hace a sus capataces, convencer a otros patrones de fundo que opinan y votan en el Congreso sobre su feudo, mostrar sus cuentas más ínfimas a una nube de burócratas que sólo se dedican a controlar sus gastos, y sobre todo manejarse en una escena pública donde cada gesto y cada palabra es juzgada por una opinión pública quejumbrosa e hipercrítica, incluso la que ha votado por su sector.
Este mal entendido de Piñera explica que su gobierno se convirtiera, con los números en la mesa, en el que más imputados por corrupción haya tenido desde 1990 a la fecha. Solo para recordar algunos nombres: Gabriel Ruiz-Tagle, Laurence Golborne, Pablo Wagner y Santiago Valdés, los más emblemáticos. Estos nombres, provenientes del mundo netamente empresarial, se diferencian de otros casos de corrupción que encabezaron dirigentes políticos como Pablo Longueira, Jacqueline Van Rysselberghe, Ena Von Baer, Jovino Novoa, Iván Moreira o Jaime Orpis.
APRENDIZAJES DEL PIÑERISMO
Durante los cuatro años fuera del gobierno, Piñera y sus asesores han han realizado algunos aprendizajes. El más importante es haber distinguido más claramente entre el rol del político y el rol del gerente. Y a la vez han diferenciado entre el gerente público o gerente de un ente estatal, y el gerente privado empresarial. Este aprendizaje se nota por los nombramientos que ha realizado y por la preparación que ha realizado de su gente.
Por ejemplo, el piñerismo profesionalizó la formación de sus cuadros intermedios encauzándolos a un curso universitario especialmente destinado a ello. A fines de 2016 lanzó un Magister en Gestión de Gobierno en la Universidad Autónoma, cuyo rector es el empresario y dirigente de derecha Teodoro Ribera. El director de este magister ha sido hasta ahora el ex subsecretario del Interior Rodrigo Ubilla, quién volverá a ocupar ese cargo el 11 de marzo. Este magister, que se dictó en Santiago, Temuco y Talca, fue una forma de crear un enfoque propio respecto a la especificidad de la gestión de lo estatal, un punto débil en el gobierno anterior de Piñera. Seguramente los ex alumnos de este magister ocuparán las seremías y direcciones de servicios regionales en los años venideros.
Pero donde más se nota el cambio de criterio es en el gabinete ministerial. En primer lugar, la “gestión” ministerial la ha radicado claramente en los subsecretarios. Algunos se repiten el plato: Rodrigo Ubilla en Interior, Alfonso Silva en Relaciones Exteriores, Claudio Alvarado en la Segpres, Fernando Arab en Trabajo, Lucas Palacios en Obras Públicas y Rodrigo Benítez en Medio Ambiente. Además Carol Brown asumirá Niñez tras haber estado antes en la Subsecretaría de Carabineros; Alfonso Vargas pasará de Defensa a Agricultura; Ricardo Irarrázabal de Medio Ambiente a Energía y Juan Manuel Toso, quien fue subsecretario subrogante de Redes Asistenciales durante el primer periodo esta vez asumirá como titular. Piñera sabe que esta gente ya aprendió a hacer la pega y conoce la enmarañada dinámica de la gestión interna del Estado. A los subsecretarios les tocará hacer la labor cotidiana, burocrática, administrativa para liberar totalmente a los ministros para que tengan un rol netamente político.
¿Y quienes son sus ministros? En su mayoría son políticos experimentados, que saben de la política parlamentaria. En un primer anillo duro, provienen de los partidos de la derecha: Andrés Chadwick (UDI) en Interior, Alberto Espina (RN) en Defensa, Hernán Larraín (UDI) en Justicia, Nicolás Monckeberg (RN) en Trabajo, Cristián Monckeberg (RN) en Vivienda, Baldo Prokurica (RN) en Minería, Felipe Ward (UDI) en Bienes Nacionales.
El segundo grupo de ministros se puede denominar “los ideólogos”. Sin experiencia relevante en el campo partidario o parlamentario, poseen una experiencia clave en el ámbito del desarrollo de las ideas de derecha, por su participación en alguno de los think tank de este sector: Libertad y Desarrollo, Avanza Chile y Fundación para el Progreso.
Libertad y Desarrollo es el centro de estudios tradicional de la UDI, fundado por Hernán Büchi y dirigido por décadas por Cristián Larroulet. En este gabinete contará con Juan Andrés Fontaine como ministro de Obras Públicas, Susana Jiménez como ministra de Energía, José Ramón Valente, en el Ministerio de Economía, Marcela Cubillos, ministra de Medio Ambiente, y Alfredo Moreno, ministro de Desarrollo Social.
LOS DUROS
Libertad y Desarrollo es un think tank clamente neoliberal que casi parece moderado frente a la anarcocapitalista Fundación para el Progreso. Este centro fundado y financiado por el ex propietario de los supermercados Líder, Nicolás Ibáñez y dirigido por el economista Axel Kaiser, se ha ganado el apelativo de los “yihadistas del libre mercado” por parte de la derecha. Este espacio llegó al gabinete con dos de sus integrantes: Roberto Ampuero en la Cancillería y Gerardo Varela, en Educación. No son casuales estos nombramientos. No se trata de gerentes, se trata de ideólogos, de “guerreros culturales” en dos áreas que la derecha reconoce como su debilidad. El analista Cristóbal Bellolio, comentando estos nombramientos señaló: “Piñera le hace caso a Kaiser: esta es una batalla cultural y no hay que darla a medias tintas, hay que darla con lo más duro que uno tiene(1)”.
La Fundación para el Progreso (FPP), junto con manejar un presupuesto impresionante, que sale del bolsillo de Ibáñez, cuenta con una red internacional de contactos con las fundaciones y centros neoliberales más duros del mundo. Mientras Libertad y Desarrollo es la contraparte en Chile del tradicional CATO Institute norteamericano, ligado al Partido Republicano, la FPP es el socio del Ayn Rand Institute y de Atlas Society, unos think tank que van mucho más lejos que el partido de Donald Trump en materia ideológica. Se trata en realidad de gupos que proponen la disolución del Estado en el mercado, incluso en áreas y maneras que Friederich Hayek y Milton Friedman nunca hubieran apoyado. La comparación con el yihadismo no es inapropiada porque es un centro que no teme las consecuencias que provoquen sus actos. Lo que busca no es administrar bien la realidad existente, sino alterarla generando un “caos creativo” que desemboque en un nuevo orden modelado de acuerdo a su utopía del mercado autorregulado sin el menor rastro del Estado.
Por su parte Avanza Chile es el corazón del piñerismo, el centro de estudios personal del candidato. De allí vienen Cecilia Pérez, que vuelve a la Secretaría General de Gobierno; Felipe Larraín, en Hacienda y Gonzalo Blumel, que era el director ejecutivo de esta fundación, nuevo ministro de Segpres. También desde este espacio proviene Alfredo Moreno nuevo ministro de Desarrollo Social, incorporado al Comité Político a partir de marzo. Otro rostro es Isabel Plá, ministra de la Mujer y Equidad de Género. Este grupo es incondicional al presidente, su brazo ejecutor directo sin mediaciones ni resistencias.
Cabe hacer notar que en este diseño no figuró el Centro de Estudios Públicos. El CEP, que trató de posicionar una derecha liberal, independiente de los partidos e “inteligente”, no contará con ningún ministro ni alto cargo en el nuevo gobierno de Piñera. Es un síntoma de la derrota final de intelectuales de gran nivel como Arturo Fontaine, que justamente por pensar y hablar sin filtros se han hecho incómodos para su propio sector. Hoy Piñera quiere políticos disciplinados, intelectuales funcionales a sus proyectos y agitadores ideológicos para correr el cerco de lo posible. Hacia la derecha.
ALVARO RAMIS
(1) El Mercurio, 24 de enero de 2018.
Fuente: Publicado en “Punto Final”, edición Nº 894, 9 de marzo 2018.
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