Chile: Para un balance de los primeros meses del gobierno de Piñera (*).

Elementos para la caracterización y proyecciones del período.

por Maximiliano Rodríguez.

1. “Piñera y la lucha de clases”

En un artículo publicado recientemente en la revista Qué pasa (20/4/2018), titulado sugerentemente “Piñera y la lucha de clases”[1], el investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES) Pablo Ortúzar señalaba que, ante la desarticulación y falta de sustancia política de las dos coaliciones opositoras –el Frente Amplio y los restos de la Nueva Mayoría–, los eventuales problemas de gobernabilidad que podría enfrentar la administración de Sebastián Piñera vendrían «más que desde el sistema político, desde la sociedad».

De acuerdo a este analista, el escenario político-social que se estaría configurando respondería a lo siguiente: «Chile está viviendo un momento muy complejo y desafiante. La mitad del país pertenece a una clase media muy frágil, cuyos valores y expectativas se forjaron en el mundo del consumo y del crédito, y no al alero del Estado [énfasis añadidos]».

Sería, por tanto, en las clases medias donde se situaría la clave de la gobernabilidad burguesa chilena en el futuro próximo. Efectivamente, su posición contradictoria en la estructura clasista las constituye en una suerte de “bisagra social”; tanto como reclamantes de las promesas incumplidas del neoliberalismo por los excesos de los de arriba (“los que tienen sin merecer”), como de custodios ante eventuales desbordes de los de abajo (“los que no tienen porque no merecen”).

Este sencillo diagnóstico es acertado en revelar a grandes rasgos la naturaleza y desafíos que el sistema de dominación burgués enfrenta –y debería resolver– en el actual período.

2. La emergencia de las nuevas clases medias

Antes de poder analizar y darle sentido a la dinámica política del nuevo período en estos primeros meses del gobierno de Piñera, se requiere previamente una discusión sobre ciertos elementos del cuadro social imperante hoy en Chile.

En efecto, las eventuales vías y formas que tomaría el reacomodo de la dominación burguesa se inserta en una problemática que las organizaciones revolucionarias no han asimilado del todo en sus análisis y definición de líneas de acción. Esta dice relación específicamente con la estructura de clases del capitalismo chileno actual, y en especial sobre la cuestión de los nuevos sectores medios.

En general, el peso específico de los segmentos medios –o sea, aquellos no pertenecientes a las clases sociales fundamentales del capitalismo– es un aspecto crucial que la formulación de cualquier estrategia revolucionaria no puede dejar de considerar. Su extensión, número y contradicciones que en ellos se condensan son algunos de los elementos que, a pesar de no definir el carácter mismo del cambio revolucionario, determinan las tareas –y posibles alianzas– que las clases trabajadoras se deben plantear para acceder al poder, para así emprender la transformación de la sociedad.

En la fase anterior del capitalismo chileno, los sectores pequeñoburgueses eran una amalgama de distintas clases, cuyo origen radicaba en el atraso económico del país y en la hipertrofia del aparato estatal[2]. Así, y a groso modo, este sector estaba compuesto por: el campesinado, en primer lugar; seguido de una pequeñaburguesía propietaria ligada fundamentalmente al comercio minorista y a la pequeña producción industrial; para terminar con un funcionariado público y una capa de profesionales liberales de servicios.

En dilucidar la naturaleza que cobra en la actualidad ese siempre extenso y nebuloso espacio social de los “sectores medios” es donde radica hoy la clave para definir las características del período, sus proyecciones y las tareas que la organización revolucionaria debe plantearse.

En lo político, las clases medias neoliberales se diferencian de las antiguas en que ya no es posible encontrar en ellas ningún programa progresista de modernización burguesa que aún pendiente, como lo fueron en su momento el campesinado frente a los resabios coloniales (inquilinaje) en el régimen de tenencia de la tierra del agro y el funcionariado público y las capas profesionales con el proyecto industrializador de la economía. Eran las tareas inconclusas del capitalismo lo que permitía convocar a estas clases a un eventual proyecto de transformación radical de la sociedad.

Los sectores medios son hoy, por el contrario, producto de la maduración de la configuración neoliberal del capitalismo chileno. Son, por tanto, “neoliberales”; pero no el sentido que comulguen con el credo neoliberal. Aquello es una cuestión secundaria. Pueden, como también pueden no hacerlo. De hecho, en sus segmentos ilustrados resulta bien visto presentarse como la “conciencia crítica” de la sociedad contra los “excesos” neoliberales, aborrecer el individualismo y el consumismo desenfrenado de los tiempos actuales. Suspiran lastimosamente por la educación gratuita, anhelando que esta vuelva a ser lo que alguna vez fue, y rasgan rabiosamente vestiduras ante la desigualdad prevaleciente en Chile.  En fin, levantan toda una moralina construida a partir de los clichés de la intelectualidad pequeñoburguesa biempensante (ciudadanismo, medioambientalismo, feminismo, etc.), pero al final del día no son más que la intelligentsia del neoliberalismo.

Ahora bien, ¿cuáles son los orígenes materiales del fenómeno social de estos segmentos?

En primer lugar, la tendencia del capital a extenderse hacia el sector terciario de la economía. Esto es, a los servicios (salud, educación, etc.) y la producción inmaterial. Y, en segundo lugar, del aumento de los niveles de calificación de la fuerza de trabajo que la complejización de los procesos productivos demanda. En los tiempos modernos el capital requiere cada vez más una clase obrera profesionalizada y tecnificada[3].

Estas dos tendencias se retroalimentan y potencian entre sí. La explosiva extensión del mercado de la educación superior ha generado enormes contingentes de profesionales y técnicos que satisfacen la demanda de mano de obra calificada, y que a su vez constituyen la base para la posterior expansión de dicho mercado.

Lo anterior ha llevado a una proletarización de profesiones y actividades que solo ayer contaban con un “halo de santidad” a su alrededor[4]. Esto pone parcialmente en contacto a los sectores medios con la realidad de las clases trabajadoras. En particular, con la precarización y flexibilización laboral que estas enfrentan producto de la sobreexplotación a que el capital las somete. Se podría decir que esta es la raíz material que hace entrar en conflicto a las clases medias con el “neoliberalismo”. Elemento que aparece posteriormente refractado en la conciencia de este segmento por el prisma de sus particulares y privilegiadas condiciones de reproducción social.

Sin embargo, a contrapelo de dicha tendencia operan al mismo tiempo, y en sentido inverso, toda su asimilación en el capitalismo actual, basada en las granjerías que el “neoliberalismo” les entrega, y su miedo a engrosar las filas de las clases trabajadoras. No por nada enarbolan una serie de lugares comunes y prejuicios liberal-burgueses, especialmente toda una monserga meritocrática contra la corrupción, el nepotismo y los abusos de mercado. Una vez que pasan por la escuela de cuadros de Becas Chile-CONICYT, y apenas se bajan del avión, sus representes “más críticos” llegan ávidos por poner en práctica las últimas vulgaridades marxistoides de la ciencia social burguesa aprendidas en las más prestigiosas universidades extranjeras.

Más allá de tal o cual discurso “crítico” que pueda emerger desde las clases medias, la constante en estas capas en el actual estadio de desarrollo alcanzado por el capitalismo es su incapacidad para encarnar transformaciones sociales radicales. Ya no quedan tareas pendientes del programa burgués que su acción autónoma pueda impulsar. ¿Qué reivindicación puede encontrarse hoy en las actuales clases medias que se asemeje al programa de reforma agraria del antiguo campesinado, con todo el cuestionamiento de fondo al régimen de tenencia de la tierra y al predominio de las arcaicas relaciones de producción de esos años que ella implicaba? Incluso la modernización capitalista que significaba la industrialización de la economía abría paso para que sectores de profesionales y técnicos fueran atraídos al proyecto socialista, concebido este como “soviet más electrificación” según la famosa fórmula de Lenin.

En vano se podrán encontrar en ellas reivindicaciones de similar naturaleza y alcance. Esta es la razón por la cual toda la alharaca de las clases medias contra el “neoliberalismo” aparece como una rebelión más en lo formal que de contenido, más en lo superficial que en lo esencial, más en lo ético-moral que en lo material, etc.

Así, producto de la insustancialidad política de las actuales clases medias es que la burguesía puede maniobrar con relativa facilidad entre estas. De hecho, este elemento parece ser la clave que explica la conducta del gobierno de Piñera.

3. La clave del período

El gran desafío que la dominación burguesa tiene por delante en este período es el establecimiento de una alianza entre el gran capital y las nuevas clases medias de la sociedad chilena. Los términos y modalidad de este reacomodo del bloque en el poder aún están por definirse.

La refundación neoliberal del capitalismo chileno llevada a cabo por la contrarrevolución burguesa de los 70’ significó, entre otras cosas, la redefinición del rol del Estado en lo económico y en lo social. En el terreno de la lucha de clases, esto conllevó la ruptura de la alianza entre la burguesía y las clases medias; uno de los pilares sobre los que en gran medida descansó la dominación durante la vigencia del patrón de industrialización por sustitución de importaciones.

En ausencia de dicha alianza, el consenso de las clases medias al proyecto neoliberal provino fundamentalmente del éxito económico de este. En concreto, de su capacidad para garantizar el dinamismo de la actividad, especialmente en el sector servicios, y el aumento de los niveles de consumo de este segmento social.

El agotamiento relativo de la base primario-exportadora de la economía, así como el de los acuerdos e institucionalidad política transicional de la administración civil del capitalismo chileno, fueron los detonantes para que la maduración social de este sector irrumpiera en la escena nacional.

Ante esto, el gobierno de la derecha tiene como tarea el materializar esta alianza. Su función, entre otras cosas, no es otra que otorgar estabilidad a la dominación burguesa y permitirle encarar los problemas de fondo que enfrenta en la base el proceso de acumulación (agotamiento de los recursos naturales, falta de inversiones, bajos niveles de productividad, restablecimiento de la disciplina laboral, etc.).

4. Las vías del reacomodo del bloque en el poder

Habiendo sido Chile Vamos la coalición burguesa triunfadora de las últimas elecciones presidenciales, y siendo además la única que muestra suficiente cohesión orgánico-programática para imprimirle una conducción política coherente al capitalismo chileno, la materialización de dicha alianza tomará entonces una forma específica asociada al sello particular –con sus eventuales aciertos y desaciertos– que la gestión de la derecha le imprima al sistema político-institucional.

4.1. Clases medias con referente político propio y autonomía relativa de acción

Así, una de las posibles vías por sobre la cual la interlocución entre la burguesía y las clases medias se puede dar es a través de la constitución de un referente político propio de este último sector social. Esta es básicamente la opción del Frente Amplio que, sobre la base de un variopinto conglomerado político-social hegemonizado por los segmentos ilustrados de las clases medias, actuaría como interlocutor con el gran capital en nombre de la ciudadanía biempensante.

Sin embargo, toda la incoherencia y liviandad política de este referente ha salido a relucir con especial fuerza en estos primeros meses del gobierno de Piñera. Cosa que por lo demás el mismo gobierno se ha encargado de machacar.

Es así que, puestos entre la espada y la pared ante temas de especial trascendencia nacional, como en lo de la demanda marítima de Bolivia, sus principales figuras y representantes o han callado o bien han sido incapaces de articular una posición políticamente consistente. En su labor parlamentaria han terminado “pisado el palito” en prácticamente todos los cazabobos tendidos por el gobierno. Ante los avezados políticos de la coalición derechista, con años de circo en el ruedo de los más oscuros rincones de la política transicional, han opuesto una resistencia de similar firmeza a la que una junta de vecinos premunida exclusivamente con palos de escoba puede ofrecerle a una División Panzer.

Boric, Jackson & Cía. no son más que inocentes pececillos a merced de verdaderos tiburones de la política nacional. Son campeones del fin al lucro, de la educación gratuita y de calidad y de la defensa del aborto por tres causales, pero basta con que la derecha enarbole el más burdo chovinismo en pos de la defensa de los territorios usurpados a Bolivia para que les comience a temblar la pera y cunda el pánico y el desorden en las filas frenteamplistas.

En dicho sentido, aun siendo minoría en el Parlamento, la derecha ha dado una clase magistral de conducción política práctica en los primeros meses de gobierno. Cuando lo ha tenido que hacer, ha golpeado fuerte de la mesa para alinear a todas las expresiones burguesas tras de sí; pero también ha sembrado sutilmente la confusión en las filas opositoras con el fin de dividir y vencer. En todo momento ha tenido la iniciativa política con hábiles zigzags que dejan desconcertados a sus adversarios. Lo único que ha impedido hasta el momento que la victoria sea perfecta en todos los frentes han sido las salidas puntuales de libreto de algunos ministros y parlamentarios, pero que con el correr del tiempo quedarán seguramente en el anecdotario de la política chilena[5].

4.2. Asimilación de las clases medias en la derecha

De este modo, se abre una segunda posible vía por la cual el gran capital puede establecer una alianza/interlocución con las clases medias. En contraste con la anterior, esta se funda en el escenario que la burguesía termine “echándose al bolsillo” ella misma a las clases medias a través de la desarticulación de sus frágiles expresiones políticas. Reduciéndolas a meras comparsas exótico/decorativas de la institucionalidad.

Esta segunda vía pareciese ser por la que habría optado la derecha, y que estaría poniendo en juego el gobierno. Esta implica entrar a disputar la base social del ciudadanismo, cuya naturaleza inherentemente contradictoria bien lo permite.

Esto es perfectamente factible con una mezcla de liberalismo y populismo conservador que, representadas en figuras como Felipe Kast y Manuel José Ossandón, incorpore dentro de la misma derecha a las clases medias. Esta opción requiere como contrapartida una modernización programática de este sector político, que puede no estar exenta de ciertas fricciones internas, tal como las protagonizadas po Evópoli frente al resto de los partidos de Chile Vamos en temas de identidad de género y eutanasia; pero que si es audaz en adoptarla –no habiendo razones de principio por la cual una derecha liberal moderna no pueda incorporar dichos temas en su agenda– terminaría dejando sin banderas de lucha al ciudadanismo progresista. Logrando de paso arrastrar a sectores populares tras de sí, asegurando para la derecha la conducción política del capitalismo chileno por un par de períodos presidenciales más.

5. Proyecciones: la lenta decantación del nuevo período

5.1. Arreglos en la esfera estatal

Como se advertía anteriormente, en estos primeros meses el gobierno de Chile Vamos ha logrado hábilmente imprimir conducción política a su gestión y al conjunto del cuadro institucional. De este modo, la derecha se muestra como la fuerza política burguesa que, con mayor coherencia, logra encarnar los intereses generales del gran capital.

Esta situación deriva de dos circunstancias específicas. De la claridad político-programática que desde un comienzo mostró la derecha, y de su posición de minoría en el Parlamento, la cual le obliga a ponerse por encima de las diferencias de las distintas expresiones burguesas actuantes en la institucionalidad política.

Con un actuar mucho más mesurado y ordenado que en su anterior gobierno, ha sabido sacar ventaja de su propia debilidad relativa. La fragmentación de la oposición le ha facilitado enormemente la tarea. De hecho, la misma derecha la ha potenciado. Ha logrado dividir –aún más– y vencer, desnudando de paso todas las miserias e incoherencias de sus adversarios, logrando echárselos al bolsillo.

Si bien todas estas son señales que dan luces de los nuevos derroteros por los que transitará el capitalismo chileno, se trata aún de un nuevo período que no termina de decantar del todo. Recién comienzan a delinearse sus principales rasgos fisonómicos.

En primer término, hay que tener en consideración que todavía la recomposición del bloque en el poder es precaria. No ha cuajado, por ejemplo, un marco político-institucional como el que contó el período transicional. Es posible que los cambios institucionales vayan haciéndose más factibles y, por ende, tomando cuerpo en la medida en que la derecha logre afianzarse en el ejecutivo y proyectarse en un par de administraciones más, tal como lo hizo la Concertación en los 90’ y 2000.

Lo anterior puede parecer paradojal, pero se debe tener en cuenta que la institucionalidad transicional fue concebida como una línea defensiva última para resguardar los resultados del aplastamiento de los trabajadores por el gran capital en un escenario en que la derecha fuera minoría en las instancias democrático-representativas. En otras palabras, partía del supuesto de una derecha derrotada. Esta situación ha cambiado.

En este escenario, con la derecha ya con las riendas de la iniciativa política, instancias como el Tribunal Constitucional y otras bien pueden llegar a constituirse en obstáculos para la dominación del gran capital antes que de su resguardo. Solo imagínese un acuerdo parlamentario transversal, trabajosamente logrado entre la derecha y el ciudadanismo, en torno a temas accesorios para la dominación del capital –como lo podría ser una eventual ley de identidad de género, por ejemplo– en comparación con otros de mayor trascendencia. De subsistir aquellas instituciones este podría ser impugnado en cualquier momento por grupos conservadores con agendas paralelas a las del consenso y líneas estratégicas del gran capital, poniendo en entredicho en última instancia la interlocución de este con las clases medias.

5.2. Arreglos en la sociedad civil

Queda también por dilucidar las formas institucionales que tomarán las alianzas clasistas más allá del ámbito estatal. O, en otras palabras, cuáles serán los complementos que encontrará en la sociedad civil el reacomodo del bloque en el poder.

Antes que todo, cualquier especulación realista acerca de la forma específica que puedan tomar los nuevos arreglos en el ámbito de la sociedad civil –así como también los de la esfera estatal– en este período debe partir del reconocimiento de la ausencia, y posibilidad de emergencia, de una opción política autónoma e independiente de las clases trabajadoras y los sectores populares en la escena nacional. Y así continuará en el corto y mediano plazo al menos. Esto es un hecho que ninguna organización revolucionaria puede cambiar en lo inmediato. Asumir lo contrario es simplemente confundir deseos con realidad.

Descartado lo anterior, lo que se aprecia más bien es una disputa en el seno de las débiles organizaciones de trabajadores existentes –tanto tradicionales como las emergidas en el último tiempo, que logran nuclear ciertos segmentos reducidos de trabajadores y/o tener alguna resonancia en dicho ámbito (como por ejemplo la Coordinadora Nacional de Trabajadores No+AFP)– por arrogarse un espacio en el bloque en el poder como interlocutor y garante “por abajo” de los grandes acuerdos del período.

Al gran capital le urge poder reestablecer la disciplina laboral en los procesos productivos, puesta hace rato en entredicho por el aumento de la actividad huelguística en diversos sectores de trabajadores.

La CUT, con el PC a la cabeza, parece correr con ventaja para constituirse en el interlocutor con las clases dominantes. La histórica reunión con la directiva de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), máximo órgano aglutinador del empresariado chileno, y los presidentes de sus principales gremios asociados de abril pasado en la sede misma de la central sindical es una potente señal de la venia con que cuenta la CUT entre el gran capital.

Los acuerdos transversales entre la burocracia sindical y los representantes de la patronal parecen ser el hito inequívoco cada vez que se inaugura un nuevo período en la administración civil del capitalismo chileno en su fase neoliberal. Así ocurrió en los inicios de la Transición con los denominados “Acuerdos marco” en los 90’, y así podría estar ocurriendo nuevamente.

Sin embargo, esta nueva alianza capital-“trabajo” de los “tiempos mejores” tiene que partir levantando a la alicaída central, si es que es efectivamente la CUT la elegida. Esta tiene que recobrar un mínimo de credibilidad y recuperar el terreno en cuanto a inserción social entre los trabajadores. Esto porque ya no se trata de la única central en el ámbito sindical, ni tampoco los trabajadores son hoy una clase completamente derrotada como a inicios de los 90’. Estos, por el contrario, comienzan lentamente a levantar cabeza y a sacudirse del pesado lastre que la CUT les significa.

Una vía alternativa consistiría en la sustitución de una burocracia sindical por otra. Si la burocracia tradicional se mostrara inepta para los objetivos del gran capital, este tendría que buscar otra de nuevo tipo. Y efectivamente, por la acera de enfrente aparece el sector de Mesina que encabeza la Coordinadora Nacional de Trabajadores No+AFP

Esta opción, sin embargo, plantea una serie de elementos que no la convierten en la primera para la burguesía. En primer lugar, al no estar asentada sobre estructuras sindicales y funcionarios a sueldo, sino básicamente en el activismo social voluntario, muestra una debilidad orgánica fundamental respecto a la CUT. Por otra parte, su arraigo en y hegemonía de las clases medias que prevalece en su interior siembra la incertidumbre.

Naturalmente, si es bien conducida la interlocución, esta podría ser una llave de entrada para el gran capital a las clases medias de la sociedad chilena, dándole la espalda a la decadente burocracia sindical tradicional. Sin embargo, el comportamiento de estos sectores sociales es errático, nadie sabe qué quieren en realidad. Un domingo colman la Alameda eufóricos pidiendo el fin de las AFP’s, y en otro no superan el par de miles bajo la misma consigna. Pueden votar en masa a favor de un sistema de reparto en un plebiscito auto convocado, pero esto no va acompañado de ninguna acción concreta o demostración de fuerza real que haga ley la decisión tomada soberanamente.

Como fiel reflejo del comportamiento de su “público objetivo”, los referentes políticos que marcan la pauta del movimiento presentan la misma, o incluso mayor, inconsistencia y volatilidad. La conducción de Mesina se ha empecinado en reafirmar el enfoque ciudadanista con que el movimiento ha abordado la problemática de las pensiones y las condiciones de retiro de la población trabajadora. En esta línea, la Coordinadora ya ha anunciado que el eje de su política para este año estará en el impulso de la denominada “Iniciativa Popular de Ley” (IPL)[6].

Todos estos son elementos que terminan conspirando contra la proyección de las enormes potencialidades que la cuestión previsional guarda para las clases trabajadoras, y obviamente para su constitución como actor político autónomo de la escena nacional.

Mayo 2018

 

Notas

[1] Disponible también en: http://www.ieschile.cl/2018/04/pinera-y-la-lucha-de-clases/

[2] Véase Ruy Mauro Marini: “El desarrollo industrial dependiente y la crisis del sistema de dominación”. Disponible en: http://www.marini-escritos.unam.mx/040_crisis_sistema.html

[3] Al respecto, el INE acaba de dar a conocer los resultados del censo 2017. En él se constata que el porcentaje de la población en Chile con estudios superiores alcanza el 29,8%, versus el 21,9% que alcanzaba en 2002 y el 11,7% en 1992. De más está decir que este explosivo crecimiento de la población con estudios superiores es un producto alcanzado en plena vigencia de la configuración neoliberal del capitalismo chileno. Este es un hecho del cual deben tomar nota las organizaciones revolucionarias al momento de elaborar y levantar plataformas de lucha dirigidas al ámbito estudiantil-universitario.

[4] Marx y Engels escribían, no solo como recurso retórico, que: «La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados». Hoy por hoy, se hace necesario sacar todas las consecuencias políticas que se desprenden de dicha aseveración.

[5] El hecho que parece escaparse lo constituye la situación del ministro de Salud Emilio Santelices. El cuestionamiento de la Contraloría a la legalidad del protocolo de implementación de la Ley de Aborto por tres causales que reemplazaba al elaborado por el anterior gobierno ha abierto el flanco político más importante hasta ahora al actual gobierno, restándole de pasada piso al ministro.

[6] Pamela Valenzuela: “La Coordinadora Nacional de Trabajadores No+AFP en el ciclo de luchas que se abre este 2018”. Disponible en: http://prensairreverente.cl/la-coordinadora-nacional-de-trabajadores-noafp-en-el-ciclo-de-luchas-que-se-abre-este-2018/

(*) Artículo recibido por el Correo de los Trabajadores antes de la explosión de las tomas feministas [Nota del Editor CT].


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