por Carlos Aznárez (desde Venezuela)/Resumen Latinoamericano.
Llegó lo que muchos definían como el “día D”, y otros se relamían, allá en Cúcuta o en Miami, pensando que había llegado el “gran momento” en que entraría la “ayuda humanitaria” y el “dictador” y su Revolución Bolivariana se derrumbaría como un castillo de naipes. Parece un mal guión para una película de bajísima categoría pero lo peor es que mucha gente en el mundo, de esa parte de la población que cree religiosamente lo que le cuentan los medios hegemónicos, habían entrado por el aro y se imaginaban que en Venezuela, en cuestión de horas, ese títere infame llamado Juan Guaidó llegaría con todos los honores al Palacio de Miraflores. Finalmente lo que ocurrió es lo que viene sufriendo el imperio y sus aliados frente al chavismo en todas las últimas contiendas, ya sean diplomáticas o amparadas en un belicismo verbal más que irritante: volvieran a fracasar. No pudieron con el pueblo ni el gobierno legitimo encabezado por Nicolás Maduro. Ni en la zona fronteriza con Colombia ni en la que limita con Brasil y menos en la ruta marítima. Tampoco lograron movilizar a esos 600 mil (sic) que había anunciado Guaidó y que se convirtieron este sábado 23F en un pequeño grupo agresivo de malandros a sueldo que montaron algunas pocas pero violentas guarimbas y varios falsos positivos.
Así ocurrió con el incidente tempranero del robo de las tanquetas en el puente que lleva a Cúcuta, y que terminó con la deserción de un grupo ínfimo de guardias que no solo se pasaron al enemigo sino que mostraron un perfil criminal. Los cobardes embistieron decenas de vallas que cerraban el lugar, hiriendo por el impacto a una camarógrafa chilena y a un leal guardia bolivariano. Del otro lado, se pudo observar la complicidad de los policías de Iván Duque, que los ayudaban ostensiblemente. Mientras, dos de los cabecillas de las guarimbas de este sábado, el diputado derechista José Antonio Olivares y uno de sus adláteres llamado Vilca Fernández, festejaban la “hazaña”.
Más tarde, se iba a repetir la farsa al intentar entrar algunos pocos camiones con la famosa “ayuda”. De pronto, al rodar por el puente fueron incendiados por un grupo de guarimberos que rociaron los vehículos con gasolina mientras eran filmados y fotografiados por muchos reporteros. Pero como los medios hegemónicos son la avanzada violenta del envenenamiento masivo, inventaron otra matriz mentirosa, acusando al chavismo de generar esa quemazón. Más aún: contaron que eran los integrantes de la Guardia Nacional Bolivariana, que estaban emplazados muy pero muy lejos de los hechos, los culpables de esa torpe acción.
Lo que no dijeron es que los malandros “contratados” por la oposición adicta a Guaidó y protegidos por la policía colombiana (ahí están los videos en las redes como prueba) se ofuscaron enormemente porque las cosas no salían bien y no les abonaban los “honorarios” pactados. De allí que una turba de encapuchados y otros a cara descubierta le propinaron una buena paliza a los “contratistas”. Es el caso del diputado Olivares, al que un grupo le pegó unas buenas trompadas en la cara y la cabeza al grito de “ladrones, paguen lo que prometieron”.
Tampoco cuentan los medios la verdad sobre lo ocurrido en el extremo contrario al lado colombiano del puente Simón Bolívar, donde se habían concentrado miles de patriotas bolivarianos para defender con sus cuerpos la soberanía de su país frente a cualquier intento de invasión extranjera. Sobre ellos cayeron bombas molotov, piedras de gran tamaño y disparos de armas de fuego. Algunos de los atacados son parte de la lista de 42 heridos, dos de ellos a balazos y tres quemados en gran parte de sus cuerpos por el efecto de las bombas incendiarias. También hay policías venezolanos en la lista, que como en aquellos meses duros en que se votaba la Constituyente, se jugaron por entero en impedir que la jauría de Ivan Duque y la oposición fascistoide que preside Guaidó pusieran sus pies en territorio venezolano.
Otro incidente ocurrió cuando opositores que cruzaron la frontera desde Brasil atacaron y quemaron una camioneta militar bolivariana en el puesto fronterizo de Pacaraima. A cada uno de estos hechos de violencia, más lo ocurrido el viernes cuando un grupo de paramilitares atacaron a indígenas pemones, se redujo lo que para Donald Trump, Marco Rubio, Elliot Adams, John Bolton y Luis Almagro iba a ser la “solución final” para lo que ellos denominan “dictadura” socialista. Este proceso liberador y otros que surgirán, a los que el felón del fracasado concierto de Cúcuta, el “Puma” Rodríguez, advirtió que “pronto caerían todas las que hay en Latinoamérica”. Se quedarán con las ganas, en el caso venezolano.
No pudieron, no podrán. Eso es lo que se vio con claridad en esta jornada. Fueron derrotados nuevamente por un pueblo que tiene ideas y convicción de lucha por su presente, que además posee memoria de lo que fue su pasado, y se prepara día a día para forjar un futuro socialista.
Este espíritu noble y guerrero a la vez, el de Bolívar, que pasó a nutrir el de Fabricio Ojeda, que luego heredó el Comandante Chávez y hoy levanta con dignidad Nicolás Maduro es el que se vio, a la misma hora en que no se producía la anuncia invasión “humanitaria”,desfilar por las calles de Caracas. Otra vez la marea “roja hojita” cubrió de punta a punta la avenida Urdaneta y le mostró al mundo que en Venezuela, además de vivirse en total paz y normalidad, son millones los que construyen el escudo que protege a este enorme proceso liberador.
Marcharon con fervor y mucha alegría, no había rabia en sus gestos, todo lo contrario. Bailaron, cantaron, y corearon las consignas antiimperialistas de toda la vida, desde el “yanquis go home” hasta el “no pasarán” de las luchas antifascistas de los pueblos. Eran obreros, estudiantes, gentes de los barrios humildes, mujeres empoderadas y miles de jóvenes que crecieron con la panacea de acceder a Universidades populares y a los planes de salud de las Misiones. Salieron a la calle, con la decisión de mostrarle a los que aún dudan de este proceso liberador de que ellos sí están dispuestos a defenderlo. Allí también estaba una bulliciosa delegación de movimientos sociales del mundo, que este domingo inaugurarán el encuentro de la Asamblea Internacional de los Pueblos, instancia organizativa que se empezará a construir paso a paso en aras de la Revolución internacional. Entre ellos y ellas, pudo verse a sudafricanos del sindicato metalúrgico Numsa, que danzaron sus bailes típicos vivando a Venezuela, junto a brasileños que gritaban “Lula Libre”, argentinos que se acordaban (mal por supuesto) de Macri, y hasta jóvenes vascas y catalanas abrazadas con sus banderas nacionales. Por todas sus voces, “la espada de Bolívar” sigue caminando, como lo hará el socialismo, por América Latina, y en su bullicio militante recibían como devolución de las masas chavistas “saludos solidarios y revolucionarios”. Una fiesta de pueblo, que ponderaba la victoria obtenida frente a un nuevo intento del imperio más terrorista que haya sufrido la humanidad.
Luego habló su presidente, votado en mayo por millones y no como ese pelele que se autoproclamó y ahora se tendrá que quedar a vivir en Cúcuta o Bogota o terminar en un presidio junto a otros terroristas de su calaña. Escucharlo en esta ocasión dirigiéndose a esos hacedores cotidianos de la Revolución, recordó otras gestas similares protagonizadas por su maestro Hugo Chávez, al que Maduro no solo homenajea sino que en la práctica cumple con su legado.
Lo dicho: este 23F la Revolución Bolivariana se anotó otro tanto, el de la paz con justicia social frente a la guerra imperialista. Pero no se puede ser triunfalista con el enemigo al que se enfrenta hoy. Insistirán, son feroces, despiadados. Ya lo han demostrado, y usan lo que tienen a mano para hostigar a los pueblos. Por eso no hay que bajar la guardia. Guaidó ya le pidió a sus cómplices, prácticamente que pongan en marcha el recurso de la intervención armada. Trump, que seguramente se da cuenta de lo inútiles que son sus “muchachos” estará imaginando nuevas embestidas. A no descuidarse, pero a valorar lo hecho hasta ahora. No han podido con el coraje de este pueblo. No podrán.
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