Por Carolina Meloni González.
Chicana, lesbiana y mestiza: el feminismo fronterizo de Anzaldúa reflexiona sobre las relaciones entre género, cuerpo, raza y clase social. Su escritura, entendida como herramienta política y decolonial, denuncia los siglos de explotación, segregación y violencia que sufren las mujeres subalternas.
..en mí está la rebeldía encimita de mi carne…
Gloria Anzaldúa
“For this Chicana la guerra de independencia is a constant”, afirma G. Anzaldúa en uno de los capítulos más conocidos de su gran obra Boderlands/La frontera. Publicada en 1987, el texto de Anzaldúa supuso un acontecimiento tanto en el mundo de la literatura como en el feminismo y en el llamado el pensamiento postcolonial. Se trata quizás de una de las primeras obras en reflexionar sobre las relaciones entre género, cuerpo, raza y la interrelación con las zonas geográficas fronterizas. El propio título del libro nos da ya la clave de la utilización del concepto de frontera como categoría política. La obra atraviesa no sólo fronteras geográficas, sino también lingüísticas (puesto que la propia lengua se vuelve híbrida y mestiza), transita por diversos géneros literarios y académicos, cuestiona las identidades sexuales y nacionales, analiza la complejidad de los sujetos fronterizos, sin idealizar su condición liminar y asumiendo su precariedad constituyente. La frontera es, por tanto, una alegoría de la falta de identidad y de lugar, así como la constatación de una situación socio-histórica real de marginación y opresión. En el texto, sin embargo, lo fronterizo muta y se reelabora, hasta convertirse en una herramienta política para la transformación social.
Nacida en el sur de Texas, en el seno de una humilde familia de agricultores, la vida de la escritora chicana estuvo marcada por la enfermedad, la pobreza y la inmigración. En sus escritos, la mayoría de ellos autobiográficos, el dolor y la miseria se hacen carne, se materializan en operaciones y tratamientos médicos que van dejando sus huellas y marcas lacerantes en su débil y vulnerable cuerpo. Demasiado morena e india, tan frágil como machona y poco femenina. Gloria, la prieta, achacaba su frágil salud a las fumigaciones que había sufrido de niña, cuando las avionetas de las multinacionales yankees lanzaban su veneno sobre los jornaleros mexicanos que trabajaban el campo. No es casual que la precariedad de su ser se plasme en una escritura hecha carne, en una corpo-política surgida de las entrañas, de ese cuerpo herido y desgarrado de la mujer del tercer mundo. Escritura-orgánica, llama Anzaldúa al texto vivo, a las palabras de un monstruo que se convierten en sus únicas armas para la supervivencia.
Una de las principales características de su pensamiento es la hibridez y el mestizaje. La propia Anzaldúa se define por su condición de extranjera situada entre culturas que no la reconocen como una igual. Chicana, lesbiana, mestiza: la condición de diferente e intrusa que habita los intersticios marca cada una de sus metáforas. Mitad-mitad: “la unión de contrarios en un mismo ser”. De este modo se describe ese escenario liminar, este no-lugar de la mujer de origen inmigrante, pobre y fuera de los cánones de la feminidad. Geográficamente, Anzaldúa se sitúa en la frontera, aquella que separa México de los EE.UU., pero también arrastra otras fronteras más profundas, como son las identitarias, lingüísticas, epistemológicas y sexuales. Es una de las otras, siempre deslocalizada, siempre fuera de lugar. Ni del todo mexicana, pero tampoco estadounidense como tal; atravesada por las dos lenguas del colonizador: el español y el inglés. Para esta chicana, cuyo cuerpo guarda la memoria de siglos de explotación, barbarie, homofobia y racismo, la guerra de independencia es una constante, la lucha política por la emancipación no cesa, la voz de la Bestia no se calla en sus textos.
La descolonización del feminismo
Anzaldúa pertenece a esa generación de autoras chicanas que se dieron a conocer en la famosa recopilación de textos titulada Esta puente mi espalda. Voces tercermundistas en los Estados Unidos(1981). Las voces recogidas en este volumen señalan, fundamentalmente, un desplazamiento teórico-político de distintas tradiciones feministas. Desplazamiento que produjo una crítica radical al feminismo hegemónico, blanco, heterosexual y de clase media-alta, por parte de aquellas autoras que se habían sentido rechazadas o simplemente no reconocidas en sus discursos emancipadores. De este modo, las coordenadas de la raza y la clase social se hacen presentes en todos estos escritos y comienzan a reivindicarse como categorías políticas fundamentales para la lucha feminista. Surge de esta crítica la idea de una comunidad feminista heterogénea, no centrada exclusivamente en el género y la diferencia sexual. Se habla, por ejemplo, de “geometrías de la diferencia y de la contradicción”, dado que debe asumirse la imposibilidad de un emplazamiento seguro y homogéneo desde el cual revindicar una lucha común. La transformación del feminismo exige asumir la contradicción, la alteridad y la diferencia como condición de posibilidad de la praxis política.
En todos estos textos encontramos una quiebra profunda con cierto feminismo, cuestionando el profundo eurocentrismo de muchos de sus argumentos; asimismo con el etnocentrismo y el clasismo de algunos discursos emancipatorios, incluso en el seno de la izquierda; también con el propio sujeto mujer y con la homofobia implícita en la ideología de la feminidad, ya que muchas de estas autoras son lesbianas. En esta estela, Anzaldúa inicia su recorrido renunciando a todo lugar seguro de enunciación. Anzaldúa va a situarse en la diferencia, en la diáspora, incluso, en la traición como herramienta crítica: ni leal a su raza, a su cultura, traidora a su género femenino, usurpadora de la lengua. ¿Qué soy?, se pregunta continuamente Anzaldúa: “Una lesbiana feminista tercermundista inclinada al marxismo y al misticismo. Me fragmentarán y a cada pedazo le pondrá una etiqueta”.
Habitar la frontera: Repolitizando las heridas
Afirmar sin más que el feminismo propuesto por Anzaldúa es un feminismo fronterizo supondría una simplificación de una categoría compleja en su obra. Como cualquier espacio liminar, lo fronterizo aparecerá como un lugar de violencia y marginación, pero a la vez, como posibilidad para una propuesta política. Si las zonas fronterizas funcionan como emplazamientos jerárquicos y violentos, será necesario resignificarlos y transformarlos en modos diferentes de existencia.
Anzaldúa redefine la frontera de 3140 km. que separa los Estados Unidos de México como una “herida abierta”, herida que va a atravesar el cuerpo de la mujer del Tercer Mundo, localizada y situada en ese espacio de colonización y violencia. Walter Mignolo conceptualiza esta herida y la define como la llamada “diferencia colonial”, como la marca, el estigma que porta el otro, el colonizado. La diferencia colonial reorganiza las categorías a partir de la idea de exterioridad: el afuera, los márgenes, la frontera, la periferia, es el lugar del bárbaro, del colonizado, del incivilizado, del indio, mientras que en el centro encontramos la retórica del adentro, espacio de la civilización y del progreso. La frontera se presenta como un no-lugar, espacio intermedio, cruce entre culturas, zona de contaminación, a la vez que de segregación y muerte. No es solo un emplazamiento geográfico que identifica, localiza y sitúa; es también una figura política de demarcación lingüística, identitaria y ontológica: desde la frontera se define la barbarie, aquello que queda fuera de nuestros límites, los márgenes de la civilización. La frontera delimita, divide, separa, advierte de los peligros de la hibridación con lo otro. Redefine quiénes somos nosotros y quién son los otros, aquellos que siempre son percibidos como una amenaza.
El pensamiento fronterizo de Anzaldúa aparece como una estrategia decolonial que, desde una propuesta feminista, apela a estrategias diferentes, a reconfiguraciones identitarias distintas. Esas “otras”, desplazadas y desterritorializadas, inapropiadas incluso para los discursos feministas hegemónicos, pertenecientes a esos “grupos raros”, se erigen desde la rebeldía cuestionando aquellos dispositivos de producción de la alteridad y de la diferencia. Las identidades de frontera que propone Anzaldúa (las llamadas border identities), nos describen una nueva realidad más compleja y heterogénea que es preciso asumir, más allá de cualquier esencialismo. La subjetividad mestiza repolitiza esa idea de mestizaje y recalca la imposibilidad de pureza cultural (se invalida el mito de la homogeneidad cultural y del sujeto unitario). Porque habitar la frontera, afirma Anzaldúa, supone vivir sin fronteras. Supone asumir que somos siempre un verdadero cruce de caminos.
La bestia de la sombra: la amenaza mestiza AMENAZA MESTIZA
Las alegorías a una otredad animalizada y ominosa son resignificadas por Anzaldúa en un desplazamiento transvalorador de la identidad femenina. La mujer del Tercer Mundo, la india, la desviada, siempre ha sido humillada, maltratada y traicionada, incluso por su propia cultura. Chingada y olvidada, bestializada, “silenciada, burlada, enjaulada, atada a la servidumbre con el matrimonio, apaleada a lo largo de 300 años, esterilizada y castrada en el siglo XX”, nos dice Anzaldúa. La conciencia mestiza lleva a cabo la genealogía del pensamiento colonial a través de una nueva categoría política (no simplemente cultural) atravesada por las coordenadas de género, etnicidad y clase social: es la prieta, la new mestiza, esa otra inapropiable y subalterna que reclama su legitimidad desde el silencio y la marginación. Testimoniar ese silencio, politizar esa zona de indiferencia, hacer habitable lo inhabitable, es decir, los espacios intermedios y periféricos, es ya el síntoma de una praxis política diferente.
No es casual que Anzaldúa se autodefina como la bestia o el monstruo cuya rebeldía hace tambalear los cimientos de un imaginario colonial poblado de metáforas extraídas de la zoología para justificar las violencias más infames. Encontramos en Anzaldúa una reapropiación política de estas bestias, de esos “bichos o aliens”, como ella define a esos sujetos desposeídos de la propia subjetividad, marcados por el color de su piel, por su deseo sexual y sus modos de vida. Gloria, la hocicona y deslenguada; el torbellino y la puente, que transforma sus magulladuras en armas para la resistencia.
Esta nueva bestia, rebelde e imparable, habita el “mundo zurdo”, otra categoría fundamental de Anzaldúa: frente al mundo recto, blanco, heterosexual, el mundo zurdo está habitado por todos los marginados del mundo white-right: los grupos raros, los que no pertenecen a ningún sitio, las ilegales, los espaldas mojadas, los gay y las queer, las trabajadoras itinerantes, todos aquellos que desafían el orden establecido y constituyen una amenaza para el mismo. Desde el mundo zurdo, nos dice Anzaldúa, podemos proponer formas diferentes de habitar, de convivir. Porque solo desde ese mundo torcido se pueden pensar y reconfigurar otros mundos posibles, en los cuales construir, con nuestras propias maderas, argamasas y ladrillos feministas universos distintos, comunidades, relaciones y afectos diversos. Si en nuestros actuales etnopaisajes neoliberales, los desplazamientos forzados, la multiplicación de fronteras simbólico-materiales y la vulnerabilidad de la vida parecen haberse convertido en norma, volver a Anzaldúa resulta una tarea más que urgente.
07 de marzo, 2019.
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