El capitalismo destructivo se expresa de manera fascista, derechizada, extractivista y donde las forestales tienen carta blanca para hacer y deshacer, junto con las mineras, las hidroeléctricas y el consumo del agua y los territorios para sus explotaciones y no para la vida humana. Para eso el capitalismo depredador quiere y tiene el mar, el aire, el suelo y el subsuelo. Ello se nos aparece como el convencimiento de lo nefasto que resulta el capitalismo para todos los pueblos del mundo. Y para el pueblo mapuche en especial. Si nosotros observamos que están matando a nuestros hermanos, a los ríos, las montañas, con mayor razón vamos a defenderlos. Esto atenta contra el propio ser mapuche. Sin cerros, sin agua, sin territorio, no somos nada. De la radicalidad del capital proviene nuestra lucha revolucionaria. Es el camino único para nuestra sobrevivencia como pueblo mapuche en la historia de la humanidad. Héctor LLaitul.*
Indudablemente, desde la aparición de la Coordinadora Arauco Malleco se inicia un nuevo periodo en el conflicto abierto que diversos sectores del movimiento mapuche han sostenido históricamente contra el Estado nación chileno. La CAM, de este modo, marca un antes y un después en la táctica y estrategia que hasta el momento habían nutrido a las luchas reivindicativas indígenas en general. Con todo lo que esto significa, nuestra organización paulatinamente se fue transformando en una amenaza real para los intereses de las clases dominantes, las cuales no dudaron en desatar los mecanismos más violentos para detener el avance ideológico y material que nuestra organización llevaba adelante.
En este sentido, si bien nuestra historia como CAM está fuertemente marcada por sistemáticos procesos de represión, criminalización y persecución política a nuestros militantes, es también la historia de un proyecto político que ha cristalizado los pilares ideológicos del movimiento mapuche autonomista y anticapitalista. Es una historia de la resistencia, de construcción política desde abajo, de la clandestinidad y, sobre todo, una historia que expresa fielmente la dignidad de un pueblo que resiste los embates más duros del sistema capitalista y colonial.
Así, bajo ningún motivo la CAM es una organización que se genere de algún impulso espontáneo por un puñado de comuneros que buscaban recuperar cierta cantidad de tierras. Por el contrario, fue un trabajo de años que nos llevó a constituir una estructura política capaz de recoger el legado histórico de lucha de nuestro pueblo nación y dotar, sobre este, un proyecto anticapitalista y anticolonial que enfrentara condiciones actualizadas del sistema de dominación con el fin de lograr la reconstitución territorial y la liberación nacional.
De este modo, si bien el germen de lo que posteriormente sería conocida como la Coordinadora Arauco Malleco se encuentra en la historia de resistencia que diversas comunidades impulsaron en contra del despojo de la vida misma intrínseco al capital. También fue necesario para nosotros marginar de nuestro quehacer político aquellas tendencias mapuche que confiaron en la institucionalidad estatal y en las distintas instancias promovidas por los aparatos burgueses para “dar solución” a un conflicto que, por su carácter, es imposible resolverlo por aquella vía.
Expresiones de tal confianza institucional las vimos reflejadas también en organizaciones como Ad – Mapu o el Consejo de Todas las Tierras que en sus declaraciones pasaron de autonomistas, los que desde los años 80s y durante los 90s mantuvieron vínculos estrechos con diversos partidos políticos winka y que, a través de las denominadas “ocupaciones simbólicas” de tierras como en el caso del Consejo de Todas las Tierras, promovieron la generación de presiones efímeras con el fin de resolver los conflictos por la vía institucional sin desestabilizar los intereses del Estado y el capital. Podríamos decir que tales dinámicas se sintetizaron en una supuesta vía “institucional” de solución del conflicto mapuche. Hasta tal punto llegó este acercamiento organizativo, que muchos de sus dirigentes adoptaron acríticamente las formas del quehacer político partidario chileno, reproduciendo las lógicas corruptas que estos contienen y que impulsan de forma punitiva hacia nuestro pueblo.
En la ficticia transición de Chile hacia la “democracia” tales dinámicas encontraron un correlato fértil que los lubricó y poco a poco fue atomizando las demandas mapuche a los marcos permitidos por el Estado. Así, por ejemplo, se promulgaron acuerdos como los de Nueva Imperial en 1989 y, hacia 1993, se cristaliza la famosa Ley Indígena de la cual se suspende todo un andamiaje institucional neoliberal. Una parte importante del movimiento mapuche durante los 90 se concentró en cómo adaptarse de manera dócil a esta nueva reestructuración del Estado nacional que propuso, como renovada forma de dominio, todo un reordenamiento institucional y desarrollista para que el “pueblo mapuche” pudiera acceder supuestamente a ciertos beneficios económicos sociales. Inclusive este ordenamiento jurídico permitía adecuarse a la diplomacia indígena internacional, cuestión que generó toda una clase burocrática de mapuche que limitó su actividad política a rondar en las resoluciones de organismos europeos que en la práctica no solucionaban nada. A esta última, podríamos llamarle la “vía diplomática” de solución del conflicto mapuche.
No obstante, con el nacimiento de la CAM, la lucha por el territorio y la autonomía se vuelven una plataforma necesaria para alcanzar la Liberación Nacional Mapuche, a través del control territorial y de la participación más amplia del mundo mapuche, que este se transforme en un conflicto real y con perspectivas para la reconstrucción de la Nación Mapuche.
Asumir la violencia política como táctica particular al periodo contemporáneo de lucha por la liberación nacional se desprende de un diagnóstico y praxis que articula la CAM y no de una reacción espontánea y desesperada ante el poder, sin embargo estos planteamientos comenzaron a germinar en diversos procesos anteriores a la CAM y que son parte de la agudización de las contradicciones que desarrollamos un grupo de militantes de la causa mapuche.
Así a mediados de los 90s, estallaron acciones de recuperación de tierras emblemáticos como los impulsados por las comunidades Juana Millahual y Pascual Coña, en los cuales se hicieron presentes diversos agrupamientos como el hogar mapuche Pegun Dugun y la Coordinadora Territorial Lafkenche, los cuales sirvieron como antesala a la formación de la CAM. Estas recuperaciones, a nuestro parecer, sirvieron como entrenamiento para muchos de los pu Kona ka pu Weichafe que posteriormente pasarían a integrar la Coordinadora Arauco Malleco entendiendo, a su vez, la necesidad de una organización de distinta naturaleza y con objetivos políticos claros para atender las urgentes necesidades de lucha que se enfrentaban en ese ciclo.
De este modo, encontramos en los orígenes de la CAM a un conjunto de sujetos, organizaciones y procesos que confluyen durante la segunda mitad de los 90s en un proyecto en común. Para nosotros, uno de los hitos no reconocidos públicamente fue el retorno a las comunidades de precisos militantes activos en las más diversas luchas contra la dictadura y la falsa transición del país al neoliberalismo, ya que con su presencia se fue profundizando una postura política e ideológica clara que centralizaba a la violencia política como praxis fundamental para iniciar los procesos no tan sólo de recuperación de tierras, sino de control territorial total de diversos sectores del Wallmapu, condición imprescindible para lograr una propuesta de liberación nacional.
La violencia política como praxis; Lumaco y la primera quema de camiones.
Sin lugar a dudas, los sucesos de Lumaco – que concluyen con la quema de tres camiones el 1º de diciembre de 1997 – marcan en la historia de la CAM y en el Movimiento Autonomista Mapuche un precedente fundamental. No obstante, a diferencia de lo mucho que se ha escrito sobre esta experiencia, que la hacen parecer como una acción de carácter espontáneo, consideramos que es prudente observarla como la expresión concreta de una estrategia impulsada por la CAM para ese periodo proveniente, a su vez, de un diagnóstico específico de las condiciones como pueblo y direccionada hacia una estrategia de agudización de los enfrentamientos directos contra la inversión capitalista en la zona, principalmente todo lo referido al ámbito de la industria forestal y los estragos que causaba en las comunidades mapuche.
En otras palabras, la CAM a través de los sucesos de Lumaco define conscientemente lo que sería su praxis política. Si bien tal praxis fue madurando con el pasar de los años, singularmente esta se convirtió en un elemento distintivo de otras organizaciones mapuche existentes y predecesoras en dos sentidos específicos; por un lado, descartando de manera contundente la vía institucional y diplomática opciones políticamente poco factibles para pensar y construir el camino a liberación nacional y, por otro, posicionando la violencia política como un eje central de la táctica organizativa. Por ambas cuestiones, con los eventos de Lumaco la CAM definitivamente marcaba un carácter ideológico anticapitalista a la cuestión nacional Mapuche y, de manera sustancial, se desligaba de sectores mapuche que continuaban creyendo en los reducidos espacios que dejaba la institucionalidad estatal la que es definida de tipo colonial.
A su vez, La CAM demostraba desde la praxis que era posible para el Movimiento Mapuche Autonomista revertir una parte considerable de las consecuencias que el aparato institucional –sintetizado en la Ley Indígena – que año por año se venía enquistando en el quehacer político de las comunidades. Se daba cuenta, por tanto, que la política mapuche no se atomizaba a ese campo de poder. No obstante, particularmente desde los eventos de violencia en Lumaco las clases en el poder identificaron una amenaza seria en la CAM ya que, a diferencia de otras organizaciones, esta inauguraba e impulsaba un rotundo ascenso de diversos procesos de control territorial los que por cierto están y son desarrollados por fuera de la legitimidad convencional del Estado. Así se continuaron en una parte considerable del Wallmapu distintos procesos de lucha como en la Comunidad Pichilincoyan y Pilinmapu, las cuales se tomaron el fundo Pidenco de la forestal Arauco, recuperación emblemática para la CAM y el Movimiento Mapuche Autonomista.
Fue tal la magnitud de esta expresión de lucha, que desde aquí nuestros enemigos históricos (la oligarquía), comienzan a hablar abiertamente de terrorismo en las reivindicaciones mapuche, cuestión materializada para este periodo con el encarcelamiento de 12 militantes mapuche bajo la amenaza de la invocación de la Ley de Seguridad del Estado y la criminalización socio-mediática al naciente Movimiento Mapuche Autonomista. Frente a esto, fueron muchas las comunidades que se aglutinaron en la Coordinadora Arauco Malleco y fueron muchos los militantes que engrosaron nuestras filas, y que hoy en día son parte del movimiento mapuche en general.
La lucha Mapuche dejaba de ser una cuestión marginal en la coyuntura política, porque la resistencia en la disputa territorial cobra mucha fuerza y la acción directa toma el protagonismo. Esto, desestabilizaba el ordenamiento de poder en Chile, el cual arremetió con toda su fuerza.
Desde aquí, la clandestinidad como recurso organizativo se transformó en una necesidad urgente y nuestra organización sufrió por lo mismo algunos desprendimientos.
La Operación Paciencia como medida de contrainsurgencia frente a la CAM.
Desde su nacimiento y entrando al presente siglo, la CAM poco a poco se fue convirtiendo en unas de las expresiones más claras y contundentes del Movimiento Mapuche Autonomista. Esto no fue meramente una cuestión discursiva sino, más bien, una capacidad política real de responder al abuso histórico que el Estado colonial y capitalista continuaba ejerciendo sobre el Wallmapu y que en los hechos perpetuaba el estado de opresión de nuestro pueblo.
En medio de un prominente ascenso del conjunto de acciones directas que diversas comunidades impulsaban para llevar adelante sus reivindicaciones territoriales, fue la CAM quien tuvo la altura organizativa para aglutinar a un número importante de sectores mapuche en el camino de la resistencia y la reconstrucción nacional y, a la vez, dotar a estos de un componente ideológico de carácter anticapitalista y revolucionario. En tal contexto, esta capacidad expresada en concreto en el control territorial y las acciones directas, representaban un obstáculo fundamental para la inversión capitalista y las clases terratenientes de la zona, ya que significaba una amenaza real a sus intereses, es decir, la posibilidad de perder el territorio que ellos mismos, y sus predecesores, habían usurpado para acrecentar su ganancia.
Para esto, durante el año 2002, desde los altos niveles del Ministerio del Interior y, en términos prácticos, desde las manos de José Alejandro Bernales se articuló una operación de contrainsurgencia a través de la DIPOLCAR para anular la supuesta presencia terrorista que habitaba las luchas de recuperación territorial impulsadas principalmente por la CAM. Entonces, con la vuelta de siglo, la idea de terrorismo se instalaba fuertemente desde el Estado con la finalidad de destruir cualquier amenaza a sus intereses y, supuestamente, para erradicar cualquier intimidación que afectara la “seguridad del país”. Así nace la denominada “Operación Paciencia”.
A nuestro parecer, tal operación se articuló de manera multidimensional y en términos de larga duración. Porque, la inteligencia política tenía claro que solo con una ofensiva policiaca, los avances que había obtenido la CAM como organización no podrían ser contrarrestados en su totalidad. Así que, más allá de los montajes policiales, consideramos que la estrategia de este plan era impulsar además una serie de medidas desarrollistas, sintetizadas en las iniciativas de la CONADI de tipo político-culturales, dependientes del integracionismo estatal y con efectos mediáticos, es decir, controladas por los medios de comunicación de masas, con el fin de lograr una desarticulación profunda de la CAM, a través de la seducción de las comunidades por medio de beneficios clientelares (proyectos), lo que pretende destruir el ordenamiento comunitario ancestral y con ello, la producción del sujeto “terrorista” como el nuevo enemigo interno nacional al que hay que aislar y aniquilar.
De este modo, se justificaba la constante militarización y paramilitarización – ejemplo de esto es la aparición del Comando Hernán Trizano – de las rutas que conectan las diversas comunidades del wallmapu, la proliferación de proyectos de desarrollo impulsado por el capital privado y estatal y la criminalización de los procesos de recuperación territorial. En tal escenario, nuestra respuesta debía ser contundente y avanzar desbordando los complejos modos de dominación que se nos imponían para arrinconar nuestros logros.
En noviembre del año 2002 fue asesinado por carabineros Alex Lemún en una recuperación de tierras sostenida por la comunidad de Montutui Mapu, hecho que se enmarcó en la arremetida represiva que el Estado había comenzado años atrás en contra de la CAM y, particularmente, vuelve a centralizar la idea de terrorismo para justificar la persecución política a la que fue sometida nuestra organización no tan sólo en términos de inteligencia policiaca, sino también en términos mediáticos; para esta fecha el Mercurio – periódico abiertamente de derecha – publica un listado que contenía nombres de diversos militantes de la CAM sindicados como responsables de establecer focos de violencia en sectores mapuche.
Así, las arremetidas contra las comunidades que resistieron la construcción de las represas en Ralco y Pangue a fines de los 90s y los distintos procesos de lucha mapuche de reivindicación territorial que habíamos venido dirigiendo hace años. La muerte de Lemún, nos enseñó que nuestra actividad política estaba imposibilitada de ser pública. Ya para el año 2002, y con la operación paciencia desarrollándose plenamente, todas las estructuras de la CAM entran en clandestinidad y se asume esta forma operativa como sustancial para el ejercicio pleno de nuestro proyecto político de reivindicación territorial y política para sentar las bases de la Liberación Nacional Mapuche.
Superando los obstáculos que la inteligencia colocaba para nuestro desarrollo político estratégico este no claudicó en sus modos de lucha. Las evidencias de la táctica impulsada por los sectores más radicales del movimiento mapuche, en el cual la CAM se posicionaba como estandarte ideológico y organizativo, se demostraba con números concretos; a comienzos de siglo ya se habían recuperado efectivamente 17 mil hectáreas de tierras ancestrales.
No obstante, la estrategia de criminalización conseguía una de las primeras condenas a mapuche bajo la Ley Antiterrorista; los lonkos Pascual Pichun, de la comunidad de Temulemu, y Aniceto Norin, de la comunidad de Didaico, fueron condenados cinco años y un día de prisión por amenazas terroristas a terratenientes de fundos en la IX región. Tal cuestión abrió un panorama jurídico político que nunca más ha sido cerrado por el Estado chileno, inculpando una y otra vez y particularmente a la CAM de ejercer acciones de tipo terrorista.
Sin embargo la CAM en este período hasta finales del 2007 seguía desarrollando su estrategia basada en la resistencia y la reconstrucción Nacional, pero tal vez lo más característico de esta fase, fue que nuestra organización se fue ampliando en su radio de acción política, es decir, su presencia e influencia se extendió a otros territorios, como la zona de Vilcún, Alto Bio Bio y el Butahuillimapu, situación que requirió de mayor esfuerzo de tipo orgánico y político para direccionar la lucha territorial.
La muerte de Matías Catrileo, la consolidación de los ORT como estructuras operativas y del weichafe como sujeto político Mapuche.
El 03 de enero del 2008 la comunidad Lleupeco de Vilcún, en la IX región, ingresó a hacer una recuperación territorial al fundo Santa Margarita, en manos del terrateniente Jorge Luchsinger. Esta era una de las tantas acciones en las cuales participábamos como organización en conjunto con distintos integrantes de las comunidades locales que día tras día comenzaban a considerar la reconstitución territorial como una necesidad fundamental para nuestra liberación. En tal acción, y bajo tales objetivos políticos, participó nuestro destacado weichafe Matías Catrileo junto a otros militantes de la CAM.
Este fundo, que venía siendo custodiado por carabineros desde hacía un tiempo, históricamente ha sido parte del territorio ancestral que les fue usurpado a las comunidades del sector. Frente a esto, se decidió revertir tal situación a través del control territorial mapuche, cuestión que fue respondida a sangre y fuego por las fuerzas policiales protectoras de los intereses terratenientes, cayendo asesinado el peñi Matías Catrileo por una bala disparada de forma cobarde y por la espalda, por el carabinero Walter Ramírez Inostroza. Un agente del Estado, razón por la cual responsabilizamos directamente a las autoridades políticas y del Estado chileno de este asesinato político.
En la historia interna de la CAM, la muerte de Matías nuevamente motiva a la organización a repensar el carácter de ciertas estructuras operativas que habían sido tensionadas por las nuevas condiciones de seguridad, persecución y hostigamiento promovidas por el Estado y los terratenientes en el wallmapu. En términos concretos, desde el asesinato del Weichafe Catrileo, la CAM se comienza a poner en cuestión la viabilidad de seguir impulsando los procesos de resistencia y autodefensa mediante grupos muy amplios de comuneros y comuneras. Las acciones de “masas”, considerábamos, debían coordinarse de otra manera para evitar los asesinatos políticos e incrementar los niveles de protección hacia nuestra militancia.
Tales dinámicas habían generado graves problemas de seguridad ya que, pese a que siempre se realizaban con cierto grado de coordinación, exponían a un gran número de personas a escenarios riesgosos de violencia y represión. Sumado a esto, no existía la capacidad operativa ni el armamento básico suficiente para responder de manera masiva ante las reacciones armadas de los terratenientes y los grupos paramilitares activos en las áreas de conflicto. De esta manera, con la muerte de Catrileo, la CAM decidió evitar el impulso de acciones de un alto nivel operativo en las que participaran pu peñi o pu lagmen sin la preparación mental y física pertinente y sin la capacidad militar adecuada.
Evidentemente las denominadas “acciones de masas” no cesarían ya que siempre ocuparon un lugar central en la táctica de la CAM, sin embargo, fue urgente la composición de grupos operativos más específicos que llevaran a cabo acciones de distinta complejidad logística y que, a su vez, se articularan sobre una identidad territorial característica pertinente a la diversidad de expresiones culturales mapuche en donde la CAM tenía algún tipo de presencia. Así, nacen los Órganos de Resistencia Territorial (ORT) como los grupos operativos fundamentales en la estrategia de la CAM.
Sin duda los ORT marcaron un hito fundamental en nuestra historia como organización, ya que constituyeron la base política y militar de nuestra táctica para el nuevo periodo que se abría, que por cierto era de mayor confrontación contra el Estado y el sistema de dominación capitalista.
A nuestra consideración, nos habían asesinado otro Weichafe porque las clases en el poder sabían que nuestros avances orgánicos constituían su retroceso estructural. Es por este motivo que fue necesario reconstituir al sujeto político idóneo que participara en estas unidades orgánicas, pero esto en el marco de la resignificación que vamos viviendo los mapuche. Así, el Weichafe emergió nuevamente como aquel militante altamente preparado en términos políticos, militares, morales y culturales para realizar todo tipo de tareas de distinta complejidad que requiriera la organización. A su vez, todos los ORT cuentan con un grado de autonomía que permite, por un lado, la determinación de resoluciones en conjunto con los intereses de las comunidades y, por otro, un nivel de flexibilidad para materializar las condiciones de seguridad frente a la inteligencia policial y a la persecución política ejercida por el Estado.
Ya para este periodo la CAM ejercía su praxis política en tres tipos de acciones concretas; por un lado, continuaría en los procesos de recuperación territorial agudizando el conflicto abierto en contra del Estado y del capital. También, avanzaría en lo que denominamos “el control territorial” como una forma avanzada de ejercer soberanía multidimensional sobre el territorio y no tan sólo como un ejercicio de apropiación efímero. Es decir, comenzamos a articular iniciativas de sustento productivo (siembras), habitacional (casas- rucas) y culturales (Guillatuwe, Paliwe), dentro de las recuperaciones con el fin de romper con los hechos la propiedad privada sostenida por la apropiación capitalista. Y tercero desarrollar acciones de sabotaje a todo tipo de instalación principalmente maquinarias e instalaciones muebles e inmuebles de forestales y centrales hidroeléctricas apostadas en nuestro territorio reivindicado.
Estas acciones básicamente de tipo incendiarias pasarían a tomar un papel central en los procesos de antagonismos y disputa que hemos sostenido contra la inversión capitalista en el Wallmapu, cuestión con la cual intentamos generar un quiebre y un posterior desalojo del poder burgués sobre nuestro territorio ancestral.
Era innegable que la CAM a través de los ORT comenzó a ejercer una desestabilización considerable para las tramas de dominación en el Wallmapu. Y como lo ha hecho históricamente, el Estado respondió de manera violenta y punitiva ante nuestra expresión de lucha concreta y arremetió en contra de nuestra organización. Así, precisamente en este contexto y utilizando como excusa el denominado “atentado” contra el Fiscal Elgueta en el sector Puerto Choque – comienza una nueva ofensiva de inteligencia y criminalización contra la dirigencia de la CAM en las zonas del Wallmapu donde la organización tenía fuerte presencia. Esto más allá de las zonas de Arauco, Malleco, fueron golpeadas estructuralmente en Ercilla, Collipulli, Vilcún y algunos alrededores de Temuco sufrieron los embates de la inteligencia que, bajo la justificación de terrorismo, intentaba una vez más desarticular a la CAM.
Hacia finales del 2009 el 80% de la dirigencia de la CAM estaba en condición de prisión política en contexto de un gobierno de derecha.
El periodo del reflujo y la recomposición; la CAM hasta nuestros días.
Fueron 86 días de huelga de hambre que sostuvieron durante el 2011 nuestros weichafe Héctor Llaitul, Ramón Llanquileo, Jonathan Huillical y José Huenuche frente a la condena de más de 20 años que les otorgaron por el supuesto ataque contra el fiscal Elgueta. Tal dinámica (las huelgas de hambre) enquistaba una paradoja profundamente nociva para el movimiento mapuche; ante la imposibilidad de resistir en el territorio, el cuerpo debía ser utilizado como instrumento de lucha frente a los actos punitivos de la represión estatal y, aunque este se enfermara y deteriorara, por cuestiones de formación y convicción no era posible claudicar para un militante de la CAM, ni adentro ni afuera de la cárcel, y así fue asumido, al menos por los más destacados dirigentes.
No obstante, pese a los discursos de algunos, tal fórmula se desvaneció en la práctica. Las operaciones de inteligencia y principalmente la cárcel, surtieron cierto efecto sobre los sectores más inestables de nuestra organización, los cuales poco a poco se fueron alejando o en diversos casos nos vimos en la obligación de separarlos para preservar la línea y los principios de la organización.
Aun así, supimos leer tales condiciones y articular una respuesta táctica a este ejercicio de contrainsurgencia. De este modo, dicha experiencia nos sirvió también para evidenciar el nivel compromiso con el proyecto de la CAM y, a fin de cuentas, para saber en cuál de todas las vías se posicionaban diversos luchadores del movimiento mapuche. En otras palabras, limpiamos aguas y fuimos capaces de fortalecer los principios fundamentales que impulsamos como organización anticapitalista, anticolonial y en lucha por la liberación nacional.
Quedó establecido que la lucha mapuche no es solo estar en los procesos de reconstrucción de nuestro pueblo, sino además en la resistencia concreta y real, que es enfrentarse a los enemigos de nuestro pueblo con las acciones directas y como Weichafe.
En tal contexto asumió como vocero uno de nuestros más destacado Weichafe, el fundador y dirigente de la CAM, Héctor Llaitul, el cual, además de sostener la huelga de hambre del 2008 y 2011, desarrolló otra huelga de hambre que duró 76 días en la cárcel del manzano y que permitió a la larga su desprocesamiento. Con Llaitul preso junto a una gran parte de la dirigencia de la CAM y con bastantes militantes criminalizados y perseguidos a través de diversas causas judiciales, se inicia en la organización un proceso de repliegue y reacomodo para dar respuesta a las nuevas necesidades y condiciones del periodo. En este sentido, fue necesario para nosotros continuar con el proceso de reclutamiento de weichafe y articulación de distintos ORT por el Wallmapu.
En este sentido, a diferencia de lo que sostenía públicamente la inteligencia policial y el gobierno, el encarcelamiento de nuestros weichafe no obstaculizó el sostenimiento de nuestra organización. Así, estamos seguros de que la lógica de la represión no alcanzó, ni alcanzará, a opacar el sustento político, ideológico y cultural que sostiene el ejercicio político de nuestros pu Weichafe, los ORT y la CAM como organización, ya que esta opera sobre la lógica de neutralizar estructuras clásicas de la izquierda nacional la cual, subjetiva y políticamente, se distancia de nuestro proyecto enraizado en lo mapuche, que además de ser anticapitalista es anticolonial, cuestiones fundamentales en el camino de lucha por la liberación como Pueblo Nación.
Pese a distintos reacomodos y repliegues tácticos, en este contexto emprendimos como organización una serie de vínculos estratégicos que dieron certeros golpes a la estructura de dominación en diversos lugares del territorio Mapuche. Algunos de estos los establecimos con Resistencia Ancestral Mapuche – RAM en el Puelmapu y con el proceso de Resistencia del Pilmaiken por ejemplo. La base sustancial de estos vínculos tuvo como dinámica central el despliegue de diversos ORT en las zonas de conflicto, cuestión que fue prioridad en nuestra actividad como CAM durante los últimos años. Expresión de tal prioridad ha sido nuestra presencia en diferentes iniciativas de control territorial en sectores como el territorio pehuenche del Alto Bío Bío o en el Butahuillimapu, en donde la praxis política ha sido llevada a cabo principalmente por ORT pertenecientes a la CAM.
Con el pasar del tiempo, la Coordinadora Arauco Malleco indudablemente se ha convertido en uno de los bastiones de referencia en la lucha Mapuche y en el movimiento indígena a nivel continental y mundial. Tal cuestión no ha sido tan sólo reconocida por sectores winka proclives a nuestras reivindicaciones, sino también por nuestros enemigos directos, es decir, por fracciones empresariales y conservadoras que en más de una oportunidad nos han llamado a iniciar una tregua y un diálogo con el fin de frenar nuestra praxis rebelde en el Wallmapu. Esto, sin lugar a dudas, es una muestra de que nuestra fortaleza política y práctica es observada como una amenaza real a los intereses del capital.
Es por lo anterior que en septiembre del 2017, se desarrolla el Plan Huracán como una operación de inteligencia de gran envergadura impulsada desde el Estado Chileno con el fin de lograr la criminalización en el ámbito político judicial y la demonización de la causa mapuche en el ámbito político – mediático, la que fue dirigida principalmente en contra de destacados dirigentes de la CAM y otras expresiones de resistencia. Con el paso del tiempo este plan se desplomó y quedó al descubierto uno de los más grandes montajes desarrollados por las autoridades del gobierno de turno y la inteligencia policial al servicio del empresariado.
Pero más allá de las dinámicas policiales corruptas que subyacen en la operación Huracán, la intención también fue mediática con el objeto de instalar en el imaginario colectivo de la sociedad nacional e internacional la existencia de terrorismo en las reivindicaciones mapuche, para así instalar un escenario de guerra desde el Estado en contra de la resistencia de nuestro pueblo, así se instala e reinstala la Ley Anti Terrorista, la Ley de Inteligencia, la militarización, el comando Jungla, entre otros, es decir la represión y persecución política con la resultante de muerte y cárcel para los más destacados militantes de la causa mapuche.
En este recorrido hemos podido dar cuenta que, innegablemente, la historia de la CAM no es una historia lineal, más bien, es la historia de una organización que paso a paso, y en medio de fuerte tensiones y contradicciones, fue capaz de consolidar un proyecto político para la liberación nacional. Es la historia de una colectividad constituida desde abajo, en la resistencia, desde el territorio, en clandestinidad, desde la cárcel; de una militancia ejemplar. En definitiva, es la historia de una organización que cuando todo parecía dirigirse hacia la consolidación del Estado, marcó un antes y un después en la lucha del pueblo Nación mapuche.
Por territorio y autonomìa para el pueblo nación mapuche
Avanzamos hacia la liberación nacional
Amulepe taiñ weichan
Weuwaiñ-Marrichiweu
Comisiòn Polìtica
Cordinadora Arauco Malleco
28 de Diciembre 2018.
*Entrevista a Hèctor llaitul, vocero de la CAM
Fuente: https://prensaopal.cl/2018/12/28/coordinadora-arauco-malleco-hacia-la-liberacion-del-pueblo-nacion-mapuche
La Guerra constante del Estado chileno contra el pueblo mapuche.
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment