¿Qué fue de Libia después de la intervención imperialista europea? Análisis.

Libia según la ONU y la dura realidad.

A pesar de la buena voluntad de algunos participantes, la conferencia de París sobre Libia no tuvo los efectos esperados en ese país. Para Thierry Meyssan eso es consecuencia del doble discurso de la OTAN y de la ONU, que dicen querer estabilizar Libia cuando en realidad las acciones de las dos organizaciones siguen el plan del almirante estadounidense Cebrowski para la destrucción de los Estados de los países atacados. La farsa de París estaba marcada por un profundo desconocimiento de las particularidades de la sociedad libia.

Desde que la OTAN destruyó la Yamahiriya Árabe Libia, en 2011, la situación en Libia se ha deteriorado gravemente: el PIB ha caído a la mitad y sectores enteros de la población están viviendo en la miseria, es imposible circular en el país y reina una inseguridad generalizada. Durante los últimos años, dos terceras partes de la población ha huido al extranjero, al menos temporalmente.

Aceptando implícitamente la intervención ilegal de la OTAN como un hecho consumado, las Naciones Unidas tratan ahora de estabilizar Libia.

Intentos de pacificación

La ONU está présente en el país a traves de la MANUL (Misión de Apoyo las Naciones Unidas en Libia), un órgano exclusivamente político. El verdadero carácter de esa instancia se vio claramente desde que se creó. Su primer director, Ian Martin, ex director de Amnistía Internacional, organizó el traslado de 1 500 yihadistas de al-Qaeda, como «refugiados», de Libia hacia Turquía para formar el denominado «Ejército Sirio Libre». Aunque la MANUL está supuestamente bajo la dirección de Ghassan Salamé [1], en realidad depende directamente del director de Asuntos Políticos de la ONU, que no es otro que el estadounidense Jeffrey Feltman. Este último, ex asistente de Hillary Clinton en el Departamento de Estado estadounidense, es uno de los principales ejecutores del plan Cebrowski-Barnett para la destrucción de los Estados y sociedades en los países del «Medio Oriente ampliado» [2]. Fue precisamente Jeffrey Feltman quien supervisó en el plano diplomático las agresiones contra Libia y Siria [3].

La ONU parte de la idea que el desorden actual en Libia es consecuencia de la «guerra civil» de 2011 entre el régimen de Muammar el-Kadhafi y su oposición. Pero, en el momento de la intervención de la OTAN, esa oposición se componía solamente de los yihadistas de al-Qaeda y la tribu de los misurata. Como ex miembro del último gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia, yo mismo soy testigo de que la agresión de la OTAN no respondía a la existencia de un conflicto entre libios sino a una estrategia regional a largo plazo para todo el conjunto del Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente.

Ante los magros resultados que obtuvieron en las elecciones legislativas de 2014, los islamistas que habían librado los combates terrestres por cuenta de la OTAN decidieron no reconocer la «Cámara de Representantes» basada en Tobruk y constituir, en Trípoli, su propia asamblea, que ahora llaman «Alto Consejo de Estado». Considerando que esas dos asambles rivales podían formar un sistema bicameral, Feltman puso a los dos grupos en condiciones de igualdad. Hubo contactos organizados en los Países Bajos y después se firmaron los acuerdos de Skhirat (Marruecos) pero sin aprobación de ninguna de las dos asambleas. Esos «acuerdos» instituyeron un «gobierno de unión nacional», designado por la ONU e inicialmente con sede en Túnez.

Para preparar la elaboración de una nueva Constitución y elecciones presidencial y legislativas, Francia –suplantando los esfuerzos de los Países Bajos y Egipto– organizó a fines de mayo una cumbre entre las personas que la ONU presenta como los cuatro principales líderes del país, encuentro que se realizó en presencia de representantes de los principales países implicados en el terreno. Esa iniciativa fue duramente criticada en Italia [4]. Públicamente, se habló de política, pero discretamente se trazaron los contornos de un Banco Central Libio único que se encargará de borrar el robo de los fondos soberanos por los miembros de la OTAN [5] y centralizará el dinero del petróleo. En todo caso, después de la firma de una declaración común y de los abrazos de rigor en tales circunstancias… la situación en el terreno empeoró bruscamente.

El presidente francés Emmanuel Macron actuó en función de su experiencia como banquero de negocios: reunió a los principales líderes libios seleccionados por la ONU, analizó con ellos cómo proteger sus intereses respectivos con vistas a crear un gobierno que todos reconozcan, verificó que las potencias extranjeras no sabotearan ese proceso y creyó que los libios aplaudirían esa solución. Pero no resolvió nada porque Libia es totalmente diferente a las sociedades occidentales.

Es evidente que Francia, que fue –con el Reino Unido– la punta de lanza de la OTAN contra Libia, está tratando de recuperar los dividendos de su intervención militar, que hasta ahora le han sido negados por sus aliados anglosajones.

Para entender lo que está sucediendo es necesario ver un poco de historia y analizar cómo viven los libios en función de su propia experiencia personal.

La Historia de Libia.

Libia existe desde hace sólo 67 años. En el momento de la caída del fascismo y del fin de la Segunda Guerra Mundial, los británicos ocuparon parte de aquella colonia italiana (las regiones de Tripolitania y Cirenaica) mientras que los franceses ocupaban otra parte (la región de Fezzan) dividiéndola y vinculándola administrativamente a sus colonias de Argelia y Túnez.

Londres favoreció la aparición de una monarquía controlada desde Arabia Saudita, la dinastía de los Senussi, que reinó sobre el país al proclamarse la «independencia», en 1951. Esa dinastía wahabita mantuvo el nuevo Estado en un oscurantismo total mientras favorecía los intereses económicos y militares anglosajones.

La dinastía de los Senussi fue derrocada en 1969 por un grupo de oficiales que proclamó la verdadera independencia y sacó del país las fuerzas extranjeras. En el plano de la política interna, Muammar el-Kadhafi redactó, en 1975, el Libro Verde, un programa donde garantizaba a la población del desierto la realización de sus principales sueños. Por ejemplo, cada beduino soñaba tener su propia tienda para vivir y su camello (un medio de transporte). Kadhafi garantizó a cada familia un apartamento gratis y un automóvil. La Yamahiriya Árabe Libia también garantizó gratuitamente a los libios el agua [6], la educación y los servicios de salud [7]. La población nómada del desierto se sedentarizó progresivamente en la costa, pero los vínculos de cada familia con su tribu de origen siguieron siendo más importantes que las relaciones de vecindad. Se crearon instituciones nacionales inspiradas en las experiencias de los falansterios de los socialistas utópicos del siglo XIX. Esas instituciones instauraron una democracia directa que coexistía con las estructuras tribales antiguas. En ese marco, las decisiones importantes se presentaban primeramente en la Asamblea de Consulta de las tribus antes de someterse a deliberación en el Congreso General del Pueblo (Asamblea Nacional).

En el plano internacional, Muammar el-Kadhafi se dedicó a la solución del conflicto secular entre africanos árabes y africanos negros. Erradicó la esclavitud y utilizó gran parte de los ingresos provenientes del petróleo para contribuir al desarrollo de los países subsaharianos, principalmente de Mali. Su actividad incluso despertó a los países occidentales, que iniciaron entonces políticas de ayuda al desarrollo del continente africano.

Sin embargo, a pesar de los progresos alcanzados, 30 años de Yamahiriya no lograron convertir aquella Arabia Saudita africana en una sociedad laica moderna.

El problema actual.

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El funcionario libanés de la ONU Ghassan Salamé y su jefe, el estadounidense Jeffrey Feltman.

Al destruir la Yamahiriya y desplegar nuevamente en Libia la bandera de la dinastía Senussi, la OTAN hizo retroceder el país a lo que había sido antes de 1969, un conjunto de tribus que vivían en el desierto sin relación con el resto del mundo. Ante la desaparición del Estado, la población se replegó hacia las estructuras societales tribales, sin jefe supremo. Volvieron a Libia la sharia, el racismo y el esclavismo. En esas condiciones, es inútil tratar de restablecer el orden desde arriba y se hace indispensable pacificar primero las relaciones entre las tribus. Sólo después de eso será posible plantearse la creación de instituciones democráticas. Hasta ese momento, la seguridad de cada cual dependerá de su pertenencia a una tribu. Para poder sobrevivir, los libios renunciarán hasta entonces a pensar de manera autónoma y actuarán siempre tomando como referencia su grupo tribal.

Resulta emblemática la represión que los habitantes de Misurata desataron contra los pobladores de Tawerga. Los misuratas (habitantes de Misurata) son los descendientes de los soldados turcos del ejército otomano mientras que los pobladores de Tawerga son descendientes de ex esclavos negros. En relación con Turquía, los misuratas participaron en el derrocamiento de la Yamahiriya y, en cuanto se impuso el estandarte de los Senussi, arremetieron con furor racista contra los libios negros atribuyéndoles todo tipo de crímenes. Se estima que al menos 30 000 pobladores de Tawerga se vieron obligados a huir de esa localidad libia.

Será evidentemente muy difícil que surja una personalidad comparable al asesinado Muammar el-Kadhafi y que obtenga, primeramente, el reconocimiento de las tribus y después la aceptación del Pueblo. Pero no es ese el objetivo de Jeffrey Feltman. Contrariamente a las declaraciones oficiales sobre una solución «inclusiva», o sea que integre todos los componentes de la sociedad libia, Feltman impuso, a través de los islamistas con quienes colaboró contra Kadhafi desde el Departamento de Estado estadounidense, una ley que prohíbe que las personas que sirvieron a la Yamahiriya puedan ejercer cargos públicos. La Cámara de Representantes se ha negado a aplicar ese texto, que sigue en vigor en Trípoli. Se trata de un dispositivo comparable al proceso de “desbaasificación” que el propio Feltman impuso en Irak, cuando participaba en la dirección de la «Autoridad Provisional de la Coalición». En ambos casos, las leyes de Feltman privan a esos países de la mayoría de sus élites, empujando estas últimas a la violencia o al exilio. Es evidente que, mientras dice trabajar por la paz, Feltman sigue adelante con los objetivos del plan Cebrowski.

A pesar de las apariencias, el problema de Libia no es la rivalidad entre líderes sino la ausencia de pacificación entre las tribus y la exclusión de los antiguos seguidores de Kadhafi. La solución no puede negociarse entre los cuatro líderes reunidos en París sino únicamente en el seno de la Cámara de Representantes de Tobruk y alrededor de esa estructura, cuya autoridad abarca ahora el 80% del territorio libio.

junio de 2018.

(*) Thierry Meyssan: Intelectual francés, presidente-fundador de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Sus análisis sobre política exterior se publican en la prensa árabe, latinoamericana y rusa. Última obra publicada en español: De la impostura del 11 de septiembre a Donald Trump. Ante nuestros ojos la gran farsa de las «primaveras árabes» (2017).

[1] Ghassan Salamé es un político y universitario libanés, padre de la periodista francesa Lea Salamé y de la directora de la Fundación Boghossian de Bélgica, Louma Salamé. Ghassan Salamé ha trabajado con el estadounidense Jeffrey Feltman en Irak pero no en Líbano.

[2] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Haïti Liberté (Haití), Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.

[3] «Alemania y la ONU contra Siria», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 28 de enero de 2016.

[4] En 2011, el primer ministro italiano Silvio Berlusconi protestó contra la intervención de la OTAN en Libia. Pero su propio parlamento se encargó rápidamente de traerlo de regreso al orden atlantista.

[5] «La rapiña del siglo: el asalto de los voluntarios a los fondos soberanos libios», por Manlio Dinucci, Il Manifesto (Italia), Red Voltaire, 22 de abril de 2011.

[6] A partir de 1991, Libia construyó el «Gran Río Artificial», una enorme red de explotación del manto acuífero de la Cuenca de Nubia, situado a gran profundidad. No existe en ningún lugar del mundo nada comparable a las proporciones gigantescas de ese sistema de explotación de la riqueza hídrica de Libia.

[7] A falta de numerosos hospitales en el país, la Yamahiriya Árabe Libia a menudo enviaba al extranjero los pacientes que necesitaban intervenciones quirúrgicas y corría con todos los gastos (viaje, alojamiento en el país receptor y costo de la atención médica recibida en el exterior).

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201396.html


Libia: tres Gobiernos en desgobierno.

En ese momento se creó el Consejo Nacional de Transición (CNT), institución que aglutinaba facciones bastante heterogéneas entre sí, pero que compartían el propósito de derrocar el régimen de Gadafi. A los pocos meses de su creación, logró alcanzar el reconocimiento de la comunidad internacional como Gobierno provisional; sin embargo, tras el asesinato de Gadafi el 20 de octubre de 2011, empezaron a aflorar sus debilidades.  El hecho de que sus integrantes no habían sido elegidos por el pueblo, la ausencia de un proyecto común, así como la incapacidad para desarmar e integrar en el aparato de seguridad del Estado a fuerzas locales y grupos armados que habían jugado un papel destacado en la revolución, se pueden citar entre los factores claves que impidieron al CNT liderar la etapa pos-Gadafi.

Primeras elecciones: los islamistas en el poder.

Con una intención clara de remediar tal situación, el 7 de julio de 2012 tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas en un país que había vivido 43 años de dictadura militar. Estas elecciones buscaban elegir a los 200 diputados que formarían la futura Asamblea Nacional Constituyente o Congreso General de la Nación (CGN). Con una participación electoral del 62%, la victoria fue para el partido de tendencia liberal Alianza de Fuerzas Nacionales. No obstante, el partido islamista Justicia y Construcción —rama libia de los Hermanos Musulmanes— acabaría controlando el CGN gracias al apoyo de distintos candidatos independientes y de los salafistas. Tras las elecciones parlamentarias, se estableció un nuevo Gobierno en Trípoli encabezado por el liberal Alí Zeidan en el que los ministerios fueron repartidos entre islamistas y liberales.

Reparto de los escaños tras las elecciones: 39 para la Alianza (amarillo), 17 para Justicia y Construcción (azul oscuro), tres para el Frente Nacional (verde claro) y dos para el Partido Nacional Centrista (azul claro), Unión por la Patria (verde oscuro) y Wadi Al Hayaa (morado). El resto lo componen otros bloques (celeste) e independientes (gris). Fuente: Wikimedia

Durante este periodo, los islamistas, relegados en la etapa anterior, lograron alcanzar un gran poder en el país. Muestra de ello sería la aprobación en 2013 de la Ley de Aislamiento Político —que desfavorecía a los sectores liberales y seculares al impedir ocupar cargos públicos a quienes habían ostentado algún alto cargo durante el régimen de Gadafi— y la sharía como fuente de Derecho.

Por su parte, el entonces primer ministro Zeidan, incapaz de controlar las milicias operativas a lo largo del país, tenía que hacer frente a la fuerte oposición y al bloqueo político de los Hermanos Musulmanes. Tras un intento de golpe de Estado en el que Zeidan llegó a ser secuestrado durante algunas horas por el grupo islamista Sala de Operaciones de los Revolucionarios Libios, su fin en el tablero político llegó en marzo de 2014 cuando un buque con bandera norcoreana negoció la extracción de petróleo directamente con las milicias que controlaban el golfo de Sidra, lo que dio lugar a que este fuera interceptado posteriormente por un buque estadounidense. La crisis política resultante desembocó en una moción de censura contra Zeidan, y el que fuera su ministro de Defensa, el moderado Abdulá al Thani, pasó a ocupar el cargo de primer ministro. Sin embargo, solo un mes después Al Thani dimitiría por amenazas contra su familia y el islamista Ahmad Mitig accedió al cargo en una polémica votación.

A partir de entonces se precipitarán los acontecimientos, en gran medida debido al retorno del que será una de las figuras claves en la guerra civil libia: el general Jalifa Haftar. Jefe del Estado Mayor del régimen de Gadafi, tras ser acusado de traición en el conflicto libio-chadiano (1978-1987), se vio obligado a exiliarse en EE. UU., desde donde regresó para ocupar un alto mando en las operaciones militares del CNT al inicio de las revueltas contra el dictador.

Tras viajar de nuevo a EE. UU., Haftar reapareció en el escenario libio en febrero de 2014 y en un mensaje televisado ordenó la disolución del CGN por su incapacidad para gobernar un país bloqueado por los islamistas y la creación de un “comité presidencial” que gobernaría hasta que se celebrasen nuevas elecciones. Desde el CGN lo tildaron de golpista y sus planes quedaron temporalmente en una mera declaración de intenciones. Haftar recabaría en secreto los apoyos necesarios para lanzar tres meses después, con Mitig como primer ministro, la llamada Operación Dignidad con el objeto de deponer al CGN y derrotar a las milicias islamistas en las que se apoyaba. Así, Bengasi y Trípoli, dos de las ciudades donde los islamistas tenían más poder, fueron bombardeadas, y el CGN, asediado. En esta nueva guerra civil, las fuerzas de Haftar, autodenominadas Ejército Nacional de Libia, contaron con un fuerte respaldo popular y fueron apoyadas por las milicias de Zintan, Warshefana y Nafusa.

Paralelamente, en un nuevo giro inesperado, la Corte Suprema declaró ilegal el proceso de elección de Mitig y, ante la falta de sustituto, a principios de junio de 2014 el cargo pasó de nuevo a manos de Al Thani. No obstante, lo ostentaría por poco tiempo; en unas nuevas elecciones convocadas para el 25 de junio, con la operación militar liderada por Haftar como telón de fondo, los bandos estarían más polarizados que nunca.

En 2016 Libia ya era considerada un Estado fallido. Fuente: The Economist

Segundas elecciones: escisión irreconciliable entre Trípoli y Tobruk.

Con una participación muy baja ante el miedo de violencia armada, las elecciones que buscaban designar a los miembros de la Cámara de Representantes —el nuevo órgano legislativo para sustituir al CGN— las ganaron los partidos seculares, y los islamistas sufrieron un fuerte retroceso respecto a las elecciones de 2012. Debido a que los conflictos entre distintas facciones continuaban en Trípoli, la cámara se trasladó a la ciudad oriental de Tobruk, donde Al Thani forma un nuevo Gobierno con el respaldo de la comunidad internacional. Sin embargo, los islamistas tacharon de fraudulentas las elecciones de 2014 y no reconocieron la legitimidad de la cámara ni del Gobierno de Al Thani. El CGN, cuyo mandató expiró oficialmente el día de las elecciones, se mantuvo como Parlamento y un nuevo Gobierno “de salvación nacional” se constituyó en Trípoli bajo las órdenes del islamista Omar al Hasi.

Al desconcierto de contar con dos Gobiernos y dos Parlamentos —uno en Tobruk y otro en Trípoli— hay que sumarle que, si bien el primero sería el único reconocido internacionalmente, en el plano interno la Corte Suprema libia invalidó también las elecciones de 2014 y, por ende, el Parlamento surgido de ellas. La Cámara de Representantes y Al Thani acusaron a las milicias islamistas que controlaban la capital de influir en la decisión del tribunal y desde Tobruk no se acató el veredicto.

Por su parte, el autodenominado Ejército Nacional de Libia mostró su apoyo tanto a la Cámara de Representantes —o “Parlamento de Tobruk”— como a su Gobierno y se ha erigido en garante de la seguridad de esta parte del país. Mientras, en el bando islamista, como contraofensiva a la operación militar liderada por Haftar, se lanzó la Operación Amanecer Libio con el apoyo de milicias islamistas de Trípoli y de la ciudad portuaria de Misrata. Asimismo, el conflicto que tenía lugar en la región suroeste del país entre las tribus tubu y tuareg —cuyas dinámicas no obedecían al enfrentamiento entre Trípoli y Tobruk— ha sido utilizado por ambos bandos en su propio beneficio: el Gobierno tripolitano ha financiado y armado a los tubus y las fuerzas de Haftar, a los tuaregs.

El Gobierno de Unidad Nacional.

Ante el caos reinante, a finales de 2015 se firmará en Sjirat (Marruecos) a instancias de la ONU el denominado Acuerdo Político Libio, en virtud del cual se establecía un Gobierno de Unidad Nacional (GUN) liderado por el secular y abiertamente prooccidental Fayez al Sarraj, quien a su vez pasaría a dirigir el Consejo Presidencial con funciones de jefe de Estado. El acuerdo preveía la creación de un órgano consultivo con sede en Trípoli, el Consejo de Estado, integrado por los representantes del CGN, y la Cámara de Representantes de Tobruk quedaba reconocida como el único parlamento legítimo de Libia. Aunque la mayor parte de la comunidad internacional empezaría a establecer relaciones con el GUN, en el plano interno parecía nacer herido de muerte, pues ni Trípoli ni Tobruk ratificaron el acuerdo.

Instituciones libias según el Acuerdo de Sjirat. Fuente: IEEE

Inicialmente operativo desde Túnez, el Gobierno de Al Sarraj pudo establecerse en Libia en 2016. Desde entonces, en contra de lo esperado, Al Sarraj ha sabido consolidar su posición de poder y lograr el apoyo de una buena parte de las milicias de Misrata, de las Fuerzas Especiales de Disuasión y de las dos instituciones económicas más poderosas: el Banco Central y la Corporación Nacional del Petróleo. Asimismo, la legitimidad del nuevo Gobierno se vio reforzada a finales de ese año cuando, tras más de seis meses de ofensiva —respaldada principalmente por las fuerzas aéreas estadounidenses—, la organización terrorista Dáesh fue expulsada de Sirte, ciudad portuaria de gran relevancia geoeconómica, pues en ella se encuentran las principales terminales para la exportación de hidrocarburos del país.

La situación de anarquía tras la caída de Gadafi había sido aprovechada por Ansar al Sharia —‘partidarios de la sharía’—, grupo de ideología salafista, antidemocrático y antioccidental, para establecerse y consolidar su poder en la ciudad de Bengasi, donde en 2012 asaltó el consulado estadounidense y asesinó al embajador. Por su parte, Dáesh se instaló en el país en 2014, concretamente en la ciudad de Derna, donde recabó el apoyo de una buena parte de los miembros del languideciente Ansar. Desde su bastión y aprovechando el vacío de poder en la zona por los enfrentamientos entre Trípoli y Tobruk, logró avanzar hasta Sirte y permaneció allí desde 2015 hasta finales de 2016, cuando la ofensiva liderada por el GUN logró su expulsión. Dicha derrota supuso el retroceso de la organización terrorista en el país, aunque se calcula que aún hay más de un millar de yihadistas actuando en Libia.

Tras su importante victoria en Sirte, el GUN también tuvo que hacer frente a un intento de golpe de Estado por parte del Gobierno tripolitano, liderado entonces por Jalifa al Ghawil. En marzo de 2017 una alianza de milicias que apoyaban al GUN logró lanzar una ofensiva en la que Al Ghawil resultó herido y partió al exilio, lo que convierte a Haftar, aliado del Gobierno de Tobruk, en su principal oponente en el país. De hecho, Haftar y su Ejército Nacional han logrado importantes victorias en los dos últimos años, con el consiguiente debilitamiento del Gobierno de Al Sarraj. Entre estas destacan la toma de Bengasi, el control de las principales estructuras petroleras del país y su victoria sobre la base militar estratégica de Al Jufra, a lo que habría que añadir la consolidación de su autoridad en el este de Libia —a excepción de la ciudad de Derna—.

Control del territorio libio por los distintos actores del país. Fuente: Al Jazeera.

Unas nuevas elecciones: ¿el fin de la guerra?

De nuevo, ante dos centros de poder antagónicos, llegó del exterior un intento de mediación, esta vez de manos del presidente francés Emmanuel Macron, quien en julio de 2017 auspició que Haftar y Al Sarraj llegasen a un acuerdo por el que ambos se comprometían, entre otros puntos, a la búsqueda de una solución política a la crisis libia,  a hacer efectivos los acuerdos de Sjirat y a la celebración de elecciones “lo antes posible”.

Tras más de diez meses de posiciones enconadas, una nueva reunión entre ambos líderes ha tenido lugar en París el pasado 29 de mayo; sin embargo, tampoco parece que los puntos negociados vayan a cumplirse a corto plazo en este caso. Sin un marco constitucional, una ley electoral acordada ni la seguridad requerida —muestra de ello son los atentados cometidos por milicias cercanas a Haftar contra los paneles electorales y por el Dáesh contra la sede de la Comisión Electoral—, la fecha del 10 de diciembre para la celebración de elecciones en Libia parece, cuando menos, precipitada.

Haftar —en estos momentos, el hombre fuerte de Libia al controlar tanto las principales infraestructuras petroleras como la mayor fuerza militar que opera en el país— no se resiste a contemplar una opción distinta al uso de la fuerza para destruir el “islam político” y las milicias del Amanecer Libio, por lo que el espacio para una negociación real con Trípoli es bastante limitado. A esta primacía de poder en la esfera interna ha de sumarse el apoyo que le brindan abiertamente Egipto y Emiratos Árabes Unidos y, de manera encubierta, Rusia.

Tras siete años desde el inicio del conflicto armado, el futuro de Libia resulta vacilante; con el deterioro de la salud de Haftar, no parece que haya un sustituto capaz de seguir aunando la amalgama de tribus y milicias que sostienen sus fuerzas militares. Ante este voluble tablero, el presidente estadounidense ha reconocido que no tiene otro interés en Libia más allá de la lucha contra el terrorismo y la UE solo parece estar interesada en proteger sus fronteras. Muestra de ello son las partidas destinadas a formar y financiar a los denominados guardacostas libios para que inmigrantes y refugiados subsaharianos no lleguen a las costas europeas. Mientras, los centros de detención inhumanos, dependientes de la milicia de turno, se suceden a lo largo de Libia y subastas atroces de esclavos tienen lugar en los mercados de ciudades como Sabha.

Libia se ha vuelto un punto clave en las dinámicas migratorias entre África y Europa; que sea poco menos que un Estado fallido ha ayudado enormemente a ello. Sin embargo, la presión de la Unión Europea va a conducir a que esos flujos cambien de rumbo.
(*) Juan Bautista Cartes: San Juan del Puerto (Huelva), 1992. Doctorando en Derecho Internacional y Europeo por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente también inmerso en el Máster Árabe en Derechos Humanos y Democratización (Beirut). Interesado en geopolítica, derechos humanos y Derecho internacional penal, especialmente en África y el mundo árabe.
Fuente: https://elordenmundial.com/libia-conflicto-gobierno/

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