El color de los pañuelos.
Son villeras orgullosas, se enfrentan al ninguneo de sus voces, a la pobreza y al acoso de las fuerzas represivas; discuten sobre el aborto legal en esos territorios a los que se niega opinión propia y juntas van construyendo sentidos. “Muchas compañeras se nos mueren en los brazos”, dicen en relación a la falta de acceso a una práctica segura. Son mujeres de La Poderosa, esa organización que tiene voz pública y colectiva en una revista –La Garganta Poderosa–, las que no ceden frente al machismo y aprenden a reconocerlo y denunciarlo juntas.
[La represión en las villas]
Fue sábado, de noche, Jésica Azcurreire (33) escuchó ruidos afuera de su casa, estaba con sus hijos Alan (16) y Morenita (10), y su marido, Pablo, planeando una salida para el día siguiente. De pronto la llamó su hermana al celular y le dijo que se fije que pasaba algo en la calle. Se asomó a la puerta, miró desde el pasillo y vio a una multitud de efectivos de la Prefectura Naval avanzando hacia su casa,mientras arrastraban a su hermano Roque, fotógrafo de la revista La Garganta Poderosa. Había camiones, camionetas, autos, una marea beige de uniformes de la Prefectura, mujeres y hombres, se escuchaban tiros…
–Me empujan y casi pierdo los lentes –relata Jésica– corremos a mi casa y entran a palazos y patadas; los prefectos gritan “entren y chupen a cualquiera”, mis hijos se metieron debajo de la cama. Lo sujetan a Pablo y lo arrastran fuera de la casa. A mí me agarran del pelo, me insultan, “negra villera”, me dicen “puta, sucia”. Les grito que no me pueden tocar y uno comienza a palparme, me aprieta las tetas, otros tres me manoseaban de atrás…
Mientras pasa todo eso ella ve que se llevan a patadas a Pablo y lo meten en un auto
–Corro al pasillo tras ellos gritando, “cállate negra sucia” me decían, y había un cordón de Prefectura que no me dejó pasar. Me sentía, con asco, angustiada, horrible. Lloraba en silencio, temblaba de miedo y bronca. Y vomitaba… Y se van, se llevan a Roque y a Pablo.
A los dos hombres y a Mona, otra compañera de La Poderosa, los llevaron a una garita policial, en las calles Cepita y Luján. Ellos terminaron detenidos la comisaría 30. Recién los dejaron en libertad el lunes gracias a la denuncia y los reclamos de la PROCUVIN (Procuraduría Contra la Violencia Institucional)
Mona (28), por su parte, cuenta que ella estaba en su casa mirando la tele con su nene y cuando escuchó los gritos y los tiros subió a la terraza. Desde ahí vio dos cordones de la Prefectura en la casa de sus hermanos, fue corriendo a preguntar qué pasaba, dónde estaba su familia.
–“Cerrá el orto, negra hija de puta”, fue la primera respuesta que me dieron y decían “ésta se la chupa a cualquiera”, mientras se reían de mí. Yo gritaba que quería saber dónde estaba mi familia y me agarraron entre cinco mujeres y un hombre. Mi nene, que tiene 10 años, corrió desesperado viendo como me llevaban. Yo gritaba mucho y me daban palazos, me arrastraron de los pelos y me metieron en un patrullero: “¿estás segura de que nunca estuviste en cana, negra?”, me gritaban y me llevaron a la garita de Luján donde veo que también los tenían, apaleándolos, a Pablo y a Roque, los arrastraban.
A Mona la pasearon mientras la insultaban y manoseaban, la llevaron por un camino de sirga hasta el Riachuelo. “¿Con qué excusa la vamos a llevar a ésta?”, decían los prefectos. Y al rato llegó otro patrullero y la misma prefecta que antes le había pegado, le preguntaba “¿estás bien?”. Finalmente, tras querer hacerle firmar unos papeles que ella no aceptó, la soltaron.
Las chicas y sus compañeros pertenecen a la organización social La Poderosa que cuenta con 79 asambleas vecinales en villas y asentamientos de las provincias argentinas, y en países de Latinoamérica, como Brasil, Uruguay y Cuba. A través de talleres de educación popular, cooperativas de trabajo, debate permanente y lucha por sus derechos, impulsan la transformación de los barrios y reclaman una sociedad más justa, inclusiva e igualitaria.Hace un mes atrás efectivos de la Prefectura Naval Argentina que custodian el barrio Zavaleta, en Barracas, protagonizaron una razzia allanando violentamente las casas de varias familias pertenecientes a la organización social La Poderosa. Las mujeres fueron sometidas a abusos e insultos y privadas de su libertad por horas. Los hombres, brutalmente golpeados y detenidos. La orden la había dado la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, argumentando que La Poderosa es la responsable de liberar los barrios para que actúen los narcos, algo que ella misma luego evitó aclarar.
Organización, lucha y sororidad
La chicas guían con seguridad y con la cabeza bien alta por los pasillos de Zabaleta, teñidos del marrón prefectura. Los uniformados no esconden los gestos amenazantes y las miradas como puñales que se clavan mientras se avanza más adentro de la villa.
“Aunque por dentro va la procesión -dice Jésica, una de las guías- todavía no puedo superar lo que pasó, siento asco, rechazo la comida, duermo mal, siento mis derechos pisoteados en mi propia casa, ante mis hijos. Pero me salva la acción, la Casa de la Mujer, mis compañeras y compañeros”.
Jésica es la coordinadora de la Casa de la Mujer, un lugar cálido que se fue armando entre muchas manos, robándole horas al sueño y poniendo imaginación donde faltan recursos, dándole la misma resonancia que tiene el nombre de la organización que la cobija y que alude a eso que, se supone, las mujeres deberían despreciar: el poder. Con Jésica está Joana Ybarrola, Coordinadora de la Casa de la Mujer de la Villa 31 de Retiro.
“Nosotras, las mujeres de las villas, somos las que hoy seguimos enfrentando la violencia policial que impone la pena de muerte para nuestros hijos y compañeros y las que ponemos el cuerpo a la hora de buscar a nuestras hijas desaparecidas por las redes de tratas de personas.” Así se definen tanto Jésica como Joana Ybarrola, Coordinadora de la Casa de la Mujer de la Villa 31 de Retira, ambas integrantes del Frente de Género de La Poderosa, donde le ponen palabra a esas violencias machistas e institucionales que de tanto sufrirlas muchas veces ya ni se las nombra.
–¿Estaba naturalizado todo eso que acaban de describir?
–No es que estuviéramos excluidas o que nos pareciera normal, teníamos otras demandas como el hogar, las casas, los pibes, el marido, el laburo. Pero desde hace cuatro años nos empezamos a juntar en un espacio que alquilábamos y la primera demanda fue “no tenemos laburo”. Y¿qué hacemos con eso? Fue cuando comenzamos a pensar en formar una cooperativa que se llamó Mujer Nueva y que actualmente es más grande y se llama Alelí. Fabricábamos alfombras y almohadones y de a poco, desde ese lugar, nos fuimos empoderando, porque nosotras creemos que una de las herramientas primordiales para empoderarnos como mujeres es la pata económica que muchas veces no la tenemos.
–¿Cómo comenzaron a visualizar los temas de género en los problemas cotidianos?
–Después de la formación de la cooperativa empezamos a discutir temas como qué es género y qué creíamos que era violencia porque nosotras no estábamos sumergidas en los temas de género, y me incluyo – dice Joana -, que no se pensaban ni se discutían en los barrios. De a poco fuimos rompiendo con eso y luego quisimos un espacio propio donde encontrarnos, recrearnos, formarnos. Y empezamos a pensar en grande y en la 31 surgió la primera Casa de la Mujer que inauguramos una semana antes del 8 de marzo, o sea el 3 de marzo de este año.
Después empezamos con los objetivos, los horarios, los turnos de las compañeras y muy sutilmente comenzamos a hablar del aborto porque nosotras venimos arrastrando una cultura del machismo que nos atraviesa desde la familia, los hermanos, y sin reconocer que existe ese machismo entre nosotras también. Y empezamos con nuestra propia deconstrucción como mujeres de ese machismo.
–¿Todas aceptaron naturalmente el tema del aborto?
–Eran un gran desafío esas discusiones para que ninguna compañera se sintiera interpelada de mala manera, se levantara y se fuera.Nosotras construimos en el barrio, nuestra base es el barrio y pisar el barro con las compañeras… De a poco fuimos informándonos, porque no teníamos información. Pero es de a poco, hay que llevar el pan a la casa, a los hijos, no todas tenemos compañeros, maridos, y muchos de ellos también van quedando sin trabajo.
–En lo concreto, ¿cómo fueron trabajando el tema?
–En cada taller se buscaba la forma de discutirlo, no podíamos sentarnos y decir “hablemos del aborto”, pero lo fuimos encarando con esto del cuidado de las pibas y de los pibes y de sus cuerpos, además se dio que explotó en los medios de comunicación y llegó a los barrios también. Empezamos a profundizar en el tema, a laburar territorialmente la realidad, a buscar un consenso. Llega la información y se debate, porque la verdad es que a nosotras no nos sirve que una compañera vaya al Congreso y no sepa por qué se puso un pañuelo verde. Queremos un laburo real y que cualquier compañera pueda responderle a un periodista o a quien sea porqué lleva ese pañuelo. Esto es deconstruirnos colectivamente.Lo que necesitamos es que realmente cada compañera pueda decidir por su cuerpo.
–¿Entonces acuerdan con el símbolo del pañuelo verde y sus consignas?
Claramente nosotras queremos que las compañeras lleven el pañuelo verde el día de mañana, cuando lleguemos a tener un consenso, porque tenemos una línea que es que las pibas no se mueran más en nuestros barrios porque eso nos pasa a nosotras, a nuestras primas, a nuestras hermanas, a nuestras madres… Y esto pasa en el barrio porque no tenemos plata, porque somos de una sociedad y de una patria baja.Entonces, primero nos teníamos que informar, por qué el color del pañuelo, por qué esas consignas del pañuelo. Eran preguntas que no son tontas, las compañeras querían saber por qué es la lucha. Así que en nuestros diferentes espacios, en los talleres, empezamos a preguntarles a los compañeros, a las madres y a los padres de los pibes cómo querían encarar, qué demanda tenemos, y decidimos hacer un taller de Cuidados del propio cuerpo de la mujer.
–Por eso entre tanto ustedes siguen con sus pañuelos rojos de La Poderosa…
–Sí, la realidad es que lo estamos laburando, tenemos una línea, por lo que ven no tenemos pañuelos verdes, las compañeras lo sienten agresivo en los talleres por esto de no tener la misma información y los mismos recursos. Nosotras seguimos usando por ahora nuestro pañuelo rojo que es el símbolo de todas nuestras luchas. En la mayoría de las casas no hay una computadora e internet para indagar por qué el pañuelo verde –por decir un ejemplo– y por qué no otro color. No tener la información completa también es violencia. ¿Por qué los centros de Salud no se acercan a espacios como éstos, por qué siempre tenemos que ir a buscar las herramientas afuera? La Casa estuvo abierta el mismo 13 de junio para todas las compañeras, las que están a favor y las que están en contra y así se discute y se va saldando entre todas. Porque obligar a pensar a alguien como yo quiero, también es violentar. Tenemos compañeras que no terminaron la secundaria, otras que no saben ni leer ni escribir y simplemente reproducen –y no porque tengan la intencionalidad– lo que bajan en Facebook o ven en la tele o escuchan en la radio o por ahí. Y todo esto que nos llega así hay que entenderlo y discutirlo y eso es lo que hacemos, porque si no es que nos estamos mintiendo.
La Iglesia y los arraigos históricos
Las chicas se esfuerzan en subrayar las diferencias que hay entre lo que ocurre en las villas y su población, sus costumbres, sus necesidades y posibilidades. Los padecimientos cotidianos y la imposibilidad de tener acceso a muchas herramientas y saberes que no están fácilmente al alcance de la mano. La revista La Garganta Poderosa, diseñada y escrita por periodistas y fotógraxs habitantes de las villas de todo el país, es también un instrumento valiosísimo de divulgación de su identidad, su realidad, sus logros y causas pendientes..
–¿Hay también mucho prejuicio histórico de culpa, hablan y abordan todo eso?
–Sabemos que hay muchas compañeras que son religiosas y abortaron y no por eso van a dejar de sentir culpa, sean o no religiosas hay culpa. Dejémonos de joder, con o sin ley nunca va a ser una pavada abortar para una mujer. Se trata de respetar la decisión de la compañera y acompañar, no puede ser que en el siglo XXI una mujer no pueda decidir por su cuerpo. Y más nos toca a nosotras, porque ni siquiera podemos decidir cómo y dónde queremos abortar. Vamos al que conocemos, o a lo del que escuché, porque está eso de que me da vergüenza, no se hablaba de esto. Lo primero que te dicen es que “se mata una vida”… Por eso lo que hacemos en las Casas es tener herramientas para poder superar estas situaciones, los profesionales necesarios, y las puertas abiertas sin distinciones de nada ni de nadie.
–¿El peso de la iglesia tiene mucha incidencia en los barrios?
–Sí, hay muchas contradicciones en los barrios por el rol de la iglesia que es algo mucho más allegado a las personas, sean de la religión que sean. Y esa contradicción hay que poder manejarla y discutirla entre todas y todos. Y de hecho el rol de la iglesia es muy fuerte, la presencia de los curas de villas y su trabajo pesa mucho para bien. Y también pesa mucho la falta de información. Hay Asambleas que están más aceitadas, por ejemplo en la de la 21existe el consenso de que sí estaría bueno llevar el pañuelo verde, pero en las otras Asambleas no. Y nosotros priorizamos lo colectivo sobre lo personal o individual. Estamos por tener un plenario por este tema. Y la discusión la estamos dando por ahora solamente en el Frente de Género, luego los varones tendrán su momento para deconstruirse ellos, un espacio de varones antipatriarcales. Pero por ahora es en el Frente de Género y no solamente las que están a favor del aborto sino todas y se discutirá.Tenemos una línea que es que nosotras sabemos que las pibas se nos mueren en los barrios por no tener los recursos para hacer una interrupción de un embarazo donde se les de la real gana. Un lugar donde sepan que las van a tratar bien, donde sepan respetar. Y también es muy difícil salir del lugar moral y esto es parte de un debate que vamos a continuar, que no está cerrado para nada acá.
–¿Los varones acompañan en todo este camino que ustedes transitan?
–Se empezaron a deconstruir como nosotras y eso está bueno y eso mismo nosotras y ellos empezamos a pasárselo a nuestros hijos, porque venimos de una cultura donde la mujer lava los platos y barre mientras los hombres se acuestan a dormir… Pero no creo que ellos lo hacían por malos sino por la herencia que dice que la mujer es de la casa y el hombre es de la calle, es el que trabaja. Por eso los varones se sienten interpelados cuando la compañera es la que aporta a la olla, o cuando él está sin laburo. La cosa se va revirtiendo y hoy de pronto te dicen que vayas a la asamblea tranquila, que ellos lavan los platos o cuidan a los pibes. Eso es empoderar, eso antes no me pasaba, no pasaba.
–¿Con situaciones concretas de aborto tienen asistencia adecuada?
–Sí, en la Casa de la Mujer de la 31 de Retiro y, desde el sábado 30 pasado, también en la Casa de la Mujer que se inauguró acá, en la 21-24, en Barracas. Hay un equipo integrado por una trabajadora social, dos psicólogas y una abogada. Creemos que esa pata es muy importante, además las compañeras nos estamos formando constantemente para tener herramientas y empoderarnos. Cuando las compañeras vienen con situaciones concretas que por supuesto existen y que le pueden pasar a mi prima, a mí, a mi hermana y a cualquiera, más allá de que la ley salga, no tenemos el sostén económico necesario. Esto va a seguir existiendo y muchas mujeres van a seguir muriendo, porque así es la realidad y no va a dejar de pasar mágicamente. Lo que nosotros hacemos es acompañar en todos los casos, las acercamos al acompañamiento psicológico que no tienen y a la información que las tranquiliza. Y el acompañamiento que sea necesario de cualquier otro tipo. El acompañamiento es fundamental para nosotras.
–¿No tienen ningún apoyo estatal?
–Como toda organización independiente y autogestiva nos encontramos con limitaciones financieras para atender la demanda del territorio en lo que respecta a la violencia machista y a las cuestiones de género. Hemos llevado a cabo el acompañamiento de mujeres víctimas de violencia desde el voluntariado, pero nos encontramos en la urgencia de sumar nuevas profesionales a los grupos de acompañamiento. Nuevos puestos de trabajo que posibiliten que muchas compañeras puedan destinar horas de su día a empoderar a sus vecinas a través del arte, el deporte y el trabajo.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/126425-el-color-de-los-panuelos
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