por Pablo Abufom Silva (*) /Solidaridad.
Lo realmente sorprendente es la idea de que a partir de esta pregunta que incluye la palabra “política”, y sus respuestas espontáneas, se pueda concluir que eso equivale a medir el nivel de despolitización. Sorprende también que se utilice un dato de la encuesta del Centro de Estudios Públicos, destacado centro de pensamiento conservador, para rebatir lecturas del periodo reciente, como hace Ramírez, desde algunas que parecen ser correctas (como el proceso de politización que vive Chile) hasta otras evidentemente insostenibles (como la siempre hilarante tesis sobre el derrumbe del modelo).
La encuesta CEP es como una serie de Netflix. Cada tanto aparece un nuevo episodio y parece que todos nos ponemos al día con la teleserie nacional. Esta versión fue como un final de temporada, porque vino a anunciar cosas muy esperables, pero con un supuesto aire de sorpresa.
Las reacciones no se hicieron esperar. Una de las reseñas sobre los resultados de la encuesta CEP de mayo 2019 fue una columna de Simón Ramírez en El Desconcierto, que llamaba la atención sobre “el dato más preocupante de la CEP”: la despolitización. Es que la encuesta incluye una fotografía al “nivel de politización” de la sociedad chilena a partir de una serie de preguntas sobre la frecuencia de actividades relacionadas a la política (conversar con amigos o familia sobre política, leer noticias o ver programas sobre política, seguir temas políticos en redes sociales, tratar de convencer a alguien de sus ideas políticas, y trabajar o haber trabajado para un partido o una candidatura).
Varias cosas llaman inmediatamente la atención sobre esta definición de política y de nivel de politización. En primer lugar, presupone una misma definición de política para todas las personas encuestadas, una que sabemos que por inercia tiende a estar identificada con la actividad de “los políticos” (una definición que está implícita a lo largo de la CEP). Junto con esto, el sujeto de este presunto nivel de politización es el individuo, y en ningún caso las experiencias colectivas, que han sido a lo largo de toda la modernidad el rasgo central de la política propiamente tal. Finalmente, la pregunta apunta a sujetos más bien pasivos en términos políticos, que consumen ciertos contenidos políticos o, en el mejor de los casos, trabajan para los políticos.
La conclusión a la que parece apuntar la encuesta, y que es seguida de cerca por Ramírez, es que la sociedad chilena estaría despolitizada porque no conversa sobre política, no lee o ve noticias políticas, o no participa en partidos políticos. Es un dato que a la primera no sorprende para nada, si se considera en un sentido general, el carácter reducido y elitista de la política en una sociedad de clases como la capitalista, y en particular la destrucción y distorsión de la actividad partidaria e institucional que llevó a cabo primero la dictadura de Pinochet y luego la continuidad concertacionista. Si bien la politización es una realidad objetiva que debe poder conocerse a través de la investigación, incluso a partir de indicadores cuantitativos, hace falta un modelo mucho más complejo que la pregunta “¿habla/lee/discute usted de política?”.
Lo realmente sorprendente es la idea de que a partir de esta pregunta que incluye la palabra “política”, y sus respuestas espontáneas, se pueda concluir que eso equivale a medir el nivel de despolitización. Sorprende también que se utilice un dato de la encuesta del Centro de Estudios Públicos, destacado centro de pensamiento conservador, para rebatir lecturas del periodo reciente, como hace Ramírez, desde algunas que parecen ser correctas (como el proceso de politización que vive Chile) hasta otras evidentemente insostenibles (como la siempre hilarante tesis sobre el derrumbe del modelo).
El significado de política y politización en el Chile actual
Aunque parezca obvio, la cuestión de fondo aquí es el significado de política, pero sobre todo de qué entendemos por procesos de politización. La encuesta y la reseñada columna presuponen que se trata de aquello que es evocado por la palabra “política”, que todos sabemos que se refiere a la actividad, en el marco nacional del Estado, de los actores individuales y colectivos que luchan por y organizan el poder institucional, incluidos los mecanismos de aparente deliberación pública, como las elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales. Politización, por su parte, sería la variación cuantitativa en el porcentaje de personas de una muestra que afirman tener un interés en dicha actividad. Finalmente, podríamos hablar de despolitización cuando el número de personas que responden esas preguntas afirmativamente son muy pocas, o cada vez menos.
Demás está decir que con esto llegamos rápidamente a los problemas propios de hacer análisis social a partir de las encuestas, y particularmente a partir de un valorado rating CEP que este gobierno y los anteriores han privilegiado sobre otros indicadores menos mediáticos. A diferencia de una noción tan minimalista de politización, creo que es más útil para el análisis entenderla como participación organizada en los asuntos colectivos y en el debate activo sobre problemáticas de relevancia nacional e internacional. Esto puede darse en su mínima expresión, como consumo de contenidos políticos (la definición estrecha de la CEP), ya sea como la tradicional participación en los procesos deliberativos mediante las estructuras partidarias y estatales (la concepción de Ramírez) o en formas más complejas y promisorias como la irrupción de movimientos sociales que se organizan en torno a cuestiones que van más allá de los conflictos inmediatos que viven sus participantes, que buscan impactar en las formas en que se organiza el poder de decisión y distribución de recursos. Este es el caso de los movimientos en torno a la seguridad social, y la crisis socioambiental, un movimiento mapuche que no solo demanda, sino que ha ido construyendo en la práctica su autonomía, o el movimiento feminista de estos últimos dos años. Este movimiento es de particular interés ya que ha planteado una visión de una transformación integral de la sociedad que no se limita a la conquista de ciertas demandas. No es un movimiento “político” en un sentido restringido, partidario, estatal, pero sí lo es en un sentido más amplio y productivo: logra poner temas sobre la mesa, conduce movilizaciones masivas, y estructura su actividad y sus debates no solo en torno al imaginario del poder sino a las estrategias en las que éste se construye o disputa. Esto es precisamente lo que el feminismo ha venido planteando al menos desde los años setenta con la propuesta de que “lo personal es político”, y con el llamado de las feministas de los ochenta sobre la necesidad de “democracia en el país y en la casa”. O sea, que una transformación social requiere, en términos estratégicos, la ampliación del campo mismo de la política.
Tendencia a la politización polarizada en la coyuntura larga
No cabe duda de que el proceso abierto por la ola de movilizaciones sindicales, territoriales y estudiantiles entre 2007 y 2011 es uno de politización, si se lo analiza a partir de una concepción amplia y compleja de política que no se reduce a los fenómenos representativos propios del terreno estatal. Lo que es innegable hoy es que Chile ha experimentado un proceso de agudización del debate político, entendido como el surgimiento de los temas que nos competen a todos y todas, tanto en la agenda nacional como en la experiencia cotidiana del conjunto de la población. ¿Cómo se explica si no el mismo surgimiento del Frente Amplio? A menos que se crea que el FA es un simple instrumento electoral que procesa un trasvasije de votos de la ex Concertación, habría que entenderlo en ese marco. O, por otro lado, ¿cómo podemos explicar la entrada de sectores de la comunidad evangélica al debate público y la disputa de poderes, no solo desde sus partidos y parlamentarios, sino también con su intervención en cuestiones nacionales como el aborto, el divorcio, la migración, entre otras?
Más bien lo que vemos hoy es un proceso de politización polarizada, un proceso de densificación de la actividad colectiva de la población en torno a cuestiones públicas, y no solo de interés meramente inmediato para los individuos, que ocurre principalmente en los extremos del espectro político conocido. Solo mirando aspectos cuantitativos, cada vez más personas se involucran en actividades colectivas de distinto tipo, muchas que efectivamente no podríamos llamar “políticas”. Pero si atendemos a los aspectos cualitativos, que son centrales para un análisis consistente, encontramos que dentro de ese aparente desierto de despolitización encontramos fenómenos inéditos en movimientos sociales que pasan de lo reivindicativo a lo programático, que movilizan fuerza social con más potencia que cualquier partido político, cuyas vocerías dan orientaciones para la acción colectiva que no apelan a cuestiones solo sectoriales o gremiales, y que llevan a cabo procesos de desarrollo que no habíamos visto en las últimas décadas. ¿Cómo entender el proceso de construcción del programa de la Huelga General Feminista del 8M impulsado por la Coordinadora Feminista 8M, en el que más de 50 encuentros en todo Chile concluyen con un Encuentro Plurinacional de Mujeres que Luchan donde participan miles de mujeres para debatir el programa transversal con el que se articuló la movilización más grande de la post-dictadura? Solo una visión miope podría hacernos creer que este programa feminista es un programa sectorial, cuando nos habla en cambio de transformaciones que involucran al conjunto de la sociedad.
¿Cómo entender la propuesta de un Nuevo Sistema de Pensiones de la Coordinadora NO+AFP, única salida plausible a la crisis previsional? ¿Cómo entender la Iniciativa Popular de Ley NO+AFP, en la que alrededor de 10.000 personas en todo Chile discutieron un Proyecto de Ley NO+AFP que integró a partir de ese debate elementos cruciales para la situación de las mujeres trabajadoras como el reconocimiento del trabajo doméstico, de crianza y cuidado a la hora de calcular una pensión?
La acción política hoy
A contrapelo de un concepto reducido de la política, lo que quiero señalar con estos ejemplos es que en Chile nuevamente se está comenzando a hacer política por fuera del Estado, y en algunos casos, por fuera de los partidos. Esto responde a las continuas transformaciones en las formas en que se organiza la producción y la reproducción de la vida social desde la crisis de los 70s, que abarcan desde el mercado laboral (que integra de manera subordinada a las mujeres y migrantes, y precariza al conjunto del trabajo asalariado) hasta la profundización general de la competencia entre trabajadores y trabajadoras debido a la destrucción del sistema de pensiones en 1980, la distribución racista del empleo, la vivienda y otros servicios para la población migrante, y el reforzamiento de la violencia patriarcal a partir de la crisis del modelo familiar heterosexual, lo que hoy algunas intelectuales han comenzado a denominar “crisis de la reproducción social”. Y en este escenario, es notable la insuficiencia del modelo clásico donde los sindicatos representan los intereses económicos de los trabajadores y solo los partidos representan sus intereses políticos.
Por lo anterior, sería un error entender que hay participación activa en el debate político solo cuando se debate sobre la actividad partidaria en el Estado. O cuando eso se da en los términos conocidos y deseados por quienes analizamos desde la izquierda. Quizá es ahí donde vino la confusión para quienes interpretan los resultados CEP como signo innegable de despolitización. Lo que experimentamos es un proceso de politización polarizada precisamente porque no ha ocurrido solo en la izquierda, sino también en las bases de la derecha, y sobre todo de la ultra derecha. Por eso, en un sentido formal, el Frente Amplio, el movimiento feminista, el movimiento por un nuevo sistema de pensiones, entre otros, son por la izquierda el equivalente de las expresiones evangélicas politizadas, del surgimiento del así llamado Partido Republicano, o incluso los irrisorios grupos neonazis, nacionalistas y autodenominados socialpatriotas, en la derecha. En ambos casos representan un proceso de búsqueda de salidas y respuestas a la crisis de la reproducción social por parte de quienes ya no logran asegurarla a través de los canales del salario, o que por razones materiales no logran canalizar sus luchas a través de los canales tradicionales del partido y el sindicato. El riesgo ante la emergencia de las salidas autoritarias y conservadoras que proponen los partidos del orden neoliberal es que desde la izquierda no seamos capaces de leer las nuevas formas de politización popular, una vez más repitiendo los errores de la socialdemocracia europea ante el fascismo o de los sectores más conservadores de la Unidad Popular, dejando pasar frente a nuestros ojos las oportunidades de una salida transformadora.
Una concepción estrecha de la política, reducida a las maniobras electorales o la conquista de trincheras en el Estado, es precisamente lo que como izquierda debemos superar si queremos estar a la altura del desafío actual. La conformación de nuevos bloques políticos con perspectiva de transformación integral no puede ser una repetición del gesto de las coaliciones de fines de los ochenta: como una manera de compensar el militarismo de la resistencia o la recomposición dispersa y amenazante de las jornadas nacionales de protesta, se percibieron a sí mismas como portadoras de la única racionalidad política posible. Para hacer una política radical hoy, las categorías de análisis tienen que ir encontrándose en la realidad, no en los manuales de ciencia política o sociología. Mucho menos en las encuestas. El desarrollo de la conciencia política de la clase trabajadora global del siglo XXI es, evidentemente, mucho más que un dato en una encuesta.
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