Jorge Farías: lo más tangible del mito porteño.
Por Cristian Molina Torres*.
Para acercarnos a la vida de Jorge Farías hay que escucharlo cantar, en lo posible directo desde el surco del vinilo, leer sus letras y escuchar historias sobre él de boca de porteños y porteñas. También es importante recorrer el puerto, sobre todo Plaza Echaurren, lugar en el que sus amigos y admiradores inmortalizaron a su cantor con una estatua tamaño real después de su muerte. Subir también el Cerro Cordillera, mirar desde ahí el puerto en todas direcciones, a todas horas y sobre todo de madrugada. Así podremos tener un cuadro muy parecido a lo que Jorge Farías, siempre con sus irrenunciables gafas oscuras, contempló y habitó hasta su muerte el 21 de abril de 2007.
Existe también otra bella forma de aproximarse a Jorge Farías, a través del libro titulado “JORGE FARÍAS El Ruiseñor gorrión de los Cerros Porteños”, de Heidy Iareski y Víctor Rojas, texto de dimensiones pequeñas que nos recuerdan esas ediciones de bolsillo de la Editorial Quimantú de los años ‘70. Este pequeño pero poderoso libro, nos invita a conocer a Jorge de la siguiente forma:
“Podemos decir que se llamaba Jorge Farías Villegas, que su carnet era el 4.997.517-1; que calzaba 35-36; que media alrededor de 1.50 en su adultez; que no terminó la escuela primaria; que vivió su infancia en San Francisco 371 c/1; que sus comidas favoritas eran los fideos (sin preparación especial), porotos, mariscos; que le encantaban los helados; que grabó 10 discos 45, un LP ‘compartido’ y un casete; que nunca tuvo casa propia; que gastó todo lo que no le esquilmaron los empresarios; que arrendó piezas de lujo y también durmió en la calle, con cartones en vez de colchón; que usó desde su adolescencia anteojos negros que no se sacaba ni para dormir, que llevó desde la primera adultez un anillo con sus iniciales: JF. Pero todo eso es secundario: lo principal va por adentro, y lo veremos ahora”[1].
Este libro es una de las iniciativas que la productora cultural La Bohemia ha llevado a cabo, junto con el Festival Jorge Farías que en sus dos versiones (2017 y 2018) ha convocado al público porteño que se identifica con esta música que no tiene muchas posibilidades en la FM, pero que convoca audiencia y pasión, todo junto. Es esa denominada música cebolla, música desbordada que, tal como dice Marisol García: “Guste o no, es una parte importante de Chile la que está contenida en las canciones de amor de conexión popular. La cultura cebolla ha llenado espacios que ni la ideología ni la oferta del consumo ha podido satisfacer o convertir a su causa. Resiste”[2].
Si tuviésemos que buscar personajes porteños anclados en la cultura popular del barrio puerto, podríamos hacer una lista de quizás veinte, quince, seis o cuatro personajes que dejaron su marca en la cultura popular. Cualquiera que sea el número, Jorge Farías estará entre ellos. Músico porteño nacido el 6 de agosto de 1944 que inicia su oficio de cantante en los mismos barrios que lo despidieron en abril del 2007 con un majestuoso funeral[3].
Sólo para entender de quién estamos hablando:
Jorge Farías es el primero en popularizar el vals “La joya del Pacífico”, obra registrada en 1941 por Víctor Acosta y que constituía parte del repertorio de Jorge, popularizándola antes de llevarla al disco, lo que se concretó en el año 1966, imponiéndose como emblema del canto popular. Marisol García recoge el testimonio de Farías en una entrevista que el artista sostuvo con Eugenio Ramírez, refiriéndose esta canción con las siguientes palabras:
“Me interesé por cantarla, pero le hice una modificación. Es que el tema tenía un aire muy lento. Yo le adelanté el ritmo a vals peruano como se le conoce ahora. Se podría decir que lo grabé por una satisfacción personal. En ese tiempo yo pololeaba con una muchacha del Cerro Cordillera y por eso le cambié una parte al final: “… cordillera de mi ensueño, Valparaíso de mi amor”. Empezó a sonar en las radios de Valparaíso y Santiago, gustó de inmediato. Fue mi contribución, porque, al menos aquí en Valparaíso, todo el mundo sabe que yo la grabé primero que Lucho Barrios”[4].
Jorge Farías, también tiene una aparición en la película de Aldo Francia “Valparaíso mi amor” del año 1969. En ella se puede ver al cantante en una escena interpretando “La joya del Pacífico” cuando tenía 25 años, con sus característicos lentes oscuros que a la larga se transformarían en su sello. El film propone una mirada de Valparaíso desde un mundo marginal, con una historia extraída de la crónica roja y bajo la musicalización de Gustavo Becerra. Es ahí donde aparece Jorge imponiendo su canto a ratos gritado, que deja ver el gesto aprendido y forjado en sus inicios como cantante en carpas de circo, donde había que imponer la voz sin amplificación alguna. En este film, es la primera vez que Jorge Farías es inmortalizado como personaje, la segunda vez, sería después de su muerte con la inauguración de su estatua.
Así como fue él el primero en grabar y popularizar “La joya del Pacífico”, también fue el primer artista en tener su propia imagen a tamaño real post mortem. Esa estatua es un gesto, por parte de los suyos, de mantenerlo presente, ahí, petrificado, como un vigía sentado en la plaza que solía habitar. Inaugurada un año después de su muerte, dicha estatua es un reflejo de lo que es hoy Valparaíso, una ciudad imaginada en muchos aspectos, deteriorada, inventada. Pero al mismo tiempo, si pensamos esa misma ciudad, habitada por personajes como Jorge Farías que parece salido de un cuento de Manuel Rojas, es inevitable que nazcan mitos sobre Valparaíso, mitos salpicados de realidad palpable y tangible. Eso es Jorge Farías, la realidad palpable del mito bohemio porteño.
Al momento de su muerte, la prensa lo describió como “el mito del bohemio, la voz de La joya del Pacífico”, destacando lo masivo de asistentes en su funeral, gente cercana, del barrio puerto, sus pares con los que se vinculó toda su vida y quienes, en plena calle, alzaron vasos plásticos en memoria de uno de los suyos. El brindis fue una constante en la vida de Jorge Farías, hasta que el alcoholismo fue lo que precipitó su muerte después de estar internado en el Hospital Van Buren y Eduardo Pereira. De ahí en adelante, incluso en el mismo funeral, algunas personas reaccionaron asombrados de lo que observaban:
“Yo lo fui a ver al hospital en esos días en que se murió. Y estaba ahí en la cama, tirado, con los ojos cerrados; los semiabría o abría. Escuchaba, pero no hablaba nada. Daba idea de no tener interés en que si moría o no. Acá siempre fue uno más: entraba a un bar, a cantar, todos lo conocían, pero no le hacían ni una reverencia, lo escuchaban y lo aplaudían un minuto, o no le daban pelota y a otra cosa. Recién en los funerales entendimos que parece que no era ná uno más” [5].
En su vida como cantante, recorrió varias ciudades del país y viajó en dos oportunidades al extranjero, lo que le permitió experiencias de vida como artista popular. El contraste de esto es su absoluta desprotección en sus últimos años, mientras se intentaba gestionar una pensión de gracia que nunca llegó a concretarse, la vida de Farías, fue la del errante que dependía del gesto de algún amigo, vecina o de algún alberge provisorio, en el Ejército de Salvación u otra organización de ayuda caritativa. Sin embargo, este músico que se reconocía a sí mismo como un hombre de vida desordenada, se interesó en algún momento, en formar parte del antiguo Sindicato Profesional de Músicos de Valparaíso y Aconcagua, haciendo formal su solicitud de ingreso el primero de enero de 1987, cuya documentación está bajo el número de registro 299 en los archivos del SIMUPROVAL.
Sobre las motivaciones que tuvo Jorge Farías para querer formar parte del Sindicato, no se tiene claridad. Podría fácilmente haber tenido un interés personal en formalizar de alguna manera su rol como trabajador de la música y al mismo tiempo necesitar cierta protección social que el Sindicato brindaba. Otra razón pudo ser que en esos años el Sindicato solicitara el carnet profesional de socio para poder trabajar en los locales que mantenían música en vivo que a esas alturas, ya comenzaban a saturar sus dependencias con música envasada. Otra posibilidad es que Jorge fuera convocado por algún colega en misión de invitar y aumentar el número de socios del Sindicato, como hemos visto en otros casos registrados en las actas. Esto último era una práctica común tanto de la Sociedad Musical de Socorros Mutuos como del Sindicato Profesional de Músicos de Valparaíso. La razón de su acercamiento al Sindicato pudo haber sido también la conjunción de todo lo anterior, llevando a Jorge Farías a pensar que era propicio formar parte esta organización.
Es importante mencionar que cuando Jorge se incorpora al Sindicato, ya era un cantante muy conocido en Valparaíso. P
ero no por eso el Sindicato hizo la excepción, y como a cualquier otro músico que quisiera formar parte de este organización, se le solicitó ser patrocinado por dos socios que dieran fe de la idoneidad del postulante. Gracias a los registros archivados y que hemos digitalizado en el marco de este proyecto, vemos que quienes patrocinaron la incorporación de Jorge Farías, fueron Víctor Torres Palma y Luis Albornoz Brito. Otro dato importante que nos entregan estos archivos en relación a la incorporación de Farías al Sindicato, es su documento de iniciación de actividades. Este documento está fechado en el año 1956 por Radio Presidente Prieto, lo que confirma que comenzó a trabajar como cantante a los 12 años. Como era común encontrar menores de edad trabajando en actividades artísticas, el Sindicato de Músicos, ya en sus primeros estatutos del año 1928, estableció como edad mínima para asociarse los 12 años. A esa edad, y forjando su actividad de cantante, Jorge sería más tarde bautizado popularmente como “El ruiseñor de los cerros porteños”.
Cuando se incorpora al Sindicato el 1 de enero de 1987, Jorge tenía 43 años. Tres años más tarde, viaja a Europa “gracias a la convocatoria de chilenos residentes, en una estadía que duró seis meses tuvieron presentaciones en Suiza, Francia, Italia, España y Alemania”[6]. Lamentablemente no hay mayores indicios de su permanencia en el Sindicato, y no tenemos claridad sobre cuánto tiempo él fue parte de esta organización. Pero al complementar con algunas observaciones que hemos podido obtener sobre su personalidad, podemos pensar que su paso por el Sindicato fue temporal. Como, por ejemplo, en una entrevista en el año 2001, le preguntaron “¿qué opina Jorge Farías de Jorge Farías?” Ante lo cual él respondió:
“Que no ha sabido valorizarse como tal, que en muchas ocasiones ha sido irresponsable… ¡que es un tiro al aire! Ha recapacitado últimamente. Ya tengo mi edad y tengo, creo yo, la última oportunidad de hacerme… un futuro”[7].
Uno de sus amigos de barrio comentaba: “De nuevo comenzó a tomar. Y él cuando empezaba, no paraba. En Concón se quedó dormido arriba del escenario, mientras Lucho Donoso – el empresario- intentaba parar las risas de la gente. Ralearon de nuevo los contratos. ‘Hacía la manga’ en el Do Re Mi, el local más esperpéntico del pasaje Quillota, pasaba por la Asturiana, pero cantaba por vino. Le ponían otra jarra y él correspondía con lo que sabía hacer. «Son mis dos cosas favoritas –dijo en una ocasión–: tomar y cantar»[8].
Su huella en los registros del Sindicato se pierde entrados los años noventa. De ahí en adelante, el destino del Sindicato también es incierto. Baja participación y falta de actividades culturales en la ciudad hacen más crítica la permanencia de algunas y algunos miembros, entre ellos el mismo Jorge Farías. El paso de la dictadura a la vida democrática deja ver lo desolado del panorama social y también cultural en la región. Algunos se adaptan a las circunstancias y otros quedan en la línea de lo prescindible desde la cultura oficial. Ejemplo de esto es la celebración que se realizó en Valparaíso por su nueva condición de ciudad patrimonial en el año 2003. Para dicha celebración fue invitado Lucho Barrios, quien cantaba “La joya del Pacífico” mientras Jorge Farías observaba, mezclado entre el público. El patrimonio es selectivo con los cerros de Valparaíso − porque no todo Valparaíso es patrimonio− y es selectivo también con los artistas locales, donde Jorge Farías según el criterio de las autoridades de la época, no calificaba como tal. La música de Jorge Farías, y la de muchos otros, va por esa línea, la de lo prescindible en el discurso oficial, pero con una marcada presencia en el público que conoce la vida en el barrio puerto. Así lo dejan claro los dos festivales que, en homenaje a Farías, repletan el Teatro Municipal de Valparaíso, con quienes vieron, escucharon y cantaron ese repertorio cebolla del cual Jorge Farías es el gran ícono.
Descubre más desde Correo de los Trabajadores
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Be the first to comment