por Manuel Sutherland /Venezuela.
Pocas personas se atreven a negar que Venezuela sufre la crisis más profunda de su historia. Por quinto año consecutivo, el país presentará la inflación más alta del mundo (estimada en 24.571 % para el período de mayo de 2017 a mayo de 2018 (Nacional, 2018)). En mayo de 2018, la inflación del mes alcanzó el 110 % y la inflación acumulada en 2018 roza el 1.995 % (Nacional, 2018). De este modo, el país detenta el séptimo mes consecutivo con hiperinflación y ve con estupor cómo los precios suben a diario.
Venezuela posee además un déficit fiscal de dos dígitos (al menos por sexto año consecutivo), el riesgo país más alto del mundo, las reservas internacionales más bajas de los últimos 20 años (menos de 8.600 millones de US$) y una tremebunda escasez de bienes y servicios esenciales (alimentos y medicinas). El valor del dólar paralelo (que sirve para fijar casi todos los precios de la economía) se ha incrementado en más de 3.500 % en lo que va de 2018, lo cual ha desintegrado por completo el poder adquisitivo de la población asalariada (Sutherland, 2018).
En estas líneas, se quisiera mostrar que la política económica bolivariana dista mucho de ser «socialista», e incluso «desarrollista». Lo que a las claras se observa es un proceso de desindustrialización severo en favor de una casta importadora-financiera que, con un discurso enardecido y un clientelismo popular vigoroso, ha acelerado de manera drástica la fase depresiva del ciclo económico capitalista de un proceso nacional de acumulación de capital basado en la apropiación de la renta hidrocarburífera. Estas políticas estatales han demolido por completo el ingreso obrero y han desarrollado un proceso de lumpenización vigoroso que lleva a millones de personas a una situación de insólita miseria extrema. Se tratará de explicar la forma en que se llegó a ese punto, las consecuencias de haber descendido a esos niveles y las perspectivas económicas más inmediatas.
El ciclo económico y la subida en de los precios de las materias primas
El ciclo económico en Venezuela se puede observar en su manifestación más inmediata y simple: las variaciones interanuales del PIB. Este indicador refleja fuertes alteraciones en el ritmo de crecimiento de la economía, con enérgicos períodos de auge y caída que determinan la volatilidad extrema de la acumulación de capital, que a su vez no hace más que reflejar la fuerte variabilidad de los precios del petróleo. El «oro negro» constituye alrededor de 95% de las exportaciones en los años de auge de los precios (2012) y cerca de 65% en los años en que el precio del petróleo es muy «bajo» (1998) (Banco Central de Venezuela), es decir, cuando la renta es exigua y los hidrocarburos ofrecen una tasa de ganancia similar a la de una producción industrial normal.
El ritmo anualmente incrementado de gastos del gobierno y la hipertrofia en las importaciones hace que precios del petróleo cinco o seis veces más altos que los observados a inicios de la década de 2000 luzcan ahora como «bajos». En esos últimos años se hacen visibles los resultados de un proceso de desindustrialización que, en favor de un fervor importador, llegó a subsidiar (con la sobrevaluación del tipo de cambio) 99,9% de las importaciones de productos como leche líquida, cemento o gasolina, además de obreros (chinos) para construir viviendas.
Desindustrialización a la vista
La expansión rentística duró un tiempo excepcionalmente largo y en ella se profundizaron los males que traen aparejados los estallidos repentinos en el ingreso petrolero. La industria y el agro se redujeron con la hoz de un tipo de cambio inconvenientemente sobrevaluado (Kornblihtt, 2016). Lo importado resultó extremadamente barato y se desincentivó cualquier esfuerzo productivo industrial o agrícola. Inicialmente el PIB industrial registró un notable incremento (2004-2008), para luego decrecer a niveles por debajo del de 1997, situación que se podría considerar incongruente a simple vista, ya que en los años de crecimiento elevado (2004-2008) la importación de maquinaria y equipos industriales (formación bruta de capital fijo) se quintuplicó (BCV).
Si se analiza con cifras recientes la producción de automóviles, se ve que el retroceso ha sido muy severo. Entre 2007 y 2015, esta producción se ha desplomado en un impresionante 89%; el guarismo de 2015 es casi tan bajo como el registro de 1962, cuando nació formalmente la industria automotriz y se ensamblaron 10.000 vehículos. Desde 2007, año en que se ensamblaron 172.418 unidades, la industria automotriz ha caído en picada: en 2015 se contrajo a su peor nivel en 53 años y ensambló apenas 18.300 unidades (Deniz, 2016). Según datos de la Cámara Automotriz de Venezuela y de la Federación Venezolana de Autopartes, el ensamblaje de vehículos en 2016 cayó hasta 2.694 unidades, 83% menos que en 2015 (FAVEMPA, 2016).
La venta de vehículos que suma automóviles ensamblados en Venezuela y autos importados, es una muestra fehaciente de la cuasi desaparición de la industria automotriz, el corazón de la industria nacional. El gráfico 3 muestra lo alarmante de dicha situación.
Gráfico 1: Ventas de vehículos en Venezuela
La caída en la importación que causó como antes se ha explicado una fuerte contracción de la oferta de bienes y servicios, se vio aparejada con una desindustrialización drástica que colaboró de manera determinante en la disminución de los bienes disponibles. Ello condujo a que el dinero inorgánico producido en exceso consiguiera cada vez menos productos e hiciera más explosivo aún su efecto sobre el nivel general de precios.
Venezuela: La hiperinflación anualizada más alta de la historia de América Latina
“El gobierno de Maduro no ha tomado una sola medida para contener la hiperinflación. Todo lo contrario. Sigue financiando el déficit de las cuentas públicas con dinero inorgánico emitido por el Banco Central de Venezuela.” (Pietro, 2018)
Es por todos sabido que el 24.571 % de inflación anualizada, según el índice que levanta la comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, ya ha llegado a ser la más alta de la historia de América Latina superando a la inflación anualizada registrada en el peor año de la hiperinflación en Nicaragua (23.710 %). Así mismo, mayo de 2018 fue el séptimo mes consecutivo de hiperinflación en Venezuela, alcanzando el nada honroso cuarto lugar en la historia de las hiperinflaciones en América Latina, medidas por la magnitud de su duración. Aunque el umbral de los 63 meses consecutivos de hiperinflación en Nicaragua luce lejano, la destrucción que ha traído aparejado este proceso luce mucho más vigorosa que procesos de hiperinflación de mayor duración (Argentina: 11 meses; Bolivia 18 meses) (ProEconomía, 2018).
Mientras que las hiperinflaciones ocurren por lo general sin caídas dramáticas de la producción, la hiperinflación de Venezuela presenta un fuerte derrumbe en el suministro de bienes ya que la economía se ha reducido drásticamente cada año desde el 2014. Según el FMI, solo en 2016 la producción económica disminuyó un 16,5 por ciento (Looney, 2018). Cálculos que se han estimado por nuestra parte, arrojan que la caída en el PIB para el período 2013 a 2018 puede llegar a rozar el 45 %. Ninguna hiperinflación reciente ha venido acompañada con una destrucción de riqueza semejante. En la tabla 1 se puede ver una compilación de la data que arroja la hiperinflación en nuestro país:
Tabla 1: La hiperinflación en cifras
Es destacable el ritmo incremental de la inflación en el año 2017. De 18,7 % en enero hasta llegar al umbral de la hiperinflación en noviembre de ese mismo año. De diciembre a marzo hubo una importante caída en la inflación mensual que avizoraba algo probablemente más suave para mediados de año, sin embargo, las elecciones presidenciales adelantadas para el 20 de mayo impusieron un despilfarro enorme del menguado erario público, orientado a expandir la cantidad de dinero en la economía para fines proselitistas. Ese envión político requirió de un “esfuerzo” adicional de emisión digital de dinero que disparó en 110 % al guarismo que reflejó la inflación en el mes de mayo. Eso hizo que la inflación acumulada hasta mayo trepase al 1995,2 %. Si la inflación del mes de mayo (la más alta en nuestra historia) se repitiese por los próximos 11 meses, hablaríamos de una inflación anualizada de 735.583 %. Si la primera hiperinflación registrada en noviembre de 2017 (56,7 %) se repitiese como promedio mensual, la inflación anualizada sería 21.919 %, un escenario que quizás el gobierno maneje como “deseable”.
Para Steve Hanke, especialista en procesos de hiperinflación a nivel mundial, la hiperinflación anualizada (junio 2017 a junio 2018) alcanzó la escalofriante cifra de 38.169 % (Hanke, 2018). Esta inflación fue medida a través de las variaciones del tipo de cambio paralelo, puntualmente el indicador de Air TM. Esta inflación parece muy elevada, pero en estos casos las variaciones de precios son muy difíciles de medir, más aún después del blackout informativo de las instituciones gubernamentales que se niegan a publicar estadísticas.
La excesiva emisión de dinero (sin tan siquiera imprimirlo)
En párrafos anteriores se ha explicado que la caída en la oferta de bienes, por las causas antes vistas, es una causa importante en el crecimiento vertiginoso de los precios. De manera interesante es de hacer notar que la emisión excesiva de dinero inorgánico no es la raíz unívoca de la hiperinflación, según el criterio que acá se utiliza, aunque es indispensable para que ésta se pueda desarrollar. Diríase que es la gasolina que alimenta el fuego de la espiral inflacionaria.
Dicho esto, podemos abordar con algunos datos muy concretos el devenir de la emisión de dinero en Venezuela, a cargo del inefable BCV. Según sus propios datos, el BCV ha aumentado la base monetaria (BM) (1999-2018) en un inestimable 18 millones por ciento. En el 2017 el BCV incrementó la BM en 1737 %, en plena contracción económica, lo cual debe traducirse en un incremento correlativo de los precios. La inflación anual (2017) alcanzó el 2616 %, según la AN, algo más alto que el crecimiento de la BM.
Si hacemos una comparación de la BM entre el 2016 y junio de 2018, podemos ver que ésta fue abultada en un 16.347 %, hinchazón que poco a poco se ve reflejada de una manera notoria en nuestro devenir hiperinflacionario. Esta vocación irracional de emisión de dinero debe fundir a cualquier economía. La monetización del déficit que trata de cerrar las brechas presupuestales y parafiscales, es el corazón de esta destrucción económica sin parangón.
Gráfico 2: Expansión de la base monetaria en Venezuela
Hasta 2017 es factible conseguir el número correspondiente al llamado M2 en casi todas las economías latinoamericanas. M2 es conocido como la cantidad total de efectivo y de los saldos de cuenta corrientes (M1), más las cuentas de ahorro, los fondos del mercado monetario y otros depósitos. A grandes rasgos, M2 es un concepto amplio que incluye el dinero que no es totalmente líquido, pero que puede convertirse en efectivo de forma expedita. En el gráfico 5 se quiso comparar el crecimiento del M2 en algunas economías latinas. Ahí se ve como en Venezuela el crecimiento de esa variable es muchísimo más elevado, algo que la mayoría de personeros del gobierno pretende soslayar.
Gráfico 3: Evolución del M2 en algunos países de AL (escala logarítmica)
Una interesante novedad de la hiperinflación en Venezuela, es que será la primera de la historia en que se mezclen una caída drástica en la producción y una severa escasez de dinero en efectivo. Para quienes sufren el día a día en Venezuela, es un motivo común no tener el más mínimo peculio en efectivo que permita pagar servicios nimios como los de un taxi. Para variar, al gobierno se le ocurrió inventar que la escasez de dinero es “inducida”, que el efectivo es “secuestrado” por brasileros y colombianos en la frontera; ellos lo hacen como un plan conspirativo para dañar a la economía nacional (guerra económica). Un vistazo a la emisión oficial de billetes y monedas parece indicar lo contrario.
Gráfico 4: Monedas y billetes en circulación en relación a la BM (2008-2018)
Lo que a las claras se puede observar, es que la cantidad de billetes y monedas en circulación es cerca de nueve veces más baja que la que había en 2009, segundo año de la reconversión monetaria. Eso evidencia que la cantidad de efectivo es abiertamente insuficiente. Cuándo un dólar en el mercado paralelo se tranza en Bs. 3.500.000,00; tenemos que el 40 % de billetes impresos se corresponden a la bajísima denominación de Bs. 100; esto evidencia un desajuste monetario sin precedentes.
Salarios: depauperación absoluta
En apretado sumario, se ha visto que no se trata del fracaso de medidas económicas que emanan de los textos de Marx o de las acciones acometidas en la Revolución Rusa. El proceso bolivariano ha sido más bien una variante de las políticas económicas que derivan del llamado «rentismo petrolero», que ya se habían experimentado en el primer gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez (1974-1979). El componente ideológico y algunos discursos de talante antiimperialista y antiempresarial confunden a la mayoría de los analistas que estudian las alocuciones de los presidentes y no sus políticas concretas.
En el gráfico 5 se revela el resultado directo de la política de expolio de la renta petrolera a través de la sobrevaluación de la moneda y la emisión de dinero inorgánico inflacionaria como política útil para sostener un gasto público utilizado de manera clientelar y anarquizada. El gráfico refleja la caída en 85 %, entre 2016 y 2018 (junio), del Ingreso Mínimo Legal (IML) (salario más bono de alimentación) que recibe la clase obrera en el país. Nunca antes se vivió una destrucción salarial tan profunda e inexorable. Los sueldos son tan bajos que en muchos casos no alcanzan para pagar el trasporte requerido para ir a la oficina. Las renuncias son masivas, el éxodo de venezolanos a buscar trabajo en otras partes del mundo ya ronda los 3 millones. La única esperanza de muchos es recibir alguna remesa desde el extranjero.
Gráfico 5: Salario real (más bono de alimentación: CT) hasta junio 2018
El pasado 20 de junio el presidente Nicolás Maduro decretó el cuarto aumento de salario mínimo del año, ubicándolo en Bs. 3.000.000, de igual forma, también incrementó el monto correspondiente al bono de alimentación llevándolo hasta Bs. 2.196.000. En conjunto, el llamado “ingreso mínimo legal” asciende a Bs. 5.196.000, lo que representa una subida de 103% (Ecoanalítica, 2018). Si comparamos el último ingreso mínimo legal vigente con el del año 2015, podemos notar que el gobierno ha incrementado el salario nominal en más de 31 mil por ciento, haciendo gala de una rústica política de ilusión monetaria. De esa forma el gobierno le hace creer a las personas que el salario sube constantemente en aras de “protegerlo” de la guerra económica, a pesar de que ello no representa ningún poder adquisitivo real.
Si medimos el IML en US$, a través de recoger data relativa al dólar paralelo (Dolar Today), vemos algunas cosas sugestivas como que apenas en el año 2001 (con libre cambio) el salario en divisas en Venezuela era de los más altos de América latina, llegó a estar por los 400 US$ al mes. En pleno control de cambio (2004) el ingreso mínimo legal alcanzaba a los 315 US$ y hasta el 2011 sobrepasaba los 250 US$ mensuales[1]. En la actualidad, junio de 2018, es de hacer notar que este mismo indicador ahora refleja apenas 1,53 US$ al mes, esto no es más que el reflejo de una caída del 97 % con respecto al cercano año 2013, primer año de la presidencia de Nicolás Maduro. El gráfico 9 muestra esa involución dolorosa y lamentable.
Gráfico 6: El ingreso mínimo legal en US$ cotizados en el mercado paralelo
El ingreso mínimo legal medido a través del dólar implícito
Muchos partidarios del gobierno a nivel nacional e internacional comentan que el indicador de salario al dólar paralelo es erróneo y sesgado. Con cierta razón argumentan que éste dígito adolece de rigurosidad científica y que la metodología de su obtención es precaria.
Un indicador elaborado con datos oficiales es el llamado “dólar implícito”, que mide la relación de la liquidez monetaria (M2) entre las reservas internacionales (oro y divisas). Esa relación era usualmente empleada para medir el tipo de cambio no oficial, hasta que las páginas Web se decantaron por otras mediciones más informales. Este indicador nos ofrece la evolución del respaldo del bolívar en moneda extranjera (US$) y en este caso nos va a servir para medir el progreso (para decirlo de alguna forma) del Ingreso Mínimo Legal (IML) en Venezuela en los últimos años. Creemos que este indicador refleja la dolorosa pérdida salarial venezolana y tiene un comportamiento bastante semejante al que muestra el salario real. Veamos el gráfico 5 donde se evidencia la caída del 90 % en el IML (salario más bono de alimentación) que ha sufrido la clase obrera venezolana en el período 2000-2018.
Gráfico 7: El Ingreso Mínimo Legal en Venezuela a US$ implícito.
No es un dato menor, que la tendencia a la baja del IML es previa al advenimiento del Presidente Maduro. El descenso en el IML medido por el US$ implícito para el período 2000-2012 es de 62 %, aún cuando en ese período el precio del petróleo se había multiplicado por 10 y las exportaciones petroleras se habían cuadruplicado (Banco Central de Venezuela).
Corolario
La izquierda mundial no tiene por qué acallar sus críticas ni forzar defensas estrafalarias en aras de «no mimetizarse con la derecha» en un análisis riguroso del proceso nacional de acumulación de capital en Venezuela. La izquierda debe criticar a los «progresismos» con la misma sagacidad y agudeza que aplica a regímenes abiertamente antiobreros y derechistas.
La izquierda internacional no tiene por qué ignorar la centralidad de los problemas que acaecen en esos países, sino que debe colaborar con ágiles propuestas para facilitar las posibles soluciones a dichos flagelos, su labor no debe ser encubrir con ideología chocarrera (“guerra económica”, “conspiración imperial” etc.) los horripilantes resultados económicos de gobiernos que aúpan de manera acrítica.
El real compromiso de la izquierda debe ser con la verdad, con los hechos y resultados concretos que saltan a la vista; la lealtad no es con el amiguismo ni con los gobiernos que los llaman para formar parte de un circo de adulación y sordidez.
El compromiso es con la clase obrera de los países que sufren brutales flagelos que deben tener una solución inmediata. La obligación no puede ser la defensa al burócrata de turno que henchido en millones de dólares, evade la responsabilidad en la destrucción desalmada y sanguinolenta de varias generaciones de obreros que ni reproducirse biológicamente pueden.
Hay alternativas a la crisis, pronto el CIFO las someterá al más amplio debate constructivo. Es menester luchar todos por frenar a esta locomotora desbocada de la crisis.
(*) Manuel Sutherland: economista venezolano, Director de Investigaciones del: Centro de Investigación y formación Obrera (CIFO), Twitter: @marxiando, Correo: alemcifo@gmail.com.
Referencias
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