por Claudio Katz (*).
La crisis ya devoró a tres estrellas del “mejor equipo de los últimos 50 años”. Stuzzeneger fue sepultado por la corrida cambiaria y no es muy relevante si no supo pulsear con el mercado. Quedó simplemente desbordado por el desplome del modelo. Lo mismo ocurrió con las figuras emblemáticas del tarifazo (Aranguren) y la apertura comercial (Cabrera). Estos personajes combinaron el repudio de la población con enemistades de negocios en su propio círculo. Los chivos expiatorios se multiplican sin detener el acelerado deterioro de Macri.
El financista Caputo no tiene ninguna receta para contener ese desmoronamiento. Su margen de acción se ha estrechado desde que el FMI asumió el comando directo de la economía. La difusión de la letra chica del acuerdo desmiente todas las tonterías sobre un nuevo perfil benigno del Fondo. El ajuste es muy superior a lo imaginado y será monitoreado en forma cotidiana, sin aguardar las viejas auditorias trimestrales. El desangre de las provincias, la demolición del salario y el achique de las jubilaciones será acompañado con un vaciamiento del Fondo de Garantía, para precipitar la privatización de las sistema previsional.
El programa en marcha intenta una versión ordenada del mismo giro que coronó todos los colapsos de las últimas décadas. El objetivo es achicar el déficit fiscal y licuar los salarios, mediante una mega-devaluación que supere la tasa de inflación. Con la consiguiente elevación del tipo de cambio se espera reducir el desequilibrio comercial y generar los dólares requeridos para pagar la deuda. La recesión en gran escala es el mecanismo elegido para perpetrar este ajuste, en un mar de quebrantos, pobreza y desempleo.
El FMI ha diseñado el operativo en tres partes. El debut es una devaluación sin techo, hasta que asegure brechas significativas con los precios internos. Para garantizar esa fractura se han dispuesto severos límites, a todos los intentos de contrarrestar la disparada del dólar con la venta de reservas. Lejos de aportar los 50.000 millones de dólares imaginados por prensa, el FMI entregará 5000 (o 7000) millones, a cambio de un estricto control de las reservas. Con esa restricción la cotización del dólar puede trepar sin pausa, a través de la libre flotación que empezó a implementar Stuzzeneger. El nivel actual está muy lejos de la añorada paridad del 2002-03 y por eso Melconían sugiere llegar a los 41 pesos.
Para evitar un traslado integro de esa disparada a los precios, el FMI exige un segundo paso de brutal contracción de la actividad productiva. Esa recesión es inducida a través de exorbitantes tasas de interés. El 40% es el piso del operativo que implementa Caputo con los bancos, para rescatar a las LEBACS con mayor encarecimiento del crédito. Su ingeniería de bonos superpuestos pulveriza por completo a la industria. La ruptura de la cadena de pagos que se verifica en varios sectores es el anticipo del brutal freno que sufrirá la producción y el comercio.
El tercer paso de la cirugía -que Dujovne someterá a la aprobación de su jefa Lagarde- es el techo de inflación. Se espera forzar un porcentual inferior a la tasa de devaluación mediante el brutal aplastamiento del consumo. Si este plan de alta devaluación y enorme recesión -asentado en el empobrecimiento colectivo- no funciona, el FMI exigirá cirugías de mayor porte. El próximo calvario de cataclismos seguramente incluirá contramarchas y grandes divisiones por arriba.
El programa está socavado por su propia aplicación a través del conocido círculo vicioso del ajuste. Los recortes generan más podas que impiden llegar al final del túnel. La recesión achica la recaudación, potencia el déficit fiscal y obliga a mayores sablazos con los mismos resultados. Las tarifazos agravan la recesión y se tornan interminables por su atadura a los contratos dolarizados. Lo que el fisco ahorra con despidos y parálisis de la obra pública se despilfarra en intereses de la deuda.
El entusiasta apoyo de la clase dominante a esa inmolación presupone que las únicas víctimas sean los trabajadores. Pero la crisis ya impacta sobre los capitalistas afectados por la próxima recesión. Además, el agujero de las cuentas públicas empujará a restaurar impuestos y por eso se avizora un gran conflicto con las retenciones de la soja. También el turismo está en la mira y si la crisis se desmadra, ningún ministro podrá soslayar la reimplantación de regulaciones en el ámbito de la energía o las divisas de los exportadores.
El fin del gradualismo inaugura dos escenarios posibles: temblores controlados o terremotos inmanejables. El primer curso supone un largo desangre de la economía semejante al padecido por Grecia. El segundo repetiría el estallido de 1989-90 o 2001-02. La desactivación o continuidad de la corrida cambiaria (y su eventual traslado al ámbito bancario) indicará cuál será el contexto imperante. Ese cuadro se dirimirá también en la esfera política. ¿Podrá aguantar Macri el vendaval que se avecina?
Los despidos de tres ministros anticipan los pases de factura y las quiebras internas, que Cambiemos logró evitar desde el inicio de su gestión. La caída en desgracia de cualquier funcionario incluye ahora serias consecuencias judiciales. El procedimiento de poner presos a los desahuciados que inauguró el macrismo podría volverse en su contra, si algún juez decide enmendar su carrera con esa apuesta. En ese caso Stuzzeneger deberá explicar los turbios del JP Morgan durante la corrida y Aranguren comparecerá por los privilegios otorgados a Shell.
Por el momento el grueso peronismo mantiene una actitud dual. Ofrece puentes de supervivencia a Macri evitando su propia incineración. Está dispuesto a negociar los acuerdos con FMI (a través el presupuesto 2019), obligando al oficialismo a cargar con el costo electoral de esa transacción. Anhela la erosión y no al desplome del líder del PRO. Por eso lo empuja a realizar el trabajo sucio, esperando que llegue deshecho a los comicios.
El justicialismo no sólo aspira a recuperar el gobierno. También pretende encontrar un escenario de ajuste concluido y rebote de la economía. Sueña con gestionar un marco semejante al manejado por Cavallo con Menen o por Lavagna con Kirchner. Pero la crisis actual es muy superior y los compromisos con el FMI afectarán directamente al próximo mandatario. La continuidad de Macri (o de un calco justicialista) es la condición de los préstamos que otorga el Fondo.
Todos saben que el desenlace de la lucha social determinará los sucesos de los próximos meses. En las últimas semanas se ha recuperado el nivel de movilización logrado en diciembre y febrero pasado. Las calles están diariamente ocupadas por manifestaciones. Hubo actos masivos de repudio al FMI y un gran impulso de huelgas activas por parte de los sindicatos combativos. La marcha federal de los sectores empobrecidos fue multitudinaria y la desconcertada clase media tiende a sumarse a las protestas.
El triunfo logrado con la media sanción de la ley del aborto aporta otro impulso. Fue el resultado de una sostenida movilización que popularizó esa demanda. Se demostró nuevamente que la lucha sirve y se puede ganar. Lo conquistado en el terreno democrático ahora puede extenderse a la órbita social. La prioridad es la resistencia al ajuste y al terrible pacto concertado con FMI. En esa batalla se juega nuestro futuro.
19-6-2018
(*) Claudio Kat: Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/193602
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