Chile cínico: Guzmán por Boric.

por Fernando Balcells Daniels / El Mostrador.

Nuestro sentido del teatro político está tan dañado, que nos dejamos llevar por lo peor de la farsa para producir nuestros eventos políticos. Se pone en la misma balanza a criminales profesionales con un político cuyo humor infantil ha rayado el aura de reverencia que sus seguidores intentan construir para Jaime Guzmán. Ese círculo santificador funciona como paraguas de protección para los cómplices mismos, que buscan mantener abierto el efecto aplastador de los exilios y los desaparecimientos sobre los que Guzmán construyó su congregación.

Los mismos que rasgan vestiduras convulsionados por la libertad expresiva de Gabriel Boric, tuercen la lengua y ponen los ojos en blanco para exigir la libertad de conciencia, de palabra y de movimiento para asesinos, cómplices y apologistas del crimen de Estado. Cierre los ojos y haga el ejercicio de verlos en alguna película bíblica, literalmente arrancándose los girones de la camisa en signo de dolor y desesperación, llorando a gritos, con la cara vuelta alternativamente al cielo para implorar justicia y escondida entre las manos en señal de vergüenza.

La democracia tiene ese componente misterioso -y unilateral- que consiste en que, para permitir la libertad de expresión se debe confiar en que los ciudadanos elegirán dentro de rangos de decencia, de justicia y de sentidos diversos del bien común. Es necesario confiar en que las instituciones e incluso los adversarios, se harán cargo, mínimamente, de mis exigencias vitales.

Sin esa confianza, se hace necesario proscribir a los comunistas y a los nazis. Sin esa confianza, resulta aterradora cualquier manifestación que niegue lo que creemos esencial en nuestra vida. Ante esa inestabilidad, no queda más que refugiarse en los derechos superiores de mi verdad y proclamar la urgencia del combate ‘en contra de la ideología de género’. La mística de Jaime Guzmán evita el riesgo de la confianza en la gente, se asegura en instituciones inmunizadas y se garantiza en el expreso derecho a prevalecer por sobre la democracia.

No hay vergüenza alguna en pedir que Boric reniegue de su sentido del humor y que se le persiga por los nexos psicológicos eventuales, entre dos hechos que implicarían una aprobación íntima del crimen de Guzmán. En el dificultoso espacio de victimización conquistado por los discípulos, todo es posible y justificable.

Nuestro sentido del teatro político está tan dañado, que nos dejamos llevar por lo peor de la farsa para producir nuestros eventos políticos. Se pone en la misma balanza a criminales profesionales con un político cuyo humor infantil ha rayado el aura de reverencia que sus seguidores intentan construir para Jaime Guzmán. Ese círculo santificador funciona como paraguas de protección para los cómplices mismos, que buscan mantener abierto el efecto aplastador de los exilios y los desaparecimientos sobre los que Guzmán construyó su congregación.

El asesinato de Jaime Guzmán, además de abominable, fue increíblemente estúpido. La cultura democrática necesita que todas las inclinaciones sexuales y políticas se manifiesten abiertamente, para que sea la gente la que juzgue y no unos iluminados en su nombre. No pretendo saber que habría pasado en el país con el maestro vivo y los aprendices en silencio, se nos privó a todos de aprender sobre las formas en que un personaje puede desplegarse y cambiar o permanecer en el tiempo. Lo cierto es que desaparecido Guzmán, su herencia quedó petrificada y sujeta a disputas escolares que no la refrescan, sino que la hunden en el pasado, que es lo suyo.

Es tiempo de que sinceremos los pensamientos libres de los que somos capaces. A todos los sinvergüenzas que se escandalizan con Boric, es necesario aclararles algo más. En la jerarquía de los demonios, Guzmán prevalece sobre Pinochet y el «Mamo» Contreras. El mal en la sombra, el seductor capaz de levantar una cofradía para la justificación de la muerte, el calculador que mide, rigurosamente, los tiempos de sometimiento a un yugo violento y luego, las pausas del aflojamiento de las riendas, una vez que se ha cortado el suministro de oxígeno a la cabeza de la gente. El que tienta con el orgullo y la inteligencia para atizar el odio como extremo del amor propio, el que susurra una voz que se apropia de Dios y que lo devuelve a su remoto pretérito de inquisidor celoso y vengativo.

El que se levanta sobre los cadáveres de sus enemigos, apareciendo como moderador de los crímenes, pero sobrepasado tristemente por la tormenta de violencia generada por las víctimas. El hombre que es capaz de convencer a cientos que grandes sacrificios –entre los enemigos- traerán increíbles ventajas para los que queden en buen pie a partir de la dictadura. El maestro que se ha reservado durante cuarenta años la garantía de respaldo eventual de la violencia militar, para mantener instituciones irrelevantes, anacrónicas e incompatibles con la convivencia.

El habla que designa a la maldad no un invento propio; es un acercamiento al idioma secreto de la secta de Jaime Guzmán. En ella, el mal y el demonio no se nombran en público, sino que se reservan para las ceremonias privadas. Igual se trasluce y se deja traducir por debajo de las muy elaboradas técnicas de presentación civilizada. Mencionar el mal y encarnarlo en demonios, parecería una confesión de rigidez arcaica, por eso la crispación de estos personajes, obligados a disfrazar la verdad que se les escapa de la boca como un amor que solo puede ser aplacado por el silicio.

Es necesario recuperar la capacidad de juzgar la maldad como mala. Es necesario mostrar la maldad de los actos de daño y de sometimiento reiterados que se nos ocultan en la santidad del iluminado. El ocultamiento de lo malo y de lo negativo busca privarnos del juicio y de la responsabilidad de decidir sobre lo que queremos y lo que no aceptamos.

Es necesario reconocer además, que ningún dilema actual puede ser resuelto con el legado de Jaime Guzmán; ni la relación con los Mapuches, ni los conflictos entre medio ambiente y explotación industrial barata; ni los abusos contra los consumidores, ni las carencias de la salud pública. Sobre todo, ningún reconocimiento a la dignidad de los actores emergentes en la vida social puede venir de la herencia de Guzmán.

Los seguidores de la víctima -que hizo carrera argumentando que cientos de miles de víctimas adversarias se habían auto infligido el daño recibido y construyó la política como máquina institucional para justificar y prolongar las ‘exclusiones’- no están en posición de alegar la victimización en su exclusivo caso. Es extremadamente insensato atribuir a este hombre bondades heroicas y un estatuto existencial, por sobre la crítica y la burla de mal gusto. Más que un dilema político, este episodio es una ocasión para entonar el grito de guerra de los niños exploradores, que su partida dejó en la orfandad.

Las piedras sobre las que Guzmán construyó su reino en la tierra, gotean hoy por todos lados. La torpeza de su arquitectura ideológica y el anacronismo de los lugares repartidos en esta obra demasiado humana, nos deberían inducir a recordar el carácter privado y discutible de esta devoción. En vez de escándalos desmesurados, sería mejor permitir que esta alma torturada descanse en paz.

Fuente: https://www.elmostrador.cl/destacado/2019/01/06/guzman-por-boric/


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