Más allá de la huelga feminista: análisis político sobre el momento actual del feminismo en Chile.
nota enviada por Nadia Poblete/Nosotras decidimos, Valparaíso.
Este sábado 23 en Valparaíso, Feminista Organizadas, convocamos a una instancia de reflexión y debate que se denominó «Más allá de la huelga feminista: análisis político sobre el momento actual del movimiento feminista». Una treintena de mujeres nos reunimos a discutir por mas de 5 horas en torno a 3 preguntas que guiaron el debate: 1) ¿Cuáles son las condiciones que permiten la emergencia de un movimiento de mujeres, feminista masivo y cuáles son los desafíos que dicha masividad conlleva?; 2) Apostando a un movimiento emancipador, ¿cómo el feminismo en tanto movimiento social y corriente política, ha aportado o pudiera aportar en la construcción de un proceso de transformación radical de la sociedad?; 3) ¿Está en crisis el Patriarcado?.
Como forma de iniciar y motivar la reflexión crítica, tres compañeras entregaron sus análisis desde distintos lugares políticos: Constanza Cifuente, parte de la Coordinación 8 de Marzo; Iris (Toli) Hernández, lesbofeminista, decolonial y participante de la colectiva Lastres Abisales y Paula Santana, Feminista Radical. Desde estos distintos posicionamientos nutrieron la discusión con sus miradas agudas, haciendo patente las diferencias pero con una gran solidaridad en la escucha, lo que apuntaló un diálogo interesante. Así, se dio curso una profunda e interesante discusión colectiva. Como feministas que nos consideramos parte de la construcción autónoma del movimiento, herederas de aquellas que iniciaron la crítica a la institucionalización en los años ’90, creemos firmemente que estas instancias son fundamentales para consolidar los procesos de despertar social, luchar contra la cooptación política y mercantil, pero por sobre todo, para avanzar en la conciencia de la urgencia y radicalidad de los cambios que se necesitan. Compartimos con ustedes una de los análisis presentados. El texto pertenece a la feminista radical Paula Santana, esperamos prontamente colectivizar los otros dos textos que se presentaron en esta intensa y valiosa jornada.
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Presentación de Paula Santana (*)
¿Cuáles son las condiciones que permiten la emergencia de un movimiento de mujeres y feminista masivo? y ¿cuáles son los desafíos que dicha masividad conlleva?
Quisiera en primer lugar referirme al valor que le damos a la masividad. Muchas voces, especialmente las mediáticas, hablan de la masividad de la movilización como un logro en sí mismo. Yo pondría esto en duda, pues me inclino más por el contenido nutricio que por la “masa”, una masa que en su concepto político siempre expresa una mayoría seguidora de unos/as iluminados/as. ¿Es esta la situación actual del movimiento? No podría decir esto del movimiento de mujeres actual, porque si hay una cosa que hemos construido y transformado juntas es la forma de hacer política entre nosotras -aunque siguen habiendo “vacas sagradas”- lo que implica horizontalidad, largas reuniones y una rotación más o menos dinámica de voceras, prácticas que se han fortalecido al coincidir con otros movimientos, como el estudiantil, que también está experimentando y creando otras formas de relacionarse políticamente. En ese sentido, no hubo “masa”, sin embargo, hubo superficialidad, otra de las características de la masividad. La masividad yo la tomaría como un síntoma, un indicador de algo que está pasando con el movimiento feminista… ¿qué hizo que en estos últimos años las feministas convoquen a tantas mujeres y a todo tipo de personas? Apuntaría a dos grandes factores para explicar este fenómeno.
En primer lugar, nuestra historia de lucha y resistencia, que en una mirada de corto plazo abarca por lo menos cuatro décadas, tiempo en el que hemos mantenido un movimiento social, político y cultural vivo, sistemático, aunque no lineal. Porque más allá de la mala costumbre de declarar a cada rato como “la primera” a la acción que nos tuvo como protagonistas, el camino está despejado hace rato por otras, es importante tomar consciencia de esto y desestimar los discursos que borran ese camino andado, que olvidan los procesos y glorifican la inmediatez. Con esto quiero decir, que la masividad se la debemos a las que nos antecedieron. Es esa historia de lucha, empecinada, porfiada, que no se ajusta a la definición de movimiento social clásica porque no es homogéneo y nunca ha pretendido serlo, y porque no busca expresarse en la “toma” del poder, entre otras cosas. Esta historia hizo posible el ascendente y generalizado clima de hartazgo en el que hoy nos encontramos, donde cada vez más mujeres, y sobretodo las más jóvenes, están construyendo un imaginario otro en el que la violencia contra nosotras no es admisible, no es “normal” o “natural”, para lo cual establecen límites claros, identifican y verbalizan la violencia con la que antes convivíamos, perdieron el miedo…son imparables y diversas las formas de denuncia social, las funas en vivo, en las instituciones públicas y en las redes virtuales, como formas de enfrentar la impunidad y tolerancia que la había rodeado.
Un segundo factor que creo, explica esta masividad es la salida del clóset del feminismo, que no quiere decir de las feministas, sino del feminismo como un movimiento que se quiere legitimar e integrar socialmente. De cierta forma, el feminismo en algunas de sus corrientes (decolonial, comunitario, indígena, antirracista, lesbiano) asumió como suyas causas antes tangenciales o secundarias, como es la de los pueblos indígenas, la defensa de la naturaleza y los territorios, de sectores racializados, migrantes o disidentes de la heteronorma. Esto ha hecho que movimientos sociales en los que antes no participábamos explícitamente como feministas, hoy estén reconociendo este aporte y nuestros planteamientos se estén abriendo camino en otros colectivos y comunidades. La declaración de la Coordinadora 8 de marzo ilustra este punto, pues incluye problemas sociales amplios que afectan a toda la sociedad chilena y también demandas emanadas de sectores específicos con los cuales se establecen alianzas. Pero, también la salida del clóset vino de la mano de la utilización y cooptación política de parte de diversos sectores hegemónicos, principalmente de estructuras partidarias de todo el espectro de colores. Está en curso una domesticación y neutralización del feminismo y este 8 de marzo se hizo evidente en la forma de discursos igualitaristas, que es justamente el feminismo masivo.
Con respecto a los desafíos:
La superficialidad de la que hablé al principio la veo en el malestar que algunos sectores del feminismo manifestaron por el discurso triunfalista que se impone indiferente a la situación de las mujeres más precarizadas, las que no pudieron estar. Circuló una foto en Facebook de una mujer negra vendiendo frutas en plena marcha sin tener la más mínima posibilidad de sumarse. Kolectivo Mapuche Feminista Rangiñtulewfü reflexionó en un artículo sobre esto (El Desconcierto). A las marchas no fueron las mujeres pobladoras, las migrantes, las indígenas, las campesinas, las más precarizadas. También en el malestar de mujeres negras, racializadas y migrantes que se sintieron excluidas de la convocatoria y la forma en que se llevaron las manifestaciones de ese día en la Barcelona, España.
También lo veo en la fuerte instalación de discursos pro igualdad y en el desparpajo con el que instituciones cuya función es perpetuar el patriarcapitalismo, como la ONU y a nivel más local el gobierno y los partidos políticos de todo el espectro, los enarbolan como banderas propias. El feminismo mediático y el feminismo masivo se hace eco de los discursos de igualdad, del triunfalismo y del borramiento de nuestra historia, la que a final de cuentas, abona a la pérdida de autonomía del movimiento feminista.
Hay aquí un punto sobre el cual me parece particularmente importante llamar la atención y refrescar las memorias, me refiero al cada vez menos cuestionado nombre del 8 de marzo, como día internacional de las mujeres trabajadoras. Esto es resultado del trabajo sistemático de los anexos feministas de estructuras partidarias de izquierda que desde hace varios años vienen imponiendo su visión y (malas) prácticas políticas; pero también es el resultado de un movimiento feminista que se levanta sin mirar atrás, sin honrar la historia que las precede y de la cual debemos aprender para no repetir los mismos errores. Sin ir más lejos, el nombre del 8 de marzo como día internacional de las mujeres –en plural y sin adjetivo- simboliza el profundo proceso de autonomía política que tuvo lugar en nuestro país a partir de la década de los 80’ producto de lo cual toma forma un movimiento autónomo de mujeres, que se distancia críticamente de la izquierda, cuestionando con ello, conceptos patriarcales y unívocos como el de “trabajo” y “trabajadores”, entre otras muchas cosas que no podré profundizar aquí. Si no miramos nuestra historia, creeríamos que la “huelga” es una forma de protesta que no nos pertenece pero nada más lejos de la verdad ya que, por ejemplo, mujeres negras hicieron huelga de vientres para negarse a tener hijos/as esclavos y con ellos perpetuar la esclavitud.
Alondra Carrillo, vocera de la Coordinadora 8M, afirma que este movimiento feminista, expresado en el “8M”, fue autónomo y de mujeres trabajadoras… “Tan clara es la capacidad de autoorganización de las mujeres trabajadoras expresada en esta convocatoria, que incluso a los partidos de oposición les tomó por sorpresa, sin ser capaces de atribuírsela” (entrevista en The Clinic). Pero al menos aquí en Valparaíso, el protagonismo del Frente Amplio fue notorio, asumiendo incluso como una de las convocantes Beatriz Sánchez.
Una experiencia interesante a recordar fue la de colectivas lesbofeministas que hicieron suya la causa de la Machi Francisca Linconao convirtiéndola en su objetivo central, pese a que fueron fuertemente cuestionadas al interior del pueblo mapuche y que para la misma Machi y su grupo cercano, si bien agradecieron sinceramente el apoyo, siguen siendo grupo winkas de apoyo de una causa ajena. Este ejemplo me hace reflexionar sobre la sociedad que queremos, que no es la suma de todas las causas perdidas, ni la suma de todos los grupos discriminados y oprimidos, más bien, esta integralidad debe ser resultado de un trabajo conjunto con otros/as.
Creo que el mayor desafío es resignificar y recuperar la autonomía como movimiento social, cultural y político, compatibilizando la construcción de luchas comunes y la defensa de nuestra identidad como movimiento. Siempre que intentamos construir con otros movimientos sociales, salimos trasquiladas porque se nos pide moderar y bajarle el perfil a la radicalidad, aunque hoy en día cuestiones que herían los oídos de compañeros/as, gozan de aceptación, como lo es el aborto, las parejas del mismo sexo, el antirracismo. ¿Qué sería lo radical hoy en día?
Apostando a un movimiento emancipador, ¿cómo el feminismo en tanto movimiento social y corriente política, ha aportado o aportaría en la construcción de un proceso de transformación radical de la sociedad?
El feminismo está dando pasos agigantados como referente aglutinador de luchas globales, dejando entrever lo que ha sido siempre una característica inherente como movimiento revolucionario: el cambio social radical. Lo demás es reformismo y maquillaje del sistema. De otra forma, no es posible nuestra emancipación. Por eso, las feministas radicales apuntaban al cuestionamiento de la política sexual que se expresa en el control del cuerpo de las mujeres al servicio del capitalismo, para lo cual se vale de las instituciones del matrimonio u otras formas de intercambio del cuerpo de las mujeres, de la estructura familiar moderna, de la heterosexualidad obligatoria, entre otras. Creo que estas propuestas siguen vigentes en tanto que el control del cuerpo de las mujeres, y por lo tanto, de sus vidas, sigue siendo el motor de la organización social de casi todas las sociedades y culturas conocidas, sin embargo, asistimos a un momento clave que puede nutrir al feminismo o por el contrario, lo puede dejar vacío. Me refiero al gran desafío que representa pensar el feminismo desde categorías no occidentales y no hegemónicas, repensando y derribando lo que considerábamos verdades o guías de nuestras formas de actuar. Por ejemplo, el movimiento de mujeres indígenas, algunas autodefinidas como feministas y otras no, nos interpela con la autonomía, la individualidad, el separatismo. Para nosotras, champúrreas aunque occidentalizadas, la posibilidad de reconocernos como sujetas históricas y políticas, con poder sobre nuestros cuerpos, pasa necesariamente por un ejercicio de individuación, y de esa forma, tomamos conciencia del lugar que ocupamos y que queremos ocupar en el mundo…¿Cómo puede tener lugar este proceso de conciencia sin romper el tejido social y comunitario?
La radicalidad es inherente al feminismo, como dije antes. Cuando se vuelve cómodo para el sistema ya no está siendo un movimiento que busca la transformación social. ¿Hacia dónde va el feminismo que se vuelve materia de espectáculo, publicidad, discursos políticos? Pues hacia la institucionalidad, donde ya nada queda del feminismo. Un ejemplo claro es la violencia contra las mujeres, que comenzó como un proceso de construcción de conocimiento colectivo basado en la experiencia de las mujeres, rica en complejidades, no estandarizada ni positivista, pero lo tomó la academia y se hizo política pública, despojándolo del poder libertario que tenía para las mujeres y convirtiéndolo en una cuestión técnica y teórica despolitizada. El feminismo, así como otros movimientos sociales que basaban su actuancia en la construcción de poder desde abajo (y que dejaron de hacerlo), debe recuperar la radicalidad que implica construir conocimiento propio basada en la praxis y en la experiencia compartida, fuera de la academia y de las instituciones, en un trabajo permanente porque el sistema siempre buscará despojarnos de ese saber situado.
Volver la mirada sobre aquellas zonas de seguridad del sistema de dominación, que hoy las engulle y funcionaliza presentándolas como liberadoras y respetuosas del derecho a decidir, como por ejemplo, la familia, el matrimonio, el sistema de parentesco, la división sexual, clasista y racista del trabajo, la prostitución, la religión…este feminismo masivo, consumista y mercantil, no desenmascara estas estructuras, y sin embargo, ningún otro movimiento social va a levantar la voz contra estas zonas de confort del sistema porque atentando contra ellas se remece a toda la sociedad, incluyendo el piso de quienes se dicen aliados/as nuestros/as.
Nuestro reto es mantener la radicalidad y la autonomía, haciéndonos cargo de los privilegios y relaciones de poder asimétricas que se dan al interior del movimiento y de las diferentes condiciones de vida de las mujeres. Sería radical, por ejemplo, enfocarnos en generar cambios que redistribuyan y revaloren el trabajo reproductivo, exigiendo a los hombres que asuman su parte y no aliviándolos con la contratación de mujeres pobres y racializadas, políticas que lo promuevan, generando estrategias comunitarias mixtas de cuidado, erradicar el trabajo doméstico remunerado precario, feminizado y racializado; sería radical, por ejemplo, que en vez de movilizarnos por un reconocimiento legal del aborto, fortaleciéramos las redes autónomas de apoyo a las mujeres que abortan; sería radical, por ejemplo, si rompiéramos el tabú de la prostitución y el trabajo doméstico asalariado como expresiones de la violencia estructural hacia las mujeres, sometidas al olvido porque supuestamente no son tan importantes o que, por institucionalizadas, ya se volvieron incuestionables; sería radical, si en vez de agotarnos en la consecución de leyes de violencia, impulsáramos la organización comunitaria para enfrentarla localmente…
La radicalidad perdida se nota también en el carácter reivindicativo y fragmentario de nuestras luchas, perdiendo de vista el todo…tenemos que mirar críticamente cual es el costo de las reformas por las cuales nos estamos movilizando, quienes quedan desplazadas/os, que estamos concediendo. El feminismo masivo, el feminismo liberal o institucional, también algunos feminismos de izquierda, valoran los pequeños pasos o logros aun cuando se den en el contexto de sistemas depredadores. Por ejemplo, ¿Vale la pena involucrarse en una lucha por el aborto legal cuando eso implica legitimar a un gobierno que paralelamente está impulsando varios megaproyectos extractivistas que van a despojar a pueblos indígenas de sus medios de vida? La radicalidad feminista hoy es aquella que confronta al sistema en su conjunto sin dejar fisuras por donde se cuela su reinvención, a su componente capitalista, colonialista, heteronormativo y eugenésico.
¿Está en crisis el Patriarcado?
Si, está en crisis. Lo demuestra el recrudecimiento de la violencia y todas las formas de explotación contra las mujeres y contra todos los grupos que amenazan el modelo patriarcal, capitalista, colonialista y eugenésico de humanidad (lesbianas, personas trans, migrantes, negras, indígenas, mujeres en prisión, pobres, etc.) y el rebrote del fundamentalismo más rancio. Está en crisis, pero las crisis pueden crear formas renovadas del mismo sistema. Están en crisis muchas cosas, el Estado benefactor, la democracia como sistema político, los partidos políticos como formas de participación social, la biodiversidad, la existencia de los pueblos indígenas, la familia heterosexual, las construcciones de género, el crecimiento poblacional…el sistema está en una gran crisis. Pero además, en esta crisis el feminismo le está siendo útil al sistema ¿Cómo nos desmarcamos y encausamos la crisis hacia una transformación social radical?
La apuesta es atrevernos a imaginar que la construcción de otra sociedad está en nuestras manos, como lo vivieron nuestras madres, tías, abuelas, mujeres de generaciones anteriores que creyeron y se abocaron a la construcción de una sociedad más justa e igualitaria. Nosotras mismas, al menos mi generación, alcanzó a experimentar la sensación de estar siendo parte de algo grande, con un compromiso profundo hacia un proceso colectivo más allá de acciones puntuales, petitorios, leyes y reformas, con una actuancia política que se llamaba militancia –aunque no es el mejor término por su referencia militar-, muy diferente al activismo de ahora. Creo que esa diferencia entre militancia y activismo simboliza esa pérdida de imaginario de cambio radical que el feminismo debe recuperar, pero ahora asumiendo explícitamente una posición anticapitalista, decolonial y antirracista.
Paula Santana,
(*) Documento presentado en encuentro de reflexión y debate «Más allá de la huelga feminista: análisis político sobre el momento actual del movimiento feminista», convocado por Feminista Organizadas de la V región y realizado en Valparaíso el sábado 23 de marzo.
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