Las virtudes de la desobediencia.
Por Rita Segato.
Elizabeth Costello me salva siempre cuando me veo en una situación como ésta.
Ya lo ha hecho otras veces eso de venir en mi auxilio, desde el cielo de la literatura donde seguramente se encuentra. La profesora Costello, de mi misma edad, es el Ángel de la Guarda femenino que protege a quienes, como yo, no se sienten felices con las formalidades y circunstancias a que debe curvarse quien sobrevive a costas de una profesión letrada. Lo que a mi me gusta y donde me amparo en el célebre personaje que circula por las novelas de Coetzee no es el tema del cual habla, sino el hecho de que habla de algo a lo cual no ha sido a hablar, es decir, su indisciplina, su fineza indómita, su distracción con relación al protocolo académico que, al parecer, la habría llevado hasta el podio que hoy ocupa. Puede haber sido invitada a hablar, por ejemplo, de la literatura inglesa del siglo XVII, y discurre, ante el desconcierto y decepción del público y la reprobación de su hijo varón, sobre la Vida de los Animales.
Lo de Costello conmigo es prácticamente un estado alternativo de consciencia, una posesión: me baja un santo, como se dice en el lenguaje del Candomblé, y ese santo es Costello, a la hora de tener que hablar en circunstancias como ésta. Su política, a mi ver, no es precisamente lo que dice, sino su permanente acto de desobedecer, su distracción de la norma. Esa es mi lectura del divino personaje. Y esa es mi lectura de lo más humano de lo humano: examinar los chips que nos programan, y elegir cuál apagamos, a cuál le damos baja, qué mandato extirpamos de nuestra matrix.
A mis estudiantes de Antropología les he preguntado muchas y muchas veces, a lo largo de muchos años, «¿por qué estudiamos cómo la cultura nos hace ser de determinada manera, nos formatea, en lugar de estudiar cómo, a pesar de la cultura a la cual supuestamente ‘pertenecemos’, cada uno de nosotros puede ser único, irrepetible, diferente?» La estrella guía de la humanidad es, precisamente, su capacidad de desvío, capacidad a la cual le debemos nada menos que la historia.
Primera desobediencia
Es por eso que ando diciendo, entre otras cosas, que una politicidad femenina, por una serie de razones, no puede ser principista, sino pragmática y capaz de improvisar, dirigida a la vida aquí y ahora, a su continuidad y a su esplendor, a pesar de todo o, como decimos, contra viento y marea. Por lo tanto, y para esto, siempre alimentada por lo que he llamado una “ética de la insatisfacción”, bastidor de toda buena política, pulsión opuesta a la de una ética de la conformidad. Una ética para la cual es más importante ser bueno que actuar bien. Se torna necesario, en ese camino, ser pluralista antes de ser feminista; tener un mundo radicalmente plural como meta histórica. Meta que no puede ser alcanzada ni por el patriarcado ni por el proyecto histórico de las cosas, que es el de la acumulación capitalista, siempre en tensirón con el proyecto histórico de los vínculos, el del arraigo comunal. Tampoco podrán validarse ahí, en la meta de un mundo en plural, los monoteísmos dogmáticos, ninguno de ellos. Porque para el patriarcado, el capital y los monoteísmos fundamentalistas hay una única verdad, una única forma del bien, una único dios, una única forma de futuro, una única justicia. Son, de esta forma, monopólicos, regidos por una lógica exclusiva y excluyente.
Nuestra lógica, la lógica que permitió sobrevivir a tantos siglos de masacre en nuestro continente, no es una lógica monológica, monopólica, regida por la neurosis de coherencia y del control, la neurosis monoteísta y blanca de los europeos. Nuestra lógica es trágica, en el sentido de que puede convivir con la inconsistencia, con verdades incompatibles, con la ecuación a y no-a, opuestos y verdaderos ambos, y al mismo tiempo. Y por lo tanto, siempre, siempre, dotada de la intensidad vital de la desobediencia. Una lógica para-consistente para conservar la vida y garantizarle continuidad y mayor bienestar para más gentes, para mantener el horizonte abierto de la historia sin destino pre-fijado, para mantener el tiempo en movimiento.
Segunda desobediencia
Me remite a Europa, el continente de la neurosis monoteísta, como le llamo en mi libro Santos e Dáimones (sin traducción al castellano). El continente de la neurosis de control y del juicio moral sobre el mundo. Y así llego a la otra evocación inevitable al preparar esta incómoda conferencia es el malestar que me causó, 36 años atrás, el discurso de García Márquez, al recibir el Premio Nobel en 1982, llamado La soledad de América Latina. El recuerdo de ese vago e incomprensible malestar me acompaña desde entonces, y solo ahora encuentro el espacio para hablar del mismo ante una audiencia. En aquel tiempo, la palabra eurocentrismo ni rondaba mi cabeza, inclusive porque en esos años yo vivía en Europa. Veamos: García Márquez me parecía decir que América Latina estaba sola porque Europa no la miraba, no la veía, no registraba su existencia y no la comprendía. Definitivamente me desagradaba, como me sigue desagradando hasta hoy, que el subtexto de su discurso indicaba claramente la convicción del autor de que solo en el ojo de Europa era posible que nuestro continente alcanzara su existencia plena. ¿Será que un ser para otro es nuestro destino?
Sería problemático, porque para ser para el otro eficazmente /con eficiencia es necesario que de ese otro aprendiéramos a ser. Con los años, y con los vocabularios a que fui teniendo acceso, ese malestar se fue transformando en consciencia. Una consciencia que me permite hoy hablarles, como gente del libro que son, de nuestro tema: la circulación de la palabra y la forma de la palabra.
Como afirmé hace unos veinte días en el Museo Pompidou de Paris, en una reunión con directores de museos de Europa en la que se me propuso responder una pregunta importante, inteligente, muy poco habitual: ¿Cómo incide en Europa el eurocentrismo?, es Europa la que esta sola. Se mira en el espejo narcísico de sus museos, pero carece del verdadero espejo, el que puede ejercer resistencia y mostrarle los defectos, pues esos objetos no pueden devolverle la mirada. Europa carece de ese potente utensilio femenino que es el “espejito, espejito” de la Reina Mala de los cuentos: no ve su defecto en el reflejo que podrían brindarle los ojos de los otros, porque al otro lo tiene solamente atesorado en la vitrina de su poder colonial. La visita al Museo Chirac en el Quai de Branly me confirmó esa impresión, pues no vi otra cosa allí que “belleza encarcelada”, objetos retirados de su destino propio, de su lecho histórico, del paisaje en el que vivían arraigados. Desde allí hubieran podido seguir su camino e irradiar su influencia. Lo mismo pasa con los libros.
Nosotros, según García Márquez, necesitamos vernos en el ojo de Europa, en los libros de Europa, para no estar solos. Sin embargo, no registra que Europa siquiera percibe su soledad, soledad que la ha ido llevando lentamente hacia una decadencia de su imaginación creadora, la que en otro tiempo nos deslumbró, y a un tedio insoportable.
Tercera desobediencia
Desesperaba a mis maestras, maestras de elite, en el Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández de mi infancia, cuando nunca jamás, desde los seis años, en hipótesis alguna, acepté escribir mis redacciones en el modo del tú, y del háces en lugar del hacés. Así como continúo hasta hoy con la ardua tarea de modificar el corrector de lengua, todo el tiempo, a cada línea, para poner un acento en la i de decíme, en la i de veníte, en la e y en la a de si querés pasá por mi casa. A contracorriente de la conformidad, en desobediencia. Más tarde aparecería mi amado Arguedas, con su lengua quechua en español, con sus inflexiones del quechua en la lengua sobre-impuesta, su verdadero secuestro del castellano para decir lo que deseaba y era necesario decir: que era el indio quien llevaba la bandera de la historia y de la soberanía en nuestro continente.
Así como Polanyi ha hablado de la economía arraigada destruida por el capitalismo, necesitamos hablar de un arraigo de la palabra de su camino reexistente a pesar de la instituciones y en los gestos verbales de la gente.
Cuarta desobediencia
El 7/08/2018, a las 19:12, Juan Pérez (nombre ficticio) de la muy prestigiosa editorial española La Eterna (nombre ficticio) escribió:
«Estimada Sra. Segato, Mi nombre es Juan Pérez y soy el editor de Ediciones La Eterna. Solo quería ponerme en contacto con usted para invitarla cordialmente a incorporarse de alguna forma a nuestro fondo editorial.
Su trabajo crítico me parece una joya intelectual que debería ser conocido y leído en todo el mundo. En España, por ejemplo, no llega con facilidad.
Por supuesto, sé que espacios editoriales para publicar no le faltan, muy concretamente Prometeo, con quien trabaja de forma continuada.
Aun conociendo esta situación, me permito invitarla desde la admiración de su trabajo.
Un cordial saludo, Juan Pérez Editor Senior Madrid (España)
De: Rita Segato.
Enviado el: viernes, 10 de agosto de 2018 3:13
Para: Juan Pérez
Asunto: Re: Ediciones La Eterna
Estimado Juan, le agradezco mucho los términos de su mensaje. Es estimulante saber que el esfuerzo de uno es apreciado, y sobre todo por un editor de una editorial tan prestigiosa. Pero creo que me va a entender si le digo que, como sabe, escribo desde la perspectiva de la Colonialidad del Poder y también del Saber. Mi perspectiva es crítica con relación al eurocentrismo, que no es otra cosa que un racismo aplicado a los saberes y productos de quienes habitamos y trabajamos en estas costas, en este lado de acá del mar, en un paisaje marcado y demarcado por el proceso colonial, que perdura hasta el presente. Entonces, yo tengo un editor, que es el primero que me tendió la mano en 2003, cuando deseaba retornar a mi país y nadie me conocía en Argentina. Lo estimo y me ha ayudado en una serie de situaciones de vida que fueron difíciles. Publico con él en español, de la misma manera que publicaría con uds. Sin embargo, por el hecho de que La Eterna queda del lado de allá del mar, la distribución es más fácil en todo el universo de los lectores en lengua española, y aunque mucho me alegró su mensaje, no me es posible concordar con eso, curvarme a eso, reconciliarme con eso. Se puede entender, verdad? Soy terca como una mula, lo sé. Pero es que me duele saber que un editor de América Latina no tiene las mismas facilidades para circular que una editorial española. Lo único que se me ocurre, entonces, es sugerirle que establezca una colaboración de algún tipo con mi editorial, Prometeo, para que entre las dos en asociación editen próximamente algo mío…. Qué le parece esa idea?
Sea cual sea su respuesta, le mando un abrazo y mi sincero agradecimiento por el aprecio hacia mi obra.
Rita
De: Juan Pérez
Asunto: RE: Ediciones La Eterna
Enviado el: viernes, 13 de agosto de 2018 12:22:11 GMT-3
Para: Rita Segato
Estimada amiga, Lo entiendo perfectamente, por supuesto. Debo decir que me reconforta encontrar una intelectual que es consecuente con su discurso (eso no siempre pasa)…..
Juan Pérez Editor Senior Madrid (España)
Cito este intercambio con el editor Senior de una muy apreciada y por demás respetable editorial peninsular por su gran elegancia y el respeto mutuo, personal, que se revela entre el corresponsal que representa el interés de la empresa y yo, como su interlocutora. Se trata de una entre diversas invitaciones a publicar en editoriales globales que he recibido, todas declinadas por la razones que le expongo a Juan Pérez. Básicamente, como me decía en estos días mi querida Claudia Schwartz, que se crió entre los anaqueles de Fausto y ahora edita poesía con gran dificultad en Leviatán: «¿Por qué no puedo conseguir un libro de Chile, por qué no puedo conseguir un libro de Uruguay? ¿ Por qué no puedo acceder a autores de esos países desde Argentina, si no a través de España?»
La verdad es que la dictadura persiguió a grandes libreros argentinos y destruyó el gran parque editorial que teníamos por medio de la persecución política, y Menem terminó el trabajo por la total desprotección en que dejó a la industria editorial argentina, que gozaba de gran prestigio en el mundo de habla castellana por su incontestable calidad. Honorables empresarios libreros persistieron y o surgieron para intentar resucitar lo perdido… Otros murieron de tristeza, como el padre de Claudia, con el cierre final de sus librerías Fausto y de su editorial, Siglo XX, en una supuesta “democracia” que, apenas recuperada, sucumbió a la colonialidad del poder y del saber. Las editoriales españolas compraron las editoriales de textos y manuales escolares, beneficiándose con el know-how ya existente en el país, y amenazaron así la belleza y el valor del pluralismo de la lengua y los modos de decir del arraigo argentino.
Lloro por eso: era hermosa la Argentina de Fausto. Como es insustituible la Argentina del Centro Editor de América Latina. El valor y meta histórica de un mundo en plural quedó así en situación muy frágil, en un proceso no muy diferente a lo que se dio con los sellos globales de grabadoras musicales, que compraron la música del mundo y la “ecualizaron” en un “world music” pasteurizado y rápidamente obsolescente. Quiero rendir homenaje aquí a los editores que sobrevivieron aquel tiempo destrucción y a las que comenzaron después de la ruina: Corregidor, Coligue, de la Flor, Biblos, Manantial, Lugar editorial, Espacio Editorial, Homo Sapiens, Pequeño Editor, Prometeo, Godot, Leviatán. Y discúlpenme si no he conseguido nombrar todas, o si alguna de las que nombré ya ha perecido.
Quiero que se entienda que no se trata del valor del patriotismo; se trata, sí, del valor del pluralismo.
Quinta desobediencia
Nombremos nosotros. Demos los nombres. No les pasemos el mensaje a los jóvenes, como hacemos generalmente, de que vienen a la escuela, a la universidad, meramente para aprender. Porque ese aprender se refiere automáticamente a un aprender lo ya pensado, y por debajo de ese ya pensado contrabandeamos inevitablemente la idea de lo ya pensado en otro lugar. La faena del intelectual es la producción y donación de nombres. Lo aprendí de mi amado maestro Aníbal Quijano. Autoría viene de autorizar. Son dos términos profundamente emparentados. Pensemos desde acá, no deleguemos a que nos piensen el mundo en que vivimos desde afuera.
Nos pasa a nosotros, y le pasa a España también. Al igual que nuestro continente, se encuentra del lado del consumo y la aplicación de categorías teóricas, no a su formulación. No nos engañemos… Le pasa a ese país tan tristemente colonial y criollo como nosotros que es España, una nación que se conquistó a sí misma y siguió por el lado de acá, sin solución de continuidad, en el mismo año, 1492. La lengua española es numerosa, pero no es hegemónica. No produce un pensamiento teórico destinado a atravesar la Gran Frontera Global desde el Sur hacia el Norte. Libros editados acá por grandes conglomerados de editoriales destinadas al lucro global no son catapultados a las lenguas en las que las ideas alcanzan circulación e influencia planetaria. La reserva de mercado del Norte sobre lo que bien podríamos llamar “patentes” en el campo de las Humanidades es cerrado, inexpugnable. Porque, no nos equivoquemos: es el campo de las Humanidades, con su usina de palabras, su poiesis de conceptos, lo que da forma al futuro de la historia. Es por eso que se encuentra en manos de pocos, pocos que no están por aquí, la llave del camino de las Humanidades que cierra la puerta de esa circulación planetaria a los conceptos teóricos acuñados en nuestra lengua, con soberanía y autonomía, desde acá mismo, desde el suelo en que nuestros pies se asientan.
Sexta desobediencia
Junto a la valla que se erige para que nuestras palabras no atraviesen, también se levanta un cerco inexpugnable para impedir el atravesamiento del estilo de escribir. La tecnología del libro de la academia del Norte se nos impone en las universidades. No nos curvemos a esa tecnología del texto originaria de una época en que la información, por su escasez, era un problema, y era un problema que las universidades del Norte imperial no tenían. Un texto o un libro eran la forma de exhibir el acceso a la información, el poder que significaba acceder a esa información. Hoy la información es un problema también, pero de signo opuesto. Estamos asfixiados en información, por eso lo que importa es la capacidad de elegir una ruta autoral en el fardo informativo que nos aplasta.
Lo importante es desarrollar la habilidad de identificar lo que existe a nuestro alrededor sin ser nombrado y no abdicar del ensayo, que es nuestra forma de argumentar. No abandonemos el ensayo: el “yo digo”. La voz del ensayista es inexorablemente una voz autoral, que no se esconde por detrás de la coartada del fichaje. Tengamos en cuenta que la verdad es un acuerdo entre interlocutores.Los nombres bien encontrados son como pergaminos en botellas arrojadas al mar que llegan a destino. Puedo afirmar que sencillamente me consta.
Séptima desobediencia
Construyamos nuestra propia desobediencia. No confundamos el Ni una Menos con el Me Too, y no nos enredemos en su tensión con el Manifiesto de las intelectuales francesas. Cada movimiento y cada feminismo solo puede ser construido con los elementos de su propia historia. En la disputa entre el feminismo anglo y el francés, yo leo claves de dos historias de la conyugalidad,dos formas de la sexualidad y el amor instaladas por civilizaciones y líricas diferentes, como lo ha hecho notar hace tiempo ya Peter Gay y también Josefina Pimenta Lobato. Están en juego allí dos modelos del amor, el anglosajón y el francés.
En lo que al Ni una Menos respecta, recordemos que existe sí una colonialidad al interior de los movimientos sociales. Esa colonialidad suele traicionarnos y desorientarnos. El Me Too, con su raíz en el feminismo pilgrim norteamericano, se dirige y le hace señas a la paternidad del Estado, a un tercero como árbitro indispensable de las relaciones, a un abogado en la almohada, posiblemente como única herramienta en un mundo de individualismo a ultranza. Mientras el Me Too le habla al Estado, el Ni una Menos le habla a un nosotras y nosotros, le habla a una sociedad.
Nuestro feminismo pertenece a un mundo en el que aun en las metrópolis blanqueadas la vincularidad es vital y puede y debe ser conservada por el amparo que nos brinda y la felicidad que nos trae. Un mundo en el que se han preservado jirones de comunidad. Estoy convencida de que no debemos delegar el arbitraje de nuestra vida erótica a un tercero. Todavía creo que la gestión del deseo debe ser posible en nuestro mundo cuerpo a cuerpo, cara a cara, y que debemos luchar por eso, creando las condiciones para que sea posible. Para eso habrá que trabajar arduamente sobre las relaciones de poder en el campo del trabajo y del estudio, en los cuales la jerarquía es decisiva y el patriarcado se manifiesta con más saña, y regenerar las estructuras comunales capaces de vigilar y cuidar la forma en que llevan la vida las personas. El resto corre por cuenta de desmontar el orden político patriarcal, e inaugurar una nueva era de la historia. Vamos claramente hacia allá.
Epílogo. La Octava
Abajo el mandato de masculinidad!
Por el derecho de los pueblos a sus territorios y a su estilo de vida en el arraigo comunal!
Sí al aborto legal, seguro y gratuito!
¡Ni una menos!
¡Justicia para Sabina Garnica, niña de 11 años habitante del barrio Virgen Desatanudos de La Rioja y entusiasmada militante de La Garganta Poderosa, violada y asesinada el 14 de abril!
¡Ni una trabajadora de prensa menos!
¡Reconocimiento para los bachilleratos populares!
¡Por un mundo radicalmente plural!
26 de abril 2019.
Fuente: https://www.clarin.com/cultura/discurso-rita-segato-feria-libro-completo
Anexo.
Una visita a Elizabeth Costello, el personaje homenajeado por Rita Segato en el discurso con que abrió la Feria.
Por Flavia Pittella.
¿Quién es y qué representa la académica y escritora creada por J.M.Coetzee de la que habló la antropóloga feminista? En esta nota, un análisis literario de esa figura enigmática
Rita Segato comenzó el jueves 25 su discurso inaugural de la 45 Feria del libro Internacional de Buenos Aires diciendo «Elizabeth Costello me salva siempre cuando me veo en una situación como ésta». Y fue posible comenzar allí a entender por qué su discurso se titulaba «Las virtudes de la desobediencia» y por qué iban a ser ocho -por llamarlas al estilo de Costello-, «lecciones». Poco después, Segato aclaró que no eran tanto los temas que toca Elizabeth Costello en el libro que lleva su nombre y en sus apariciones en The lives of Animals y Hombre lento -todos libros firmados por J.M.Coetzee– lo que le «baja un santo, como se dice en el lenguaje del candomblé» sino «…el hecho de que hablaba de algo para lo cual no había sido (invitada) a hablar, es decir, su indisciplina, su fineza indómita, su distracción con relación al protocolo académico que, al parecer, la habría llevado hasta el podio que hoy ocupa». Y de eso se ocupó el discurso de Segato en feria. Se trató de un discurso que, si bien está enmarcado en el mundo del libro, habló de otras cosas por las que claramente no fue invitada a hablar. Segato ha ganado ese podio y lo usó para incomodar, para desviar la atención hacia los temas que le interesa proponer y discutir. Segato también es Costello.
Rita Segato cumplirá 68 años el próximo mes de agosto. Tiene dos años más que la protagonista de la novela, por llamar de alguna manera al inclasificable libro de Coetzee. Como Elizabeth Costello, Rita Segato es insurgente, plenamente libre en su discurso, sin tibiezas ni dobleces, pero con contradicciones y cambios de parecer. Rita Segato lo plantea así en la primera desobediencia de su discurso: «Nuestra lógica es trágica, en el sentido de que puede convivir con la inconsistencia, con verdades incompatibles, con la ecuación a y no-a, opuestos y verdaderos ambos, y al mismo tiempo. Y por lo tanto, siempre, siempre, dotada de la intensidad vital de la desobediencia. Una lógica para-consistente para conservar la vida y garantizarle continuidad y mayor bienestar para más gentes, para mantener el horizonte abierto de la historia sin destino pre-fijado, para mantener el tiempo en movimiento.» Y nuevamente Costello entra en escena. Es que el personaje de Coetzee se encuentra invariablemente atado a los cambios de parecer, a la inconsistencia dentro de un marco que le exige una consistencia que ella encuentra paradójica y que la deja perpleja. Costello está por afuera de las seguridades que le exigen y, aunque su capacidad de conmover e interpelar a su audiencia es conocida, también –y, me atrevo a decir, igual que Segato- se desmorona frente a la imposibilidad de convencer, de traer agua a sus fuentes.
Al igual que el discurso de Segato, el libro de Coetzee, Elizabeth Costello está dividido en «ocho lecciones», con una posdata. Estas lecciones no son todas originales de este libro sino que habían sido publicadas anteriormente en The Lives of Animals o fueron lecturas que el propio Coetzee fue leyendo en diferentes congresos, universidades y charlas, siempre usando la voz de Elizabeth Costello, para perplejidad de los asistentes. Y es que el personaje de Costello, se ha dicho muchas veces, funciona como un alter ego del propio Coetzee que, cada vez que tiene que hablar de sí mismo o de sus ideas y creencias, elige evitar la primera persona. Lo dejó bien claro en su biografía ficcionalizada en tres libros Infancia, Juventud y Verano en la que habla de sí mismo en tiempo presente, en tercera persona o en la voz de otros que hablan de y acerca de él. En este caso, elige hablar a través de la voz de una académica y escritora.
Elizabeth Costello -el personaje- es australiana (país en el que Coetzee reside desde los finales del Apartheid en Sudáfrica, su país de nacimiento). En las ocho lecciones y la posdata que plantea el libro, Costello va a discurrir sobre temas que son muy cercanos a Coetzee, a saber: la novela en África, el maltrato a los animales, la idea del Mal, la censura, la conformación de un corpus literario, las colonizaciones culturales… Conocemos su vida y su pensamiento a partir de su hijo, John (nombre de pila de Coetzee), un físico que ama a su madre pero no sabe muy bien qué hacer con sus ideas y todo lo que provoca cada vez que hace una intervención pública.
John se presenta como el deber ser, la corrección política, el apego a las instituciones. De todos modos flaquea frente a muchos de los planteos intransigentes pero cargados de sentido común de su madre. No es el único personaje que va a contrarrestar con argumentos igualmente sólidos los planteos de Costello y aquí yace precisamente la complejidad de un texto contundente, que requiere de varias lecturas y deja mucha tela para cortar. Y de aquí proviene, me atrevo a decir, la decisión de Segato de referirse a este libro como puntapié inicial de su discurso.
A manera de ejemplo, en una conferencia titulada «Los filósofos y los animales», va a tomar como punto de partida el «Informe para una academia» de Kafka, un ensayo en el que un mono narra en primera persona y frente a una audiencia académica las peripecias y logros de haber sido muy bien educado y el ascenso que implica una cercanía inusitada con los hombres y la consecuente enajenación que este contacto le ha producido. Costello se para en este texto para así denunciar de manera minuciosa y desgarradora el maltrato animal (cosa que Coetzee ya había planteado en su anterior novela, Desgracia, en la que el personaje principal dice que para redimirse deberá sufrir en soledad como los perros). Costello lleva esta denuncia ya vislumbrada en Desgracia al extremo de comparar este maltrato con los campos de exterminio nazis.
La radicalidad de sus expresiones despierta en los oyentes las más variadas reacciones: desde no comprender en absoluto el paralelo que Costello hace entre humanos y animales, hasta la exasperación de traer los campos nazis al centro de la discusión. Uno de los asistentes a esta presentación, un poeta llamado Abraham Stern, se ausenta de la cena homenaje a la escritora en protesta y escribe una nota contundente. «Si los judíos fueron tratados como ganado, no se sigue que los animales sean tratados como judíos. La inversión insulta la memoria de los muertos. También se comercia con los horrores de los campamentos de una manera barata». Así, con voces dentro de la propia academia o del mundo de los libros, Coetzee logra darle aún más complejidad al discurso de Costello. Aparecen sus opiniones pero también rescata las opiniones silenciadas de aquéllos a los que su discurso exaspera.
Una de las conferencias de Costello es de particular relevancia para el discurso de Rita Segato. Invitada a dar una charla sobre la novela contemporánea a bordo de un crucero que viaja desde Nueva Zelanda a Sudáfrica, Elizabeth se encuentra a bordo con un antiguo amante, el escritor Africano Emmanuel Ergudu, quien dará una charla sobre literatura africana. Mantienen ambos una discusión muy interesante en la que Costello le cuestiona a Emmanuel su charla. En ella, el autor africano intenta dar cuenta de la dificultad que tienen los autores africanos para poder encontrar lectores en el mundo occidental. Muy por el contrario, Costello cree que los escritores deben intentar conectar con la audiencia africana ya que cada autor debe escribir para la audiencia a la que pertenece.
Esta aseveración va de la mano con la creación de la Cátedra Coetzee en la UNSAM. Durante varios años autores sudafricanos y australianos han viajado a la Argentina para intercambiar experiencias con escritores locales. Creo, de todos modos, que la invitación inversa no fue llevada a cabo con la misma intensidad. Tal vez haya faltado tiempo, o presupuesto. Además, este lección va en un todo de la mano con la conferencia de Segato cuando, en su segunda desobediencia (y de manera más poética en la cuarta desobediencia, también) plantea el enojo que le había causado el discurso de aceptación del Nobel de García Márquez llamado «La soledad de América Latina», en el que Segato lee un subtexto que señala que América Latina puede existir solamente si es mirado por Europa.
Concluye Segato: «…es Europa la que está sola. Se mira en el espejo narcísico de sus museos, pero carece del verdadero espejo, el que puede ejercer resistencia y mostrarle los defectos, pues esos objetos no pueden devolverle la mirada. Europa carece de ese potente utensilio femenino que es el «espejito, espejito» de la Reina Mala de los cuentos: no ve su defecto en el reflejo que podrían brindarle los ojos de los otros, porque al otro lo tiene solamente atesorado en la vitrina de su poder colonial».
En definitiva, los temas de Costello son siempre inesperados y conflictivos e invitan a la discusión, a la incomodidad con los patrones establecidos. Nos obligan a salir, por así decirlo, de nuestra zona de confort pero a la manera de Segato, que nos interpela a no copiar, a crear nuestra propia manera de estar en el mundo, a no necesitar la mirada del Norte, y también a buscar la pluralidad, la vincularidad que nos hace únicos y diferentes: «Nuestro feminismo pertenece a un mundo en el que aun en las metrópolis blanqueadas la vincularidad es vital y puede y debe ser conservada por el amparo que nos brinda y la felicidad que nos trae. Un mundo en el que se han preservado jirones de comunidad. Estoy convencida de que no debemos delegar el arbitraje de nuestra vida erótica a un tercero.Todavía creo que la gestión del deseo debe ser posible en nuestro mundo cuerpo a cuerpo, cara a cara, y que debemos luchar por eso, creando las condiciones para que sea posible. Para eso habrá que trabajar arduamente sobre las relaciones de poder en el campo del trabajo y del estudio, en los cuales la jerarquía es decisiva y el patriarcado se manifiesta con más saña, y regenerar las estructuras comunales capaces de vigilar y cuidar la forma en que llevan la vida las personas. El resto corre por cuenta de desmontar el orden político patriarcal, e inaugurar una nueva era de la historia. Vamos claramente hacia allá», leyó.
Elizabeth Costello es un libro inclasificable, uno de los más complejos de la obra de Coetzee. Complejo en varios sentidos. No se lo puede catalogar, no tiene un género claro, no mantiene las voces narrativas esperadas, no sostiene las líneas argumentativas sino que, por el contrario, se contradice y se complementa en las voces que reaccionan a los pensamientos cada vez más incisivos de su protagonista. Es un libro escrito por un hombre que al elegir hablar de lo que cree lo hace a través de la voz de una mujer. Y Rita Segato elige a Elizabeth Costello -que es Coetzee- y habla de vincularidad y de pluralidad. Y sale victoriosa.
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