En el cierre de la campaña más violenta de la historia reciente, AMLO metió un gol sin trampa en el Estadio Azteca.
Además del presidente, México elige ocho gobernadores, el jefe de Gobierno de la capital, 500 diputados, 128 senadores y otros 3.000 cargos públicos. El resultado de la votación podría influir en la reconfiguración de los núcleos de poder.
La abnegación puede tener este domingo una recompensa histórica en el país donde se arraiga la frontera entre Estados Unidos y el resto de América. Desde las tribunas altas del Estadio Azteca donde el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA, coalición Juntos haremos historia) cerró su campana, Andrés Manuel López Obrador es una silueta lejana. Está parado en un lugar lleno de referentes. El escenario fue montado en el arco donde el 22 de junio de 1986 Diego Armando Maradona le marcó a Inglaterra el famoso gol de la “Mano de Dios”. Obrador está muy cerca de convertir un gol sin trampas gracias a las millones de manos que este domingo primero de julio depositarán su voto a favor del político tabasqueño. El candidato de MORENA protagoniza su tercer intento de conquista de la presidencia con un empeño que desafió todos los pronósticos. Desde hace varios meses y a pesar de manipulaciones de baja calaña y ataques de todo tipo, Obrador encabeza los sondeos de opinión con una ventaja de 20 puntos ante sus dos adversarios: Ricardo Anaya (coalición Por México al Frente, PAN) y José Antonio Meade (Todos por México, PRI). Las preferencias del voto a su favor se congelaron en esa ventaja que nunca se movió desde que el pasado 8 de septiembre el INE (Instituto Nacional Electoral) fijó el inicio de la campaña electoral que concluyó este 27 de junio. En esos más de 210 días hubo 133 asesinatos (48 candidatos, 85 políticos) en 26 Estados del país que hicieron de esta campaña la más violenta de la historia de México.
La más sangrienta y, también, la más amplia de todos los tiempos en términos institucionales. Además del presidente, México elige ocho gobernadores, el jefe de Gobierno de la capital, 500 diputados, 128 senadores y otros 3. 000 cargos públicos. El país está en la línea divisoria que puede poner fin al esquema tradicional de los partidos (hegemonía del PRI y el PAN) y, por consiguiente, influir en la reconfiguración de los núcleos de poder. El crimen organizado no podía perderse esa ocasión. Numerosos analistas explican la extrema violencia que azotó al país durante el proceso electoral por la voluntad de los actores de la delincuencia de participar en el reparto de los fabulosos beneficios que genera la corrupción política. Jorge Carrasco, periodista y editorialista del semanario Proceso, explicó en un editorial que “la delincuencia organizada en México parece estar reclamando su parte del mercado de la corrupción en el manejo de los recursos y bienes públicos, reservado hasta ahora para la clase política y empresarios nacionales e internacionales con operaciones en el país”. Ante ese desafío, Obrador ha prometido un cambio “popular y radical”, una suerte de operativo desde “la raíz” para “cambiar el actual régimen desde la base”. México quiere otra historia y parece haber empezado a construirla pacíficamente. El Político, historiador y académico Jesús Reyes Heroles pronunció en el Siglo pasado una de las frases más célebres de la política mexicana. Heroles dijo que había que temer el despertar del “México bronco” adormecido desde la Revolución Mexicana. Ese México tan rebelde y en apariencia sumiso se despierta ahora con un grito colectivo: “basta” de todas estas décadas de violencia, pobreza, impunidad y corrupción administradas por el PRI y, en el corto período que va desde el 2000 al 2006, por el partido que no estuvo a la altura de la transición democrática: el PAN. Resulta paradójico que el candidato más maduro (64 años) sea hoy quien suscite las adhesiones más amplias entre la juventud. La ruptura entre el México de antes y el que materializa el representante de MORENA atraviesa todas las mesas familiares. En la casa de los Cifuentes los largos almuerzos suelen terminar con disgustos. Cecilia y Antonio, los padres, son priistas desde los antepasados. Su hijo Alberto, de 32 años, “se nos fue de panista sin avisar”. Pero sus otros tres hermanos, Silvia, Roberto y Miguel, sólo sueñan con el día en que Manuel López Obrador llegue a la presidente. Para los padres y Alberto, AMLO es un “populista que dejará a México peor que Venezuela”. Alberto dice exaltado que sus otros tres hermanos “cayeron en la trampa de la impostura. López Obrador sólo traerá fuga de empresas, cierre de bancos y más corrupción”. Silvia, Roberto y Miguel lo miran azorados. Es el hermano mayor, pero, igual, le dicen que “los priistas y el PAN le comieron la lucidez”. Los tres, aseguran, apuestan por “el cambio, por un país donde haya más educación, más distribución, un futuro más claro que no lleve a nuestros compatriotas a emigrar a Estados Unidos”.
Aislados por la certeza de que no llegarán a la presidencia, los adversarios de Obrador sólo creen en un milagro. “Hago un llamado al voto útil, hagámoslo juntos y vamos a ganar”, les dijo Ricardo Anaya a sus simpatizantes cuando el miércoles pasado cerró su campaña en León, en el Estado de Guanajuato, la cuna del voto conservador. José Antonio Meade, el candidato del PRI a la presidencia, hizo su acto final en Saltillo (Estado de Coahuila). Allí reactivó el tema de la inseguridad y prometió cortar los caminos con los que el crimen organizado se financia y se arma. Un día separa a los tres del veredicto final. El “México bronco”, silencioso pero motivado, parece haber trazado su nuevo camino para sacar del poder a las dinastías y las castas incrustadas desde hace décadas. La contraofensiva de la derecha apenas movieron las motivaciones del electorado. Como ocurre con todas las tardías derechas que están al sur del Río Bravo, la mexicana no fue una excepción. Recurrió al infantil argumento del “populismo” para descalificar al indescifrable candidato de Juntos haremos historia. Lo compararon con el ex presidente venezolano Hugo Chávez, con Lula en Brasil, con Evo Morales en Bolivia y con la ex presidenta argentina Cristina Kirchner. Hasta produjeron una pésima serie documental sobre “Populismo en América Latina” donde incluyeron a López Obrador. Una disparate de museo. Cruzando la frontera, el diario The Washington Post también se metió en el corrido mexicano. En un editorial publicado a mediados de junio, bajo el titulo “El Peligro de un Trump Mexicano”, el diario norteamericano calificó el programa de AMLO de “agenda reaccionaria”, lo comparó al “socialismo de Venezuela” y terminó diciendo que Andrés Manuel López Obrador se parece mucho a Donald Trump y que, por consiguiente, un triunfo suyo en las presidenciales significará “más problemas en ambos lados de la frontera”. A los conservadores se les atragantan las dos reformas más polémicas de Obrador: la reevaluación de la reforma energética instaurada por Peña Nieto, en lo esencial lo que atañe la apertura a las inversiones extranjeras, y la cancelación de la reforma educativa. La sombra del agitado y grosero presidente norteamericano ha sido una nube permanente sobre el cielo electoral mexicano. Sin embargo, pese a sus exabruptos e insultos, no tuvo una influencia preponderante. “Curiosamente, la llegada de Trump ha convertido a Estados Unidos en un asunto sin importancia en la campaña”, señaló Vidal Fernando Romero León, jefe del Departamento Académico de Ciencia Política del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Los gringos y las derechas locales probaron sin éxito instalar la idea de que AMLO era “la mayor amenaza populista” que se cierne sobre América Latina. Hasta el fanático globalizado en que se ha convertido el escritor Mario Vargas Llosa se metió en la campaña cuando dijo que López Obrador “podría empujar a México a un desastre, no a una catástrofe como Venezuela, pero con consecuencias muy negativas para América Latina”.
Las narrativas del populismo pactadas por la derecha no corrigieron las intenciones de voto del primer partido político del país: el movimiento del desencanto y el hartazgo, el movimiento del dolor colectivo acumulado con las decenas y decenas de miles de muertos y desaparecidos que ha dejado la supuesta guerra contra el narcotráfico lanzada por el ex presidente Felipe Calderón (2006-2012). El “México bronco” no es de izquierda sino una pluralidad consiente de que la ruleta rusa ha dejado de ser una forma de gobernar uno de los países más mágicos, ricos y fuertes del mundo. López Obrador pasó de la izquierda hacia el centro con la repetida promesa de acabar con “El partido de la Mafia” y “lavar, como una escalera, de arriba hacia abajo, al gobierno de la corrupción”. El candidato de MORENA se hizo identificar como una víctima más del sistema político que le robó une elección. “Lleva 12 años en campaña, es natural que tenga un alto nivel de reconocimiento y que el deterioro de los gobiernos le aporte apoyos”, explica Khemvirg Puente Martínez, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y coordinador del Centro de Estudios Políticos de la misma institución. En ese trayecto de más de una década y del viaje de la izquierda hacia el centro Andrés Manuel López Obrador ilusionó al México que no quiere despertase más con una pistola en la boca y los corruptos comiendo libres en los restaurantes de lujo.
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