La elección presidencial argentina que ocurrirá en octubre de este año será la número 20 desde el retorno a la democracia, un número no demasiado alto si compara con las trayectorias electorales de otros países de la región. Este año se eligen presidente y vicepresidente (en fórmula cerrada) para el período 2019-2023. Además, se renovarán las cámaras del Congreso: en todas las provincias del país (23 más la Ciudad de Buenos Aires) se elegirán 130 diputados nacionales (de 257), y en 8 de ellas serán electos 24 senadores nacionales (de 72), con mandatos por 6 años (2019-2025). En orden provincial, también habrá elecciones a gobernadores – ya comenzaron, en un calendario que será “escalonado” durante todo el año-, salvo en las provincias de Corrientes y Santiago del Estero, distrito que tampoco pone en disputa ningún cargo legislativo provincial[i].
Sin dudas, el impacto de los escenarios provinciales sobre las elecciones nacionales será importante, sobre todo en aquellos casos en que las fechas coinciden.
Es cierto que el peso electoral de las 23 provincias y la Capital Federal no es igual: hay un notorio desbalance a favor de la provincia de Buenos Aires: representa el 37% del padrón electoral; de cada tres votos, uno (y un poco más) es de la provincia de Buenos Aires. Por lo tanto, lo que suceda allí en las primarias que definirán cuáles serán los candidatos a gobernador que los representarán en el distrito (y los candidatos a intendente en los municipios, que también se eligen) será un aspecto determinante de los resultados generales a la Presidencia, donde también comenzará a valer como variable política el “arrastre de votos”, esto es, cuál de los candidatos (a presidente, gobernador o intendente) empuja para arriba –o para abajo– a los candidatos de todo el espacio político.
El anterior es un aspecto central de la cultura política argentina: no existen candidaturas individuales, todo se presenta desde los partidos políticos o coaliciones partidarias. En un segundo nivel importancia por caudal electoral están las provincias de Córdoba, Santa Fe, y la Ciudad de Buenos Aires (con proporciones bastante similares), seguidas por Tucumán, Mendoza y Entre Ríos, entre las más destacadas. Lo que suceda en estos seis distritos también debe ser considerado como clave para los resultados generales[ii].
Existe, asimismo, un condicionante institucional relativamente novedoso para el sistema electoral argentino que, como lo indican algunos estudios, tiene sus consecuencias sobre la dinámica general del proceso de competencia y, sobre todo, en los ritmos e intensidades de las campañas: la obligatoriedad y simultaneidad de las primarias partidarias para los cargos nacionales (las PASO, Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) que se realizan en agosto de este año. En muchos casos, las PASO no sólo “adelantan” el proceso de selección de candidaturas -dado que las inscripciones ocurren en los meses previos- sino que también dejan instalado los lugares a partir de los cuales los competidores arrancan sus campañas, lo que define buena parte de las estrategias. Es cierto que hay casos en los que los resultados de las PASO no se repiten en las elecciones de octubre, e incluso se invierten los vencedores –como en la última elección legislativa del 2017, por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires[iii]– aunque la tendencia suele ser de confirmación de los resultados. Un detalle no menor, vinculado a la relación entre las primarias y las elecciones generales, debe ser destacado como variable: en la última elección del 2017 –si bien era legislativa nacional, para diputados y senadores- el espacio político de Cambiemos (del actual presidente Mauricio Macri) creció significativamente en sus resultados de octubre en la mayoría de los distritos electorales respecto de las PASO de agosto; más modesto fue el crecimiento del espacio político del kirchnerismo (que ocupó el segundo lugar en la provincia de Buenos Aires); y llamativo el retroceso de la opción pretendidamente intermedia (peronismo no kirchnerista) que quedó condicionada por una “estructura de competencia” polarizada entre los dos espacio más gravitantes -Cambiemos y Unidad Ciudadana-, algo similar a lo que le ocurrió en las elecciones presidenciales del 2015[iv].
El clima político regional en la agenda electoral argentina
Desde un punto de vista más general pueden identificarse flujos circulares en la narrativa electoral de las derechas en todo el Cono Sur; flujos que, a su vez, se retroalimentan. El ejemplo más palpable es el tema de la seguridad, articulado en la agenda global de poder de los EEUU, con un efecto de clivaje político para las campañas y los medios de comunicación hegemónicos. Lo punitivo, como respuesta a la “demanda social” por seguridad, está siendo un factor de influencia cultural que proyecta como principales problemas de la sociedad argentina los robos comunes, los atracos y el microtráfico. Se jerarquiza la seguridad en los discursos sobre los derechos relacionados con la justicia social. Los asesores de la campaña del oficialismo macrista, por tanto, auguran una polarización de la campaña con eje en la seguridad, contra la corrupción (de los gobiernos anteriores, no la propia), y silenciando los temas de la economía o los derechos sociales.
Los debates propuestos desde el Ministerio de Justicia y Seguridad sobre la baja de imputabilidad para judicializar a niños y niñas de 14 años, y la presentación al Congreso de un nuevo código penal punitivista y antiderechos así lo indican[v].
También el oficialismo macrista, si mantiene ese camino argumental de la seguridad, deberá dar cuenta de los yerros de quienes gobiernan con ese estilo autoritario. En ese sentido, habrá que ver en qué medida no se convierte, como proposición, en un factor de respuesta social en el medio de la campaña, como sucedió, por ejemplo, durante las últimas semanas de la campaña de Fernando Haddad en Brasil el año pasado. El miedo tiene anticuerpos y puede convertirse, en ese sentido, en fuerza social. Infringir mucho miedo puede tener un rebote que incida en las elecciones, ya que moviliza sentimientos subjetivos y colectivos de autoprotección, como ocurrió en las dictaduras del Cono Sur o en los gobiernos de ultraderecha en la región, en especial por la existencia de sectores sociales muy movilizados por los derechos en la Argentina, con el movimiento de derechos humanos a la cabeza, la movilización feminista, el fuerte sindicalismo crítico y el movimiento de trabajadores de la economía social y popular.
No faltará el tema de la crisis en Venezuela; aparecerá sin dudas en la campaña, pues el macrismo, como otros grupos de derechas del continente, tratará de cosechar réditos de la matriz antichavista convertida en guerra mediática continental que ha logrado capilaridad en amplios segmentos sociales. Aunque no es posible determinar lo que ocurrirá en el país bolivariano, pase lo que pase, será utilizado como argumentario de la campaña, teniendo en cuenta las últimas declaraciones del publicista y estratega político de Cambiemos, Jaime Durán Barba, un experto provocador y polarizador.
Pero mirar para la región -y, en otro sentido, para los países latinoamericanos gobernados por las derechas, usar la situación venezolana como referencia- puede ser también algo complejo, siendo que sus “estabilidades” no son tan sencillas como se supone. La estabilidad de estos supondría un triunfo parcial de la ofensiva conservadora, pero esta no llega a ningún rincón del continente, empezando por los propios datos de la realidad argentina, marcados por un deterioro económico y social de altas proporciones. Trasladar con éxito la ola antiderechos encarnados por los presidentes Iván Duque, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Lenín Moreno, Mario Abdo Benítez y Martín Vizcarra, tiene una relativa dificultad, porque las realidades de esos países indican que los efectos de las políticas neoliberales y conservadoras son rechazadas por una buena parte de la sociedad, en algunos casos mayoritaria, lo que supone una grieta latente en todo el continente.
Conclusión: sistema y candidaturas
Los problemas de gestión del presidente Macri le mantienen abajo en las encuestas de percepción ciudadana. Según las encuestadoras, el 63% de la población desaprueba la actuación del Gobierno, mientras que el 33% aprueba algo (26%) o todo (7%)[vi]. Dicha situación propició la decisión de muchas autoridades provinciales de “escalonar” las elecciones provinciales y desligarlas de la elección nacional. Incluso, muchos aliados de Cambiemos entendieron que la mala imagen de Macri podría contagiar de forma negativa sus aspiraciones de Gobierno provincial o local, tendencia que el oficialismo intentará contrarrestar con su arbitrio en lo que respecta a la transferencia de recursos a las provincias.
Es curioso que, pese al fuerte impacto electoral de la provincia de Buenos Aires en lo nacional, ningún bonaerense ha sido electo como presidente. Este es un hecho producto de las tradiciones políticas argentinas y las composiciones de su federalismo político, cuestiones que también hacen a la competencia presidencial -y a las decisiones de las fuerzas en disputa-. El oficialismo tiene, en este contexto, quizás en la buena imagen de su gobernadora –María Eugenia Vidal- un recurso que intentará utilizar al máximo, al igual que su probado manejo de campañas electorales lo que le da, en el período que va desde las PASO a la elección general, ciertas condiciones de competitividad. Por eso también es que Mauricio Macri ya asumió que será candidato a su reelección, pese al escenario social desfavorable que enfrenta. Por ahora, es el único en colocarse en ese lugar.
Otros nombres están en la arena electoral, como el del exministro de Economía, Roberto Lavagna -del peronismo antikirchnerista-, el del actual diputado Agustín Rossi, del kirchnerismo, o el exgobernador de Buenos Aires, Felipe Solá, cuyo acercamiento al kirchnerismo en los últimos tiempos lo corren del espacio político que venía representando (que si bien han mencionado sus intenciones de competir, aún no lo han hecho oficialmente). Está también la reciente aparición del presentador de programas de entretenimiento, Marcelo Tinelli, quien todavía no ha dado demasiadas pistas sobre su postulación –ni tampoco muchas precisiones a qué cargo aspira-, que ha colocado otros elementos en el escenario. Y, por supuesto, la expresidenta y actual senadora, Cristina Fernández de Kirchner, que es la figura política con mejor intención de voto para las elecciones[vii], pero que todavía no ha formalizado su participación.
Habrá que ver qué otros nombres aparecen en estos pocos meses que quedan; se puede afirmar, sin embargo, que hay condicionamientos del sistema político a considerar –por ejemplo, el kirchnerismo no gobierna ni la provincia de Buenos Aires ni ninguno de los otros tres distritos clave, ni cuenta con la capacidad publicista de Cambiemos- que también pueden modificar lo que es un dato inobjetable de estos últimos meses: el profundo y sentido malestar de la sociedad argentina para con el actual Gobierno de Macri.
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Notas
[i] https://www.argentina.gob.ar/elecciones-2019
[v] https://www.pagina12.com.ar/183317-sin-codigos
[vi] https://www.celag.org/la-desaprobacion-derecha-america-latina/
Fuente: https://www.celag.org/elecciones-argentina-sistema-politico-agenda/
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