Cuba, Cuba .. ¿Qué pasa en Cuba?

Rafael Hernández (La Habana, 1948). Politólogo, profesor, investigador.

Extensa entrevista con Rafael Hernández, director de la prestigiosa revista cubana Temas.

Cuba. Por un socialismo sin miedo (I)

Para comprender mejor el actual momento de la sociedad cubana, segunda parte de la entrevista íntegra a uno de los intelectuales cubanos más lúcidos y comprometidos.
Entrevista de Christine Arnaud/El Viejo Topo.
Christine Arnaud: Hace 45 años, a mi llegada a Cuba, nosotros tuvimos unas cuantas conversaciones paseando por las calles de La Habana. Me sorprendieron tus palabras y las de otros amigos cubanos, cuando se referían al pasado. Era una forma muy diferente de la que existía en Francia, mi tierra natal. Era un pasado vivo, que daba la impresión de acompañar el presente. Los cubanos hablaban con frecuencia de Martí, de Maceo. Señalaban el lugar donde había caído Pepito Tey, como si me enseñaran el portal de la casa de su abuelo. Y por otro lado, estaba la visión de futuro. El futuro aparecía como un horizonte abierto, un lugar en el que era posible realizar los sueños. Un ejemplo de ello es el Teatro Escambray –con el que colaboraste- que fue una acción transformadora de la realidad de esa zona del país. A pesar de Mayo 68, un francés difícilmente podía plantearse volcarse en una acción colectiva o personal directa, con la idea de transformar radicalmente la realidad, como lo hacían los cubanos. Y el tercer elemento novedoso para mí fue el descubrimiento del espíritu colectivo de los cubanos, que contrastaba con el individualismo al que estaba acostumbrada.

Lo que quisiera preguntarte es si esa percepción mía de lo que representaba el pasado y el futuro en Cuba a principios de los años 70 se puede trasladar a la Cuba actual y si ese sentimiento de colectividad permanece intacto hoy en día.  

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezRafael Hernández: Es una pregunta muy grande, por lo que implica de recuperación de ese pasado y de interpretación sobre el horizonte del que estamos hablando. Cuando nos conocimos, el pasado era uno y el futuro también. Veíamos la Revolución (así, con mayúscula) como el desembarco de una historia por la libertad y la justicia social iniciada hacía cien años. Y claro que era así. Pero nuestra visión del curso de esa historia era más bien lineal, como si hubiera estado hecha de un enfrentamiento entre el bien y el mal, y cada cual estaba identificado nítidamente ex ante. Hoy el pasado se ha multiplicado. Aunque muchos siguen viéndola de manera simple, aquí y allá, y algunos de sus descontentos la despachan como un error, una equivocación en el curso normal de la historia, y otras zarandajas, hoy sabemos que la historia real es muchísimo más compleja, y no puede reducirse a leyes deterministas de la historia, ni tampoco a la preclaridad reconocida de Fidel Castro.

Si damos un paso atrás y nos miramos a nosotros mismos, lo primero es tomar conciencia de cuánto tiempo ha pasado. Tanto como el que había entre el momento de conocernos tú y yo entonces y la víspera de la revolución del 30, acontecimiento entonces remoto para una generación como la nuestra, que no la había vivido. Lo que teníamos muy cerca entonces era el capitalismo, cuya naturaleza no hacía falta demostrar, porque todos lo habíamos vivido y podíamos recordarlo, y era literalmente la Cuba de ayer. Hace poco una profesora les preguntaba a unos jóvenes estudiantes universitarios por “los rezagos del pasado” –retomando la expresión del Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”– y ellos le contestaban sobre lo que había ocurrido en los años 80 e incluso a principios de los años 90, su horizonte no es –no puede ser— el del capitalismo y sus rezagos.

En aquel momento en que nos conocimos, lo que había ocurrido antes era más discernible, con un contorno mucho más claro que lo acumulado en el casi medio siglo posterior. Ese acumulado, que incluye nuestra experiencia como pueblo, la del mundo, nuestras propias vidas, está lleno de cosas que queremos rescatar; pero incluye otras que no volveríamos a hacer o a dejar que pasaran.

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezEl futuro tampoco es un camino lineal, ni un mapa de ruta que compartamos todos. La manera de pensar el socialismo, de concebirlo, se ha multiplicado, se ha hecho diversa, como nuestra propia sociedad. La idea del socialismo de entonces –los años 70, 71, 73, cuando me gradué en la universidad— estaba cambiando respecto a la que había predominado hasta 1970. Esa transformación en la cultura del socialismo, se extendió hasta hace poco tiempo, incluyendo los años oscuros de la crisis, el túnel del periodo especial. Al salir de ese túnel, era imposible seguir pensando el socialismo de la misma manera. Pero el tránsito entre los 60 y los 70 –ahora podemos verlo con el beneficio de la perspectiva— fue mucho menos problemático que el actual. Hoy simplemente no existe una idea compartida y perfectamente clara para todos acerca de qué socialismo se trata y cómo este debe ser. Esto se puede ver como una deficiencia –y quizás lo sea— aunque también representa una oportunidad. Hoy sabemos cómo no se hace el socialismo. Esta experiencia no la teníamos en 1968, ni en 1972. Se trata de construir entre todos la propia idea del socialismo, que no es una fórmula abstracta, sacada de un manual o de cuatro discursos, sino un sistema más justo y humano, que no se mida solo por el acceso gratuito a la educación y la salud, sino por la dignidad y la equidad, el desarrollo y la participación ciudadanas, y naturalmente, la soberanía y la independencia nacionales. Seguro que ninguna sociedad de este hemisferio tiene más capacidad para alcanzarlo que Cuba. Pero eso no lo hace más fácil. Antes de morir, el propio Fidel reconoció que no existe una guía de cómo hay que construirlo. En una entrevista famosa, expresó “nadie sabe cómo se construye el socialismo.” Creo que esto describe bastante cómo estamos.

Desde luego que la distancia entre aquel momento de inicio de los 70 y ahora es considerable. Siguen existiendo movilizaciones, pero no tienen hoy el carácter de aquellas acciones colectivas en que nos envolvíamos entonces, de manera mucho más cohesionada y emocional, que nos juntaba a todos o a casi todos. Ahora ocurren como convocatorias a las que muchos responden, pero que no se viven igual. Lo que más se parece a aquellas acciones colectivas de entonces es lo que ocurre, por ejemplo, cuando pasa un ciclón. Ahí se sigue expresando la energía potencial y la capacidad de la movilización social, la fuerza de la vida en comunidad, que yo veo como constructiva de futuro. No comparto la idea de que el sentido de la solidaridad se ha esfumado. En momentos como este del ciclón, la gente sale a hacer las cosas y a ayudar antes de que les orienten nada. La posibilidad de canalizar esa movilización sigue siendo una gran fuerza de cambio en la sociedad cubana. Aunque algunos la describen como una conciencia social desencantada, permanece la motivación de la gente por construir un país mejor, más allá de su entorno inmediato, una sociedad más justa, que sigue siendo la del socialismo, aun cuando no todo el mundo la defina así.

P: A lo largo de los años 70 y 80 tuve el sentimiento de una pugna entre dos fuerzas opuestas: un impulso transformador e innovador y un freno burocrático, una fuerza centralizadora. El fracaso de la zafra de los 10 millones, al inicio de la década del 70, puede haber inclinado la balanza del lado de la centralización. Quisiera saber si esa pugna sigue siendo un problema fundamental en la Cuba de hoy y hasta qué punto la idea de socialismo adoptada después de la zafra de los 10 millones permanece vigente.

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezR: Creo que el Estado revolucionario de los años 60 era muy centralizador también. El mando político no era descentralizado, ni horizontal, sino todo lo contrario. No con las modalidades del paradigma soviético, ni con sus prácticas, su estilo, pero también altamente centralizado, por razones de seguridad nacional; y esa centralización se quedó, se instaló definitivamente en el sistema. La diferencia era que había una gigantesca participación, o para decirlo con una palabra cubana, un embullo movilizativo, que seguía la dirección orientada por el mando político, pero que no se vivía como formalidad, sino como decisión y voluntad de participar.

En los años 70, el nuevo modelo institucional no se dedicó simplemente a replicar el soviético. Claro que en el mando económico, las fuerzas armadas, el orden jurídico, y hasta en aspectos de la vida interna del PCC, había mucha influencia de aquel modelo. Pero no en los órganos representativos del sistema político. El Poder Popular, por ejemplo, no era la burocracia distante del Soviet, sino buscaba reforzar la capacidad de participación y control desde abajo. Ni el ingreso a las filas del PCC se parecía al predominante en los países del Este de Europa o en China; se mantuvo el estilo establecido desde la construcción del PURSC y el PCC en los 60, de manera que el ingreso implicaba una selección democrática dentro del colectivo laboral, que aprobaba o no al candidato; una consulta con los vecinos, los antiguos compañeros, y una verificación de toda la vida del aspirante a militante del PCC, que se exponía a la crítica y a la evaluación de muchos. La condición de militante conllevaba ante todo un reconocimiento social, no la mera aprobación de los aparatos, e implicaba, naturalmente, su confiabilidad política, pero no le otorgaba privilegios materiales. Así no era –ni es— en otros países socialistas.

No se debe olvidar tampoco que en los años 70 y 80 hubo una profunda transformación de la estructura educacional del país, que ya no tenía como meta la alfabetización, ni el 6º grado; sino a que todos tuvieran un mínimo de 9º grado. Esa revolución educacional disparó el número de profesionales, pues la enseñanza universitaria se extendió a todo el país. A pesar del marxismo-leninismo de los manuales soviéticos en todos los niveles de esa educación, la política cultural no se quedó encerrada en esas concepciones. Los cubanos de los 70 y 80 vieron más películas de orígenes nacionales diversos que ningún país que yo conozca, incluyendo el mejor cine europeo, japonés, latinoamericano, africano, y hasta norteamericano. Lo mismo pasó con las obras literarias de esas regiones. Cine y literatura accesibles para todos a precios ínfimos; así como a todas las manifestaciones artísticas. Esa democratización del acceso a la cultura, la salud y el sistema escolar estuvo marcada por los atavismos atribuidos al paradigma soviético.

En cuanto a la burocracia, o más bien, al burocratismo, ya era un problema en los años 60. Una película como La muerte de un burócrata, en 1966, se burlaba y criticaba la burocracia, que ya era un problema mayor. Lo siguió siendo en los años 80, y dura hasta hoy. Pero claro que el Estado es algo más que la administración o la burocracia; también son los órganos de representación popular, de los ciudadanos. En aquellos años 70, el proyecto del Poder Popular se proponía construir un sistema político que no solamente institucionalizara la participación, sino lograra que los ciudadanos tuvieran capacidad real de influencia. En ese esfuerzo institucional participativo se avanzó mucho en los años 70 y primeros 80, pero después se formalizó, y se perdió ese impulso. Precisamente, uno de los temas de la agenda política actual es la revisión crítica del desgaste ocurrido desde la segunda mitad de los años 80, y especialmente, desde los años 90 para acá, en ese sistema de órganos representativos. Ahora mismo, este es uno de los problemas con que tienen que lidiar políticas de reforma, conocidas como la Actualización del Modelo: revitalizar, renovar, reestructurar, rejuvenecer y darle realidad al funcionamiento de los órganos representativos del Poder Popular, desde el nivel de circunscripción y Asamblea Municipal, hasta la Asamblea Nacional. Y aquí entramos en el tema de la democracia, presente por cierto ya desde los años 60, por ejemplo, en El socialismo y el hombre en Cuba, cuya agenda de problemas mantiene vigencia casi total en nuestros días.

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezEl socialismo estado-céntrico concebido en los 60, 70 y 80, está agotado. Se requiere un modelo mucho más diverso, centrado en la sociedad, representativo de sus diferentes grupos, donde todo el mundo tenga voz y no solamente voto; donde no solo se pueda ejercer el derecho a discrepar, sino a influir y controlar las decisiones. Esto se dice rápido. Pero es un desafío y un problema estratégico que caracterizan el debate actual.

P: Cuando llegué a Cuba a principios de los años 70, el enfrentamiento entre Cuba y los EEUU estaba en un punto álgido. Había embarcaciones pesqueras, como la del Alecrín, secuestrada en aguas internacionales, aviones norteamericanos que sobrevolaban la isla. La tensión era máxima. Los tiempos han cambiado bastante. ¿Cómo definirías las relaciones actuales de Cuba con EEUU? ¿En qué aspectos se han modificado con el cambio de Obama a Trump?

R: Las relaciones entre Cuba y los EEUU se han venido modificando, sobre todo después del fin de la Guerra fría. Aunque no habían dado lugar a la normalización diplomática, ya habían tenido lugar cambios importantes. Por ejemplo, la cooperación en materia de inmigración y control de fronteras, para asegurar un flujo migratorio ordenado y razonablemente organizado; la vigilancia y protección de las zonas aledañas a Cuba y a los EEUU, especialmente la intercepción del narcotráfico. No hay que olvidar la cooperación en asuntos como la detección y prevención de huracanes, la cooperación en materia de protección del medio ambiente, contra epidemias y contaminación de las aguas, o para evitar y actuar contra derrames de petróleo en aguas profundas. Ambos ya cooperaban, especialmente en cuestiones como estas, que tienen una significación en materia de seguridad nacional para los dos lados. Antes de que Obama propusiera abrir las embajadas (digo Obama, porque Cuba ha querido abrir embajadas hace mucho rato), los dos países coordinaban asuntos de seguridad nacional. Esa no era la Cuba en la que EEUU decidió secuestrar y retener un barco pesquero cubano, o que toleraba con total impunidad a los grupos extremistas terroristas con base en Miami que operaban contra la Revolución, o que resistía provocaciones desde la Base naval norteamericana en Guantánamo.

De modo que el proceso de la normalización no debe verse como un acto en el que la administración Obama se lleva todas las palmas, sino como resultado de un proceso de identificación de intereses mutuos. Cuando se acaba la administración Obama en enero de 2016, ninguno de los acuerdos que se habían firmado fueron cancelados, lo que sigue siendo así hasta el presente. El presidente Trump ha dicho cosas muy chocantes acerca del sistema político cubano –lo que tampoco es nuevo ni ha hecho solo el gobierno de EEUU–, y repetido la misma tonada respecto a la libertad y los derechos humanos en Cuba –tampoco nueva ni exclusiva–. Sus medidas hasta ahora han consistido en prohibir que los visitantes norteamericanos que vienen bajo la licencia “people to people” se hospeden en hoteles administrados por empresas de las fuerzas armadas o el Ministerio del Interior, ni puedan venir por su cuenta, sino que deben hacerlo en grupo, organizados por una agencia de viajes autorizada. Por lo demás, las visitas no se han prohibido. En 2017, en la primera mitad del año, aumentó el número de esos visitantes provenientes de los EEUU, en más del doble.

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezLo más importante –y podríamos estar hablando sobre este tema durante mucho tiempo– ha sido que el flujo de personas de un lado a otro ha aumentado y se ha diversificado. A la isla llegan no solo estudiantes y jubilados, sino empresarios, abogados, gobernadores, alcaldes, empleados públicos, congresistas, ex-funcionarios de alto nivel, militares retirados. Como resultado, la Cuba “gulag tropical” donde “la pobre gente sufre miseria y opresión” se ha transformado en esa isla cuya capital es “una de las 14 ciudades del mundo que usted no debe dejar de visitar” –siempre citando al New York Times.

En este minuto, y desde agosto de 2017, quizás el mayor perjuicio a las relaciones no sea el de los hoteles prohibidos y la limitación a los viajes individuales, sino la disminución de los intercambios académicos y culturales. Estoy impartiendo una clase a un grupo de estudiantes de pregrado de varias universidades norteamericanas, que pasan un semestre aquí en La Habana. Se trata de universidades grandes, que pueden costear estos programas, y tienen asesores legales experimentados en las regulaciones de su gobierno. Pero las más pequeñas, así como muchos ciudadanos comunes que viajaban bajo la licencia “people to people” se ven amedrentados por las “advertencias” que ha emitido el Departamento de Estado respecto a la “inseguridad” de visitar Cuba, descrita como una país donde se puede ser víctima de una “agresión sónica” que les afecte el cerebro [1]. Por rocambolesca que parezca la historia de los diplomáticos con sordera y daños cerebrales, las universidades y otras instituciones, así como los ciudadanos comunes y corrientes, son sensibles a estos anuncios sobre peligros que los acechan en un mundo hostil. Así que el número de visitantes, incluidos estudiantes, declinó en la segunda mitad de 2017.

Por otro lado, no son únicamente norteamericanos que ahora están autorizados a venir a Cuba, aunque no en la condición de turistas ni lo hagan con total libertad, sino de cubanos que van a los EEUU.

Y esto no atañe solo a la política norteamericana, sino a la nuestra. Cuba en los últimos años –exactamente, desde el 16 de enero de 2013– ha cambiado sus regulaciones migratorias. Ahora, para radicarse y trabajar afuera, no hay que “irse” de Cuba. De hecho, si me preguntaras cuántos cubanos se han ido de Cuba en el último año, ni yo ni nadie te lo podría contestar. Porque el que se fue de Cuba hace un año o 20 meses, mientras mantenga un pasaporte vigente, puede regresar. De manera que el irse de manera definitiva es ahora una opción que solo pueden escoger los que no quieren vivir en Cuba nunca más, o no quieren tener propiedades en Cuba, o no quieren disfrutar de ninguna de las ventajas que puede tener el vivir en Cuba, incluido el acceso al sistema de salud. Incluidos los que se van para EEUU.

Esos cubanos que consiguen allá su residencia (al amparo de la Ley de Ajuste Cubano, que sigue ahí intacta), obtienen un empleo, ahorran, mandan remesas a sus parientes, regresan a Cuba, vuelven a salir, vuelven a regresar. Lo que era una carretera de una sola vía, ahora es una rotonda: se entra y se sale. Ha cambiado entonces la índole y la percepción sobre la decisión migratoria, así como el lugar de los emigrados en la vida del país. Muchos cubanos residentes afuera, sin haber perdido su residencia adentro (como ocurría antes de 2013), no se limitan al rol de suministradores al fondo de consumo familiar de sus parientes, sino se han convertido en inversionistas dentro del nuevo sector privado cubano. Por otra parte, una cantidad creciente de los que se fueron antes de 2013 ha recuperado su residencia permanente en Cuba, al amparo de la nueva ley de 2013. Así que numerosos residentes en el exterior vienen a Cuba cada dos o tres meses, en algo más parecido a una puerta giratoria que a un simple diálogo entre el gobierno cubano y la emigración.

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezEse diálogo se inauguró como política hacia la comunidad cubana en el exterior en 1978-79, según recordarás, pues estabas aquí. Ahora esta relación no se cifra en un diálogo (que sería necesario renovar como política, por cierto), sino en una nueva articulación con la vida nacional, una especie de concatenación, un flujo constante, de doble vía, que tiende a ser el normal de cualquier país. Esta es una parte fundamental de nuestra relación con EEUU que no debemos olvidar, aunque no sea parte de acuerdos oficiales entre los gobiernos.

Claro que a casi nadie en el universo le puede gustar una presidencia como la de Donald Trump –no solo a los cubanos. Pero realmente somos uno de los países que menos ha sufrido los impactos de esta nueva administración norteamericana, en términos relativos. A mi juicio, lo irreversible del proceso de normalización entre los dos gobiernos es que responde a una nueva configuración de intereses de ambos lados, donde la seguridad nacional sigue siendo el principal marco de referencia, y donde la geopolítica resulta como siempre decisiva. En este mundo que no es ya bipolar, ni tampoco unipolar, como se estuvo diciendo en la primera posguerra fría, nuestras relaciones dentro del sistema internacional incorpora nuevas fortalezas. Algunos miran nuestras relaciones exteriores con lentes viejos, confundiendo a Venezuela con la URSS, y a Miami con la política doméstica norteamericana. La ecuación de esas relaciones exteriores tiene mucho más variables de peso, empezando por Rusia y China, la propia Europa, para no hablar del resto del hemisferio, con interlocutores como Canadá y los principales países de la región, y la continuada cooperación con África, incluyendo viejos aliados como Argelia. Cuba tiene más relaciones con más países en el mundo que nunca en su historia. Y también cuenta con nuevos interlocutores dentro de los propios EEUU, sin excluir a un número no despreciable de congresistas y gobernadores republicanos.

Lo irreversible también se refiere, entonces, a que esa relación ha dejado de ser monoaural, entre los dos gobiernos, y se ha vuelto estereofónica, al involucrar a una variedad de actores y canales de comunicación. Estos abarcan interflujos culturales, académicos, económicos, religiosos, entre ciudades y regiones, en diversos niveles, más allá y por debajo del gobierno de EEUU, entre los dos lados. A pesar del impacto negativo reciente sobre la emisión de visas a cubanos y las advertencias sobre amenazas neurológicas a los viajeros de EEUU, este proceso de cambio en la tónica de las relaciones entre las dos sociedades está tejiendo una red nueva de intereses y vasos comunicantes entre las dos partes que no podemos desconocer.

P:Dices que un cubano que se va a EEUU y trabaja en EEUU, puede luego regresar, puede salir y entrar de nuevo. ¿Ese cubano puede decidir volver a vivir en Cuba y seguir trabajando aquí en Cuba?

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezR: Naturalmente que sí. Se van a EEUU, trabajan allá, regresan, se compran una casa o un automóvil, se vuelven a EEUU a ganar dinero, a trabajar en oficios para los que están muchas veces super calificados, trabajos manuales -como hacen muchos otros inmigrantes- con la ventaja, respecto a los demás, que pueden obtener la residencia permanente con mucha más facilidad que los de cualquier país de América Latina.

En los últimos días de su presidencia, Obama terminó la política de pies secos/pies mojados, que le permitía a un cubano llegar en un bote a EEUU y si ponía un pie en ese país, ya no lo podían sacar; o aparecerse en la frontera de México o Canadá, y las autoridades migratorias lo dejaban entrar. Eso se acabó. Como resultado, ¿cuántos cubanos están llegando en bote a los EEUU? En algunos de los últimos meses llegaron cero. ¿Por qué? Saben que si llegan sin visa a los EEUU, van a estar tan ilegales como un guatemalteco o un salvadoreño. Y prefieren no correr ese riesgo.

Esto prueba que la presión migratoria aquí es la misma que puede haber en cualquier parte, probablemente menos, porque hay muchísima gente desesperada que se lanza a querer llegar a EEUU a través de Centroamérica y México, o en un bote desde el Caribe. Sin ese privilegio que antes tenían, los cubanos lo piensan dos veces y deciden que no.

Creo que Cuba debe seguir avanzando en su política migratoria; en las relaciones con los cubanos que viven afuera. No sólo con los que están saliendo en los últimos años; sino con los que se fueron hace 25-30 años y más. Es necesario que se normalicen esas relaciones y que los que están afuera puedan regresar, en la medida que respeten las leyes del país. Así hicieron los chinos con sus emigrados, y los vietnamitas. Se trata de una política al margen de las relaciones que puedan tener los dos gobiernos.

P: Hace poco Silvio Rodríguez cantó en los EEUU, cantó en Nueva York, me parece. ¿Es primera vez que lo hacía?

R: No es la primera vez. Te refieres a cuando cantó en el Central Park. Muchas agrupaciones cubanas han actuado en los EEUU. De hecho, cuando los Van Van, el grupo de música bailable más conocido en Cuba, fueron por primera vez a tocar a Miami en un estadio, el exilio neandertal les hizo un boicot, con amenazas de bombas, etc. Puro terrorismo. Ahora no pasa eso. Las orquestas tocan, la gente va a bailar, los invitan a programas de televisión. Todo eso forma parte de una nueva relación con EEUU que no podemos soslayar. Es decir, que el conjunto de esas relaciones no está atrapado en las manos de los cavernícolas, como algunos parecen creer. Hay numerosos factores y protagonistas, como te comentaba antes, que no comparten la ideología, pero sí los intereses comunes. Y que vienen a este país todas las semanas.

P: En 1972, hacía cinco años que el Che había sido asesinado en Bolivia. Se seguía hablando de exportar la Revolución en América Latina. Los movimientos guerrilleros estaban activos en la región. Han sucedido muchas cosas desde entonces. ¿En qué sentido se han modificado las relaciones entre Cuba y América Latina? ¿América Latina es más o menos importante para la Cuba actual?

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezR: Yo creo que sigue siendo muy importante para la Cuba actual. En los años 60, la importancia estaba en que siendo un país de esta región, a la que nunca renunciamos, no teníamos acceso a ella, porque nos lo habían cortado. Cuando llegaste a esta isla, la mayoría de los países de América Latina y el Caribe no habían restablecido relaciones con Cuba. Hoy todos las han recuperado, antes de que lo hicieran los EEUU, todos sin excepción. Y en alguno de esos lugares, por ejemplo en Guatemala, El Salvador, Haití, Brasil, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, donde los guerrilleros cubanos o los guerrilleros latinoamericanos entrenados en Cuba, en aquellos años 60, no pudieron en la mayoría de los casos arraigarse y triunfar, o en parajes donde nunca soñaron llegar estos guerrilleros, hoy hay médicos cubanos. Y la cantidad de esos médicos, expertos en alfabetización, entrenadores deportivos, rebasa con mucho a la de aquel puñado de guerrilleros apoyados por la Revolución cubana, en momentos de total aislamiento, la mayoría de los cuales, por cierto, no fueron enviados ni respondían al gobierno cubano, sino a la convicción de que una revolución para resolver la injusticia social y la opresión era necesaria en sus países. Esa es una de las paradojas. No es sólo que América Latina es más importante para Cuba, sino que el perfil de Cuba es mucho más alto en la mayoría de América Latina y el Caribe de lo que nunca fue en aquella época. Hasta ese punto ya no se percibe a los revolucionarios cubanos como amenaza o factor de inestabilidad. Habría que extenderse más allá de esta entrevista para razonar de manera ecuánime sobre lo que de verdad pasó en la segunda mitad de los años 60 con las guerrillas entrenadas en Cuba. Pero solo para mencionar una medida actual de cómo han cambiado las cosas es el hecho de que en un país donde hubo guerrillas entrenadas en Cuba –como fue el caso del ELN de Colombia– La Habana fue el país elegido por el gobierno colombiano para negociar la paz con la más importante de las organizaciones guerrilleras, FARC-EP.

No es un secreto para nadie, ni hace falta que lo subraye: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Nicaragua han sido en los últimos años países con los cuales Cuba ha tenido relaciones muy especiales, como nunca pudo con ningún país en los años 60 e incluso en los años 70, si ponemos como excepción el Chile de Salvador Allende, entre 1970 y 1973, o el triunfo sandinista y la elección de la Nueva Joya en Granada, en 1979. Hoy existen relaciones muy estrechas de cooperación con todos los países del Caribe. Incluso con uno que produjo un trauma nacional, asociado a una invasión norteamericana, la isla de Granada, donde cubanos y soldados norteamericanos se enfrentaron en una batalla muy desigual, en 1983. A pesar de aquel acontecimiento amargo, hay maestros y médicos en Granada, como en casi todos los países del Caribe (con la excepción de Puerto Rico), al igual que en otros latinoamericanos. Las relaciones de Cuba con el Caribe y Centroamérica son hoy muchísimo más profundas que nunca antes.

En cuanto a nuestras relaciones comerciales, económicas y políticas con el gobierno de Venezuela, hay quienes las comparan con las existentes antaño con la Unión Soviética. Lo que solo puede responder a ignorancia o mala fe; y en todo caso, resulta ridículo. Hay que no tener ni idea de cuál era nuestra relación con la Unión Soviética ni entender la posición de Venezuela en el contexto de las relaciones exteriores cubanas para hacer esa comparación. Cuba tiene relaciones mucho más diversificadas que las que tuvo en los años 70 y los 80 de manera muy concentrada con el campo socialista, con el que transcurría el 80% del intercambio comercial y financiero externo. Hoy ese sector externo está muy repartido.

Cuba. Entrevista a Rafael HernándezNuestras relaciones con Europa son mejores que nunca antes, incluidos casi todos los europeos, empezando por España, y la propia Unión Europea. Canadá se ha mantenido en todos estos años como un socio comercial de Cuba, inversionista principal en la extracción de níquel, y origen de la mayor parte de los turistas, más de la tercera parte. Nuestro primer socio comercial es China, lo que no resulta extraño, por cierto, en el contexto regional. Las relaciones económicas con Rusia, muy disminuidas en los 90, se han reanimado aceleradamente en los últimos años. Nada de ese aumento tiene que ver con el suministro de armas o tecnología militar, dicho sea de paso. De manera que el horizonte de las relaciones internacionales de Cuba está mucho más repartido de lo que estuvo nunca, antes o después de la Revolución. Esto es clave respecto a una política que evitaría poner todos los huevos en la misma canasta. Si, por ejemplo, se levantara el bloqueo de los EEUU, podría ser que tuviéramos la paradoja de un nuevo desafío, consistente en precavernos de concentrar las nuevas relaciones comerciales y financieras con EEUU. Los economistas repiten que EEUU es el mercado natural de Cuba, puesto que es el más grande del mundo, y está al lado de nosotros. Naturalmente que sería más rentable traer arroz de Luisiana, que está aquí enfrente, en vez de acarrearlo desde Vietnam, de donde lo estamos trayendo ahora mismo, o de China, o incluso de Brasil o Uruguay, tomando en cuenta solo el costo del flete, sería una alternativa más racional en términos de costo/beneficio. Pero ese mercado norteamericano podría crearnos un problema de carácter contrario al del bloqueo, el de una especie de succión de las relaciones externas de Cuba, que tenderían a concentrarse en la economía norteamericana. Esa concentración no sería buena para el interés nacional.

[1] Alusión a hechos reportados por EEUU a finales de 2016, cuando empleados de la embajada de ese país sufrieron “migrañas, náuseas”, pero también “ligeras lesiones cerebrales de origen traumático y pérdida definitiva de audición”, debido a supuestas “ondas sónicas” que circulaban en dicha sede.

28 marzo, 2018

Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/cuba-socialismo-sin-miedo-i/


Cuba. Por un socialismo sin miedo (II)

Christine Arnaud: Cuando se hace una comparación entre las relaciones entre Cuba y la Unión Soviética y Cuba y Venezuela, se hace referencia al hecho de que la Unión Soviética vendía petróleo a un precio más barato, que de hecho lo que hacía era invertir el intercambio desigual a favor de Cuba. ¿Ese mismo tipo de intercambio con Venezuela no existe, o no ha existido? ¿Venezuela no vendía también a Cuba el petróleo a un precio que podía ser considerado más justo?Rafael Hernández: Cuba cambia petróleo venezolano por médicos cubanos. En ese intercambio, ellos también compran médicos baratos, en comparación con lo que vale el servicio médico en el mundo, que es por cierto un producto mucho menos inestable que el petróleo u otra materia prima. El precio de los médicos siempre es alto. Y por cierto, algunos escribidores sobre Cuba ignoran, o pretenden que ignoran, ese intercambio, como si los venezolanos regalaran el petróleo. Lo otro que soslayan es que, en esa balanza de pagos bilateral, Venezuela le debe más a Cuba por concepto de servicios médicos, que lo que le suministra en la cuota petrolera. O sea, que en esa cuenta de petróleo por médicos, los deudores ahora mismo son los venezolanos. Como se puede ver, para nada se asemeja a nuestras antiguas relaciones con la Unión Soviética, que establecía precios diferenciados y regulados con Cuba, a partir de acuerdos a largo plazo; no importaba el precio que tuviera el petróleo a nivel internacional, se seguía suministrando a un precio indizado, cómo lo llaman los economistas. Otros países mantenían precios indizados, porque compraban o establecían acuerdos comerciales a más largo plazo. En cualquier caso, nosotros no mandábamos médicos a la Unión Soviética, ni tampoco intercambiábamos petróleo por inversiones soviéticas en Cuba, porque aquí no había propiedades soviéticas, hoteles soviéticos, ni granjas soviéticas, sino una colaboración económica y militar ventajosa para Cuba, porque no se basaba en la estructura del intercambio desigual. Tampoco había bases militares soviéticas. Solamente las hubo en el momento de la Crisis de los misiles en el año 62. Todo el mundo se acuerda de eso, porque fue un acontecimiento excepcional y no se repitió. En todo caso, la idea de que debemos tener un santo patrono que nos protegiera en términos estratégicos dejó de existir desde entonces, y en el terreno económico, la relación especial se fue con el fin de la Unión Soviética, que ya no nos acompaña desde hace casi treinta años.P: Al triunfo de la Revolución, Fidel confió en los jóvenes para que tomaran el relevo de los profesionales y los técnicos que se habían ido a Miami. La Cuba que conocí en los años 70 era un país con una tasa muy alta de jóvenes. Hoy en día, sólo el 20% de la población tiene menos de veinte años. La población cubana ha envejecido. ¿Hasta qué punto se puede decir  que la política cubana actual asume la incorporación de los jóvenes a la toma de decisiones y al ejercicio del poder? ¿Esa incorporación puede considerarse imprescindible para darle vitalidad y estabilidad al proceso revolucionario?R: En tu pregunta hay dos problemas que yo separaría. Uno es que la población ha envejecido. ¿Cuáles son las causas? Una primera es la mayor esperanza de vida, resultado de factores disímiles, entre ellos, la salud pública y la nutrición básica en toda la sociedad. Las mujeres tienen una esperanza de vida de 80 años y los hombres de 79 años, mayor que las de cualquier país latinoamericano. Así que la gente se muere más tarde, y crece la población de más de 60 años. En esa tasa de mayores que casi llega al 20 % influyen otros dos factores, además de la buena salud y la longevidad. Uno es que la natalidad ha bajado, en comparación con las del resto de  la región. La tasa de natalidad en los años 64- 65 alcanzó un boom, pero en los años 71-72,  cuando tú ya estabas en Cuba y tuviste tu primer hijo aquí, había empezado a desacelerarse. De manera que si tú miras el crecimiento económico de los años 70, que fue sostenido, adviertes que no está acompañado por el auge paralelo de la tasa de natalidad. Entre 1970 y 1990, no puede atribuirse la menor natalidad al crecimiento o el decrecimiento del nivel de vida, pues resulta todo lo contrario. En los años 80, esa tasa se parecía más a la de un país europeo que a los del Caribe.Según los demógrafos, el patrón familiar respecto al número de hijos no está asociado solo al nivel económico, sino al mayor acceso a la educación y la cultura. Este cambio se relaciona particularmente con la educación de las mujeres. Cuando tú llegaste a la Universidad de La Habana, la mayor parte de los estudiantes no eran mujeres; pero ahora sí. La mayor parte de la fuerza laboral calificada en Cuba, calculada en 28%, son ahora mujeres. En algunas profesiones como medicina, educación, magisterio, ciencias naturales, incluso en campos como el derecho, el 70% de los abogados, jueces, fiscales, son mujeres. Estas transformaciones en el nivel educacional de las mujeres van acompañadas de concepciones sobre el patrón de la familia. Cuando yo tuve a mi hija, tenía 23 años y su madre 22. Ahora los jóvenes de esa edad están estudiando, avanzando en sus profesiones, o simplemente trabajando, y cada vez más posponen el momento de tener hijos, en edades cercanas a los 30 años o más. Esa reducción en el número de hijos y la posposición de engendrarlos afecta también a sectores no profesionales, pues se trata de un nuevo patrón cultural, de manera que incluye a las propias familias campesinas, muchas de las cuales no sufren de pobreza, sino todo lo contrario.Finalmente, el deterioro de la situación económica desde los años 90 para acá, y la mayor incertidumbre sobre el futuro que la acompaña, también incide, de manera directa o indirecta. Una expresión indirecta es que produce una mayor tasa de emigración, y un flujo más diversificado de población joven que se va. Cuando tú llegaste aquí, a lo largo de los 80 e incluso en la crisis de los balseros, en 1994, la mayor parte de los emigrantes eran hombres, trabajadores de la producción y los servicios, o administrativos, pero una proporción mucho más baja de mujeres y profesionales. La mayoría de los emigrados de clase media se fueron hasta 1973. Cuando el éxodo del Mariel, en 1980, la inmensa parte de la gente que se fue pertenecían a los estratos de menores ingresos, entre ellos, poquísimas mujeres y profesionales. En el momento de esta conversación nuestra, y desde el acuerdo migratorio con EEUU en 1995, la presencia de mujeres y profesionales ha aumentado. Y desde luego, la mayor parte del flujo son jóvenes, entre 18 y 45 años, como es natural en cualquier país.Hasta los años 80, los profesionales tenían la oportunidad de obtener un empleo en el sector público que les garantizaba un nivel de vida acorde con su condición profesional. Hoy muchos de ellos no ganan lo suficiente. Por otra parte, la mayor autonomía laboral y económica de las mujeres, especialmente entre profesionales, les permite tomar ellas la decisión de emigrar, y al hacerlo, posponer la decisión de tener hijos hasta que estabilicen su situación en el país de destino, con lo que estos pueden adquirir instantáneamente la ciudadanía de ese otro país. A esto se suma las facilidades otorgadas a los inmigrantes cubanos no solo en EEUU, sino en Canadá (mediante programas de inmigración laboral) o España (mediante la Ley de nietos). Por cierto, aunque leyes como esas se envuelvan en papel panhispánico, lo que explica estas políticas no es las alas abiertas de la madre patria, ni la reciprocidad, sino la selectividad migratoria. Si no pueden renunciar a la inmigración laboral del Sur, prefieren a cubanos o argentinos.Todo ese cuadro ha cambiado la proyección del patrón familiar y su representación presente y futura. La mayoría de los cubanos que emigran no lo hacen ya pensando en irse para siempre, sino en mejorar su situación. Forma parte de una estrategia familiar, en la que un miembro va delante, por lo general los más jóvenes, y mandan remesas a los que se quedan, casi siempre los mayores, y que pueden no irse nunca. Aunque se vaya toda la familia, o solo una parte, ahora responde más a ese patrón circular que te mencionaba antes.El gobierno ha dictado leyes para proteger la maternidad, facilitar ciertos servicios, mantenerles el salario, etc. Pero incluso suponiendo que se recuperara el nivel de vida de los años 80, los demógrafos no esperan que las mujeres, los hombres o las parejas, en vez de ningún hijo, o uno, quieran tener dos, tres o cuatro.La diversificación del patrón familiar incluye a familias cuya cabeza es mujer. Se da entre familias pobres, pero también entre clase media, o donde la mujer gana lo suficiente como para mantener a la familia, y no permanecer en la casa a cargo de tareas tradicionales, mientras el hombre es “el que gana el pan”.

En el contexto de esa sociedad cubana cambiada, donde no solo la población ha envejecido y la cuestión de la emigración no tiene el cariz de antes, se trata de lograr que los jóvenes emigrados no lo sean definitivamente, y se mantengan vinculados a la vida de la isla, como parte de una realidad más trasnacional y fluida que la experimentada por las generaciones jóvenes entre los 60 o los 80, o sea, nosotros. Eso no detendrá la tendencia al envejecimiento, pero puede permitirnos mirarla como un proceso natural y transitorio, no necesariamente temible ni mucho menos catastrófico.

En cuanto a la renovación del liderazgo, lo primero es percatarse de que el cambio generacional empezó hace rato, no vendrá solo cuando Raúl Castro deje la presidencia en abril próximo. En esa silla presidencial va a sentarse probablemente alguien que tiene 30 años menos que él, y que viene siendo parte de la alta dirección del Partido desde hace casi veinte años. Esa renovación ya empezó en las provincias que tú acabas de visitar –Cienfuegos, Sancti Spiritus, y más allá. Los presidentes de las asambleas provinciales y los secretarios del Partido en las quince provincias tienen ahora mismo una edad promedio inferior a 50 años. La mayoría de los ministros tienen entre 55 y 60, o menos. La mitad de los presidentes del Poder Popular provinciales son mujeres; así como la tercera parte de los secretarios del partido provinciales, y del Consejo de Ministros.

Si tú me preguntaras: ahora que hay más jóvenes y mujeres dirigiendo en los órganos del gobierno y del PCC, ¿habrá menos jóvenes en el flujo migratorio? Mi respuesta es que no. Naturalmente, es bueno y necesario que ese relevo ya iniciado continúe. No veo que pueda revertirse o impedirse. Es como tratar de echar para atrás el reloj de la sociedad. Pero no esperaría de ese relevo generacional efectos mágicos, como el de cambiar el menú de problemas, sacar soluciones de un sombrero o evitar la emigración. La posibilidad de salir, reunir fondos, volver, para crear un pequeño negocio o una cooperativa, o simplemente mejorar las condiciones de vida, reparar la vivienda o comprarse una, aunque sea de manera desigual, ya está ocurriendo, y hay emigrados de antaño que están volviendo. No son en su mayoría los que se fueron en los 60, porque esos son ancianos o cubano-americanos que necesitan también la vida americana, a la que están acostumbrados. Recuperar la residencia en Cuba es una opción para muchos, incluyendo a viejos que sueñan con cobrar su retiro desde aquí, mirando el mar, y jóvenes que mantienen su residencia permanente allá afuera. Esa normalización entre adentro y afuera, esa mayor fluidez, esa osmosis entre los que viven allá y aquí también es un proceso en curso, que contribuirá a reflotar el nivel de vida, aunque su efecto se reparta de manera desigual.

P: Coexisten en Cuba dos monedas: el peso cubano y el peso convertible llamado CUC, caso seguramente único en el mundo. En los últimos años se han incrementado las desigualdades en la sociedad. Ha surgido una categoría, a veces ostentosa, de nuevos ricos que reciben remesas del extranjero o trabajan por cuenta propia. Los abnegados profesionales que se entregaron por entero a la Revolución, sin recibir nada material a cambio, tienen motivos para sentirse frustrados. El 7º Congreso del PCC, recientemente finalizado, habla de “rescatar” el empleo y los salarios. ¿El papel del trabajo y los ingresos ha perdido relevancia en estos años? ¿Por qué? ¿Existen planes a corto, mediano y largo plazo para resolver las contradicciones de orden económico surgidas en estos últimos años? ¿Se puede decir que Cuba se encuentra confrontada con el gran dilema del que hablaba Fernando Martínez Heredia: desarrollar el socialismo o volver al capitalismo?

R: La distorsión entre el trabajo y los ingresos empezó con la crisis en 1991-92. La existencia de la doble moneda -una de las medidas dirigidas a capear la crisis- contribuyó a estabilizar una situación completamente descontrolada, que caracterizó a los primeros años 90, en los que el mercado negro y la inflación se destaparon. La legalización de las divisas extranjeras que tuvo lugar en 1993 -y de la que el peso convertible solo fue un sucedáneo –contribuyó a aguantar la caída y la extensión galopante del mercado negro y de la inflación. Esto lo hizo a costa de tolerar diferencias de ingresos importantes. Tú mencionas algunas, por ejemplo, las remesas que envían los que se fueron a sus familiares. Si tú no recibes remesas, y vives de un trabajo en el sector público (que sigue siendo el 70% del empleo nacional), mientras que tu vecino recibe 100 dólares mensuales en remesas, él gana mucho más que tú, aunque no haga nada, y tú seas ingeniero o cirujano cardiaco. Esto está pasando desde hace más de 25 años.

Ese ejemplo forma parte de una situación caracterizada por la pérdida del orden trabajo-salario que teníamos en los años 80, que no se ha recuperado. Los abnegados profesionales que mencionas no solo se encuentran en desventaja respecto a los que reciben remesas, sino a los que trabajan en el sector de inversión extranjera, como el turismo, los pequeños y medianos empresarios que operan en el limitado sector privado, sin olvidar a los pequeños agricultores propietarios de tierra y los cooperativistas agrarios, que venden una parte de su producción en el mercado de oferta y demanda, así como los propio vendedores de esos mercados que se benefician de una más que proporcional tasa de ganancia.

Existen profesionales y otros trabajadores que sí han recuperado, aunque sea parcialmente, un nivel salarial decoroso. Por ejemplo, los empleados en las industrias que exportan, no solo el turismo, el níquel o el tabaco, sino los farmacéuticos. Los del sector de la biotecnología que producen vacunas ganan el triple que un profesional del mismo campo que sea profesor universitario. Los  trabajadores de la salud reciben salarios que pueden cuadruplicar lo que ganaban antes. A los maestros de la enseñanza secundaria, que se habían retirado en medio de la crisis – algunos porque les había llegado la edad del retiro, o no les alcanzaba el salario y se pusieron a hacer pizzas – se les ha ofrecido mantenerles su retiro íntegro y pagarles un salario nuevo, si regresan a enseñar. Los médicos que van a brindar servicios en los países con los cuales Cuba tiene cooperación, como 67 en todo el mundo, Venezuela, Brasil, Sudáfrica, y otros más…

Pintada de bandera cubana y el Che GuevaraP:¿Del tercer mundo?

R: Sí. En un futuro, podrían hacer esa cooperación en New-Orleans, en Birmingham, en Tennessee, ciudades con problemas de salud y cuyos gobiernos municipales pudieran contratarlos para hacerlo. Según una regulación emitida por el Instituto de Deportes, los atletas de alto rendimiento, que ya han dado resultados importantes, participan en competencias cuyo premio es dinero, o se les facilita jugar beisbol en Japón o en México. No van a jugar a las Grandes Ligas porque la ley del bloqueo no los deja mientras residan en Cuba de modo permanente. Esas oportunidades no se abren parejamente para todo el mundo. De esa manera asimétrica, se recupera el nivel de ingresos de una cantidad de trabajadores que se mantiene dentro del sector público.

Muchos profesionales tienen más de un trabajo; algunos se han retirado, para dedicarse a alguna actividad. Tienen más de una fuente de ingreso. De manera que la Cuba en la que uno podía vivir bien de un salario, de manera general, desapareció hace más de 25 años.

Las cooperativas se han convertido en el modo de producción agrícola más extendida en Cuba, en lugar de la granja estatal, de los años 70 y 80 que tú conociste. Más del 65% de la tierra estatal está en mano de cooperativas y pequeños propietarios. ¿Tú sabes lo que gana alguien que cultiva ajo, o malanga, o cebollas, o que cría puercos, carneros, chivos? Le vende al Estado a precios más altos de lo que le vendía antes y el resto se lo compran los vendedores del “mercado libre”. ¿Sabes cuáles son sus ingresos? ¿Cuánto recibe por su cosecha un veguero que cultiva una plantación de tabaco negro? ¿Sabes de qué tamaño es su cuenta de banco? Ahora bien, esos agricultores son trabajadores del socialismo, que laboran duramente de sol a sol en el campo, en una tierra que no tiene que ser suya, pero sobre la que tienen derechos de usufructo casi indefinidos, de manera gratuita.

No tenemos solo microempresarios, de esos que operan un negocio individual o familiar; sino también un relativamente nuevo y creciente sector privado de pequeños y medianos empresarios, cuyos ingresos son más altos que cualquier otro sector, aunque por lo general no se comparan con los de sus equivalentes europeos o en cualquier otra parte. El discurso gubernamental ha dejado de identificarlos como un mal necesario, una especie de concesión al capitalismo, impuesto por la crisis de los 90. No solo son legales, sino legítimos, en términos de la ideología socialista cubana actual.

¿Es que el socialismo sólo se puede concebir como el Estado controlando el 95% de la economía? Por cierto, en el socialismo cubano había micro y pequeñas empresas apenas dos años antes de que tú llegaras a Cuba. Nuestra Revolución socialista “de los obreros y los campesinos” mantuvo de manera totalmente lícita e integrada al modelo a numerosas pequeñas empresas privadas durante los primeros nueve años de socialismo cubano, que no desaparecieron hasta que la Ofensiva revolucionaria nacionalizó 60 mil de ellas, bajo circunstancias muy particulares, en marzo de 1968. Aquella decisión no fue, por cierto, influencia soviética ni estaliniana, como algunos escritores evocan hoy, sino una iniciativa estrictamente cubana, en un momento en que la ideología socialista imperante en Cuba y la de la URSS acerca de cómo debía ser el socialismo a construir no se llevaban muy bien. Esos micro y pequeños empresarios, considerados hasta entonces parte del pueblo y de la economía nacional del socialismo, brindaban servicios y producción manufacturera no despreciables, y suministraban incluso a muchas fábricas del Estado. En vez de esa memoria brumosa que plaga las historias literarias, y de achacar nuestros males a malas influencias externas, habría que recuperar la verdadera historia del socialismo cubano en sus diferentes etapas.

Aquellos trabajadores de fábricas, clínicas y bancos, guajiros dueños de la tierra y cooperativistas, dueños y empleados de tintorerías, bodegas, huertos, fondas,  taxistas, maestros, dentistas, estudiantes, vendedores ambulantes, fabricantes de piezas de plomería, electricistas, carpinteros, costureras, sastres, proveedores de cantinas a domicilio, instructores de contabilidad y de inglés, cortadores de caña, todos ellos eran parte de un conglomerado llamado “el pueblo” en aquellos años primeros, donde se fundamentaba la política del socialismo cubano. Ese conglomerado era bastante más diverso que “el proletariado”.

Si tú lees detenidamente la reforma de la Constitución de 1992 –hace ya más de 20 años— verás que donde decía que el Partido era la vanguardia del proletariado, se puso que es la vanguardia de la Nación cubana; y se eliminó lo de “dictadura del proletariado”. Como en 1992 muchos estaban esperando que esto simplemente se derrumbara, no se fijaron en esos y otros cambios de fondo, que cuando habían ocurrido en las izquierdas europeas produjeron una gran conmoción. En aquel momento, sin embargo, los cubanos no renunciaron a la herencia del marxismo y del socialismo, ni se les ocurrió cambiarle el nombre al Partido Comunista, como hicieron otros.

Lo que quiero decir es que las ideas relacionadas con repensar el socialismo requieren concebirlo como una economía que no tiene que ser estado-céntrica, aunque el sector público pueda desempeñar un papel protagónico, pero donde el sector privado y en particular el cooperativo (parte de ese sector privado) y donde la inversión extranjera (cuya contraparte es el propio Estado), conformen un modelo de economía mixta, que refleje a esa sociedad más diversa que el propio socialismo creó. Claro que el grado de relativa homogeneidad social vivida en los años 60 o 70, no solo no existe hoy, sino es irrepetible. Pero eso no implica considerar como un hecho natural, frente al cual no podemos hacer nada, la existencia de pobreza, ni como otro hecho natural la reproducción de gigantescas diferencias sociales. Sin embargo, restablecer las diferencias de ingresos relacionadas con las diferencias en el valor social del trabajo resulta no solo necesario, sino imprescindible para que el socialismo no se nos escurra por el tragante. La cuestión, no digo solo para mí, sino para la inmensa mayoría es: ¿podemos aspirar a que cada cual reciba un salario digno, y que corresponda con el valor de su trabajo? Porque lo que perdimos y lo que se está tratando de recuperar por partes, por sectores, y de una manera  no siempre coherente, resulta fundamental. No oigo a nadie quejarse de que alguien que opere el corazón o un gran artista gane más que la mayoría. Parece normal que quien aporta tanto, reciba lo que merece. Al mismo tiempo, no se acepta como derivado de “la fuerza de las cosas” que tengamos esa franja de pobreza. La Cuba del 20% de pobres no puede ser aceptable para el socialismo. Solo un tecnócrata puede argumentar que cuando crezca un determinado sector de la economía, como por ejemplo, el turismo o se descubra petróleo en la plataforma insular, o cualquier cosa que permita crecer a nivel macro, ocurrirá un cierto efecto de derrame sobre los demás. Ni aquí ni en ninguna parte del mundo ha pasado algo así.

P: ¿Esa cifra del 20% de la población pobre, a qué corresponde? Has mencionado ese porciento. ¿Es algo que existe en este momento?

R: Se trata de una pobreza diferente a la de Latinoamérica. Que no duerme en la calle, ni se muere de una enfermedad curable por falta de atención médica, cuyos hijos no están mal nutridos y van a la escuela nueve años, en lugar de ponerlos a trabajar precozmente. Que no vive en el desamparo, sin techo, aunque sí en viviendas en muy mal estado o muy frágiles. Las promesas contenidas en el programa de la Revolución se cumplieron, pero no resolver el problema de la vivienda. La inversión de recursos por el Estado en la construcción de infraestructuras, escuelas, carreteras, hospitales, en regiones donde no había nada de eso, fue relegando la construcción de viviendas, como sí sucedió en los primeros años 60. Las microbrigadas de constructores voluntarios de los 70 no lograron crear un fondo habitacional que respondiera a las necesidades, que en el tiempo se fueron acumulando, así como la falta de mantenimiento a los edificios y casas, por parte de empresas 100% estatales.

Aunque el reciente ciclón Irma dejó un rastro de casas destruidas en tres provincias por donde pasó, en los últimos años se han dado más facilidades para reparación y construcción de vivienda que lo que se había dado en décadas anteriores. Como habrás podido observar al recorrer varias ciudades en estas semanas pasadas, no solo en La Habana (donde el problema es más crítico, por el tamaño de la ciudad) en prácticamente cualquiera de ellas hay casas en construcción y reparándose. Por primera vez, se ha autorizado la compra y venta de casas. Eso da lugar a un auge del mercado inmobiliario, aunque no siempre funciona de la mejor manera. La nueva política se propone evitar la concentración de la propiedad de bienes raíces en pocas manos y que una misma persona se adueñe de diez casas. Ahora es posible que una pareja ahorre o pida prestado y pueda tener una vivienda, aunque sea modesta.

En un balance general, la recuperación de la actividad de construcción, mediante pequeñas empresas, brigadas no estatales o medios propios de autorreparación, en los últimos cinco años refleja –como te comenté antes– un ascenso. Resulta evidente esa preocupación del gobierno, como se refleja también en el aumento de la producción de materiales de la construcción, y el otorgamiento de préstamos bancarios para este fin, incluidos los subsidiados, para familias pobres. Lo que pasa es que el acumulado de déficit de vivienda es grande, debido a los muchos años en que no estuvo priorizada esta actividad, en relación con otras áreas constructivas. No es igual tampoco en todas partes. Por ejemplo, en el pueblo donde yo nací, yo no veo déficits de vivienda. La vieja casa donde me crié era de madera, y ya no existe. En su lugar hay una con techo de placa.

P:¿En qué lugar?

R: En Cabaiguán. No es un pueblo rebosante de riqueza, pero todo el mundo tiene una casa digna. En el Cabaiguán donde me crié, las 2/3 partes del pueblo era de casas de madera, muchas pobrísimas. Ahora, son casas que no se puede llevar un ciclón, algunas de ellas por encima de la mayoría en ciudades grandes. Pero La Habana o Santiago de Cuba tienen serios problemas. Hay gente que emigra de Cuba solo porque no quiere esperar a heredar la casa de sus padres para tener la suya propia. Ese es uno de los problemas centrales, desde el punto de vista de la política social.

Aquí eres pobre porque tu casa se está cayendo; y porque tienes ingresos demasiado bajos como para que te alcance para comprar la comida que se vende en un mercado libre. Desde la crisis de los 90, la libreta de abastecimiento no suministra la canasta básica, como era cuando llegaste aquí. En aquella época podías adquirir mediante la libreta, a precios populares, todo lo que consumía una familia, una cuota de carne y bastante pescado, el arroz, los frijoles, el aceite, el jabón, el detergente, la leche, y ¡hasta el tabaco, el café, y el ron!  Hoy la libreta no proporciona la alimentación de una familia en un mes. De manera que hay que comprar en el agro-mercado, a precios de oferta y demanda. Los ingresos deben estar bastante por encima de 600 pesos por persona, que es hoy el salario promedio, para poder comprar todo lo que necesitas en el agro-mercado. Pagas muy poco por la vivienda, nada por la salud, ni la educación, apenas algo por agua y gas, un poco más por la electricidad. El transporte público sigue siendo muy barato; el privado lo es menos. Pero la compra de alimentos se convierte en un problema. Y es uno de los indicadores que tienen que ver con la pobreza, la gente que no está bien nutrida, porque no puede comprar en ese mercado libre.

P: Háblame de cómo todos estos cambios posteriores al Periodo especial han incidido en el consenso político y en los valores, sobre todo de las generaciones más jóvenes. ¿Hasta qué punto se identifican con el socialismo?

R: Los valores de los años 60, no son los de hoy. Pero los de los años 70 y 80 tampoco eran ya los mismos que los de los 60. Si razonamos sobre los valores de los jóvenes pensando que deben ser como en la época de las grandes movilizaciones por la salvaguarda del país, en la época de Playa Girón y de la Crisis de Octubre, cuando la tremenda hostilidad de los EEUU y la contrarrevolución, no es posible que sean los mismos.

En cuanto a los jóvenes y el socialismo, la cuestión se podría ilustrar de la siguiente manera. Si uno le pregunta a una persona de 25 años, ¿tú apoyas al gobierno revolucionario y coincides con lo que dicen sus dirigentes?, puede ser que algunos se te queden mirando con cierta sorna. Supongamos que formulamos la pregunta de otra manera. ¿Tú estás de acuerdo con la independencia nacional y la soberanía? ¿Te parece que vale la pena defender la justicia social, la equidad (no la uniformidad,  sino la equidad)? ¿Qué te parece más importante, el puro crecimiento económico, o el desarrollo social y la elevación del nivel de vida de la gente? ¿Tú piensas que la democracia se conseguiría  con un sistema de varios partidos, en donde votes el día de las elecciones por un presidente, cada cuatro o cinco años? ¿O quizás una democracia debe ser algo, digamos, un sistema donde los ciudadanos puedan ser escuchados, tengan el derecho de que se les responda sin evasivas, e incluso puedan influir en las decisiones del gobierno, aunque no sean miembros del Partido? ¿Cómo tú defines la libertad? ¿Hacer lo que a cada cual se le ocurra? ¿Todos, no solo los que tengan más? ¿O quizás una libertad que asegure el respeto a los derechos de todos? ¿Consideras que puede existir esa libertad, y también equidad? ¿En esa igualdad de derechos parejos se incluyen los que son minoría? ¿Sin importar su clase social, creencias religiosas, colores de piel, género? ¿Lo mismo para los que viven en una ciudad grande que en las montañas? La inmensa mayoría de los jóvenes que yo conozco, incluidos los que antes me miraron con sorna, dirían que sí. Para mí, esos han sido y son los valores del socialismo que la inmensa mayoría de los cubanos de distintos grupos y clases sociales, apoyaron desde el principio de la Revolución.

Si les preguntaras por el marxismo-leninismo que les dieron en la escuela como teoría del socialismo, muy similar a un catecismo, probablemente te miren todos con sorna. Por cierto, no solo los jóvenes, sino también muchísimos viejos. La idea de que el presidente del país siempre tiene la razón y que todo lo que dice está en la más absoluta consonancia con lo que piensa y siente la mayor parte de la gente puede ser una representación de un país que no existe. No hay que achacárselo a los jóvenes, sino a una sociedad diferente. En lugar de aquella en que hubo que lanzarse a los campos a alfabetizar, esta se ha escolarizado al menos durante 9 años. Incluso si encontramos deficiencias puntuales en esta educación, tantos años de escuela tienen una consecuencia insoslayable: piensan. Y como piensan, tienen opiniones. Cuando alguien se para en una asamblea para decir lo que piensa, aunque en sus palabras haya excesos  o errores, debemos alegrarnos, pues se trata de un ciudadano vivo. En efecto, el que opina sobre un documento del Partido, como ocurrió en los debates públicos que antecedieron al 6º Congreso en 2010 y 2011 donde participaron más de tres millones de personas; aquel que pone el grito en el cielo cuando los documentos abordados en el 7º Congreso no se discutieron previamente por esos mismos millones de cubanos; el que reclama porque quiere que se le consulten las decisiones, ese ciudadano, aunque al hablar diga cosas estridentes o abusivas, es el que necesita el socialismo. Inconforme, crítico, cuyos dirigentes tienen que demostrarse, no hacerlo a cuenta de un capital político acumulado y ante dirigidos incondicionales. La carta de crédito casi total que tenía Fidel Castro ya-se-a-ca-bó. No solo porque él ya murió, sino porque incluso antes, ese liderazgo cubano dejó de contar con ese consenso instantáneo descomunal del que gozó en momentos anteriores.

Este cambio responde a una transformación en la sociedad y en la cultura política ciudadana, que se ha hecho estructural. Algunos le atribuyen este cambio a la penetración del capitalismo y el imperialismo. Por supuesto que convivimos con influencias y valores provenientes del capitalismo. Nunca han dejado de estar ahí, compitiendo con los del socialismo, ni en los 70 o los 80. A diferencia de las de Europa del Este o Asia, esta ha sido siempre una sociedad abierta, culturalmente hablando. De la misma manera que antes hemos tenido corrupción, privilegios, “hijos de papá” poseídos de sus prerrogativas –algunos de ellos ahora en “la oposición”. El pueblo ha sido muy crítico ante esa elite carente de méritos propios. No en balde Raúl Castro, y antes Fidel, han legitimado el debate público sobre la corrupción.

Ahora bien, se trata, ciertamente, de problemas cuyo reconocimiento rebasa al que solía otorgársele en el pasado. Es posible discutirlos hoy con mayor libertad, por el hecho mismo de que la máxima dirección de la Revolución convoca a la crítica pública y a que la gente diga lo que piensa. Ese es un grandísimo salto de avance respecto a la Cuba de los años 70 y la primera mitad de los años 80, que tú conociste. La gente en Cuba, incluidos los revolucionarios, no tienen miedo de decir lo que piensa. Claro que algunos todavía pueden callarse ante las consecuencias de hacerlo –actitud que se encuentra también en otras sociedades llamadas libres y democráticas. Cada vez más, la crítica a los problemas del sistema, incluidos los militantes del PCC, se extiende a la esfera pública.

Esos jóvenes que expresan valores cuyo origen podría ser “la contaminación del capitalismo”, también forman parte de ese contexto, donde el consenso –político, ideológico, cultural–, no tiene la homogeneidad de los años 70, ni siquiera de los primeros años 80. Como recordarás, desde la segunda mitad de los 80, ese consenso era ya bastante diverso. En esa etapa, se desencadenó la política de “rectificación de errores y tendencias negativas”, que propició numerosos debates públicos, donde no solo se criticaba el mal funcionamiento de la economía, sino muchos otros problemas de la sociedad y la política, inseparables de un debate a fondo sobre las causas de ese mal funcionamiento, y que incluían formas de discriminación religiosa, racial, sexual, de género.

Ernesto Che Guevara, CubaResulta extraordinario el avance en el área de género. El perfil alcanzado no solo por las mujeres, sino en los derechos a la orientación sexual. El prejuicio y la discriminación contra los gays, en contraste con otras formas de rechazo o subvaloración, tenía un fondo de “legitimidad” arraigado no solo en la cultura nacional desde la colonización española, católica y romana, sino en el propio paradigma del hombre nuevo, cuya heterosexualidad se daba por descontada. En un lapso muy breve, desde los primeros 90, esta problemática ha sufrido una especie de revolución. Ni el Partido, ni las iglesias, ni la escuela, ni los organismos del Estado, son responsables de este cambio. Más allá de la encomiable labor del Centro de Educación Sexual, que dirige Mariela Castro, la hija de Raúl, esta área de problemas resulta un buen ejemplo de cómo las nuevas generaciones, aun sin recibir charlas sobre el tema, traen consigo otras representaciones e ideas morales, que acaban por imponerse.

Naturalmente, las mujeres, los gays, los negros y mulatos siguen sufriendo desigualdad y discriminación en mayor o menor medida. Ahora bien, el contexto del debate público de hoy constituye un gran paso de avance en relación con el contenido democrático del socialismo. Porque ese contenido democrático es esencial. Se pospuso en momentos anteriores por causas diferentes. Hoy ya no es relegable, como imprescindible resulta el debate de ideas. Las del socialismo solo pueden prevalecer si son no solo más justas y humanas, sino más inteligentes, están bien formuladas, van más allá de la consigna, de manera que encarnen en todos los grupos sociales en una u otra medida. El apoyo y la defensa del socialismo no es algo dado u otorgado de una vez por todas, no es un pacto o certificado para hablar a nombre del pueblo.

Por otra parte, la cuestión de los valores del capitalismo y su influencia debe mantenernos alertas, pero no llevarnos al atrincheramiento. Estamos en el siglo XXI, no en la batalla de Verdun. El imperialismo tiene fuerzas militares, corporativas y mediáticas descomunales, muy superiores a las cubanas, a pesar de lo cual no ha podido someternos. A mí me desconcierta la idea de que pueda tener una cultura superior a la nuestra. En efecto, si hay un campo en que no somos inferiores es en ese de la cultura. Se trata de una potente cultura nacional, ligada a valores como la justicia social y la independencia. Temerle a la “cultura norteamericana” como un disolvente que nos puede convertir en autómatas revela cierta ignorancia. He presenciado cómo esos mismos cubanos jóvenes, emigrados a otros países, que pueden no ser fans de algunos dirigentes cubanos, defienden a Cuba y se enorgullecen de su cubanía. Ese orgullo, que va más allá de lo convencionalmente ideológico, se refiere a la historia cubana, incluidos los logros del periodo revolucionario, y que no se han alcanzado en otras partes. Este es un elemento de unidad nacional no despreciable, que debería ser tomado muy en cuenta por los políticos, así como los que se ocupan de la ideología.

En el mundo actual – y va a seguir siendo así – el socialismo no se defiende del capitalismo sobre la base de ninguna verdad revelada, de ninguna consigna o frases patrióticas, sino con los recursos de la razón, de la inteligencia, para ganar  las mentes y los corazones. A veces se olvida que en la Unión Soviética, las fuerzas armadas y la KGB estaban intactas cuando se desencadenó el derrumbe del sistema, y no pudieron evitarlo, porque ya estaba perdido. Ni se perdió por falta de historia heroica, de espíritu de combate, ni de capacidad para defender la patria ante el invasor extranjero. Tampoco fue corroído por la subversión ideológica del imperialismo, ni por una conspiración orquestada por la CIA. La crisis del sistema tuvo su epicentro en la clase política, en las estructuras del propio Partido, incapaz de sobreponerse a los males del estalinismo, a un estilo político de ordeno y mando. Pero ante todo, por encima de cualquier otra circunstancia, se perdió entre los ciudadanos, en la calle. Esa debilidad estructural de la sociedad socialista permitió que colapsara como lo hizo, y ninguna fuerza militar lo hubiera podido impedir. Leer a fondo esa experiencia, más allá de nuestras diferencias históricas con ellos, resulta clave para Cuba.

Segunda parte de la entrevista realizada por Christine Arnaud en La Habana, septiembre 2017. Editada por Alejandro García Arnaud y revisada por el entrevistado.

Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/cuba-por-un-socialismo-sin-miedo-ii/


Cuba. Por un socialismo sin miedo (III)

Cuba. Entrevista a Rafael Hernández. Parte III

Christine Arnaud: El 7º congreso del PCC en 2016 señaló la necesidad de perfeccionar la democracia socialista, mejorando la participación de los ciudadanos, así como el control popular. Tú mismo, hace diez años, decía en una entrevista publicada en El viejo topo que había que reinventar el socialismo y la democracia para el siglo XXI. ¿Cuáles son los elementos que favorecerían – a tu entender – la aparición de un salto cualitativo en ese proceso democratizador? ¿Cómo definir los parámetros de los cambios democráticos que requiere el país e implementar los mecanismos que conduzcan a esa nueva democracia y garantizar su viabilidad?

Rafael Hernández : La promesa de elevar el bienestar es inseparable de la agenda del socialismo. El apoyo masivo a la Revolución en los años 59-60-61 fue el de las personas humildes, que habían sido inoculadas con el virus del anti-comunismo, porque de pronto sus vidas mejoraron. La idea de que todos nos fuimos detrás de un bello ideal, del sueño de Martí finalmente realizado, encarnado por los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra, envueltos en un halo de gloria, es una parte de la verdad. La otra, la decisiva, es que la población humilde de Cuba, de los más jodidos de la tierra, vieron por primera vez que el bienestar también les tocaba a ellos. El socialismo demostró su capacidad, no solamente para desafiar a los poderosos, a los norteamericanos, a los dueños, a los ricos, sino para que eso se tradujera en empleo, salario digno, acceso a la canasta básica de alimentos y hasta algo más, a la educación, la salud, la seguridad social, comprar lo necesario para vivir; pero también disfrutar de vacaciones pagadas, e irse unos días a la playa, o a bailar, o a un restaurante. Todo formaba parte de las cosas por las que se luchaba y se mantenía la bandera del socialismo en Cuba. Y por esa vida digna para todos valía la pena hacer sacrificios, incluso sacrificios muy grandes.

Por consiguiente, lo primero es no olvidar que el bienestar repartido y el nivel de vida están en el pacto social de la Revolución, por decirlo así, desde sus orígenes, y que resulta inseparable de la idea democrática. Pues si la gente está preocupada por cómo va a resolver sus necesidades básicas para su familia el día de mañana, la posibilidad de que sea un ciudadano pleno y participativo está muy limitada.

La cuestión de la democracia socialista conlleva al menos tres nudos de problemas, que es necesario entender antes de poder concebir soluciones.

Cuba. Entrevista a Rafael Hernández. Parte IIILa primera es la centralización del sistema. Este socialismo hipercentralizado y de estilo político verticalista nos ha acompañado todos estos años, desde los 60 –o sea, antes, durante y después de la Unión Soviética. Pero realmente es un problema tan viejo como nuestra historia. El régimen colonial español imperante cuatrocientos años era altamente centralizado, verticalista y muy burocratizado. Su herencia marcó nuestra cultura cívica con rasgos como el que recogía aquella frase de “se acata, pero no se cumple”, reveladora de una actitud medio cínica frente a las leyes, a la pretensión de controlarlo todo desde un poder central. Las dos repúblicas capitalistas dependientes pre-revolucionarias, a pesar de sus sucesivas modernizaciones, no cambiaron sustancialmente ese orden central. Finalmente, el socialismo le aportó lo suyo a esa cultura centralizadora, y hasta la convirtió en un rasgo virtuoso del sistema político y partidista.

Naturalmente, un sistema de toma de decisiones descentralizado es la premisa de un sistema más democrático. La solución no consiste simplemente en desconcentrar el orden centralizado, sino en horizontalizar el proceso de toma de decisiones, así como el del control y participación ciudadana en las políticas. Se dice fácil. Pero llevamos casi ocho años desde el 6º Congreso del Partido, hasta se ha celebrado un 7º Congreso hace dos años, y ambos han aprobado lineamientos que insisten en la descentralización. Sigue formando parte de las políticas de la Actualización del modelo, hasta el propio Raúl Castro ha dicho que no habrá reformas económicas exitosas si no hay descentralización. ¿Cuánto ha avanzado la descentralización en Cuba? ¿En qué provincia, territorio, municipio o localidad, a nivel de las bases, hasta qué punto las decisiones se han transferido, los gobiernos locales tienen más control y capacidad de decisión sobre los recursos que tienen a su alcance y sobre las políticas que pueden implementar? Probablemente no hay política más atrasada que esta.

No se puede avanzar en la descentralización económica si no se logra hacerlo en la descentralización política, porque son lo mismo. En este socialismo no es posible modificar la economía sin cambiar el proceso de toma de decisiones políticas, pues se trata de una economía mayoritariamente estatal, sujeta a políticas, que si se deciden arriba, no se toman abajo.

El segundo nudo es la falta de reflejo de la diversidad de la sociedad en el sistema de dirección de la economía y el sistema político. Somos una sociedad más heterogénea que nunca en el último medio siglo. A reserva de examinar los defectos que trae la mayor desigualdad, los grupos sociales existentes con un perfil bien marcado tienen conciencia de sí, incluidos sus intereses, que deberían ser recogidos por la política. En cambio, muchos discursos todavía parecen corresponder a la dictadura del proletariado. Para que exista un socialismo democrático, esos intereses deben ser ventilados por las instituciones del sistema político, incluidas las representativas de la ciudadanía. No me refiero a un sistema multipartidista, sino a hacer que el sistema político y sus organizaciones se hagan cargo de esta diversidad de intereses no solo legalmente reconocidos, sino legitimados por el nuevo discurso socialista.

Esa rectificación del funcionamiento de los órganos políticos también es parte de la agenda de la Actualización del modelo. Dice Raúl que, para ser partido único, el PCC tiene que ser el más democrático del mundo. Hay mucho, sin embargo, que enmendar en el funcionamiento real del sistema político. La Asamblea Nacional, que es el máximo órgano del poder del Estado según la Constitución vigente, es un coro de voces coincidentes. Así no es la sociedad cubana.

La solución no es tan simple como establecer un sistema multipartidista, porque ningún caso nacional enseña que, por su obra y gracia, se alcance una democracia entendida como el gobierno de los ciudadanos, por los ciudadanos, para los ciudadanos, sino más bien una partidocracia. A veces esa autocracia de los aparatos partidarios se rompe; pero casi nunca lo hace por la izquierda. Cuando sale por la derecha, podemos tener a Donald Trump.

El sistema del Poder Popular en Cuba se basa en un proceso electoral muy democrático y transparente, del cual se parte a nivel de base. Y que se va haciendo menos transparente y abierto a medida que sube. Si las reglas que gobiernan la participación ciudadana en el proceso de candidaturas y libre sufragio popular en las circunscripciones electorales se aplicaran no solo a nivel de base, sino de abajo arriba, estaríamos más cerca que nadie de alcanzar una democracia plena. Si nosotros lográramos tener las mismas reglas de democracia y transparencia arriba, tendríamos la Asamblea Nacional más democrática que existe en el universo.

Pensando en las experiencias políticas que podríamos aprovechar de otros, como por ejemplo, las de Vietnam, allá existe un partido comunista que no permite la competencia de otros. Ahora bien, las sesiones de su Asamblea nacional duran 90 días al año (45 y 45 cada una). Mientras que las nuestras ocupan solo seis (3 y 3). ¿Cómo puede ser que con tan poco tiempo, la Asamblea Nacional del Poder Popular alcance alguna capacidad de discernimiento sobre nada –menos aún poder de decisión? En cambio, en esos 90 días los vietnamitas interpelan y cuestionan a los ministros, de manera que hasta al Primer ministro lo ponen contra la pared, por decirlo así. Aunque la experiencia histórica tiende a sugerir que un sistema político encabezado por un partido comunista no puede ser así, los vietnamitas lo hacen. Sin lograr esa participación ciudadana en un sistema transparente y abierto, desde la circunscripción hasta la Asamblea, no vamos a tener jamás ese socialismo democrático nuevo.

El tercer nudo es el de la ley. En los años 60, incluso cuando tú llegaste a Cuba, casi ninguno de nosotros estaba estudiando derecho. Porque se percibía como un oficio propio del orden burgués. Las revoluciones se hacen contra ese orden, de manera que “los revolucionarios se cagan en la ley.” Sin embargo, cuando avanzamos en los 70, el reordenamiento y la institucionalización demandaron juristas, así que las facultades de derecho se llenaron otra vez. La ley se fortaleció como expresión de un orden institucional nuevo y de sus reglas de funcionamiento, pero su alcance estuvo determinado a la larga por los ciclos de la política imperante, una especie de herramienta subordinada a las necesidades de cada momento, con un poder real disminuido frente al arbitrio de la burocracia.

Es decir, que la toma de decisiones en los diversos sectores e instancias del gobierno, el funcionariado que las administra se ha acostumbrado a generar reglas particulares que pueden alejarse incluso de las leyes y también de la Constitución. Así que, por ejemplo, una norma dictada por un ministro no se aviene con enunciados constitucionales. Y no pasa nada. Esa falta de conciencia sobre la importancia de un ordenamiento legal que se respete, y que le permita a los ciudadanos cuestionar las instituciones; que le entregue, a través de la ley, de manera real y eficaz, no solo formal, la capacidad para disputarle a cualquier organismo sus decisiones, ahora mismo descansa más en el Partido que en los órganos que administran justicia. De manera que se recurre más al PCC que a los tribunales para zanjar problemas o reparar arbitrariedades. Y no es por falta de leyes, fiscalías, bufetes de abogados que defiendan a los ciudadanos, sistema de tribunales de abajo arriba, códigos de todo tipo, concepciones avanzadas sobre el castigo, la rehabilitación de sancionados y su reincorporación social, muy escasas en otras partes.

Lo paradójico es que se trata de una ciudadanía más preparada en su conjunto para actuar dentro de un estado de derecho que en la mayoría de los países, en el sentido de autoconciencia ciudadana sobre sus derechos y deberes ante la sociedad. Por demás, se trata de un nudo central en las políticas de la Actualización [1], respecto a las de cualquier momento anterior. En ninguna otra etapa, ni Fidel ni ninguno de sus “primeros ministros”, los más altos dirigentes, que dejaron huella en cada etapa de la historia revolucionaria, el uso de la ley como instrumento central de cambio social, económico, político, ha tenido tanto relieve y significación como ahora para construir un orden socialista nuevo y estable, y al mismo tiempo abierto a una matriz de cambio, que permita renovar conceptos y políticas a medida que se avance. Se trata de que tanto la cultura cívica como la de las instituciones asuman realmente el papel fundamental de la ley.

¿Qué pasa con las leyes que deben acompañar la actualización del modelo, que casi sin excepción están atrasadas? La demora en formular, implementar y aplicar las leyes que respondan a las políticas vertebrales aprobadas y declaradas por la Actualización es uno de los fenómenos políticos más difíciles de entender, y al mismo tiempo, más reveladores sobre los problemas de la transición. Hablamos no de meses, sino de años. Lo mismo ocurre con la aplicación de los reglamentos establecidos por las leyes (casi siempre, decretos-leyes, dictados por el gobierno central), que permitan avanzar sin desorden, sin incoherencia, sin corrupción, sin relajo. Se toman decisiones, se aprueban regulaciones, se colegian proyectos de ley, se aprueban decretos de consejos de ministros, y finalmente, donde se poner en práctica, que es abajo, no se controla su aplicación. La carencia de mecanismos que eviten la demora innecesaria de las políticas, e imponga la aplicación de medidas y controles que han sido adoptados, y los complemente, provoca una especie de trabazón. Trabados, no encuentro otra palabra. Esta trabazón es muy costosa, sobre todo porque tiene un efecto de desgaste en la ciudadanía. Ocurre con el estatus de la pequeña y mediana empresa en el sector privado, el funcionamiento y extensión de las cooperativas, las atribuciones de los poderes municipales, la anunciada extensión de las experiencias pilotos de provincias como Mayabeque y Artemisa, en relación con un sistema más descentralizado a nivel territorial, o una nueva ley electoral. Pero también con un nuevo Código de la familia, una Ley de asociaciones, de Cultos religiosos, y una larga lista de otras cosas.

P: A lo largo del siglo XX ha existido en Europa una corriente marxista heterodoxa. Esa corriente estuvo también presente en Cuba, en la facultad de filosofía de la Universidad de La Habana, a finales de los años 60 y principios de los 70 y se expresó a través de la revista Pensamiento crítico. En la década de los años 60, en sus Apuntes críticos a la economía política, el Che desarrolló una concepción teórica que se apartaba del modelo ortodoxo imperante en aquellos años. ¿En qué medida una corriente heterodoxa, no dogmática, ha estado siempre presente en la Revolución cubana?

R: Entre los máximos dirigentes de la Revolución cubana, la heterodoxia sobre el socialismo y sus ideas centrales ha sido parte central de un legado que sigue vivo. Ese legado no se ha caracterizado por copiar a nadie, ni por asumir ideas aceptadas, aquello que Flaubert llamaba idées reçues. En los últimos días de su vida, Fidel, ya anciano, y a fin de cuentas un ser sujeto a la condición humana, sin embargo seguía siendo muy heterodoxo en numerosas ocasiones. Lo era hasta el punto de decir: nosotros creíamos saber que existía una ciencia del socialismo y la verdad es que después de todos estos años nos hemos dado cuenta de que nadie tiene realmente dominio de esa ciencia. O cuando afirmó que la Revolución no la puede destruir el imperialismo, pero sí nosotros mismos. En los últimos años de su vida, esas eran aún las ideas de un hombre acostumbrado a pensar a contra corriente, no según la lógica de los apotegmas aceptados y de los dogmas.

El principal peligro de la Revolución hoy no son los dogmas. Claro que hay gente dogmática, con una mente cerrada, resistente al pensamiento crítico y al conocimiento –aunque también hemos tenido ejemplos de dogmatismo ilustrado, algunos de los cuales escriben en el periódico. A quienes piensan que el socialismo es esto, y no lo otro, no se les acusa hoy de “antimarxistas”, “revisionistas” y otras etiquetas de aquellos 70. A mí juicio la peor enfermedad infantil del socialismo sigue siendo el sectarismo, consistente en calificar a los que no piensan dentro de cierta línea que es supuestamente la de la Revolución, como enemigos, influidos por la mentalidad del capitalismo y del imperialismo, agentes diversionistas a su servicio, de manera consciente o inconsciente. Esas divisiones discriminatorias en las filas de la Revolución se emplazaron públicamente por Fidel y el Che en el año 62, y volvieron a emerger en un juicio público en 1964, y en una conspiración vinculada a la URSS en 1968, todas relacionados con figuras y estilos presentes en una parte de la antigua dirigencia comunista, la del Partido Socialista Popular.

Más allá de aquellos eventos remotos, se trata de una mentalidad, presente en la cultura política socialista cubana, que tilda de desviados ideológicos y quintacolumnistas a los que no piensan como los sectarios, quienes ya no suelen tener que ver con ningún viejo partido o corriente ideológica particular. Dedicarse a poner etiquetas a todos los que critican o simplemente no replican el discurso conservador es muy peligroso, porque provoca fisuras dentro de las filas de la Revolución. Porque los sectarios son más celosos con los que no piensan como ellos dentro de las filas que con el enemigo real. Cuando digo que es una enfermedad infantil, no se vaya a pensar en una fiebre puerperal o un sarampión, sino una especie de cáncer, que ataca uno de los pilares fundamentales de la ideología revolucionaria, recurrente antes y ahora en el discurso fidelista y raulista, la unidad de los revolucionarios.

Aun después de toda esta experiencia traumática de la crisis del período especial, y de las últimas ideas de Fidel sobre el socialismo y el futuro del país, el dogmatismo y el sectarismo debieron darse por erradicados. Si revisas la definición que hace Fidel de la Revolución en 2000, compuesta por catorce cualidades o aspectos, fíjate en la primera de todas: “Revolución es sentido del momento histórico.” Luego agrega que es “Luchar con audacia, inteligencia y realismo”. Eso es lo contrario del dogma. Luchar por “la unidad, la independencia, nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo” es lo contrario de descalificar como enemigos a los que piensan diferente. A pesar de Fidel, y del discurso del propio Raúl, quien como presidente ha contribuido a ese legado heterodoxo, calificando como “vieja mentalidad” y “tonto” el apego a las definiciones y los esquemas del pasado, la veta sectaria no se ha agotado entre nosotros, ni se mantiene asociada a las viejas generaciones, nada de eso. En lugar de rechazar como traición al ideal socialista todo lo diferente, se ha convocado al debate de ideas. Y debatir es lo contrario de martillar, de pensar y educarnos a martillazos.

El debate de ideas requiere hoy más que nunca de un pensamiento creativo, que identifique los problemas reales de la sociedad cubana, asuma la necesidad vital del pensamiento crítico para investigar y entender esos problemas, de ventilarlos públicamente, para que sirva a todos, no solo a los decisores, y se convierta en un instrumento de cambio, porque la sociedad se apropie de él. Rescatar la cultura heterodoxa de los padres fundadores es imprescindible para el socialismo cubano. Como ocurre con la herejía religiosa, aunque la propia iglesia la anatematice, la herejía socialista resulta ser la fuente de renovación de la doctrina.

Cuba. Entrevista a Rafael Hernández. Parte IIIP: Estos días Cuba fue azotada por el ciclón Irma. Pude observar a la población volcarse espontáneamente en la recogida de ramas y de árboles caídos, hasta bajo la lluvia. Hubo hace unos días una concentración masiva en Cienfuegos para celebrar el 60 aniversario del levantamiento popular del 5 de septiembre contra la dictadura de Batista. Se percibe una gran energía que recorre la sociedad y hay algo que une a los cubanos, más allá de las vicisitudes. ¿Quedan reservas subjetivas importantes en el país? ¿De qué está hecho el cemento que une a los cubanos?

R: A lo largo de nuestra conversación, hemos tocado el tema de alguna manera. Está claro que bajo una amenaza externa, la tendencia a la unificación, a la defensa nacional, que es la defensa de la sociedad y de nuestra vida como cubanos, del pueblo, lógicamente se refuerza. Incluso los cubanos que critican fuertemente el sistema y también a nuestro liderazgo, cuando se miran en el espejo que nos rodea, en el de América Latina y el resto del mundo, pueden apreciar nuestros problemas desde otra perspectiva. Cuando alguien sale de Cuba de manera temporal, a explorar otras regiones, en busca de oportunidades que no se le presentan aquí; cuando sale, regresa, vuelve a salir y a regresar, según mi experiencia personal con ellos, han profundizado su mirada sobre la realidad cubana y de verse a sí mismo en relación con esa realidad. O sea, que incluso cuando no quisiéramos que la gente se fuera, que lamentamos la salida de jóvenes a trabajar o a emplear sus conocimientos en otra parte -y lo lamentamos realmente-, si uno se fija bien, no existe educación política como la de viajar y vivir en otra parte. Paradójicamente, ese desprendimiento, aunque a menudo doloroso, nos permite a los cubanos reencontrarnos a nosotros mismos en relación con el resto del mundo, lo que por sí mismo no perjudica, sino enriquece a la larga la unidad nacional, y eso que Fernando Ortiz llamaba la cubanía. Y muchas veces regresan a Cuba pensando también que las cosas que han aprendido afuera les ayudan para poder aplicarlas aquí.

Este es el contexto social del socialismo y de cualquier unidad posible dentro de la sociedad cubana: contribuir al desarrollo del país sobre reglas que faciliten la participación de todos, desde sus experiencias diversas, trayendo consigo las cosas que hayan aprendido y que los acompañan. Carece de fundamento la afirmación de que la mayor parte de los jóvenes se quiera ir de Cuba, aunque a muchos la idea de viajar y probar fuerzas en otra parte les haya pasado por la mente, porque casi todos tienen un amigo o muchos que han tenido esa experiencia. Yo me pregunto: ¿es maligno ese sentimiento? ¿Indica que nos estamos desintegrando como sociedad o como nación? Cuando yo tenía 20 años, en la Cuba de 1968, mi sueño era viajar por América Latina, hacer lo que luego supe que había hecho el Che, recorrer por tierra cada país, y compartir directamente la vida de la gente. No tuve otro proyecto más acariciado que ese. Así que entiendo bien por qué la gente joven, y aún menos joven, quiere viajar y conocer el mundo desde adentro.

Nuestra historia muestra que la conciencia nacional cubana, y también el socialismo, surgieron en una interacción con el mundo, en un diálogo con otros. Aunque muchos crean que los cubanos vivimos en otro planeta, aislados del mundo, en un estado de desconexión, lo cierto es que las ideas, las mentalidades y las conductas de los ciudadanos reales indican otra cosa –incluidos aquellos que repiten esa misma idea. Esa cultura abierta hacia afuera de los cubanos, su capacidad para captar el polen de las cosas que lo rodean, e incorporarlo al torrente sanguíneo del país, esa es una inmensa fortaleza de la cultura nacional. Se trata del funcionamiento de esa cultura, que rebasa el alcance de la ideología, consistente en la capacidad de metabolizarlo todo.

Esa capacidad de metabolizar resulta esencial para pensar y practicar la unidad nacional. De manera que temerle a la cultura norteamericana, porque nos va a tragar, ya que son un país más grande y poderoso militar y económicamente es un error. O peor, una debilidad estratégica. Claro que hay que estar alerta, vigilar las intenciones del gobierno y los otros poderes americanos, sobre todo cuando quieren traernos la libertad y la democracia. Pero no hay que temer el contacto con ninguna cultura externa, ni con la de esos americanos que nos visitan. Nuestra cultura nacional no es más débil que la de ellos de ninguna manera. En mi experiencia de hablarles casi cada semana a un grupo de visitantes de Estados Unidos, a lo largo de los últimos diez años, lo que más me impresiona es que quedan hechizados por Cuba y los cubanos, mucho más que el embeleso de algunos de nosotros con la cultura de los Estados Unidos.

P: ¿Qué es lo mejor y qué es lo peor que podría pasarle a Cuba en los años venideros?

R: Lo mejor que podría pasar es que los americanos nos dejaran en paz. Pero no tengo ninguna razón para pensar que ocurrirá, pues difícilmente el gobierno de los EEUU renunciará a meter la cuchara en las cosas nuestras. Seguirá siendo un factor de nuestra vida política, como en los últimos 200 años. Ellos no van a dejar que nos olvidemos de su antigua vocación de meter la cuchara, para enseñarnos cómo debemos gobernarnos. Históricamente, ese factor ha incidido en intensificar la conciencia nacional. Pero también ha alimentado el síndrome de fortaleza sitiada, que no facilita aperturas, ni favorece cambios, espacios de deliberación, o la naturalización del disentimiento.

En consecuencia, lo mejor que nos puede pasar es precisamente tomar conciencia de nuestras fortalezas culturales, que no son inferiores a las de la cultura de la dominación que ellos ejercen, y a sus valores ajenos a los nuestros, como dejó dicho y demostrado José Martí. Solo así podemos contrabalancear la asimetría de poder económico y militar con ellos mediante la la activación inteligente de nuestras riquezas, que siempre han sido las de la cultura, incluida la resiliencia de lo cubano en nosotros, nuestra capacidad probada para prevalecer, y la determinación de hacerlo. La raíz de esa cultura nacional, y de la conciencia de la cubanía, predata la ideología socialista, y es más honda que ninguna otra. Si el socialismo pudo germinar, crecer y fortalecerse como para aguantar las ventoleras del Norte, y las que se generaron aquí dentro, no fue sino porque se arraigó en esa cultura.

Lo peor que nos podría pasar es que en lugar de pensar así, nos metiéramos en una trinchera y nos pusiéramos una máscara antigás, como si enfrentáramos una guerra biológica, y con eso evitáramos que sus valores y artefactos nos infecten. Si en lugar de reconocer que la cultura de ellos también está en nosotros, y que esta opera como una vacuna, de manera que tenemos más anticuerpos que, por ejemplo, los ciudadanos de la URSS, donde ni de casualidad se ponía cine norteamericano en la tele; si en vez de hacer uso de esos anticuerpos, y nos defendiéramos sobre el principio de inmunidad, creyéramos en el poder aislante del condón, eso también sería lo peor que nos podría pasar. Porque en materia de valores y productos culturales, no hay condones que valgan. Más bien será contraproducente, pues no distraerá de invertir en el desarrollo de un mayor conocimiento y acercamiento crítico a las cosas malas y buenas de esa sociedad norteamericana que tenemos al lado. Recuerdo ahora a un astrofísico alemán, al que conocí después de la reunificación, un hombre de izquierda, quien me explicaba el derrumbe del socialismo en la RDA a causa, decía él, no de ninguna situación económica o de falta de convicciones, sino de la ideología del miedo. No se refería a la Stasi, sino a la otra Alemania, cuya amenaza penetró el sistema hasta los huesos, y entorpeció el desarrollo de una cultura política socialista sana, porque estaba pendiente de la competencia con la otra cultura, todavía más cercana que la cultura americana de la nuestra, pues era también alemana. Esa es una lección que no debemos ignorar.

Por suerte, hoy hay bastante conciencia de esta situación, no solo en el mundo cultural, académico, intelectual, y en la esfera pública cubana, sino también en el gobierno, que se da cuenta de que la estrategia de la guerra biológica no nos lleva a ninguna parte. En vez de estar poniéndonos máscaras y cavando trincheras inútiles, para cuando vengan los americanos, deberíamos percatarnos de que no están desembarcando de portaaviones, sino de cruceros, y de que ahora mismo se sientan en el borde de nuestra trinchera, con un mojito en la mano. Así que más vale avanzar hacia la retaguardia de ellos, seguros de que no nos van a lavar el cerebro, buscando todo lo aprovechable, y lo utilizable, para asociarnos con quienes podamos, no solo con nuestros viejos amigos de la solidaridad. Porque entre las muchas cosas que nos legó Fidel es el sentido político de buscar alianzas con todos aquellos con quienes tengamos intereses comunes, aun cuando no compartamos muchas otras cosas. La fortaleza de la Revolución a nivel internacional se consiguió precisamente así, porque su liderazgo, Fidel Castro y el Che Guevara, fueron capaces de encontrar aliados entre aquellos que no compartían nuestra ideología, en la medida en que teníamos intereses comunes. Aparecieron esos intereses en todas partes, en Asia, Oriente Medio, América Latina y Caribe, África, gente que pensaba muy distinto de los revolucionarios cubanos y se convirtieron, gracias a una sabia estrategia política sostenida en principios, no en puro pragmatismo u oportunismo, en aliados de la Revolución cubana, y esta en su aliada.

Ese principio estratégico es válido de cara a la sociedad norteamericana. Claro que existen peligros y problemas. Te podría hacer una lista de veinte o más. Pero ninguno de ellos está asociado a la endeblez cultural y social de Cuba. Se trata de algo que los propios doctrinarios de la política norteamericana advierten, y que expresan a su manera limitada en la idea del soft power. Entre los cuales uno es el desafío de una relación diferente con los EEUU.

La capacidad de lidiar con esos riesgos y peligros no se limita a fomentar una conciencia política, sino es eminentemente cultural. Al desarrollo de esa cultura pueden contribuir hoy más que nunca el pensamiento de las ciencias sociales y las humanidades, que son también patrimonio de una política ilustrada. La política puede hacer cosas muy por encima de lo que está haciendo, nada más que aprovechando más los resultados del conocimiento. Creo que el nuevo liderazgo cubano tiene más conciencia que en ningún momento anterior del valor del conocimiento para la eficacia de una política socialista.

[1] Título otorgado por el gobierno cubano a la política de reformas aprobada por el VI Congreso del PCC en abril de 2011.

Tercera parte de la entrevista realizada por Christine Arnaud en La Habana, septiembre 2017. Editada por Alejandro García Arnaud y revisada por el entrevistado.

Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/cuba-por-un-socialismo-sin-miedo-iii/


Nota Biográfica.

(*) Rafael Hernández (La Habana, 1948). Politólogo, profesor, investigador. Enseñó literatura francesa en la Universidad de La Habana y política exterior en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI). Fue director de estudios norteamericanos en el Centro de Estudios sobre América (1979-1996) y en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello (1996-2006).

Ha sido profesor visitante en Harvard, Columbia, la Universidad de Texas en Austin, el CIDE y el ITAM (México), la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras), la Universidad Renmin (Beijing); investigador visitante en el Wilson Center (Washington DC), el Instituto de Economías en Desarrollo (Tokyo), y otras instituciones académicas.

Coordinó el intercambio de Cuba con Latin American Studies Association (LASA) en los años 80 y nuevamente en 2014.

Es autor de numerosos ensayos y libros sobre relaciones EEUU-Cuba, política, historia, cultura y sociedad civil cubanas, relaciones interamericanas, seguridad internacional, migración. Entre estos, Mirar a Cuba. Ensayos sobre cultura y sociedad civil (Premio Nacional de la Crítica, 2001), Otra guerra. Estudios sobre estrategia y seguridad internacional (2000), The History of Havana (2006, 2017), Vietnam, China and Cuba Foreign Policies towards the United States (2015).

Entre otros títulos, ha compilado US-Cuban Relations in the 1990s (1989), Cuba and the United States: Will the Cold War in the Caribbean End? (1991), Culturas encontradas: Cuba y los Estados Unidos (2001), Sin urna de cristal. Pensamiento y cultura en Cuba contemporánea (2002), Ensayo cubano del siglo XX (2002), Cultura, sociedad y cooperación. La sociedad civil en el Gran Caribe (2003), ¡Play ball! Debatiendo las relaciones entre EEUU y Cuba (2015, 2018).

Ha publicado además tres libros de poesía y una pieza teatral.

Recibió la Medalla de la Alfabetización y el Premio a la Excelencia Académica de la Sección Cuba de LASA (2006).

Dirige Temas, revista de ciencias sociales y estudios culturales (www.temas.cult.cu), que se edita en la isla desde 1995.

Fuente: http://www.elviejotopo.com/autor/rafael-hernandez/


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