Desde el fin de la guerra de Corea, el desarrollo del ejército norcoreano ha sido síntoma de su supervivencia. En 2006 Corea del Norte probaba con éxito la bomba atómica y en 2017 adquiría la capacidad de alcanzar Estados Unidos con sus misiles balísticos. ¿Cómo hemos llegado aquí?
El 25 de junio de 1950 cerca de 70.000 soldados del norte atravesaban el paralelo 38 en dirección a Seúl. “Si dejamos que caiga la República de Corea —dijo el presidente estadounidense Truman—, los soviéticos engullirán pedazo a pedazo Asia. Si dejamos que caiga Asia, Oriente Próximo caerá , y no hay duda de que lo mismo pasará con Europa”. La península de Corea se convertía así en el primer teatro de la Guerra Fría. En él colisionaron los dos grandes bloques ideológicos —el comunista, liderado por la Unión Soviética, y el capitalista, capitaneado por Estados Unidos— lo que terminó con la separación de la península coreana en dos en 1953 tras el armisticio de Panmunjom, con el cual cesaban temporalmente las hostilidades.
La Segunda Guerra Mundial había tocado a su fin con la rendición del Imperio japonés tras sufrir el impacto de las bombas Fat Man y Little Boy el verano de 1945. La potencia de la bomba atómica conmocionó al mundo, pero también dejó en evidencia que la nueva definición de la ventaja militar y estratégica pasaría por la posesión de armas nucleares. El temor a reproducir los horrores de Hiroshima y Nagasaki afectó a la psicología de los Gobiernos, que comenzaron a confiar en el efecto disuasorio de las armas de destrucción masiva y vieron en su desarrollo una nueva fuente de prestigio. Así, en las dos décadas posteriores al conflicto, la Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China se unían al selecto club de potencias nucleares mientras muchos otros países se esforzaban por conseguirla.
Si la posesión de armas nucleares se había convertido en un escudo contra la intervención extranjera y un billete para vivir en paz en un entorno hostil como el de la Guerra Fría, el desarrollo de la bomba atómica comenzó a convertirse en sinónimo de supervivencia.
Primeros pasos: entre la ideología y la supervivencia.
El entorno de la doble posguerra —la península de Corea quedó en ruinas dos veces seguidas: a causa de la ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial y después con la guerra entre el norte y el sur— sugiere pensar que los desafíos a los que se enfrentaba Pionyang a partir de 1953 eran sobre todo de reconstrucción y desarrollo. Por ello, es imposible entender sin el contexto de la Guerra Fría por qué tan pronto como en 1952 el Estado decidió invertir tan decididamente en energía nuclear, tanto para su uso civil como para uso militar.
Si pudiéramos dividir un Estado en mente y cuerpo, lo que caracteriza la psique de la República Democrática Popular de Corea (RDPC) es la ideología juche. Esta —resumida en los tres pilares de independencia política, representada por el líder supremo o suryeong; autarquía económica, y autodefensa— enfatiza la necesidad de minimizar la influencia exterior para garantizar la seguridad. De hecho, el trauma de las dos guerras anteriores ha hecho que el tercer punto, la autodefensa, acabe posicionándose como el principal componente de la política norcoreana: un país nacido de la guerra y sustentado por la psicosis de otra futura.
Como la mayoría de los Estados comunistas en la posguerra —guiados en gran medida por el ejemplo del boom de la Unión Soviética tras salir de la Primera Guerra Mundial—, Pionyang estableció un plan de crecimiento económico y desarrollo social basado en la autosuficiencia, la industria pesada y las mejoras en el ámbito militar. El camino de Corea del Norte hacia la adquisición de armas nucleares —dentro de la necesidad del Estado de garantizar la autodefensa— se puede resumir en tres etapas: la primera de exploración (1953-1965), una de experimentación (1965-2006) y la más reciente de crecimiento (2006-2017). El programa se desarrolló, mayoritariamente de manera independiente, a pesar de que no habría sido posible sin la asistencia durante las primeras décadas de la Unión Soviética y de China, potencia nuclear desde 1964.
En diciembre de 1953 el presidente estadounidense D. D. Eisenhower pronunciaba ante Naciones Unidas un discurso titulado “Átomos para la paz”. En él anunciaba la creación del futuro Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y la intención de Washington de fomentar la investigación nuclear a nivel mundial para fines pacíficos. El objetivo del OIEA era fomentar y supervisar su investigación para uso no militar, como en sus aplicaciones para la medicina o la energía eléctrica. No obstante, también impulsó el intercambio de conocimientos y favoreció la aparición de programas nucleares-militares paralelos, como los de Israel, Sudáfrica o Corea del Sur, aunque los últimos dos países lo abandonaran posteriormente.
La creación del OIEA también ayudaría a Pionyang a equilibrar sus relaciones con ambos bloques, minimizar la dependencia exterior y darle un impulso a la investigación nacional. La ruptura de relaciones entre Moscú y Pekín en los 60 y el revisionismo de Jruchev, que optó por apartarse de la línea dura estalinista, amenazaron con un acercamiento excesivo a Occidente —medido en estándares norcoreanos, que buscaban una separación total—. La desconfianza en el exterior hacia la RDPC desde los 60 también se alimentó del deterioro de sus relaciones con China a raíz del proceso sospechosamente lento de compartir secretos nucleares y la sospecha de injerencia en el Partido de los Trabajadores norcoreano. En 1967 el número de cabezas nucleares estadounidenses estacionadas en la península como cerco a los soviéticos llegaría a su punto más alto con cerca de 950 en el sur. La incapacidad de Corea del Norte para confiar en China o la Unión Soviética fue el impulso perfecto para aumentar sus capacidades tecnológicas y militares en pos de garantizar la supervivencia e independencia del régimen.
El estímulo a la investigación y desarrollo del programa nuclear abre su segunda etapa con la inauguración en 1965 del primer reactor, de ingeniería soviética, y de la academia militar de Hamhung para el desarrollo de un programa de misiles balísticos; las crisis de los años 70 favorecieron la expansión del programa en las décadas siguientes. La paralización del diálogo entre las dos Coreas— que de una manera u otra había continuado desde la firma del armisticio— tras el asesinato de la primera dama de Corea del Sur a manos de un simpatizante japonés de la causa norcoreana junto con la crisis del petróleo alentó el uso e investigación de las aplicaciones de la energía nuclear en materia civil y de defensa.
En los años 80, la RDPC comenzó a cosechar los primeros éxitos en sus dos programas —misiles balísticos y nuclear—, desarrollados de manera casi independiente. Nuevos reactores y minas de uranio abrieron sus puertas, los primeros misiles de corto y medio alcance —basados en el modelo soviético Scud-B— se probaban con éxito y la guerra entre Irán e Irak supuso un ingreso extra de fondos gracias a la venta de Hwasong-5 al país persa. Además, en 1985 Corea del Norte ratificaba el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), con el que mejoraba sus relaciones internacionales al comprometerse a no fabricar armas nucleares —a pesar de avanzar en su uso civil—, aunque el paraguas del TNP no consiguió frenar el desarrollo clandestino del programa nuclear de Pionyang.
La firma del TNP, que podría parecer paradójica a priori, ayudó a mejorar la percepción internacional del régimen norcoreano en un momento en el cual la distribución bipolar del mundo —sobre todo en Asia, donde China había normalizado sus relaciones con EE. UU. no hacía tanto— empezaba a derretirse.
Aceleración del programa
Con el comienzo de la última década del siglo, el “nuevo orden mundial” surgido de la desintegración de la Unión Soviética en 1991 parecía querer traer estabilidad al mundo, a pesar del shock que ello supuso para los países ideológicamente afines a la URSS. El optimismo del triunfo del “mundo libre” frente al comunismo trajo el anuncio por parte de Washington de la retirada de todas las cabezas nucleares estadounidenses de la península, lo cual precipitó el acercamiento entre las dos Coreas con la firma de la declaración de 1992. Sin embargo, poco después Pionyang denegaba la entrada a inspectores del OIEA para evitar que la organización descubriera los avances de su investigación en la prohibida materia militar, lo que hizo repuntar nuevamente tensiones que se saldaron un año más tarde con la visita del expresidente Carter a Corea del Norte y la firma del acuerdo marco para la desnuclearización, entendida como el desmantelamiento de los antiguos reactores nucleares a cambio de asistencia para construir nuevos reactores de agua ligera para uso civil.
A pesar de los esfuerzos internacionales, el acuerdo no paralizó los programas nuclear y de misiles balísticos del régimen. En 1998 un misil Taepodong-I sobrevolaba el archipiélago japonés, lo que demostraba el avance de los programas clandestinos más allá de los compromisos adquiridos y señalaba que el país estaría buscando desarrollar misiles de largo alcance. Además, los años de hambruna grave a finales de los 90 —se calcula que dejaron millones de muertos a pesar de no haber cifras oficiales— obligaron a Pionyang a buscar asistencia del exterior; de ahí la I Cumbre Intercoreana en 2000, centrada en la provisión de ayuda humanitaria y el desarrollo de ambas economías.
El retorno a su programa de misiles balísticos de largo alcance en julio de 2001, el ataque a las Torres Gemelas meses después y la supuesta sospecha de Washington de que Irak tenía “armas de destrucción masiva” hicieron que el nuevo presidente, George W. Bush, nombrara a Pionyang parte del “eje del mal” en 2002. Un año más tarde, Corea del Norte se marcharía definitivamente del TNP y admitiría que estaba enriqueciendo uranio. Así, tras décadas de investigación, la RDPC probaba con éxito su primera bomba nuclear en 2006; con ello se convertía en un Estado más del selecto club de potencias nucleares y evidenciaba que los esfuerzos internacionales habían fracasado.
Apoyos y rivales necesarios
Aunque el hilo conductor de la Historia es útil para unir los avances con su contexto, el programa nuclear norcoreano no puede entenderse sin la perspectiva de las relaciones internacionales. La recién nacida República Popular China apoyó la causa norcoreana desde el principio —aparece como signataria en el armisticio de Panmunjom—; las relaciones entre ambos han sido fruto de la necesidad de reorganizar el equilibrio de poder en la región.
Las críticas norcoreanas a la Revolución Cultural de Mao Zedong y la sensación de que su relación diplomática podía tener eco en las maniobras del Partido de los Trabajadores de Corea hicieron que su amistad se deteriorara durante los años 60. No obstante, la pausa duró poco, puesto que los vínculos ideológicos entre ambos, el enfriamiento de las relaciones entre la República Popular China y la Unión Soviética y, posteriormente, el avance del “mundo libre” en Asia tras la caída del telón de acero hicieron que el eje Pekín-Pionyang se hiciera imperativo para mantener el statu quo en la región.
La consolidación de Corea del Norte como potencia nuclear a raíz de la prueba de 2006 resultó un alivio, pero, al mismo tiempo, un dolor de cabeza para Pekín. Por un lado, garantizaba la viabilidad del régimen comunista al evitar la injerencia extranjera por el efecto disuasorio de las armas nucleares. Por otro, aumentaba los niveles de tensión en la región y la posibilidad de una mayor presencia estadounidense. Además, las sanciones económicas impuestas al régimen —por las que China votó a favor en la Resolución 1718 del Consejo de Seguridad de la ONU en 2006— aumentaban las posibilidades de una crisis de refugiados y un posible rearme de Japón. Este último siempre se ha encontrado muy alto en la lista de enemigos de Pionyang debido a la ocupación del Imperio japonés de la península coreana durante la II Guerra Mundial.
El aumento de los actores nucleares en Asia del Norte tras el despertar de China y la volátil mano de Donald Trump desde la Casa Blanca pueden generar vacíos de seguridad —Corea del Sur y Japón— que se podrían tratar de llenar con una nueva carrera nuclear. El paraguas de Washington debería proteger a ambos países, pero las alianzas militares han quedado, para la opinión pública, sujetas al humor cambiante de la política personalista.
A pesar del deterioro de las relaciones norcoreanas con el mundo, China continúa siendo el interlocutor de Corea del Norte en las instituciones internacionales. El relevo de la cabeza política de la RPDC en 2011 llegaba en un momento crítico tras el hundimiento del barco surcoreano Cheonan y el bombardeo de la isla de Yeonpyeong un año antes. La juventud e inexperiencia del nuevo suryeong, Kim Jong-un, es clave para entender la deriva de esta última etapa. Tras la firma de un modesto acuerdo con los Estados Unidos de Barack Obama en febrero de 2012 mediante el cual la RDPC paralizaba su programa de enriquecimiento de uranio a cambio de ayuda humanitaria, solo dos meses después se rompía todo diálogo tras el lanzamiento del Unha, un nuevo misil balístico de largo alcance.
La paciencia estratégica, el enfoque más pasivo de tratar de “no provocar” a la otra parte que había caracterizado a la Administración Obama, llegó a su fin con el ascenso de Trump en 2016. Ese mismo año Pionyang detonaba con éxito la bomba de hidrógeno y en 2017 el programa norcoreano anunció al mundo que disponía de la tecnología para alcanzar territorio estadounidense; Okinawa podía ser alcanzada en diez minutos y Seúl, en mucho menos. Además, un informe filtrado de la CIA en verano de 2017 confirmaba que los misiles balísticos norcoreanos podían llevar una cabeza nuclear al haber sido capaces de miniaturizarlas con éxito, la última barrera del programa nuclear norcoreano.
Líneas y círculos
Historiadores como Oswald Spengler describieron la Historia como la unión de ciclos de auge y caída de civilizaciones e imperios. Otros, como Arnold Toynbee, la vieron como ondas a lo largo del tiempo que recogían a la vez las debilidades de unos y las fortalezas de otros. El programa nuclear norcoreano responde a estas dos visiones de la Historia. Por un lado, sigue la tendencia mundial de impulsar el avance tecnológico hacia el prestigio nuclear; por otro, corre el riesgo de desplomarse y no volver a levantarse. La ambición coreana no esperaba cosechar tantos éxitos en tan pocas décadas, sobre todo teniendo en cuenta los grandes desafíos de desarrollo que arrastra desde los años 50 y la poca ayuda exterior que, debido a la ideología juche, tuvo.
No obstante, a la voluntad de Kim se le une la volátil personalidad del presidente Trump —entre actitudes de amistad y enemistad públicas— y la paciencia de la China popular. Al igual que las fases tempranas fueron producto de las dinámicas de la Guerra Fría, el rápido impulso a partir de la segunda década de los 2000 amenaza con que la desnuclearización sea la única salida para Corea del Norte, aunque ello entre en contradicción con sus principios y pueda suponer la pérdida de la única excusa para su supervivencia. Con los grandes objetivos del programa abiertamente conseguidos, solo puede seguir añadiendo nuevos modelos balísticos a su colección de misiles mientras aumenta su aislamiento internacional o acceder a desnuclearizarse y transformar el eje de su existencia de la guerra y el ejército al desarrollo económico y social.
Debido a la Historia diplomática de Corea del Norte, en la cual ha ido jugando al escondite con la comunidad internacional durante décadas, lo más probable es que siga apostando por su visión militarizada del mundo, en la que la supervivencia del régimen depende del ejército. Loco sería el mundo que decidiera aceptar a Pionyang en el concierto de potencias nucleares —aunque cosas más raras se han visto—.
Fuente: https://elordenmundial.com/el-programa-nuclear-de-corea-del-norte/
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment