El grán éxito de la contrarrevolución neoliberal es haber impuesto un sentido común, una subjetividad en la cual el individualismo, la desolidaridad, el miedo al otro, el impulso hedonista y la flojera intelectual, se masificaron y naturalizaron socialmente. Los gobiernos de la Concertación, y luego de la Nueva Mayoría, coadyuvaron con 38 años de abandono de la niñez y la juventud, salvo para hacer de ellas, en complicidad con la derecha, un negocio o simplemente criminalizarla. Tampoco la otra izquierda, la no institucional, ha sido capaz de levantar una política infanto-juvenil que, por ejemplo, impugnara no sólo la arquitectura institucional y el lucro en la educación, sino también el contenido mismo de los programas educativos. Falto fuerza. Y esta carencia nos está costando caro: franjas mayoritarias de jovenes y adultos trabajadores, así como de adolescentes y jóvenes estudiantes, se muestran reacios a ir mas allá del malestar inmediato y la adrenalina que suscitan las movilizaciones sectoriales, reacios a la organización, a la política y a la crítica profunda con sentido estratégico y emancipador. Es el legado de la dictadura y la transición. Un botón de muestra es la penetración del fascismo entre jóvenes pobladores, o el caso que se relata mas abajo, en que estudiantes rechazarón leer a Lemebel por ser homosexual. En esta atmósfera tóxica que gratificante es ver a esa franja de secundarios que rescatan la memoria de luchadores o que en sus actos de graduación enorbalaron lienzos contra la represión y la violencia ejercida por el Estado Policial chileno. Menos mal que existen. [Nota del Editor CT].
La tribu y sus enemigos.
por Oscar Contardo /La Tercera.
La nota sobre lo ocurrido en el liceo de Independencia con la obra de Pedro Lemebel es mucho más que una anécdota. Es un síntoma de la manera en que el descontento se ha transformado en un acicate para aquellos que decidieron hacer de sus salas de espera una trinchera de ataque a un enemigo inventado.
A veces espío, si es que ese verbo se puede aplicar a ver cuentas ajenas de Facebook. Son páginas abiertas de personas comunes y corrientes, a las que llego transitando por temas, buscando entender lo que están pensando personas más allá de mi cámara de eco. Hombres y mujeres, adultos y jóvenes con acceso a tecnología, con educación formal y un trabajo que los sitúa en el mundo. En muchas de esas cuentas la aproximación a la realidad social naturalmente está mediada por sus simpatías políticas y religiosas. En varias de ellas, también, esa adhesión está subrayada una y otra vez por enlaces a textos acompañados de grandes imágenes que explican y detallan situaciones completamente falsas, fabricadas, carentes de fuentes y alojadas en sitios aparentemente informativos sin ningún rigor profesional.
Son páginas que tienen la forma de un medio tradicional, pero no lo son. En ocasiones, ni siquiera hay una firma, ni fuentes responsables, ni documentos que avalen los supuestos falsos que dan por hechos reales: relatan pactos secretos entre organizaciones e instituciones, anuncian políticas sanitarias depravadas, complots de alcance mundial que explican que el enemigo está aquí y que es el débil o el diferente o el que clama por derechos que le han sido negados.
Muchas de esas cuentas combinan la publicación de textos de ese tipo con vidas de esfuerzo diario y rutinas de trabajo y estudio que los sitúa en un universo en donde es probable que convivan cotidianamente con aquello que parecen despreciar tan profundamente. Cada una de las dizque noticias o reportajes que esas personas cuelgan en sus muros, como si se tratara de verdades y que son compartidas por decenas, centenas o miles de personas, parecen ser la manera de representar un hastío. Un cabreo intenso que nunca encontró respuesta. Los comentarios de sus contactos son violentos. Nadie se cuestiona de la veracidad de la información. Nadie parece estar dispuesto a enfrentarse a la duda. Ni siquiera a buscar si lo mismo fue replicado por un medio tradicional. De hecho, los medios habituales parecen no formar parte de su acercamiento a la actualidad. No quieren verdad, sino represalia. Piden muerte, cárcel, desaparición.
Para ellos hay un enemigo planeando tomarse el mundo, un monstruo que escapa a la ley y que debe ser aniquilado. Son tribus que se alimentan de una frustración recurrente que no encuentra otra salida que el desquite con el más débil, dibujado como la encarnación de un animal abyecto y ominoso.
Cuando leo esos comentarios me imagino a las personas que los escriben en una enorme sala de espera que no avanza, con el número de turno arrugado en el puño, sin alcanzar siquiera a ver el mesón de atenciones, con la paciencia reventada mientras escuchan por pantallas de entretención un mensaje que les repite alegremente que llegar hasta ese mesón depende de ellos, solo de ellos. Tal vez juzgan que más adelante hay gente a la que no le corresponde siquiera estar ahí, los ven como vallas que deben ser retiradas. Mientras piensan en eso revisan en sus Smartphones y leen a sobresaltos más razones para tener desconfianza, más argumentos para sentirse desplazados por instituciones degradadas en las que no confían; más combustible para ver en los que no piensan como ellos o no son como ellos no un disenso, sino un estorbo.
“Asqueroso” fue la palabra con la que algunos alumnos de un liceo de Independencia describieron al escritor Pedro Lemebel. Los estudiantes no querían leer La esquina es mi corazón y presionaron para eliminar el libro del plan del curso. Las autoridades del liceo decidieron usar un método democrático -que los alumnos votaran- para decidir si desterraban una obra literaria de su currículo. ¿El argumento de los objetores? Juzgaban inapropiado al autor. Seguramente muchos de quienes sí habrían querido leer a Lemebel iban a ser despreciados por el resto, porque bajo esa lógica, ¿quién sino un desviado podría anhelar la lectura de un escritor como ese? Los alumnos sobreponían una moral particular al arte, y sus fobias a la literatura y a su propia educación. Ganaron. La voz de la tribu se impuso, la tradición quedó restablecida.
¿Podríamos considerarlo un triunfo de la democracia?
¿No fue acaso la mayoría la que decidió? ¿Qué pasaría entonces con Oscar Wilde, Elizabeth Bishop, Marcel Proust, Manuel Puig o Gabriela Mistral? ¿También podrían someterse a votación si un grupo considera que sus biografías no se ajustan a sus propios ideales? Qué tal si alguien considera que la conducta moral de Neruda es motivo suficiente para no leer Residencia en la tierra, o las simpatías políticas de Borges podrían ser justificación para evitar sus cuentos. ¿Habría que acudir al aula democrática con Ezra Pound?
La nota sobre lo ocurrido en el liceo de Independencia con la obra de Pedro Lemebel es mucho más que una anécdota. Es un síntoma de la manera en que el descontento se ha transformado en un acicate para aquellos que decidieron hacer de sus salas de espera una trinchera de ataque a un enemigo inventado. El modo en que la democracia puede amañarse hasta transformarla en un aspersor de fumigación de todo aquello que es visto como un impedimento para llegar hasta el anhelado mesón de atención, el lugar en el que las frustraciones encontrarán final, el sitio en donde la rabia acumulada podrá expresarse sin límites, porque los guardias estarán del lado de la tribu, apuntando a la cabeza de quienes son considerados errores de un sistema que necesita orden y limpieza.
09-12-2018.
Fuente: https://www.latercera.com/search/?q=columna%20de%20%C3%B3scar%20contardo
Alumnos de liceo de hombres de Independencia se negaron a leer libro de Pedro Lemebel
por El Desconcierto.
Alumnos de tercero medio del liceo de hombres San Francisco de Quito, de la comuna de Independencia, se opusieron a leer «La esquina es mi corazón», de Pedro Lemebel. Los estudiantes aseguraron que el autor era «asqueroso» y contaron con el apoyo de sus padres.
En el Liceo de hombres San Francisco de Quito (SFQ) de Independencia se decidió dar a leer a los estudiantes de tercero medio el libro de crónicas “La esquina es mi corazón”, de Pedro Lemebel. Sin embargo, la lectura terminó desatando una gran polémica al interior del recinto educativo, involucrando hasta al alcalde de la comuna, Gonzalo Durán.
Todo porque un grupo de alumnos se opuso a leer al autor chileno, argumentando que era “asqueroso”, en referencia a su orientación sexual. La postura fue incluso apoyada por apoderados del liceo, quienes acusaron una “homosexualización” de sus hijos al leer a Lemebel e hicieron llegar sus quejas al director, según informó El Dínamo.
Tras la polémica, el director consideró que se debía definir en una votación a mano alzada quiénes leerían el libro y quiénes no. Finalmente, ganó la opción de no leer al autor, aunque se dio libertad de acción a los que quisieran hacerlo. El libro de Lemebel se encuentra entre las lecturas autorizadas por la Unidad Técnica Pedagógica (UTP).
Un profesor de enseñanza media que conoció el caso explicó que “la mayoría de los estudiantes de ese curso no quisieron hacer la lectura debido a que temas de sexualidad y diversidad nunca se han tocado. Entonces cuando ya están grandes, en tercero medio, y les toca leer un libro como el de Lemebel que aborda estas temáticas de manera más abierta”.
En tanto, el director del liceo, Enrique White, sostuvo que aunque la lectura había sido recomendada por el equipo académico, el proyecto educativo del recinto considera la “convivencia empática con nuestros alumnos”. Al final, menos de la mitad del curso leyó el libro y a los otros se les dio la opción de leer “El guardián entre el centeno”, de J.D. Salinger.
“El pilar fundamental de este colegio es el respeto. No puedo imponer a los alumnos que lean un libro que ellos estiman que no es conveniente, apoyados por los apoderados”, argumentó.
En tanto, el alcalde de Independencia, Gonzalo Durán, señaló que “pedir que no se lea a Lemebel es de una ignorancia brutal”. Además, argumentó que “para mí esta polémica fue mal conducida, mal administrada, mal manejada, por eso yo sostengo que aquí no hay un caso de discriminación institucional, sino que hay un conflicto entre personas que tienen una valoración distinta respecto a la diversidad sexual. Hubo un manejo inapropiado por parte de todos”.
Más allá de la polémica sobre Lemebel, diversos profesores del recinto han acudido a la Municipalidad de Independencia acusando falencias en el proyecto educativo, a raíz de situaciones de discriminación, machismo y xenofobia.
De hecho, en una de las cartas enviadas al municipio, una docente reclamaba que estudiantes lanzaban frases como “Los homosexuales me dan asco”, “los negros son todos ladrones”, “Los homosexuales parecen cualquier wea”, “no tengo problemas con los homosexuales siempre y cuando no se muestren como son”, “los colombianos son traficantes”.
Una psicóloga que trabajó en el liceo señaló que “hay historias verídicas de lo que puede llegar a pasar en un niño que es hostigado constantemente en su entorno, puede llegar hasta a un suicidio u otro tipo de autoagresión, a eso súmale lo mal que lo pasan con su autoestima, a nivel psicológico, y estas cosas no deberían pasar porque al final ellos van al colegio a estar en un entorno y en una comunidad segura, donde deberías estar bien y estar conforme. Los niños pasan más horas en el colegio que en su hogar”.
“Yo creo que en el Quito hay más dificultad para abordar esto por una razón cultural, que yo no comparto, que es que es un liceo sólo de hombres, en que se ha venido históricamente construyendo con un proyecto educativo, entre comillas, masculinizante. Un proyecto que uno podría denominar sexista y con ciertos valores de la masculinidad puestos ahí. Hay una cultura organizacional que ha sido más resistente a nuestra agenda, menos receptivos y más resistentes”, señaló el alcalde.
Además, Durán informó que están desarrollando una investigación para determinar los alcances de las denuncias y generar mecanismos de corrección.
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